Todd lo examinó por encima. A continuación, dio un pequeño grito de alegría.
—Señor Olivera, acaba usted de hacerme el hombre más feliz del mundo. Suba a casa y coma algo.
Dejando a un lado la cautela con la que solían tratar a los desconocidos, dejaron que Manny Olivera arrastrara su moto al interior de la verja.
—¿No quiere arrancarla y subirla arriba? —preguntó Lisa.
—No, señora. La gasolina es algo muy preciado, mejor voy caminando. ¿La moto estará bien aquí?
—Sí, claro —contestó Lisa—. Aún no las ha visto, pero contamos con algunas medidas de seguridad. Esas colinas tienen ojos.
Cuando los cuatro llegaron a la casa, Todd convocó a toda la gente disponible para que acudieran al salón y les mostró el deteriorado sobre.
—Tengo una carta aquí que os va a interesar a todos. El remite dice: «Los Layton. Granja de los Prine, 1585. Carretera del condado, 20. Morgan, Utah». —Durante casi medio minuto todo fueron gritos y expresiones de alegría. Todd leyó la carta en voz alta para todos. Antes de empezar, activó la TRC-500 de manera que Lon Porter, que estaba en el POE, pudiera también escuchar.
—La carta está fechada el 20 de junio de este año, así que ha ido bastante rápido teniendo en cuenta que ha venido por Pony Express. Dice lo siguiente:
«Queridos Todd, Mary y quienquiera al que lleguen estas palabras:
Terry y yo queremos que sepáis que estamos a salvo y que vivimos de forma temporal en una granja a cinco kilómetros al norte de la ciudad de Morgan, en Utah (cuarenta kilómetros al nordeste de Salt Lake City, mirar el mapa adjunto). Buena parte del camino desde Chicago hasta aquí lo hicimos a pie. Teníamos planeado descansar durante una semana para coger fuerzas y continuar ruta hacia el refugio, pero Terry sufrió una caída de una escalera, con tan mala suerte que se rompió la rótula. De eso hace casi dos meses. Me temo que la rotura no está curando como debiera. No creo que tengamos forma alguna de continuar, por lo menos no a pie.
Esperamos que os encontréis bien. Esta es la tercera carta que os enviamos. Si habéis recibido alguna de las otras dos, disculpad la redundancia. Sin embargo, imaginamos que enviar diferentes cartas utilizando distintos correos será la mejor forma de conseguir que nuestro mensaje llegue hasta vosotros.
Nos estamos quedando en una habitación que hay de sobra en la granja de los Prine. Son una gente maravillosa. Son mormones, al igual que la mayoría de nuestros vecinos, así que ya estaban bastante preparados antes del colapso. A cambio de que nos den sustento, yo hago de guardia de seguridad nocturno de la granja. Durante el día, también les echo una mano con algunas de las tareas más pesadas (arreglar vallas, partir leña, etc.). Terry aún tiene que guardar cama la mayor parte del tiempo.
Los Prine, sensibles a la lesión de Terry, nos han dicho que podemos quedarnos tanto tiempo como queramos, pero no deseamos abusar de su hospitalidad ni de su reserva de alimentos (la hermana de la señora Prine, su marido y sus dos hijos adolescentes se trasladaron aquí hace tres semanas y el suministro de comida almacenada no tardará en llegar a una situación crítica). ¿Cabe la posibilidad de que pudierais trasladarnos desde aquí hasta el refugio? Soy consciente de la magnitud de mi petición y de los riesgos que implica, así que no dudéis en decir que no.
Para evitar cualquier posibilidad de que nos crucemos, prometemos quedarnos aquí hasta recibir alguna noticia vuestra. Enviad, por favor, si tenéis oportunidad alguna respuesta vía mensajero o por radio. ¿Podéis sintonizar por la noche la red de mensajes de banda ciudadana?
Bueno, eso es todo de momento. Esperamos que todo marche bien por allí.
Que Dios os bendiga.
Ken y Terry».
Durante la comida, Manny Olivera les estuvo hablando de la situación en el sur de Idaho. Les contó que varias ciudades, entre las que se incluía Caldwell, se habían mantenido prácticamente ajenas al caos. Otras sin embargo, como Idaho Falls y Boise, habían sido arrasadas.
—En cuestión de tres días, la mitad de Boise fue pasto de las llamas, casa por casa. Solo había dos camiones de bomberos en funcionamiento. Como el dinero ya no servía para nada, la mayoría de los funcionarios locales decidieron no ir a trabajar. Los pocos bomberos que acudían e intentaban combatir las llamas eran abatidos a tiros. Mi hermano estuvo allí, él vio todo aquello y me lo contó. Fue algo espantoso.
Tras terminar de comer, Todd le ofreció a Manny unas monedas de oro como recompensa por haber entregado la carta, pero este las rechazó.
—¿Aparte de invitarte a comer hay algo más que podamos hacer por ti? —le preguntó entonces Todd—. No me parece suficiente teniendo en cuenta que te has desviado ciento veinte kilómetros de tu ruta para entregar esta carta.
—Quizá me podría venir bien un poco de gasolina —dijo Manny después de una larga pausa.
—Pon en marcha ese trasto y sube hasta la parte de atrás del garaje —contestó Todd sin pensárselo dos veces—. Está en el cobertizo prefabricado. Te llenaremos el depósito y los dos bidones.
—¿Es gasolina de buena calidad? —preguntó Olivera ladeando un poco la cabeza—. Mucha gente está teniendo problemas con eso durante el último año.
—No te preocupes. Le pusimos estabilizador Sta-Bil. Aguantará en condiciones por lo menos un par de años más.
—He oído que en algunos sitios como en Iowa y Kansas han empezado a fabricar etanol, gasolina de maíz. Aunque no funciona bien con todos los motores.
Al poco tiempo, Olivera había llenado el tanque de su Harley y los dos bidones de diecinueve litros. Dan Fong se acercó a Manny y le puso en las manos una caja de balas de 9 mm con la punta hueca.
—Tío, me parece que a ti te van a hacer más papel —le dijo Fong de todo corazón.
—Muchas gracias
—contestó Olivera en español, sonriéndole. A continuación, se metió la caja de munición en uno de los bolsillos de su chaqueta de campo, estrechó las manos de todos y les volvió a dar las gracias. T. K. lo acompañó para abrir la puerta y Manny reemprendió su camino despidiéndose de todos con la mano. Una vez se hubo ido, Todd convocó otra reunión. Della sustituyó a Lon en el puesto de observación y escucha.
Conforme se desarrolló la reunión, enseguida quedó claro que algunos de los miembros del grupo se mostraban entusiasmados con la idea de hacer una expedición para ir a por Ken y Terry, mientras que otros, entre los que estaban Lon Porter y Lisa Nelson, manifestaban que era necesario actuar con más precaución.
—Conocemos bastante bien las condiciones que hay en la zona más próxima, pero a partir de treinta kilómetros lo que puede haber nos es tan desconocido como la región antartica —expuso Lon con franqueza—. Es posible que haya zonas enteras controladas por los forajidos. Podría haber emboscadas y cortes en las carreteras. Y si viajamos a campo traviesa podríamos encontrarnos con gente infectada por enfermedades como el cólera. Desde mi punto de vista, no vale la pena correr riesgos de esa magnitud.
Tras debatir el tema detenidamente, se decidió que el grupo le debía mucho a Ken y a Terry, y que debían hacer un esfuerzo para traerlos hasta el refugio. Las palabras de T. K. al respecto fueron decisivas.
—Recuerdo una frase de un tipo llamado Saganelian —dijo con voz rotunda—: «Cada riesgo tiene sus compensaciones». Estoy deseando arriesgarme en lo que sea preciso para que volvamos a estar todos juntos. A eso fue a lo que nos comprometimos desde el principio de todo esto. Y sí, de acuerdo, allí donde nos aguardan, se hallan a salvo, pero se están aprovechando de la gentileza de los Prine. En la carta dice claramente que cada vez queda menos comida para la familia en su conjunto. Aparte de esto, yo no soy de los que dicen «lo siento, mala suerte», ni de los que creen que no hay salida para determinadas situaciones. Simplemente tenemos una misión que llevar a cabo. Harán falta tres individuos, un vehículo de cuatro ruedas y doce o más bidones de gasolina. Lo ideal sería que fuéramos los solteros. Por eso, yo soy el primero en proponerme voluntario.
—Yo también voy —dijeron sin pensárselo dos veces y casi al mismo tiempo Kevin, Dan y Doug.
—Contad conmigo también —añadió Jeff Trasel un momento después.
—¿Qué interés tienes tú en todo esto, Doug? —preguntó Todd algo desconcertado—. Tú ni siquiera conoces a los Layton.
—Pero son parte del grupo, ¿no? —contestó Carlton—. Nos hemos estado comiendo parte de la comida que reunieron, ¿no es cierto? Ken arregló la mayor parte de los coches que hay aquí. De no ser por él, no tendríamos medios de transporte seguros. Terry Layton ha supervisado toda la logística, y no se le pasó nada por alto. No tendríamos una despensa tan bien surtida de no ser por ella. Yo creo que estoy en deuda con los dos.
El debate acerca de quiénes eran los que debían ir se centraba en las habilidades tácticas de los que se habían presentado voluntarios y en cómo podría la milicia seguir adelante en caso de que no regresaran. Aunque no se dijera, todos tenían en mente la cuestión de la soltería. Al final, fueron elegidos T. K, Dan y Kevin. Al darse cuenta de que los tres eran solteros, a Todd le vino a la cabeza la expresión «eran prescindibles». Tenía claro que los tres hombres no se lo iban a tomar a mal. Como casi siempre sucedía en el refugio, las decisiones se tomaban por cuestión de lógica pura y dura. Los maridos tenían el deber cristiano de cuidar de sus mujeres. La elección más lógica para una misión de riesgo era escoger a los solteros.
Los preparativos para el viaje duraron cuatro días. Primero de todo vino la elección del coche que llevarían: el Bronco de T. K. Luego cambiaron las baterías por las del Power Wagon de Todd, ya que este era el vehículo que más habían usado y que estaba mejor de carga. Los depósitos de gasolina del Bronco se vaciaron en bidones y luego se volvieron a llenar con la gasolina almacenada detrás del garaje.
Si hubiese sido por Mary, los Gray habrían sustituido el edificio que servía de garaje y taller poco después de comprar el refugio. Todd lo describía como «feo como un pecado, pero sumamente práctico». Mary decía que simplemente era «feo y punto». Todd lo defendía diciendo que el edificio era un cobertizo prefabricado de acero galvanizado original de la segunda guerra mundial. Estaba cimentado sobre un bloque de cemento y tenía dos pares de puertas corredizas, una a cada lado. A Todd le gustaba porque, al igual que la casa, era completamente ignífugo. Las únicas modificaciones que Todd había hecho fueron soldar unos barrotes en las ventanas laterales y añadir algunas cerraduras en las puertas.
Como la seguridad del garaje no era considerada tan importante como la del resto de la casa, Todd no reforzó especialmente los barrotes de las ventanas. Los construyó con las varillas que se usan para las estructuras de revestimiento de cemento, conocidas popularmente como mallazo. Pese a que los barrotes estaban hechos de acero suave, serían suficientes para resistir los embates de cualquier ladrón que no se dejase la piel en ello. Después de instalar los cerrojos, Todd encargó en Suministros Gainger un juego de una docena de candados de la serie Master de cuatro centímetros y de llave única. Con este sistema, una sola llave podía abrir cualquiera de los candados que había en el refugio; de esa forma se evitaría toda posible confusión. Finalmente, Todd colocó los candados en el interior de la rampa de madera y en cada una de las edificaciones anexas. Otro de los candados fue colocado en la puerta que daba al camino.
El garaje fue el lugar donde los Gray se gastaron más dinero antes del colapso, ya que aquel fue el sitio elegido para el almacenamiento de combustible. Tras pedir presupuestos a varias compañías, Todd y Mary escogieron una empresa de Lewiston para construir los depósitos subterráneos de gasolina. Cada uno de los dos que eligieron tenía tres mil setecientos litros de capacidad; uno para gasolina súper sin plomo y otro para diesel para el tractor.
Afortunadamente, el equipo que instaló los tanques no hizo apenas preguntas. Lo normal en la zona era instalar depósitos de entre mil y mil ochocientos litros y no hacerlos subterráneos. Todd le comentó a la cuadrilla de trabajadores que hacerlos así de grandes le permitiría tener margen para poder esperar a que el combustible bajara a niveles razonables en vez de tener que hacer su compra anual al precio que estuviese fijado en ese determinado momento. También hizo hincapié en que quería que los depósitos fueran subterráneos porque le aterraba el riesgo de los incendios forestales.
Todd y Mary confiaban en que los tanques de gasolina no levantarían sospechas. Tenían la sensación de que si hubiesen comprado depósitos de mayor capacidad, en Bovill se habría puesto en marcha la consiguiente cadena de rumores y habladurías.
Los depósitos no podían verse desde la casa, ya que estaban situados en el fondo del edificio que servía de garaje y taller. Eso era algo que incomodaba a Todd. Para resolver el problema, decidió que lo mejor sería instalar los conductos de relleno y las bombas manuales dentro del garaje.
Todd tuvo que abrir una trinchera de un metro de largo en el suelo de cemento del garaje. Kevin le ayudó con el proyecto. Tras una tarde entera de trabajo y destrozar parcialmente uno de los picos de Todd, cumplieron con el objetivo.
De nuevo con la ayuda de Kevin, Todd construyó en la pared (alrededor de las bombas manuales) una serie de armarios falsos hechos de contrachapado. También les pusieron un pasador y un candado. Al quedar escondidas las bombas, no había ningún signo externo de que los Gray tuvieran ningún depósito de almacenamiento de gasolina. A Kevin le encantó la idea del falso armario.
—Buen truco, Todd —dijo sonriendo la primera vez que Todd hizo referencia al proyecto.
★★★
Los preparativos para el viaje duraron varios días. Lon le hizo una puesta a punto al Bronco y dejó el motor al ralentí durante una hora. A continuación, hizo una exhaustiva revisión de los cierres, correas y tubos. Después, aflojaron los tornillos que sujetaban el techo del Bronco y lo quitaron. Acto seguido, doblaron el parabrisas hacia abajo hasta llegar al capó y lo unieron con una tela de saco sujeta con cinta adhesiva. Kennedy se planteó también la posibilidad de quitar las puertas, pero finalmente acabó pensando que valía más la pena contar con la protección que ofrecían contra las balas, aunque esta no fuese muy elevada, que la posibilidad de poder salir rápidamente del vehículo.