Peregrinatio

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Authors: Matilde Asensi

Tags: #Histórico

BOOK: Peregrinatio
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Año de 1324. El ex caballero hospitalario Galcerán de Born, el
Perquisitore
, preocupado ante las noticias que recibe acerca de la conducta inapropiada de su hijo, Jonás, y de su disoluta vida en la corte de Barcelona, decide enviarle una misiva que contiene órdenes muy precisas para el joven y se convertirá en su
Liber peregrinationis
.

Acompañado por un caballero de Cristo (antiguos templarios), Jonás de Born iniciará una nueva andadura en su vida: prestará el solemne juramento de la caballería iniciática, convirtiéndose así en gentilhombre y adalid de la antigua Sabiduría y el Conocimiento. Para ello, recorrerá el Camino de Santiago o de la Gran Perdonanza, como un peregrino más, descubrirá toda la magia y el simbolismo que se encuentran en la ruta, reflexionará larga y seriamente sobre su futuro e irá cumpliendo, uno a uno, todos los rituales de su iniciación.

Matilde Asensi

Peregrinatio

ePub v1.0

Farnsworth
23.07.12

Título original:
Peregrinatio

Matilde Asensi, 2004

Editor original: Farnsworth (v1.0)

ePub base v2.0

I

IACOBUS EL FÍSICO, APODADO
PERQUISITORE
, A SU MUY QUERIDO HIJO, EL CABALLERO JONÁS DE BORN.

SALUDOS CON SINCERO AFECTO.

Desde tu última misiva, llegada a esta casa poco antes de la Natividad, he recibido otras dos de tu tío Tibald, mi hermano mayor, en las cuales me ha comunicado preocupantes nuevas sobre tu vida en la corte de Barcelona a partir del momento en que fuiste nombrado caballero la pasada primavera por el rey Jaime II. Dice tu tío que no sólo malgastas el tiempo apostando a los dados y al tenis real, juegos en los que has perdido importantes sumas de monedas de las que te envío periódicamente para sufragar los gastos de tu nueva condición, sino que, al parecer, has llegado al indigno extremo de pedir préstamos a tu abuelo y a tu bondadosa abuela, avergonzándome de forma lamentable, pues no les has devuelto el dinero en plazo ya que ni siquiera les visitas, perdiendo el tiempo en justas y torneos y, lo que es peor, bailando y cantando en compañía de damas y damiselas de la corte.

¿Es éste mi buen hijo Jonás, al que dejé marchar hace cuatro años desde nuestra casa de Portugal para que fuera educado como escudero junto a su abuelo, mi padre, el noble señor de Taradell? Sé que tu mocedad te impulsa a entregarte con pasión a la vida cortesana que tantos atractivos tiene para los jóvenes caballeros como tú y no dudo de que, incluso, la perspectiva de participar pronto en una batalla te seduce tanto como la compañía de una hermosa doncella. Sin embargo, hijo mío, tú no eres sólo un joven de noble familia que ha sido armado caballero por el rey y que puede dilapidar su vida y su fortuna en absurdos divertimentos. Tú eres Jonás de Born, que fue un huérfano abandonado en el cenobio de Ponç de Riba, donde te criaste como
puer oblatus
, y, más tarde, fuiste García Galceráñez, mi hijo, ya que antes de convertirme en Iacobus el físico, como ahora se me conoce, fui Galcerán de Born,
freyre
de la poderosa Orden Militar del Hospital de San Juan de Jerusalén. No olvides nunca tus orígenes, Jonás, pues, aunque por tus venas corran las sangres de los fundadores de los principales reinos de la península y en tus escudos se mezclen hermosos cuarteles de castillos, leones y cruces patadas, abriste los ojos al mundo como un humilde expósito en un cenobio mauricense y eso debería obligarte a tener los pies firmemente hincados en la tierra.

