Read Paseo surreal (y otros delirios menos breves) Online
Authors: Nico Rotstein
Tags: #Fiction & Literature
Una vez afuera, y en mi analcohólica borrachera, pasé a apoyarme sobre la puerta del departamento que se oponía al cual me había eyectado. Estaba sin llave. Un inmenso orden me recibe moviendo la cola furiosamente. Era inmenso y familiar. Inmenso y familiar como cóctel perverso, no como una simple adición de propiedades. Inmenso y familiar como cuando todos convergen a la misma casa para festejar año nuevo. Así, el orden. La heladera, cuya puerta no está colgando de un hilito; es decir, no está cual puerta infante probando balancearse a sabiendas de la inminente caída (que es lo que hace que la cosa sea más atractiva) y mucho menos se cae, haciéndome pensar
“qué bueno que las puertas no lloran, mi dolor de cabeza no podría ser peor”
. ¿Y esa ensalada? No es inmensa, pero resulta ciertamente familiar. Qué prolijamente ubicada en la mesada. Da gusto. Me siento Ricitos de Oro, un poco, y sigo explorando.
La pieza de dormir está impecable. Goza de una perfección geométrica tal que podrías hacer las tareas de geometría de toda una vida usando como escuadra cualquier elemento de los que ahí yacen. Y todo huele bien. El departamento entero luce como cerrado al vacío, pero sin la sensación de encierro. Iluminado, perfumado, ordenado y con un 10 en geometría. Más bárbaro se tornaría ya rubicundo.
Haciendo un breve esfuerzo mental añado desprolijidad, ropa tirada sobre cada superficie horizontal, comida en los diversos estadios que van desde la frescura que dotaría de una porción de invierno a cualquier verano, hasta la putrefacción más avanzada que dotaría de frescura a cualquier excavación subterránea en un cementerio.
Abro ligeramente los ojos ya pegoteados de tanta lagaña perviviendo pese al constante refriegue. Y ese olor inmundo que no se sabe si viene de la cocina o del baño. Un ratito más y me levanto... ¿En qué estaba? Ah, el departamento espejado espacial y ordinalmente
♣
Dos metros por dos metros por dos metros de respectivos ancho, profundo y alto de aire envueltos en revoque, pintura y baldosas, todo eso blanco y bastante prolijo. En un metro por un metro por cero metros, el tipo. En la pared derecha (o la izquierda) hay una puerta. Cerrada. Siempre que se camina sobre ella (no hay prohibición) se la adjetiva con “trampa” y la pared sobre la cual se inserta no es más pared, sino que se denomina “piso”. Todo esto muy a pesar de la gravedad.
El tipo, sentado, con una pierna cruzando por sobre la otra y ésta dejándose cruzar, relaja la mandíbula inferior y efectúa una respiración profunda. Si él tuviese menos imaginación, no estaría ahí. Tampoco estaría ahí si la legislación local fuera menos estricta al respecto. Estaba terminantemente prohibido sobrepasar el Umbral de Imaginación (UI). Y él lo hizo. Sus amigos le decían “el Imaginario”, ya que, según decían, de tanto ficcionar “…él mismo se va a convertir en un ente inexistente”.
En el cuarto tenía una ventanita que era como una lámpara que se prendía coincidente y sorprendente (mente) con el aparecer del día. Era un show. Había sombras, bordes, picaportes anulados (uno) y manos y pies y elementos orgánicos. Primero, lo trivial: el cactus, la torre y el alfil se proyectaban sómbricamente contra paredes y piso y techo. Superado esto, lo complejo: las esquinas inferiores de la habitación formaban estrellas de tres puntas, las cuales eran infinitamente afiladas, como puntas de diamante para tallar más diamantes. Una endogamia de tipo escultural.
