Panteón (71 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—Era diferente —respondió Gerde, con un encogimiento de hombros—. Delicado como el cristal. Cada árbol parecía en sí una pequeña obra de arte, cada flor era única en su belleza. Se decía de este lugar que hasta la más pequeña brizna de hierba parecía haber sido esculpida por un artista de gusto exquisito. Supongo que este bosque fue creado en los tiempos en que los dioses tenían tiempo y ánimos para hacer filigranas —añadió, con un suspiro—. Y ahora mira a Wina, tan descontrolada, tan... desatada. Va a convertir Alis Lithban en un reflejo del bosque de Awa.

—Ya has visto bastante, Gerde —dijo el shek, con firmeza—. Tenemos que marcharnos de aquí.

Ella le dirigió una sonrisa burlona.

—Oh, ¿te sientes incómodo? ¿Es que la cercanía de Wina altera tus sentidos? ¿Acaso tú también necesitas una hembra?

El semblante de Christian se endureció.

—Lamentablemente, no tengo cerca ninguna hembra de mi agrado —le respondió—. Y, por otra parte, prefiero decidir por mí mismo cuándo y por qué necesito una hembra, y poder elegirla libremente; no me siento a gusto cediendo al capricho de una diosa loca. Pero agradezco tu interés —concluyó, con cierto sarcasmo.

Gerde se rió de buena gana.

—Oh, sé lo mucho que te molesta saber que tu voluntad depende de los caprichos de una diosa loca —sonrió—. Y disfruto mucho haciéndotelo saber.

Christian se volvió bruscamente, luchando contra el impulso que lo llevaba a abrazar a Gerde.

—¿No es divertido? —susurró ella en su oído—. Puedo hacer que me desees hasta volverte loco; y créeme, seguiré ejerciendo ese poder, pero no permitiré que me toques otra vez. Nunca más, Kirtash. No lo mereces.

Christian respiró hondo, apretó los dientes y hundió las uñas con fuerza en el tronco del árbol. Se hizo daño; el dolor pareció devolverle, poco a poco, la cordura. Se dio cuenta entonces de que Gerde no le prestaba ya atención. Parecía más interesada en el rápido crecimiento del bosque, un poco más allá.

—Puede que sí tengas cerca una hembra que te interese —comentó—. ¿Te has dado cuenta? Wina se mueve de nuevo... hacia el norte.

—¿Hacia el norte? —repitió Christian, tratando de centrarse—. ¿Por qué razón vuelve sobre sus pasos?

—Los árboles dicen que unos humanos han encendido fuego en el bosque. ¿Conoces a alguien lo bastante estúpido como para abrirse camino por Alis Lithban con una espada de fuego, a dos pasos de la diosa Wina?

Christian maldijo por lo bajo.

Victoria se despertó bruscamente y miró a su alrededor.

La hoguera se había apagado, y solo la luz de Domivat, cuya llama ardía tímidamente, iluminaba el rostro de Jack, que se había puesto en pie.

—¿Qué está pasando? —murmuró ella, inquieta.

Jack negó con la cabeza. Victoria vio el miedo pintado en su expresión. Desenfundó el báculo y lo alzó en alto, y su luz inundó el claro.

Los dos se quedaron mudos de horror.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Jack.

Las plantas habían crecido espectacularmente durante la noche. Los troncos de los árboles se habían cerrado en torno a ellos, y las ramas y los arbustos habían invadido su espacio. Parecía, no obstante, que la presencia de la llama de Domivat había impedido que las plantas se acercaran más. Con todo, Victoria tuvo la sensación, totalmente irracional, de que la vegetación de Alis Lithban estaba aguardando a que la llama se extinguiera para sofocarlos bajo su verde manto.

—Voy a transformarme, Victoria —avisó Jack, tenso.

