Peluche (12 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—¡Eh, vosotros... qué, de fiesta? —les grita el bajista

Apuran el peta. Le miran con cara de asco. Se colocan los guantes y suben al escenario.

—Hola —les digo

—¿Pasa coleguita? —me preguntan al unísono Raúl y Alejandro

—Aquí otra vez

—Sí —me dice Raúl—, tenía que venir el Juanpe a ayudarnos pero su mujer estaba a punto de parir

El bajista nos increpa. Nos ponemos manos a la obra. Raúl y Alejandro recogen con habilidad. Me piden el precinto. Se lo lanzo. Van a toda ostia. Les imito. Acabamos con los cables. Ricardo conduce el camión y recula hasta el escenario. Rampa abajo. Bajamos los altavoces y los vamos introduciendo al fondo del camión. Cajas metálicas con ruedas, tramos de luces, tarimas, monitores y por último los instrumentos de los músicos. Miguel se acerca y nos pasa una botella de agua fresca. Bebemos. Tengo las manos sucias. Me duele la espalda y la rodilla de un golpe que me he dado con el canto de una tarima. Raúl y Alejandro se despiden. Técnicos y músicos suben a la furgoneta. El guitarrista habla con Ricardo en la cabina. Bajo del escenario.

—Me marcho —les digo

—Nosotros vamos a tomar algo —me dice Ricardo

Salimos los tres del recinto. Charlamos hasta la plaza del pueblo. Los bares cerrados. Preguntamos. Calle abajo encontraremos una tasca abierta. Me despido con la mano.

—Vente, hombre —me dice el guitarrista

Bajamos la calle. Buscamos la tasca. Ni rastro. Un señor mayor abre la cortina de una puerta y sale. Ahí está. Entramos. Lleno de humo. Barra a la derecha. Dos hombres con el codo apoyado. A la izquierda tres mesas. Una vacía. Nos sentamos. Todos mirando la película porno en un pequeño televisor incrustado en un tronco de árbol. Un hombre gordo y peludo sodomiza a una chica asiática. Trago saliva y bajo la vista. El camarero nos atiende. Se parece al de la película. Tres cervezas. Ofrezco tabaco. Fumamos. En la pantalla dos chicas vestidas de ninja asaltan al que sodomiza y lo atan en una equis de madera.

—...acabado pronto —Ricardo al guitarrista

—El sábado vendrás tú también, ¿no?

—Sí, Martínez tiene disco móvil y...

La chica asiática coloca un par de pinzas en los pezones del señor. Empalmado. Mirando los cuerpos de las tres chicas. Cojo la cerveza de la mesa y de reojo el pecho del guitarrista. Bebo. Me tiembla el pulso. Una chica se agacha y sorbe el líquido que le gotea de la polla. Se la mete en la boca. El hombre empuja para que trague pero ella se aparta.

—...que para estar a finales de julio no hemos hecho muchos bolos — Ricardo al guitarrista

—Es que muchas comisiones de fiestas se esperan al último momento, y cuando quieran contratar se van a encontrar con una sorpresa

—¿Qué tal con el nuevo representante?

—Muy bien, ah, se me olvidaba, la semana pasada le llevamos el catálogo y dijo que estaba de puta madre, que lo de cambiarnos de traje le parecía buena idea. Nos preguntó quién nos había hecho las fotos y le dijimos que tu hermano, por cierto que ayer le llamamos para que fuera a la empresa porque se ve que le quiere hacer un par de encargos para unas orquestas y...

Giro la vista del cuello del guitarrista a la pantalla. Las chicas ninja se desnudan enfrente del hombre. A mi derecha, apoyado en la barra, un señor barriga por encima de la hebilla del pantalón se ajusta el bulto de su entrepierna para que pueda crecer con más holgura. Sigo su mirada al televisor. Una de las ninja se agacha en pompa y frota su sexo con el del hombre. La sodomizada anteriormente, lubrica un pene de látex que apenas si alcanza a rodearlo con los dedos y se lo muestra al caballero. La tercera desenrosca la equis de madera de tal forma que el hombre desciende con las piernas abiertas. La del pene lo clava en el suelo hacia donde se dirige el agujero del señor.

—...recuerdas qué bien lo pasábamos? —Ricardo al guitarrista

—Cómo voy a olvidarlo, aunque sea un poco más joven que tú

—Ya estamos

—¿Qué ha sido de Fernando?

—Pues, no sé...

El pene de látex perfora el ano. La ninja que maneja, para. La sodomizada se coloca a cuatro patas mirando a cámara y recula hasta que se introduce la polla del señor. La de la equis sigue bajando. La de delante empujando furiosa. El hombre grita. La enculada se aparta y un chorro de semen dispara a lo largo de su espalda. Se hace la muerta. La que maneja sube la equis pero el pene sigue dentro del caballero. La que miraba lo saca con manchas de sangre y disimulando lo guarda como si no pasara nada. Desatan al hombre. Los cuatro se abrazan. Fundido a negro en la pantalla. Nueva escena con tres hombres gordos y peludos bebiendo cerveza en la grada de un campo de fútbol. Una chica delgada se acerca y les ofrece pipas, quicos y piruletas.

