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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y mi hermana Ji (7 page)

BOOK: Papelucho y mi hermana Ji
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—Tú y la Ji comerán en la cocina —decretó—. Este es un almuerzo de etiqueta.

Armó unas fuentes de revista, con las cosas más ricas y más lindas. Por fin partió a peinarse. Entonces la Ji y yo nos sentamos a almorzar. Comimos pollo, aceitunas, papitas en bola, arvejitas enanas. Todo estaba rico. Al poco rato sonó el timbre y fue a abrir el Efrén.

—Eran tres caballeros —dijo Efrén, y en ese momento entró la mamá a la cocina con un peinado que la hacía preciosa. Pero se armó la grande. Parece que lo que íbamos a comer nosotros no era de la fuente estilo revista. Quién sabe qué sería…

La cuestión es que la mamá casi lloraba porque nos habíamos comido el pollo y lo demás y habíamos estropeado sus arreglos. No alcanzarían las raciones. ¿Cuáles serían las raciones?

—Si al menos llegara tu papá para atender a sus amigos mientras hago aunque sea un salpicón —suspiraba— y justo llegó el papá con otros dos amigos. Sus deseos se habían cumplido. Y armó otra fuente todavía más linda.

—Tú te vas a la plaza con la Ji y no vuelvas hasta la hora del té. ¿Entiendes?

—¿Y cómo voy a saber la hora del té sin reloj?

—Cuando nos suenen la tripas —dijo la Ji, y partimos obedientes.

En la plaza había un caballero durmiendo y una mosca se le paseaba entre su boca abierta y el hoyo de la nariz. Él empezó a roncar y de un repente, con un ronquido se tragó la mosca.

Y siguió roncando. Entonces yo lo desperté a remezones.

—Oiga, señor —le dije—, usted se tragó la mosca y puede haber sido la mosca azul…

El caballero se largó a escupir y se fue poniendo colorado y más colorado hasta que por fin yo creo que se reventó.

—Oye, Ji —le dije a mi hermana—, vámonos de aquí porque hoy estamos con mala suerte y a lo peor nos echan la culpa de su función.

Así que partimos corriendo y seguimos corriendo hasta que llegamos frente a una casa de reja con gran jardín y piscina y resbalines. Era el despipe. Nos paramos a mirar unos chiquillos que se estaban bañando, mientras un caballero de cuerpo rosado les gritaba unas cosas. Era muy entretenido mirar y sin darse cuenta la Ji pasó su cabeza por las rejas y se le quedó al otro lado, o sea que no la pudo sacar.

No había más remedio que meter a la Ji entera al jardín para que no se degollara. La metí, pero yo quedé afuera.

En eso a la Ji le pasó con la piscina lo mismo que le pasó al Efrén con las salchichas y electrónicamente se tiró al agua como una sonánbula. Y no se vio nunca más. ¿Se habría ahogado? ¿Qué podía hacer yo para salvarla?

De un run me vino la idea y trepé por las rejas con las manos escupidas, salté al jardín y corrí con violencia maquiavélica a salvarla. Abajo al fondo del agua estaba la Ji y le flotaban las mechas y le salían gorgoritos de la boca.

—¡Arriba! —le ordené pescándola de la mano, pero me llené de agua al decir "A" y empezamos a ahogarnos.

Alguien nos dio un tirón y después de tragarnos la piscina casi entera, nos encontramos en la orilla, bastante rasguñados. El caballero rosado hacía vomitar a la Ji y los chiquillos miraban. Reconocí a uno, era el Salem, un muchacho de mi clase.

—Estos niños no ser alumnos —dijo el señor rosado.

—¿Es tu papá? —le pregunté al Salem.

—El profesor de natación —me dijo en secreto.

—Por favor, de dónde llegar ellos —preguntaba el señor rosado.

—Mi hermana se estaba ahogando —le expliqué—. Tenía que salvarla.

—Tu hermana no ser alumna, ¿ya?

—Mí tampoco —le contesté en su idioma.

Mientras se secaba nuestra ropa nos dieron leche y sandwiches, así que era imposible saber si era la hora del té. Entretanto siguió la clase de natación. El profesor con un pito dirigía y los Salem obedecían pero pésimo. La Ji y yo los mirábamos. Era tan fácil nadar y nadie le entendía al profe su explicación. Hasta que al fin no aguanté más y antes de pensarlo me había tirado de cabeza y nadaba como un tiburón.