—Aquí no tienes espacio... —Me da igual. Retírate todo lo que puedas. Victoria se pegó al tronco del árbol más alejado. Casi pudo sentir el musgo creciendo bajo su espalda. Contempló, inquieta, cómo Jack se metamorfoseaba en dragón, destrozando los troncos más endebles bajo su cuerpo. Con un rugido de furia, sacudió las alas para romper la red de ramas y lianas que los cubría. Trató de revolverse, pero apenas tenía sitio.

—Sube, Victoria —le indicó, con un sordo gruñido.

Victoria se colgó la bolsa al hombro y trepó por su garra hasta acomodarse sobre su lomo. Jack percibió que su contacto le producía un leve calambrazo, pero no dijo nada. Podía soportarlo y, aunque sabía que las escamas lo protegían, y que la descarga habría sido aún más fuerte de haberla tocado como humano, no quiso preocupar a Victoria. Porque aquello solo podía significar que la diosa Wina, en lugar de alejarse de ellos, se estaba acercando.

Azotó con la cola los arbustos más cercanos. Rugió, pateó a su alrededor, tratando de abrir más espacio. Alzó la cabeza.

—Sujétate y pégate bien a mí. Voy a usar mi llama.

Victoria obedeció. Jack inspiró hondo y lanzó una poderosa llamarada contra la maraña vegetal que cubría sus cabezas. Un par de bocanadas más y liberó bastante espacio como para abrir las alas del todo.

—¿Preparada?

Antes de que Victoria pudiera contestar, Jack batió las alas y, con un fuerte impulso, se elevó en el aire.

El vuelo fue difícil y accidentado. El fuego de Jack y la magia del báculo de Victoria, más poderosa que nunca, abrían brechas entre el follaje y permitían avanzar al dragón a duras penas. Pero las ramas más altas habían tejido una espesa red arbórea sobre ellos, y no lograban traspasarla. Seguían atrapados bajo aquella cúpula vegetal. Cuando, por fin, una de las alas de Jack se enredó en una liana, el dragón perdió el equilibrio y cayó al suelo con estrépito. Habían logrado alejarse un poco, pero no lo bastante.

—¿Estás bien, Victoria? —pudo decir él.

—Sí —respondió ella desde su lomo—. ¿Y tú?

—Tendrás que bajar. Continuaremos a pie. Si conseguimos alcanzar las ruinas de la Torre de Drackwen estaremos relativamente a salvo.

Victoria se deslizó por el flanco del dragón y corrió a examinar su ala. Parecía dislocada.

—No vas a poder volar así, Jack.

El dragón resopló suavemente y volvió a transformarse en humano. Se incorporó con dificultad. Victoria lo sostuvo para ayudarlo, pero Jack retrocedió, sacudido por un nuevo calambrazo.

—Estás absorbiendo energía —murmuró él—. Eso quiere decir que Wina se mueve hacia nosotros más deprisa de lo que pensaba.

Victoria se mordió el labio, preocupada.

—Creo que nos ha detectado —dijo—, y creo, también, que no le ha hecho gracia que quemases su bosque.

Jack respiró hondo.

—No tiene sentido que tratemos de escapar —dijo—. Buscaremos refugio en las ruinas de la torre y esperaremos a que pase, simplemente. Con un poco de suerte, no nos detectará si no usamos nuestras armas y seguimos en nuestros cuerpos humanos.

Victoria asintió. No era un gran plan, pero no tenían otro mejor.

Cuando, un rato más tarde, alcanzaron los restos de la Torre de Drackwen y buscaron abrigo entre los grandes bloques de piedra, estaban agotados, sucios y llenos de arañazos. Habían tropezado incontables veces con ramas y raíces, y caído entre la maleza erizada de arbustos con espinas. Las plantas crecían allí perezosamente, sin fuerzas para atraparlos o aplastarlos y, sin embargo, parecía que sus ramas se alargaban hacia ellos, intentando alcanzarlos.

La vegetación también había cubierto las ruinas de la torre. Hacía solo unos meses que había caído, pero parecían haber pasado siglos. Las piedras estaban ya cubiertas de musgo, y enormes enredaderas extendían sus tentáculos sobre los restos de lo que había sido la morada de Ashran, el Nigromante.

Sin embargo, los cimientos de la torre seguían siendo un lugar seguro, porque la piedra había detenido el imparable avance del reino de Wina.

Jack y Victoria se acurrucaron el uno junto al otro, temblando. Jack se dio cuenta de que la piel de ella empezaba a echar chispas.

—Tengo que sacarte de aquí —murmuró—. Tal vez desde aquí pueda alzar el vuelo...

—Tienes un ala dislocada —le recordó Victoria—. Primero tendría que curarte. ¿Quieres que lo intentemos?

—¿Con toda la energía que estás canalizando ahora mismo? —Jack negó con la cabeza—. No sé lo que podría pasar. Si tuviésemos...

No llegó a terminar la frase. Se oyó un fuerte golpe en el exterior, algo que había caído al suelo muy cerca de ellos, y que había hecho retumbar las piedras. Todas las alarmas del instinto de Jack se dispararon a la vez.

—¡Es un shek! —dijo, y desenvainó a Domivat. Se había levantado de un salto y ya corría hacia el exterior cuando se obligó a detenerse, a respirar hondo y a tratar de controlar su odio. Tenía que actuar con prudencia. Envainó de nuevo la espada y trepó para asomarse por encima del muro semiderruido que les servía de protección. Se asomó un poco más allá, con precaución.

Bajo la luz de las lunas vio la figura del shek; su largo cuerpo plateado, fluido como un arroyo, yacía en una contorsión extraña, mientras la criatura trataba de arrancarse a mordiscos algunas enredaderas que oprimían su ala derecha.

El shek pareció detectar la presencia del dragón, porque sus ojos relucieron un momento y alzó la cabeza, alerta.

—Christian —susurró la voz de Victoria a su lado.

Antes de que pudiera detenerla, la joven había salido del refugio, saltando de piedra en piedra, y corría al encuentro de la serpiente. La criatura bajó la cabeza, hasta casi rozar el pelo de la muchacha. Jack sonrió, a su pesar. Era una escena extraña, pero no dejaba de haber cierta ternura en ella.

Para cuando se reunió con ellos, Christian ya había recuperado su aspecto humano y hacía ademán de besarla. Victoria dio un paso atrás y alzó las manos. Sus dedos estaban envueltos en chispas.

—No te acerques —le advirtió—. Será mejor que nadie me toque por el momento.

Christian movió la cabeza, con cierta preocupación.

—No deberíais estar aquí. ¿A qué estáis esperando para marcharos?

—Tengo un ala herida —dijo Jack.

Christian hizo una mueca.

—Pues tendré que cargar contigo. Pero Victoria no puede quedarse aquí. Mira cómo está —añadió, señalándola con un ademán.

La joven había caído de rodillas al suelo, mientras la estrella de su frente emitía un brillo cegador. Todo su cuerpo estaba envuelto en un manto de violentas chispas que estallaban a su alrededor.

—Demasiado tarde —susurró Victoria con esfuerzo—. Ella ya está aquí.

Christian se arrodilló junto a la chica.

—¡Victoria! —la llamó—. Tienes que sacar toda esa energía que llevas dentro, tienes que sacarla fuera, de la misma forma que la estás absorbiendo. ¿Me entiendes?

Ella asintió.

—¡Pero no puede entregar la magia a nadie ahora mismo! —exclamó Jack—. ¡Lo haría estallar!

—Hay otra manera —dijo el shek.

La tierra tembló de pronto y empezó a bullir a sus pies, como si millones de insectos se agitaran bajo el suelo.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Christian—. Vamos, ¡a la torre!

Ninguno de los dos se atrevió a tocar a Victoria, pero la aguardaron mientras ella, con un tremendo esfuerzo, se levantaba y se reunía con ellos. A sus pies empezaron a brotar plantas, que se retorcían por el suelo como gusanos, tratando de elevarse hacia el cielo nocturno. Para cuando alcanzaron las ruinas, apenas unos segundos después, ya les llegaban por las rodillas. Los tres treparon por las piedras y buscaron refugio al otro lado del muro. Victoria se acurrucó contra la pared, mientras los destellos de energía que la envolvían se hacían cada vez más intensos.

—Hay que sacarla de aquí —dijo Jack, pero Christian negó con la cabeza.

—Ya es demasiado tarde. No la toques, o la descarga de energía te matará.

—¿Tienes una idea mejor?

Christian asintió.

—El báculo —dijo solamente. Jack entendió.

Victoria también. Alzó la cabeza con dificultad, y los chicos tuvieron que apartar la mirada, porque la luz de sus ojos y de la marca que señalaba el cuerno sobre su frente era tan intensa que les hacía daño. La joven sacó el báculo de su funda e, inmediatamente, su extremo se inflamó con la violencia de una supernova. Ella respiró, pero el cristal del báculo empezó a palpitar con intensidad, como si estuviese a punto de estallar.

—¡Apartaos! —dijo Victoria.

Christian tiró de Jack hasta ponerlo a cubierto tras un gran bloque de piedra. Victoria dio media vuelta y se asomó al exterior. Inspiró hondo y, con un grito, soltó de golpe toda la energía a través del báculo.

Un rayo de luz de gran potencia emergió de su extremo, iluminando por un momento el claro tanto como si fuese de día. La energía recorrió el cuerpo de Victoria, convulsionándolo y haciéndola gritar otra vez, mientras salía de ella, canalizada por el báculo, e iba a estrellarse contra la barrera de árboles que crecían más allá, haciéndolos estallar en llamas.

La descarga de energía duró unos segundos, que a Jack se le hicieron eternos. Después, por fin, Victoria se desplomó de rodillas sobre el suelo, agotada, y el báculo resbaló de sus manos, aún echando humo. Hubo un momento de calma y silencio, un momento en que el mundo entero pareció detenerse.

Y entonces, de pronto, todo el bosque se abalanzó sobre ellos. El sonido del crecimiento de los árboles se transformó en un ruido atronador, y las plantas empezaron a invadir su refugio, agrandando grietas y lanzando su letal abrazo en torno a las piedras sueltas.

—¡A cubierto! —gritó Christian, precipitándose hacia Victoria.

La cogió por la cintura y los dos rodaron por el suelo hasta un rincón donde el suelo todavía era completamente de piedra, donde las paredes parecían más altas y el techo no se había derrumbado del todo. Jack se reunió con ellos; los tres se acurrucaron unos contra otros, tratando de hacerse más pequeños, de pasar desapercibidos.

Y la diosa Wina llegó a las ruinas de la Torre de Drackwen.

No la vieron, porque no tenía un cuerpo material que pudiesen ver. Pero la sintieron en las plantas que envolvieron su refugio, en los tallos que se transformaron en gruesos troncos de árboles en cuestión de minutos, en las hojas y flores que brotaban por todas partes. Y, sobre todo, la sintieron en cada fibra de su ser.

—No llaméis su atención... —susurró Christian—. No llaméis su atención... imaginad que sois humanos simplemente, ocultaos bajo vuestra identidad humana... seréis demasiado insignificantes entonces.

Jack entendió que, a pesar de que él había osado encender fuego en el bosque, a pesar de que la energía de Victoria también había causado daños, era el propio Christian quien estaba en peligro más inmediato. Tal vez Wina los dejara marchar, porque, no en vano, ellos eran el dragón y el unicornio, los que habían hecho cumplir la profecía de los Oráculos. Pero, para los Seis, un shek sería siempre un shek, un hijo del Séptimo... aunque ese shek fuera Christian y estuviese dispuesto a dar su vida por Victoria.

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