La ventanita y su permiso para con las esquirlas de luz bastaron para que el UI sea sobrepasado nuevamente por el Imaginario. Los guardias se encargaron de cerrarla. Los guardias no son muy hábiles. Dejaron hendija. Hendija en ventanita mediante, un haz de luz se movía al ritmo del amanecer y del ocaso con una variación muy pequeña, la cual se haría mucho más notoria seis meses después, con la llegada del verano. Este haz de luz supo demostrar una amplia variedad de avatares: estrella fugaz, mejor amigo, bengala, fantasma, satélite, confidente, ojo avizor, y algún que otro
et cætera
.
(Antes de despedirse, un amigo le dijo: “esos haces que hacés sólo los ases los hacen”. Además, “¿Cómo como como vos?”, le preguntaba una y otra vez, preocupado por su alimentación.
Flashbacks
en encierro eran siempre inevitabilísimos.)
Alarmados por la situación, y con una cuota abundante de hartazgo, los guardias no pudieron sino asombrarse por un nuevo
sorpasso
—en manos del mismo sujeto— del nivel máximo de imaginación impuesto. “¿Cómosesto?”, o algo parecido, dijeron. Revisaron el cuarto de arriba a abajo, de izquierda a derecha, de arriba a izquierda, de abajo a derecha, de arriba a derecha, y de abajo a izquierda. No encontraron nada, a pesar de que la explosión combinatoria entera fue minuciosamente calculada. Pero había un insospechado. Una insospechada. Una insospechada hendija. Faltos del doble sentido que acompañaría a su mal gusto, los guardias taparon la pequeña porción de ventana que aún permanecía en sus funciones. “Aitené”, o algo parecido, dijeron.
Ahora sí la oscuridad lo era en su totalidad, y justo dentro del cuarto del Imaginario. El Imaginario creyó que, para seguir alimentando sus pensamientos, no debía estar sentado, sino de pie; por lo tanto, se paró. Caminó un poco. Pared delante. Nudillos contra la pared ida y vuelta provocaban cierta rítmica. A los pocos minutos descubrió que podía aumentar no sólo la cadencia, sino también el volumen del sonido que estaba provocando: haciendo coincidir el golpeteo de nudillos con el
crocar
de falanges. La palabra ‘crocar’ no existe, pero es muy gráfica.
El volumen del sonido iba, pues,
in crescendo
; la percusión se iba tornando pegadiza: algunos guardias comienzan a marcar el ritmo inconscientemente; unos sienten una grillesca/gríllica molestia oídica/oidesca, típica de un sonido monótono constante (SMC); algunos se irritan sin saber por qué. La irritación hizo que buscaran la fuente del sonido. La encontraron. La quisieron eliminar. La mano no es fácilmente separable del antebrazo. La dificultad hace al forcejeo. Pegar para frenar. La lengua del Imaginario sale despedida cual empleado irresponsable e irreverente, luego de una accidental, certera y violenta mordida por parte de su propio dueño. La pérdida de la misma desalentó futuras pronunciaciones de palabras.
El Imaginario tenía mucho tiempo ocioso y lo aprovechaba para pensar. Pero con cuidado: Umbral respetar hay que. Usualmente, se preguntaba acerca del, justamente, tiempo, para lograr entenderlo como mecanismo; hecho por la Naturaleza©, pero mecanismo al fin. La mayor parte de las veces terminaba creyendo en que el tiempo y sus instantes estaban repartidos en tres estantes: Presente, Pasado y Futuro, y que había dos operarios a cargo (a quienes él gustaba llamar ‘Cronizadores’): el del
Presente-al-Pasado
y el del
Futuro-al-Presente
, encargados de trasladar los instantes de un estante al otro. Cada Cronizador está asignado a hacer evolucionar un tipo de momento. Los momentos tienen áreas de influencia acotadas a una porción geográfica del mundo. Cuando porciones adyacentes del mundo se des-sincronizan, desastres ocurren, visiones aparecen y mareos se producen. Por supuesto, estando al tanto de la cantidad de trabajo que tiene cada Cronizador, es obvio que la vida de éstos es realmente dura y corta, debido, mayormente, al
stress
. El Imaginario calculó dicha longitud vital en 2 segundos, abarcando tanto la espera entre su nacimiento y la entrada en acción, como la manipulación de instantes en sí.