—¿Vamos? —pregunta el guitarrista

Nos levantamos. Me acabo la cerveza de un trago. Me invitan. Salimos. El sol nos golpea en la cara.

—Lucas —me dice Ricardo—, ¿sabes de algún sitio donde podamos asearnos un poco?

—No sé, yo estoy hospedado en una pensión aquí cerca, si queréis venir no creo que os digan nada

—Podríamos dormir un poco —el guitarrista a Ricardo

—No se nos vaya a hacer tarde

—Estamos hasta las doce y nos vamos

—¿Por dónde se va? —me pregunta

Llegamos a la pensión. Abro la puerta. Pregunto en voz baja. El hostelero se acerca por el pasillo. Negocian. Se les queda a mitad de precio. Nos dirigimos a las habitaciones. Entro en la mía. Dejo el tabaco y las llaves en la mesita. Me tumbo en la cama en calzoncillos. Respiro. Me levanto de un salto. Bajo la persiana. Enciendo la luz. Abro la puerta. El guitarrista entra en el cuarto de baño. Me vuelvo a tumbar en la cama. Oigo el agua de la bañera. Enciendo un cigarro. Improviso un cenicero con un trozo de servilleta. Fumo. Deja de caer agua. Me levanto. Escupo y apago el cigarro. Abro la puerta. La del guitarrista se cierra en mis morros. Grabada en mi retina su espalda cubierta de pelo. Entro en el aseo. Meo. Mojo las manos. La cara. Me seco. Salgo del baño. Apago la luz. Algo en el suelo. La enciendo. Recojo unos calzoncillos XXL. Levanto la vista y el guitarrista con sus ojos clavados en los míos.

—¿Son suyos? —pregunto

—Se me deben haber caído

—Tome

—Gracias

Me acorrala con sus brazos en el marco de la puerta. Viste sólo toalla. Noto el calor de su cuerpo en mi cara.

—¿Estás bien? —me pregunta

—Sí —contesto tragando saliva

—¿Te apetece hacer cositas?

—Sí

—¿Cuál es tu habitación?

—Esa

—Está cerca de la mía

—Sí

—A menos de un metro —me dice susurrándome en la oreja

—Sí

—¿A qué esperas?

Abro la puerta. Entramos. Cierro. Doy la luz. Me giro. Está tumbado bocabajo en la cama. La toalla cuelga de la silla. Me acerco. Desnudo mi cuerpo. Llego en piel. Le abro las piernas. Pruebo la miel. La meto en el tarro. La saco. Antes de que me pueda tocar lanzo un chorro de semen por su espalda hasta su cuello. Me toco. Lanzo otro más corto. Respiro. Él se sigue moviendo. Le giro. Le meto un dedo en el agujero y me la trago hasta los huevos. Ricardo abre la puerta. Nos quedamos quietos.

—Pasa —le dice el guitarrista

—No era mi intención molestar —dice mirándome por detrás

—¿Verdad que no molesta? —me pregunta el guitarrista

Le digo que no girando la cara, sin sacarla de la boca. Ricardo entorna la puerta y se baja la cremallera. El guitarrista me agarra de la cabeza para que siga chupando. Ricardo se acopla a mis posaderas. Noto como le crece entre mis piernas. Chupo. Me lubrica el culo. Oigo la silla de ruedas. Refleja tras la puerta. Me giro y contemplo la escena a través del espejo que hay sobre la mesa. Veo como me penetra. Y no entra toda. Me miro a la cara por si empiezo a ver las estrellas. Sólo un cometa que entra y sale de mi boca hasta que explota. Me riega la vía láctea. Bajo a la tierra. Ricardo revienta. Las paredes de mi recto se calientan. Nos separamos. La silla de ruedas se aleja. El guitarrista coge la toalla y sale del cuarto. Ricardo se acerca, me da un beso en la frente, apaga la luz y cierra. Me tumbo en la cama. Duermo. Sueño con el cuento de la lechera. Despierto. Las doce y media. Me visto rápido. Salgo de la habitación. Llamo al hostelero. Llega tranquilo.

—Lo siento —le digo—, se me ha hecho un poco tarde, ahora mismo cojo la mochila y me largo

—No te preocupes, sigue durmiendo si quieres

—¿Seguro?

—No tengo más huéspedes

—Es usted muy amable

—Gracias

—¿Y mis compañeros de anoche?

—Se han marchado ya

—Ah

—Ricardo...

—¿Sí?

—Ricardo me dio un recado para ti

—¿Sí?

—Me dijo que había sido un placer conocerte y que te diera las gracias por todo, que tú ya sabías por qué

—Muchas gracias

—Y que...

—¿Sí?