—¡Magnífico! —dijo el señor rosado ¡Tu aprender! —y justo que había dicho esto se tiró la Ji, pero no le resultó. Otra vez se fue al fondo y el profesor tuvo que meterse para sacarla. Pero la fue a dejar lejos, como quien tira un sapo.

—Tú muy chica. Tú castigada por indisciplina.

Los Salem empezaron a imitarme hasta que al fin aprendieron y la Ji mientras tanto se caló la polera del profesor, que le topaba al suelo, y no quería sacársela.

—Es mía porque la encontré y nadie me la quita —dijo enojada.

—Och, ya, ¿pero me la prestas? —sonreía el señor.

—¡No! —dijo la Ji—. Si tú quitármela yo tirarme de nuevo piscina.

Como el profesor no conoce a mi hermana, trató de pescar su polera y antes que un estornudo estaba la Jien el agua con su chomba y todo.

Tuvo que sacarla otra vez, pero le plantó dos palmadas que sonaron como campanas de incendio en mis orejas. La Ji lo miró aturdida. Era la primera vez que le pegaban.

—Bien hecho —dijo la Ji—. La ballena tener frio y tú calentarla —y le mostró sus dientes de peineta.

La Ji empezó a contar un largo cuento de cuando ella era ballena y tenía ballenitas chicas y qué sé yo, pero la pesqué de la mano y me la llevé a casa. Cuando llegamos allá, se había nublado, había salido la luna y ya era de noche.

Efrén Ulloa sabe pararse en las manos y caminar así más de cien metros. También sabe echar humo por las orejas y es campeón de puntería para escupir. Canta tango igual que la radio y hace desaparecer monedas que no aparecen más. También se puede comer un ají entero mascándolo y un durazno con cuesco y todo y hace gárgaras con vino. Ahora la mamá le enseñó a cocinar y a pasar el chancho eléctrico, pero él lo pasa sentado en el sofá y ni se mueve, y para no quebrar nada, en vez de pasar el plumero, sopla fuerte. Se afeita con la máquina de papá, pero la máquina le revienta las espinillas, y cuando sale la mamá, jugamos juegos con plata de verdad.

Hoy que no había colegio y la mamá tenía canasta en casa de una amiga, aproveché para invitar a tomar té a los Ulloa y a sus primos, así que éramos once para el té. C omo no había nada, pedimos cuestiones al almacén y salió súper, como una verdadera fiesta. Porque los Ulloa saben celebrarse y hacer las cosas como en una quinta de recreo, con show, números vivos y cantos, bailes, magos, etc. Cantaron dúos desabridos e hicieron circo y Efrén tragaba cuchillos mientras el Peteco pasaba un platillo de colecta. También bailamos twist y estábamos en lo mejor cuando se abrió la puerta y entró la mamá. Siempre nos pasa igual, porque nadie se acuerda cuando se acaba el día.

El pobre Efrén se había quedado parado en la cabeza, mientras los invitados arrancaban como si hubieran visto al diablo. No sé por qué se espanta la gente cuando ve a la mamá así de repente. Hasta la Ji había desaparecido, y yo me quedé solo para recoger todo.

—Explícate, Papelucho.

—Mamá, yo le diré… Primero que todo creímos que era temprano y segundo estábamos celebrando el aniversario de algo, y tercero eran los hermanos de Efrén que vinieron a verlo por un rato.

—No hay nada de malo en convidar —dijo la mamá con calma—. Pero ¿por qué desordenan de ese modo?

Así es la mamá. Cuando uno está esperando un reto tremendo y un castigo, se pone suave y plástica, porque en el fondo es buena, buena y buena aunque es sorpresosa. Por ejemplo, a uno lo castiga cuando uno no tiene la mayor idea que merece un castigo, así que cuando yo creo que me van a retara, siempre canto una canción secreta que es así: Me van a retar, me van a retar, me van a retar a mi, y entonces nunca me retan.

Efrén hizo un estofado verdaderamente nuclear y el papá y la mamá se repitieron y se saborearon, así que ni se acordó más del convite.

—Este niño tiene pasta de cocinero —dijo la mamá, y ahora lo trata de "oye, hijo" y ni se enojó cuando supo que la Ji le había regalado los calcetines y la chomba del papá, sino que dijo puramente que tendría que comprar nuevos.

Lo malo es que la Ji sigue con la cuestión de que se quiere casar con Efrén, y le da y le da, hasta que la mamá resolvió matricularla en un jardín infantil, que es como colegio.

Esta mañana me tocó a mí ir a dejarla. Había como mil mamás y mamitas y hartos niñitos llorones y mirones y una sola profesora tratando de despegar los niñitos de las mamitas.