La vida no ha sido fácil ni para ti ni para mí. En realidad, para ser fiel a la verdad, la vida no es fácil para nadie, pero, en nuestro caso, siendo padre e hijo, resultó especialmente cruel que permaneciéramos alejados desde tu nacimiento hasta que te hallé en el cenobio con apenas doce años, pues yo vivía en la lejana isla de Rodas —donde ejercía mi profesión de físico en un hospital sanjuanista—, ajeno por completo a tu existencia. Por fortuna, un viejo criado de los Mendoza, la familia de tu madre, recaló moribundo en la sala de apestados que tenía a mi cuidado y me informó de tu nacimiento y repudio en Ponç de Riba, adonde, sin tardanza, me dirigí para recogerte y mantenerte a mi lado. Obtuve el permiso de mi orden con la condición de que aprovechara el viaje para estudiar, en la riquísima biblioteca del monasterio, uno de los escasos ejemplares del
Atarrif
de Albucasis el Cordobés, obra conocida también como
Metodus medendi
después de su traducción al latín por Gerardo de Cremona. En ella se desvelan los secretos de las incisiones sin dolor en los cuerpos vivos, de los cauterios, tan necesarios en tiempos de guerra, y del maravilloso instrumental médico de los físicos persas. Y mientras estudiaba y pasaba el tiempo, te veía crecer entre los demás
puer oblati
, y veía en los tuyos los ojos de tu madre, también de un azul claro estriado de gris, y escuchaba cómo tu voz se iba transformando, asemejándose a la mía, y cómo tus huesos se estiraban tanto que parecían a punto de descoyuntarse. Cuando, por fin, con apenas catorce años, te hiciste tan alto como yo, quiso el destino, ese misterioso destino que teje los hilos de los acontecimientos con una sagaz visión de futuro, que tuviéramos la oportunidad de compartir lances extraordinarios a lo largo del Camino del Apóstol, el Camino de la Gran Perdonanza, de manera que los peligros que sufrimos y las extraordinarias situaciones que atravesamos vinieron a suplir, por su intensidad, los muchos años perdidos. Por eso, cuando te mandé a Taradell con tu abuelo para que te adoptara legalmente y te educara de manera que pudieras ser armado caballero, nunca imaginé que terminarías convirtiéndote en un necio zoquete pisaverde. ¿Acaso no sabes que te esperan grandes cosas en la vida?

¡Pardiez, Jonás! Es tiempo de volver. Despídete de tus primos, de tus amigos de la corte y de esas amigas que, según me cuenta tu tío Tibald, acumulas como un musulmán en su harén, y torna a casa para, entre otras cosas igualmente importantes, asistir a las clases de medicina en el Estudio General Portugués
[1]
de Lisboa, tal y como acordamos antes de tu partida. No admitiré excusas ni protestas, pues no te saqué del cenobio de Ponç de Riba para que te convirtieras en jugador de dados y bailarín cortesano. Tienes ya veintiún años, Jonás, casi veintidós, y, antes de que concibas la absurda idea de desobedecerme, déjame decirte que el caballero de Cristo que te lleva esta misiva,
frey
Estevão Rodrigues, ha pasado ya por Taradell con instrucciones claras para tu abuelo y tu tío, de manera que nadie de la familia te prestará un sueldo más por mucho que supliques y yo, desde este momento, dejo de mandarte dinero. Vende tu corcel de torneos, así como tu caballo de carga, pon a buen recaudo tus armas y libera a tus sirvientes, puesto que, para la tarea que te voy a encomendar, sólo necesitarás el bridón principal, el de batalla, y por toda compañía, la de
frey
Estevão, que te será de gran ayuda en tu venidero quehacer, que paso a detallarte.

Quiero que para tu regreso a casa utilices, como hace siete años, el Camino de la Vía Láctea, el llamado Camino de Santiago. El papa Juan XXII y la Orden de los Hospitalarios de San Juan me habían encargado la recuperación de los tesoros templarios escondidos en él y tuvimos que recorrerlo como pobres
concheiros
buscando los signos de la
Tau
que marcaban los enclaves secretos. Pues bien, dado que te encuentras muy cerca del inicio del Camino en Aragón, es mi deseo que cabalgues hasta los Pirineos y comiences la ruta en el
Summus Portus
[2]
, donde muere una de las cuatro vías francesas, la tolosana, ya que por allí entramos tú y yo procedentes de Aviñón llevando una copia del
Codex Calixtinus
como única guía para el Camino. Ahora, esta misiva mía que tienes en las manos será tu
Liber peregrinationis
, dado que en ella te doy precisas instrucciones que debes seguir, la primera de las cuales es la siguiente: olvídate del caballero Jonás de Born, déjalo atrás y parte como peregrino, sólo como peregrino, como viajero, como caminante, y no te lleves a engaño pensando que se trata exclusivamente de recorrer, por un extraño capricho de tu padre, una vieja ruta milenaria.

Estoy seguro de que te estarás preguntando con irritación por qué te humillo de esta forma, arrebatándote de los brazos de tus damas y obligándote a repetir, en la pobreza más inconveniente para un rutilante caballero, una ruta de peregrinación que no tiene nada de sencilla ni de fácil ni de cómoda. Pues bien, además de mi deseo de que cultives los valores del peregrino, Sara y yo hemos pensado que sería muy bueno para ti que pudieras reflexionar larga y seriamente sobre tu vida y tu futuro durante las jornadas que emplearás en culminar el Camino. Descubrirás que jamás se pierde el tiempo cuando se pasa en compañía de uno mismo y qué decirte de las ventajas añadidas a ese mudo diálogo si lo estableces mientras caminas o cabalgas, en contacto con las energías de la Naturaleza. Quiero que aprendas que, en esta vida, nadie tiene una morada segura en ninguna parte y que nuestra suerte es siempre la tierra extraña, el difícil acomodo a lo nuevo y el constante alejamiento de lo acostumbrado. Esto nos obliga a no perder el tiempo ocupándonos en cosas vulgares. Como la mudanza es nuestro hogar, cuanto más baja e indefensa sea nuestra situación, tanto más hemos de guardar interiormente la integridad.

El Camino del Apóstol cambió mi vida hace siete años, así como la vida de Sara y la tuya. A mí me hizo comprender que no estaba en mi destino continuar sirviendo a la Iglesia como monje sanjuanista. A Sara, la judía hechicera de París, la
berrieh
[3]
que estuvo a punto de morir, siendo niña, a manos de la Inquisición y que tuvo que huir de su hogar al poco de conocernos, abandonando sus parcas posesiones para salvar nuevamente la vida, el Camino la liberó de su difícil pasado y le dio un futuro que no tenía y una felicidad que no esperaba. A ti te devolvió un padre, un linaje y te ayudó a despertar esa gran inteligencia que hará de ti en el porvenir, a no dudar, un hombre sabio y de bien. El Camino a nadie deja indiferente y, por eso, los andariegos lo recorren desde hace miles y miles de años, siguiendo al sol hacia el oeste, pues no siempre fue el Camino del Apóstol, pero sí el Camino hacia el Fin del Mundo.

Pero aún hay algo más en mi extraño deseo de que peregrines nuevamente por la ruta de la Vía Láctea, un motivo que no conoce nadie, ni siquiera Sara, que acaba de salir por la puerta en pos de tu veloz y escurridiza hermana Saura —cuyo quinto cumpleaños celebraremos al mismo tiempo que tu llegada a casa—. El Camino ha sido siempre, ya lo sabes, la senda por la que ha circulado el conocimiento iniciático y donde se han preservado los misterios de la antigüedad en el arte y la arquitectura gracias a los gremios y hermandades de canteros, pontífices
[4]
y constructores. Tienes mucho que aprender, caballero Jonás de Born, y
frey
Estevão Rodrigues te acompañará, como si fuera yo mismo, en esta nueva e importante andadura de tu vida. Espero que seas digno, hijo mío, de lo que vas a recibir.

II

Procúrate un recio bordón para cuando debas abandonar tu caballería y caminar, una adecuada calabaza para el agua, una caja de estaño para los documentos y salvoconductos, un amplio sombrero, una esclavina para el frío y el mal tiempo y una buena escarcela para guardar la comida. No será mala idea recordarte que, la vez anterior, te caíste redondo nada más poner el pie en la cima del
Summus Portus
porque no sé qué mal juicio te hizo desear la corona de espinas de los mártires y dejaste de comer. Aunque entonces me deparaste numerosos quebraderos de cabeza, recuerdo ahora con estima que, a lo largo del Camino, muchas fueron tus repentinas e intensas vocaciones: en el
Summus Portus
quisiste ser mártir, días después, caballero del Santo Grial, cerca ya del final de nuestro viaje, marinero, y, por fin, en Serra d'El-Rei, llegaron a apodarte Jonás
el companheiro
porque, cada poco, empezabas como aprendiz de un oficio diferente. Afortunadamente, pronto me vi obligado a mandarte con tu abuelo para que, tras otorgarte cartas de legitimidad como De Born, pudieras convertirte en caballero, ya que, de otro modo, habría tenido que sacarte del pueblo antes de que los gremios de artesanos te echaran a patadas. El día que te desmayaste en el
Summus Portus
tuve que llevarte en angarillas hasta el cercano hospital de Santa Cristina, uno de los hospitales de peregrinos más importantes del mundo, donde pasaste dos días recuperándote mientras yo exploraba, solo, las localidades cercanas. Por ello quisiera que, en esta ocasión, apenas cruces el puerto, visites la pequeña iglesia de Villanúa, que no viste, donde encontrarás una muy hermosa imagen de Nuestra Señora que quizá te llame la atención por el color de su piel, ya que es una Virgen negra.

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