Authors: Edgar Rice Burroughs
Una feliz idea se me ocurrió entonces, mientras me encontraba en la pequeña cubierta del Amoz con el primero de los primitivos cañones de Perry a mi espalda. Cuando Ja, el primero en rendirme homenaje, se arrodilló a mis pies, desenfundé de la vaina a su costado la espada de hierro forjado que Perry le había enseñado a trabajar. Tocándole con ella suavemente en su hombro le hice rey de Anoroc. A cada capitán de las cuarenta y nueve faluchas restantes le nombré duque. Después dejé que Perry les informase del valor y los honores que les había conferido.
Durante aquella ceremonia Rajá y Raní permanecieron junto a Dian y a mí. Sus estómagos habían sido bien atendidos, pero todavía tenían dificultades para no alterarse con tanta humanidad comestible pasando a su lado. Para ellos fue una buena educación, y tras esto no volvieron a tener problemas para asociarse con la raza humana sin que se despertase su apetito.
Después de que acabaran todas las formalidades tuvimos la oportunidad de hablar con Perry y Ja. El primero me contó que Ghak, rey de Sari, le había enviado mi carta y mi mapa por medio de un mensajero, y que Ja y él decidieron al instante comenzar la construcción de una flota para determinar la certeza de mi teoría acerca de que el Lural Az, en el que se encontraba el archipiélago de Anoroc, era en realidad el mismo océano en el que se bañaban las costas de Thuria bajo la denominación de Sojar Az, o Gran Mar.
Su destino era la isla refugio de Hooja; así enviaron un mensaje a Ghak informándole de sus planes e indicándole la conveniencia de trabajar conjuntamente. La tempestad que nos alejó de la costa también les había desviado a ellos hacia el sur. Poco antes de encontrarnos habían llegado hasta un gran grupo de islas; navegaban entre las dos islas mayores cuando descubrieron la flota de Hooja persiguiendo nuestra canoa.
Le pregunté a Perry si tenía alguna idea de dónde nos encontrábamos, o en qué dirección se hallaba la isla de Hooja o el continente. Me contestó mostrándome su mapa, en el que había señalizado cuidadosamente las islas recién descubiertas, que aparecían descritas como las Islas Hostiles, y que marcaba la isla de Hooja al noroeste de donde nos hallábamos, a unos dos grados dirección oeste.
Luego me explicó que con la brújula, el cronómetro, el cuaderno de bitácora y el carrete, habían mantenido un registro razonablemente preciso de su rumbo desde el momento en que habían zarpado. Cuatro de las faluchas iban equipadas con tales instrumentos, y todos los capitanes habían sido instruidos en su manejo.
Me quedé sorprendido de la facilidad con la que aquellos salvajes habían dominado los intrincados detalles de aquellas técnicas tan extrañas para ellos, pero Perry me aseguró que eran una raza extremadamente inteligente y que eran muy rápidos en comprender todo lo que él intentaba enseñarles.
Otra cosa que me sorprendió fue todo lo que habían hecho en tan poco tiempo; no podía creer que desde que me había marchado de Anoroc hubiera transcurrido el tiempo suficiente como para permitir la construcción de una flota de cincuenta faluchas y la explotación de un yacimiento de hierro para los cañones y las balas, por no decir nada de la fabricación de estas armas y los toscos fusiles con que iban armados los mezops, o la pólvora y las municiones, de las que parecían disponer en amplias cantidades.
—¡Tiempo! —exclamó Perry—. Bien, ¿para ti cuánto ha transcurrido desde que te marchaste de Anoroc hasta que te recogimos en el Sojar Az?
Era imposible calcularlo, y así tuve que admitirlo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido ni Perry tampoco, porque el tiempo no existe en Pellucidar.
—Como puedes ver, David —continuó—, he tenido unos medios increíbles a mi disposición. Los mezops que habitan en las islas de Anoroc, que, por cierto, se extienden hacia el mar más allá de las tres islas principales con las que estás familiarizado, se cuentan por millones, y la mayor parte de ellos son aliados de Ja. Hombres, mujeres y niños se turnaron en la tarea desde el momento en que Ja les explicó la naturaleza de nuestra empresa. No sólo están dispuestos a hacer todo lo posible para que llegue el día en que los mahars sean derrocados, sino —y esto es lo más importante— que sencillamente tienen hambre de conocimientos y de mejores formas de hacer las cosas. El contenido del Excavador excitó sobremanera su imaginación, de forma que ansiaron para sí el conocimiento que ha hecho posible a otros hombres el crear y construir todo lo que trajiste contigo del mundo exterior.
—Por eso —continuó el anciano—, el elemento del tiempo, o mejor dicho, el de la ausencia de tiempo operó a mi favor. Al no existir la noche no dejaron de trabajar; lo hicieron de forma incesante, deteniéndose sólo lo necesario para comer, y, en raras ocasiones, para dormir. Una vez que hallamos hierro, en un increíblemente corto espacio de tiempo, extrajimos la cantidad necesaria como para construir mil cañones. Sólo tuve que enseñarles una vez como se podía hacer algo semejante y se pusieron a trabajar para construir miles. Tan pronto como terminamos el primer fusil y lo vieron funcionar, al menos tres mil mezops empezaron a construir tales armas de fuego. Naturalmente, al principio hubo una gran confusión y se perdió un poco del espíritu inicial, pero finalmente Ja pudo controlar la situación eligiendo a varios grupos para que, bajo el mando de lideres capaces, realizasen satisfactoriamente la tarea. Ahora poseemos a cien hombres expertos en la fabricación de pólvora. En una pequeña isla aislada del resto tenemos una gran factoría. En el continente, cerca de la mina de hierro, hemos instalado una gran fundición, y en la costa este de Anoroc un astillero bien equipado. Todas estas industrias están protegidas por fuertes en los que hay montados varios cañones y siempre hay guerreros custodiándolos. Ahora te sorprendería el aspecto de Anoroc, David. Yo mismo estoy sorprendido; si lo comparo con el que tenía el primer día que bajé de la cubierta del Sari, me da la impresión de que sólo un milagro ha podido operar el cambio que ha tenido lugar.
—Es un milagro —convine—; es una especie de milagro el poder transplantar todas las enormes posibilidades del siglo veinte a la edad de piedra. Es un milagro el pensar que sólo quinientas millas de tierra separan dos épocas que en realidad distan eras y eras. ¡Es maravilloso, Perry! Pero todavía es más maravilloso pensar en el poder que tú y yo tenemos en este mundo inmenso. Esta gente nos ve poco menos que como superhombres. Ahora debemos demostrar que lo somos. Tenemos que darles lo mejor de nosotros mismos, Perry.
—Sí —convino—; tenemos que dárselo. Ultimamente he estado pensando mucho en un nuevo tipo de granada o de bomba que sería una magnífica innovación para su arsenal. También he visto en unas revistas unos rifles de repetición que quiero apresurarme a estudiar para aprender a reproducirlos tan pronto como estemos preparados; y también...
—¡Tranquilo, Perry! —exclamé—. No me refiero a ese tipo de cosas. Estoy diciendo que debemos darles lo mejor que tenemos. Lo que hasta ahora les hemos dado es lo peor. Les hemos dado guerra y recursos para la guerra. En un solo día hemos hecho sus guerras infinitamente más terribles y sangrientas de lo que lo habían sido durante eras con sus primitivas y toscas armas. En un periodo que apenas habrá excedido de dos horas de la tierra exterior, nuestra armada prácticamente ha aniquilado a la mayor flota de canoas nativas que los pellucidaros jamás habían visto reunidas. Hemos masacrado casi a ocho mil guerreros con los "regalos" que trajimos del siglo veinte. ¡Con sus armas no habrían matado a tantísimos guerreros ni en una docena de guerras! No, Perry; tenemos que darles algo más que métodos científicos de matarse unos a otros.
El anciano me miró con asombro. En sus ojos había reproche.
—¡Pero, David! —dijo con tristeza—. Pensé que estarías contento con lo que había logrado. Lo planeamos todo juntos, y estoy convencido de tú lo sugeriste así. Sólo he hecho lo que creí que tú deseabas que hiciera, y lo he hecho lo mejor que he sabido hacerlo.
Entonces puse mi mano sobre el hombro del anciano.
—¡Bendito sea tu corazón, viejo amigo! —dije—. Has conseguido milagros. Has hecho exactamente lo mismo que yo hubiera hecho, sólo que tú lo has hecho mejor. No estoy buscando culpas, pero no quiero cegarme a mí mismo, ni dejar que tú lo hagas ante la gran tarea que tenemos por delante tras esta preliminar y necesaria carnicería. Primero tenemos que establecer el Imperio sobre una base sólida, y eso sólo lo conseguiremos introduciendo el miedo en el corazón de nuestros enemigos; pero después... ¡Ah, Perry! ¡Ese es el día que deseo que llegue! Cuando tú y yo podamos construir máquinas de coser en vez de navíos de guerra, segadoras para las cosechas en lugar de segadoras de hombres; ¡rejas de arado, teléfonos, colegios, escuelas, papel, imprentas! ¡Cuando nuestra marina mercante pueda surcar los enormes mares de Pellucidar, y los cargamentos de libros, sedas y máquinas de escribir puedan atravesar los caminos donde los espantosos saurios han mantenido su poder desde el principio de los tiempos!
—¡Amén! —dijo Perry.
Y Dian, que se encontraba a mi lado, apretó mi mano.
L
a flota navegó directamente hacia la isla de Hooja, anclando en su extremo noreste ante la colina en la que se encontraba la fortaleza. Envié a tierra a uno de los prisioneros exigiendo una rendición inmediata; pero como él mismo me contaría más tarde, no creyeron nada de lo que les contó, y se congregaron en la cima del risco disparando sus flechas hacia nosotros.
Como respuesta hice que cinco de las faluchas les cañoneasen. Ante el estruendo de las aterradoras explosiones, la visión del humo y los proyectiles de hierro, huyeron precipitadamente. Entonces hice desembarcar a doscientos guerreros rojos, y les conduje al extremo opuesto de la colina, hacia el túnel que conducía a su cumbre. Allí encontramos alguna resistencia, pero una descarga de nuestros fusiles hizo retroceder a los que nos disputaban el paso, y, en breve, alcanzamos la mesa. Una vez allí, de nuevo encontramos resistencia, pero finalmente el resto de la horda de Hooja acabó por rendirse.
Juag estuvo a mi lado en todo momento, y no perdí tiempo en devolverle a él y a su tribu la colina que durante eras había sido el hogar de sus antepasados hasta que Hooja se la arrebató. Fundé un reino en la isla y nombré rey a Juag. Antes de partir fui en busca de Gr—Gr—Gr, el caudillo de los hombres bestia, llevando conmigo a Juag. Entre los tres pactamos un código de leyes que permitiera a los hombres bestia y a los seres humanos vivir en paz y armonía. Gr—Gr—Gr envió a su hijo conmigo a Sari, la capital de mi Imperio, para que pudiera aprender las costumbres de los seres humanos. Tenía esperanzas de hacer de aquella raza los mejores agricultores de Pellucidar.
Cuando regresé a bordo me enteré de que uno de los isleños de la tribu de Juag, que se encontraba ausente cuando llegamos, acababa de volver del continente con noticias de que un gran ejercito se hallaba acampado en la Tierra de la Horrible Sombra y estaba amenazando Thuria. A toda prisa levamos anclas y partimos hacia el continente, al que llegamos tras un corto y sencillo viaje.
Desde la cubierta del Amoz examiné la costa gracias a los gemelos que Perry había traído consigo. Cuando estuvimos lo bastante cerca como para que los gemelos pudieran ser de utilidad, divisé lo que en verdad era un inmenso contingente de guerreros rodeando completamente la vallada ciudad de Goork, el jefe de los thurios. Al aproximarnos los objetos más pequeños se hicieron finalmente discernibles. Fue entonces cuando descubrí numerosas banderas y estandartes ondeando por encima de los sitiadores.
Llamé a Perry y le pasé los gemelos.
—Ghak de Sari —dije.
Perry miró a través de las lentes durante un momento, y luego se volvió hacia mí con una sonrisa.
—El rojo, blanco y azul del Imperio —contestó—. En efecto, es el ejercito de su majestad.
Enseguida se hizo evidente que habíamos sido avistados por los que se hallaban en la costa, ya que una gran multitud de guerreros se congregó a lo largo de la playa observándonos. Anclamos lo más cerca que pudimos, lo que hablando de nuestras ligeras faluchas quiere decir muy cerca de la costa. Ghak también se encontraba allí, con los ojos tremendamente abiertos, ya que, como nos diría más tarde, aunque suponía que debía de ser la flota de Perry, le maravilló tanto que no podía dar crédito a sus ojos mientras la veía aproximarse.
Para dar el efecto adecuado a nuestro encuentro, ordené que cada falucha hiciese veintiún disparos como saludo a su majestad Ghak, rey de Sari. Algunos de los artilleros, llevados por su entusiasmo, dispararon con fuego real; pero afortunadamente tuvieron el buen juicio como para apuntar a mar abierto y no dañar a nadie. Tras esto desembarcamos; una ardua tarea, por cierto, ya que cada falucha tan solo contaba con una piragua.
Averigüé por Ghak que Goork, el caudillo thurio, parecía inclinado a la arrogancia, y le había indicado a Ghak el Velludo que no sabía nada de mí, y ni mucho menos le preocupaba. Pero me imagino que la visión de la flota y el ruido de nuestros cañones le devolvió a sus cabales, ya que no pasó mucho tiempo antes de que enviase una delegación invitándome a visitarle a su poblado. Una vez allí se disculpó por el tratamiento que me había dispensado, juró de buena gana lealtad al Imperio, y a cambio recibió el título de rey.