—...que si alguna vez volvías a hacer autostop que allí le encontrarías, en la carretera

—Muchas gracias

—De nada, anda ve y duerme

—Gracias

Entro en mi cuarto. Apago la luz. Me tumbo en la cama. Pienso. Sonrío. Me duermo. Sueño con mis padres. Despierto. Las tres de la tarde. Recojo. Abro la ventana. Corre el aire. Salgo con él. Devuelvo las llaves al hostelero. Nos despedimos con un beso. Camino por la calle. Sigo la sombra de mi cuerpo al sol. Enciendo un cigarro. Llego a la plaza. Entro en el bar. Me acerco a la barra y miro tras el cristal. Dudo. Le pido al camarero un bocadillo de albóndigas con salsa y un agua. Espero. Me sirve. Pago. Salgo del bar comiendo. Por la acera hasta el final de pueblo. Hago dedo. No paran. Dejo la mochila en el suelo. Termino el bocadillo. Bebo agua. Se detiene un coche. El conductor baja la ventanilla y me pregunta dónde puede encontrar una farmacia. Le digo que no soy de aquí, que pregunte en la plaza. Arranca y se va. Espero. Pasan coches. No paran.

EL HIPERMERCADO

Apoyo el pie en la rueda de un camión estacionado. Sigo haciendo dedo. Nada. Enciendo otro cigarro. Fumo. Miro al suelo. Estoy interrumpiendo la marcha de una hilera de hormigas. Aparto el pie. Se marean y al final siguen en línea recta. Fumo. Oigo un ruido y levanto la vista. El camionero va a salir. Me aparto. Le pregunto si me puede llevar. Se despereza y me pregunta adónde voy. Le digo que me da igual. Me dice que para Almería. Le digo que bien. Hace un gesto para que suba. Cojo la mochila del suelo y corro por delante de la cabina hasta la puerta del copiloto. Abre, subo, cierro. Me dice que está mal cerrada. La abro y vuelvo a cerrar con más fuerza. Arranca. Intermitente, freno de mano, salimos. Bajo la ventanilla y tiro el cigarrillo. El camionero se despereza al volante.

—¿Dormía? —pregunto

—Estaba pegando una cabezada

—No le habré despertado

—Estaba entre aquí y allí, te he visto haciendo dedo

—Gracias por subirme

—De nada

Hombre alto y corpulento. Rubio con perilla. Conduce serio. Miro a la carretera. Conecta la radio y aprieta la cinta con el dedo. Suena una sevillana. Canta.

Me dijiste que fuera a la orilla del río y cuando llegué

ya era tarde

porque tú

te habías ido

Y no me digas que me quieres no me digas que eres mío que al llegar ya era tarde

ay, amor

te habías ido Y ahora vienes a buscarme

con tu traje

bien vestío

y el caballo

que dijiste

que algún día sería mío

Pero esa tarde

en el río

llegó otro hombre bien parecío

y le dije

amor mío

que su corazón era mío

Que su corazón era mío

le dije

amor mío

a otro hombre bien parecío que me recogió en el río

Le sigo mirando. Sonrío. Me mira.

—¡Ole! —le digo

—¡Ea!

Suena otra sevillana. Tararea.

—Canta muy bien —observo

—Gracias

Baja el volumen.

—Ya me he despertado, ¿de vacaciones? —me pregunta

—Sí

—¿Adónde vas?

—No sé

—A algún sitio irás

—De momento a Almería

—Pues, ¿de dónde vienes?

—De Calanda

—Buena tierra

—Buena gente

—¿De dónde eres?

—De Castellón

—No he estado nunca en Castellón, pero he pasado muchas veces

—Es una ciudad tranquila

—¿Vives solo?

—Con mis padres

—¿Qué edad tienes?

—Veinticuatro

—Yo a tu edad ya me había ido de casa, volví un año después,

aguanté dos meses y me largué para siempre

—¿Te llevabas mal con tus padres?

—No, me gustaba vivir a mi aire

—Yo de momento estoy bien

—Ahora os quedáis hasta los treinta

—No sé

—Si estás bien

—¿Tienes hijos?

—¿Yo? No, soy gay. Vivo con mi novio, que es casi como tener un

niño pequeño

—Yo también entiendo

—Lo sé

—¿Se me nota mucho?

—Un poco

—¿Sólo un poco?

—Mucho. Bastante, quiero decir

—Vaya

Continúan las sevillanas. Me imagino bailando con traje blanco

estampado manchas rojas a juego con los zapatos, abanico y peineta.

—¿Has tenido muchos novios? —pregunto— Antes, claro —puntualizo

—No, bueno, sí, pero sólo me duraban dos días

—¿Y eso?

—Pensaba demasiado en el sexo, en salir por ahí, en divertirme

—¿Con tus amigos?

—Y solo también. Me metía en cuartos oscuros, saunas, cuartos de

baño públicos, privados, estaciones de metro. Sexo anónimo en tiempo récord

—Joder

—Completamente obsesionado

—¿Y ahora?

—Ahora también, pero con otras cosas

—¿Qué cosas?

—Hablar, conocer gente

—Pues este trabajo es ideal

—No, el camión es de Brian, mi novio, lo tengo con gripe en la cama.

Yo trabajo en un hipermercado

—¿Y qué haces?

—Llevo el departamento de bricolaje

—¿Libras el fin de semana?

—Un sábado sí, otro no. Aunque mañana domingo a las seis de la

mañana empezamos el inventario semestral

—A contarlo todo

—Exactamente

Oscurece. Me duermo. Despierto. El camionero conduce en silencio.

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