Aparentemente, existe toda una población de futuros Cronizadores que van compensando el faltante de trabajadores cuando decesos ocurren. Como en la Humanidad©, algunos pobladores son más aptos para ocupar un puesto determinado: algunos sienten más afinidad por el Pasado y otros, por el Futuro. A los primeros se los suele llamar Nostálgicos y, a los últimos, Ansiosos. Como Ud. (no sino en su sagacidad) estará suponiendo, ciertos problemas se dan cuando un Cronizador Nostálgico ocupa el lugar de un Ansioso, y
vice versa
. Cuando un Ansioso tiene que hacer su no-trabajo, es decir, mover instantes del
Presente-al-Pasado
, pierde la concentración intentando ver qué está ocurriendo en el estante del Futuro. Este ingreso de narices en locaciones equívocas hace que varias actualidades se alarguen innecesariamente, provocando trastornos en las personas que están viviendo algo trascendental, ya sea una vivencia positiva o una negativa. En estos casos, la voz popular reza que “...el tiempo no pasa más…” y la verdad es que tiene razón.
Por otro lado, cuando un Nostálgico tiene que trabajar como si fuera un Ansioso, no puede soportar tener el Futuro en sus manos y muere inmediatamente; generalmente, se calcula que lo hace antes de la quinta décima de segundo de vida posterior a la espera para entrar en labores. Sin embargo, durante ese pequeño lapso, su in-idoneidad repercute en la vida de la gente de forma idéntica al caso mencionado arribamente: el Presente se estira, ya que los Nostálgicos se encuentran a sí mismos haciendo malabares con el Futuro y dilatan su paso hacia el estante del Presente… y “...el tiempo no pasa más...”, de nuevo. Nadie debería estar condenado a un Presente de longitud distinta a la supuesta. Como se dijo, esto vale para ambos casos: para aquellos que disfrutaren de una alegría prolongada: sepan que la vida no es así; para aquellos que sufrieren más de la cuenta: sepan que la crueldad fue arbitraria y difícilmente repetible.
Un fenómeno, que encuentra su explicación en el maltrabajo de los Cronizadores, es el denominado
déjà vu
. Han existido casos en los que (jugando o con motivo de una apuesta) un Nostálgico toma un instante del estante del Pasado y lo lleva de vuelta ya sea al del Presente o al del Futuro. De esta forma, una experiencia ya vivida se repite como si fuera nueva. Hay una variedad de explicaciones para que un Nostálgico (ex-Cronizador, luego de semejante atrocidad) realice semejante acto: el humor, el error, la idiocia, separadamente y/o en combinación, logran quebrar la continuidad del tiempo con una facilidad temible. Hay, entre ellas, una historia que merece ser contada. La dejaremos para otro momento.
Los Cronizadores eran penados si se los atrapaba cometiendo un maltrabajo. La pena era bastante capital: se los relegaba a transportar momentos insignificantes: esperas (médicas, de colectivo,
et cætera
), monotonías (lavadas de platos, caminatas solitarias de madrugada,
et cætera
),
et cætera
. Lo insignificante de un intervalo de tiempo se mide según la cantidad de Cronizadores que transportan momentos del mismo con un 90% de similaridad entre el primero y el último del intervalo. Cuanto mayor sea la cantidad de Cronizadores, más insignificante es ese intervalo de tiempo. La insignificancia moméntica acelera el deterioro nervioso de los Cronizadores involucrados, acercando sus muertes a sus nacimientos. Esto es, sobretodamente, debido al tedio.
Los límites entre el ¿sub-? mundo de los Cronizadores y el ¿súper-? mundo de los Humanos parecieran estar absolutamente determinados. ¿Escribir de cómo puede saltarse de un mundo al otro?, escribir… escribir de cómo. ¿Cómo?, como sigue:
Aunque sean escenarios absolutamente distintos (uno con entes reales y el otro con imaginarios), la intersección entre mundos se ha dado: es sabido que se ha logrado. El tipo en cuestión se llamaba Rarberto (en honor a su padre Norberto, su abuelo Raúl y a la indecisión hereditaria). Rarberto era fanático de los bonsais; uno de sus mayores anhelos era desayunar juguito de naranja de naranjo bonsai; una de sus mayores dudas era si las plantas de frutillas eran bonsai por definición.