La Ji entró muy foronda y se trepó al columpio y ahí quedó columpiándose. Cuando volví estaba todavía en lo mismo. No sé para qué la llevan a ese colegio cuando podían poner un columpio en la casa. La cuestión es que cuando por fin se bajó del famoso columpio, siguió columpiándose sin él y se veía bastante rara con ese tizne nervioso.

—¿Te columpiaste todo el día? —le pregunté.

—Claro, si me bajaba otro habría pescado el columpio…

—Eres una egoísta —dijo la mamá—. Igual que a ti te gusta columpiarte, a otros niños también.

—Los otros niños se podían caer, y yo no —dijo la Ji— columpiándose en la silla del comedor, y ¡zas!, se vino abajo con silla y todo.

—¡Ah, pero no me dolió! —dijo trepándose a la silla otra vez. Pero al minuto salió del comedor. Yo la seguí y me la encontré llorando debajo de su cama.

—¿Te duele mucho? —le pregunté pensando que a lo peor estaba quebrada.

—No —me dijo—, tengo pura pena.

—Pena ¿de qué?

—Eso es lo que no sé. Si supiera no estaría llorando… —y lloró más.

Me acordé de que era mujer y las mujeres son distintas. No iba a tratar de entenderla cuando ni ella se entienden. Pensé que si hubiera sido hombre podría haber estado llorando de arrepentimiento, o de orgullo o de dolor. Pero como la Ji es mujer… Así que mejor le hice cosquillas y se empezó a reír y nos dio un ataque de risa a los dos y nos reímos y llorábamos de risa y de repente nos quedamos dormidos.

La Ji no quiso ir hoy al jardín infantil, y como el papá no estaba y la mamá dormía no la pude obligar.

—Tú no me mandas y si me mandas yo no te hago caso —me dijo.

—Acuérdate del columpio…

—No quiero columpiarme, quiero que se columpien los otros niñitos.

Yo me fui. La Ji es de las que se cree que uno va al colegio cuando le da la gana. Es igual que los gatos: sin conciencia. Yo llegaba a hablar solo pensando en la Jiy hablando y hablando, llegué tarde al colegio. Me arrestaron, justo cuando los Salem me habían convidado a bañarme esta tarde. Hacía tanto calor y yo tenía inventado un modo de nadar desconocido que quería probar y tenía que ensayarlo antes de que se me olvidara. Así que decidí cambiar mi castigo para mañana y arrestarme mañana hasta las siete.

Cuando sonó la campana, salí en el montón y nadie se dio cuenta. Puramente el Chato Frías, que me esperó en la esquina.

—Tú estás castigado —me dijo—, y si te vas, te acuso…

—Te vas a quedar callado —le dije.

—Yo me callo, pero no gratis. Tenís que darme tu composición de Historia.

Lo desprecié y me fui corriendo. Pero cuando llegué a la casa, ya me estaba llamando por teléfono.

—¿A qué hora me entregas la composición?

—Mañana a la entrada —y le corté. El Chato sube sus notas amenazando a todo el mundo, pero yo pienso que cuando uno quiere parecer mateo, más vale ser mateo de frentón.

Cuando terminé mi tarea de Historia la encontré reencachada. Ni sé por qué me quedó así, pero estaba perfecta. Sin borrones, sin mantequilla, sin arrugas ni arrepentimiento. ¡No se la iba a dar al Chato!, aunque me amenazara…

Me fui a jugar con los gatos. La Ji los tenía en el colegio y había hecho un columpio debajo de una silla y los columpiaba a todos juntos. Era la maravilla porque mientras más altos llegaban, más firmes parecían. Fui a contarle al papá.

—El gato tiene una fuerza de gravedad especial —comentó en difícil.

Yo sabía ya que los gatos tiene siete vidas, y, claro, teniendo siete vidas no tienen ningún miedo. Cuando no se tiene miedo, uno no se cae de ninguna parte. Pero yo tengo dos vidas y la eterna es imperdible. Así que tampoco tengo miedo, y no teniendo miedo no me caeré jamás.

Me fui entonces al columpio de la plaza y me eché vuelo. Un vuelo perisférico y cosmonáutico en que la gente y los árboles quebadan allá abajo y yo muy encima. El aire arriba en la altura era oloroso. Un señor de la plaza empezó a gritarme, pero ni le hice caso. Más alto, más fuerte el impulso, más arriba yo y el columpio… Valía la pena dar la vuelta por encima del palo y con un empeño más… ¡Bravo! me alcancé a decir, cuando…

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