Existían veces en las que Rarberto pasaba horas observando uno de sus arbolitos en particular. Siempre el mismo. Era mucha la suma de las cantidades de tiempo que todos a su alrededor gastaban mientras se quedaban mirando a Rarberto cuando él observaba el árbol (tal como en “Cadena de observadores”, de B.R. Txé). A nadie le decía el porqué, así que esa razón se mantiene oculta a nosotros. Párrafos más adelante verá cómo el observe dio, apropiadamente, sus frutitos.
Los períodos posteriores a la vida de los Cronizadores eran por demás agitados: solían demostrar una alta actividad fantasmagórica cuando la Muerte© era ya pretérita, y sus cementerios solían alojarse a los pies de bonsais. Todo empezó con el Azar© en el momento de buscar un lugar para enterrar a los Cronizadores occisos. El Azar© dictaminó que el lugar debía ser al pie de un bonsai. Y el bonsai resultó ser aquel que Rarberto prefería.
La actividad fantasmagórica en este bonsai preferido era de una frecuencia tal que muchos colectivos se pintarían de rojo. Era mucha, era alta, pero lo peor era que era evidente. Los Cronizadores serán imaginarios, pero los fantasmas son fantasmas. Y estaban ahí. Ahí, en evidencia para ambos mundos, en evidencia para los imaginarios y para las personas. Y entonces Rarberto no lo podía creer. Se puso en contacto y no lo podía creer. Además, al principio no entendía, pero se puso en contacto… y no lo podía creer.
¿Qué tiene un Cronizador fantasma para hacer sino intermediar entre ambos mundos y pasar mensajes de uno a otro? Nada. ¿Y qué tiene en la agenda un Cronizador antes de entrar en labores sino divertirse con las alteraciones temporales que pueden ocasionar? Nada. ¿Y qué mejor tiene para hacer un muchacho que colecciona bonsais y se obsesiona con el indicado? Nada.
Un rápido y trilateral análisis de beneficios y sacrificios arroja lo siguiente:
• A los Cronizadores les interesa la idea de manipular historias siempre y cuando puedan adecuarlas según su “toque personal”, incluso arriesgándose al fatal aburrimiento de transportar momentos insignificantes.
• A las personas les interesa poder torcer sus rumbos, aún bajo el riesgo de que el “toque personal” de un Cronizador nefasto les haga obtener un peor resultado que lo que hubiere resultado del curso normal de las cosas.
• A los fantasmas todo les divierte: ven todo y nadie los ve. Casi.
Y entonces bienes y servicios fueron intercambiados. Rarberto con sus ideas y los Cronizadores, con sus entretenidos mandados. Y hubo laxo, largo e hilárico lapso de vacua, inocua e inequívoca felicidad. Y más adjetivos quisieron participar, pero vacantes no había. “Hilárico” se rió; “extenso” se quiso explayar; “laxo” se recostó. Todos los otros adjetivos se enojaron; Imaginario les quiso explicar; “equivocado” le dijo que lo estaba; Imaginario le respondió con un espejo; “innecesario” lo quiso convencer del retracte; Imaginario replicó que no existe tal cosa como algo innecesario, ya que, al menos, es necesario para decir que no lo es; “innecesario” desapareció luego de un sonroje; “violento” le quiso pegar; Imaginario señaló inmediatamente a “ágil” y lo dejó sin argumento; “ridículo” acotó que estaba orgulloso de Imaginario; Imaginario opinó que ser acotado por el ridículo no necesariamente quiere decir estar dentro de él; “ingenioso” le sugirió que no intente serlo; Imaginario guiñó ojo y le dijo que ya era tarde… Tan tarde como aquella noche que su amigo Sebastián fue al médico: