Pálido monstruo (15 page)

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Authors: Juan Bolea

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Pálido monstruo
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—¿La habéis identificado? —inquirió el comisario.

—Eloísa Ángel Ruiz —asintió Legazpi—. Veintinueve años, zaragozana de nacimiento y residencia. En la cartera llevaba el carné de identidad, permiso de conducir, tarjetas profesionales, recibos… y fotos de una niña.

—¿Dinero?

—Ni un euro.

—¿Tarjetas de crédito?

—Tampoco.

—¿Hay caja fuerte en el despacho?

—No.

Los indicios de lucha eran claros. Las dos butacas del escritorio estaban tumbadas y sobre la moqueta habían caído diversos objetos, un pisapapeles, libros, un calendario, una pelota contra el estrés, un abrecartas de acero. «Se defendió con uñas y dientes», pensó el comisario.

—¿Quién dio la alerta? —le preguntó a Legazpi.

—Un familiar de la víctima. Una tal Marina Ángel Carretero. Prima hermana de Eloísa.

—Resúmame su versión.

Legazpi se aprestó a hacerlo con su acostumbrada eficacia.

—La víctima, Eloísa Ángel, había quedado con su prima Marina a las ocho y media de esta misma tarde en una de las cafeterías del pasaje comercial,
Monte Igueldo
, la que queda frente al portal de este edificio. Marina llegó puntual a la cafetería y, alargando su consumición, esperó sentada cerca de una hora a que bajase Eloísa. No explicándose la razón de su tardanza, llamó por teléfono a su prima. Eloísa no contestaba al móvil ni al número fijo de la oficina y Marina decidió subir a su despacho a eso de las 21.20 horas. La puerta estaba cerrada, pero se advertía una raya de luz y eso le extrañó.

—¿Cómo entró? —consultó Moro.

—Marina sabía, porque Eloísa que, al parecer, era bastante despistada, así se lo había dicho, que su prima guardaba una copia de la llave en el buzón del correo. Bajó al vestíbulo de la casa, metió la mano en el buzón, cogió la copia, volvió a subir en el ascensor y entró al bufete. Al descubrir el cadáver de Eloísa, sufrió un ataque de ansiedad. Le faltaba la respiración y no le sostenían las piernas. Se quedó sentada con la espalda apoyada contra la pared y perdió el conocimiento durante un cierto intervalo de tiempo. Luego fue al baño y vomitó. —Legazpi señaló la puerta de un diminuto cuarto de aseo anexo al despacho—. Debió de echar hasta la primera papilla, ha costado limpiar toda esa porquería.

—¿Pidió ayuda?

—En cuanto se hubo recuperado de la impresión, Marina salió al pasillo y se puso a gritar. Pero era tarde, cerca de las diez de la noche, y todas las oficinas estaban cerradas. Al cabo de un rato angustioso, porque en la casa no parecía haber absolutamente nadie, el portero de la finca, que acababa de regresar debido a que había olvidado poner el aviso de que al día siguiente el agua corriente seguiría cortada por la rotura de un colector, oyó los gritos y se hizo cargo de la situación. Fue él quien avisó a la Policía Municipal.

—¿Dónde están la prima de la víctima y el portero?

—Los he enviado a comisaría, para que formalicen sus declaraciones.

—¿Algún testimonio más?

—No, señor.

La mirada del comisario barrió el despacho. Con detalles como las lámparas halógenas o el moderno escritorio le pareció bastante más lujoso que otros bufetes. La sangre, cuyo agrio olor se detectaba con facilidad, había arruinado la moqueta.

Antonio Moro no entendía apenas de arte, pero las firmas de los cuadros que colgaban en el antedespacho le sonaron como autores consagrados.

En las estanterías lacadas en blanco había dos fotografías de Eloísa Ángel. En una posaba delante de un pico nevado, ataviada como para una travesía de montaña. En la segunda estaba sentada a horcajadas en la borda de un velero, con el mar de fondo. Casi todos los objetos de adorno parecían comprados en el extranjero, en países exóticos.

En mayor medida llamó la atención de Moro una serie de fotos clavadas a un panel apoyado contra la biblioteca, cerca del escritorio. Esas caras… ¿de qué le sonaban?

—Son asesinos convictos —se asombró, al identificar a uno de ellos, apodado
el Flecha
.

—Curioso, ¿verdad? —comentó Legazpi—. Y un poco macabro, diría yo.

—¿Qué sentido tienen esas fotografías?

—No lo sé, comisario. La abogada llevaba casos penales. Puede que guarden relación con sus asuntos.

—Fíjese en aquel otro, ¿no es…? ¡El asesino del predicador! ¿Recuerda aquel crimen? No, claro. Usted debía ser muy jovencito. Se cometió…

—En octubre de 1999 —sostuvo una voz, detrás de él—. También usted era joven, comisario. Un simple agente.

Los dos policías se dieron la vuelta. En la puerta del despacho estaba Luis Murillo, uno de los reporteros de
El Periódico
, a quien conocían de sobra. Esa noche, sin embargo, parecía otro. Se había cortado el pelo y vestía de forma inusual, con un elegante traje príncipe de Gales de tres piezas. «En lo de meter las narices donde no le llaman, no ha cambiado un ápice», pensó Legazpi. Murillo sostenía una libreta de espiral como si fuera una pistola. Había destapado el bolígrafo y parecía dispuesto a hacer preguntas.

Cortésmente, pero con firmeza, el inspector le tomó del brazo y le invitó a salir. Justo cuando Murillo lo estaba haciendo, entró la juez de guardia, una magistrada de mediana edad llamada Margarita Sánchez. La acompañaban un médico forense, Eduardo Rampín, y un secretario judicial.

Durante las horas siguientes, la policía científica trabajó duro en la escena del crimen. Los agentes escudriñaron hasta el último milímetro de las habitaciones en busca de huellas. Por su parte, el forense llevó a cabo un primer examen del cuerpo de Eloísa Ángel, alternando las tomas de temperatura corporal a fin de determinar cuanto antes, y con la mayor precisión posible, la data de la muerte. Sobre las cuatro de la madrugada, la juez decretó el levantamiento del cadáver.

Horas después, la mañana amaneció radiante, anticipando un maravilloso día de mayo, pero Álvaro Zorraquino, secretario del juzgado, no pudo disfrutar de un triste rayo de sol. Estuvo demasiado ocupado en la redacción del informe.

DILIGENCIA DE INSPECCIÓN OCULAR, IDENTIFICACIÓN, RECONOCIMIENTO Y LEVANTAMIENTO DE CADÁVER

En Zaragoza, a 27 de mayo de 2011

Siendo la 1.15 horas del día de la fecha, la Ilustrísima Señora Magistrado-Juez de este Juzgado de Instrucción número 3 de Zaragoza, en funciones de guardia, doña Margarita Sánchez Puente, con mi asistencia como secretario y la del señor médico forense don Eduardo Rampín Otero, se constituye en el lugar objeto de los hechos que motivan esta diligencia
.

LUGAR DE LOS HECHOS

Se halla ubicado en el pasaje de Independencia, número 12, octava planta, oficina número 13. Dicha planta la ocupan un total de diecisiete oficinas, dedicadas a usos como gestoría, diseño industrial, agencia de seguros, etcétera. Detrás de la escalera hay una zona destinada a servicios comunes (W. C.), cuyas puertas se encuentran cerradas
.

La oficina objeto de la inspección es la número 13, y está situada a la derecha de la escalera, hacia la mitad de un corredor de acceso. Presenta una puerta con blindaje y cerradura de seguridad, pero sin alarma, con una placa que reza: «Eloísa Ángel Ruiz, Abogada».

Dentro de la oficina número 13, las paredes están pintadas de un color gris claro y el suelo cubierto por una moqueta asimismo gris con dibujos de color negro. El corto pasillo que une el vestíbulo con el despacho de trabajo se usa como sala de espera. El mobiliario lo constituyen seis sillas, varias de las cuales están derribadas. También está tirado en el suelo un cenicero de aluminio con colillas diseminadas, entre restos de ceniza y tarjetas profesionales de Eloísa Ángel Ruiz. Dos de esos cigarrillos son de la marca Marlboro; uno, Chesterfield; uno, Fortuna, y otro Coronas.

A la entrada del despacho principal hay varios cuadros expuestos. Dos de ellos pertenecen a autores reconocidos, Antonio Saura y Ràfols Casamada, siendo los restantes, al igual que los citados, de estilo abstracto. No se advierten en las paredes manchas o señales indicadoras de que una u otra de esas piezas artísticas haya sido descolgada o sustraída recientemente.

El despacho profesional propiamente dicho (hay otro a su derecha, bastante más pequeño, que se emplea como archivo) tiene unas dimensiones de cinco metros de ancho por seis metros de largo. La pared del fondo tiene un ventanal que da al pasaje de Independencia y ocupa la mitad de su anchura, con persianas de tipo estor. Como mobiliario se observa una mesa de escritorio confeccionada en cristal y madera, con una calculadora encima, un ordenador con teclado y un cenicero de piedra con dos colillas de la marca Marlboro y otras dos de la marca Gitanes; más otra mesa anexa, más pequeña, sobre la que descansa una impresora de ordenador, un teléfono de los llamados «de góndola» y una pila de carpetas-expedientes con asuntos profesionales. El que se encuentra más a la vista corresponde a la identificación «Jesús Clavé», consistiendo en una gruesa carpeta con copia de providencias del juzgado y numerosos folios y documentos relativos al asesinato de Néstor Badía, cargo del que se halla acusado y a la espera de juicio el mencionado Jesús Clavé
.

IDENTIFICACIÓN DE LA VÍCTIMA

La víctima resulta ser Eloísa Ángel Ruiz, de veintinueve años de edad, nacida en Zaragoza el 19 de enero de 1982, titular del DNI 16.878.923-G. Con despacho profesional en el lugar de los hechos y domicilio particular en Urbanización Residencial Paraíso, número 4, 4º izquierda de esta capital
.

RECONOCIMIENTO Y SITUACIÓN DEL CUERPO

El cuerpo se halla en posición
decúbito prono
[9]
, con la cabeza orientada hacia la ventana. Ambas piernas están flexionadas por las rodillas, la derecha ligeramente encima de la izquierda, y ambos brazos estirados. La mano derecha tiene los dedos encogidos.

Viste conjunto de chaqueta rojo, camisa blanca y zapatos asimismo rojos. Lleva un reloj con correa de cuero y un colgante
.

Examinado el cuerpo por el señor médico forense presenta: un gran corte en el pecho izquierdo, de varios centímetros de profundidad, que parece ser causante de la muerte; otros cortes meramente superficiales en brazos, muñecas y muslo izquierdo. Visible hematoma en el párpado izquierdo. Pequeña herida en parte exterior del labio inferior
.

Se recogen como evidencias varios pelos hallados en diversas partes del cuerpo, según indicación numérica efectuada por la policía científica, documentada fotográfica y videográficamente
.

Hay huellas de calzado junto al cuerpo de la víctima, así como otras junto a las manchas de sangre, en el cuarto de baño y en el comedor
.

A las 2.45 horas, la temperatura axilar del cadáver arroja 24,5 °C. A las 3.45 horas, tomada la temperatura anal, resulta ser de 27,1 °C, fijándose por el señor médico forense como hora aproximada del fallecimiento la comprendida entre las 20.30 y las 21.30 horas de la tarde noche anterior
.

Efectuada por la Unidad de Policía Científica la correspondiente numeración de los vestigios hallados, y la consignación fotográfica y videográfica del lugar, el señor médico forense se hace cargo de las muestras biológicas tomadas
.

LEVANTAMIENTO DEL CADÁVER

Llegados a este punto, por Su Señoría se ordena el levantamiento del cadáver y su traslado al Instituto de Medicina Legal, a fin de que se proceda a la práctica de la correspondiente autopsia para la determinación definitiva de la hora y causa fundamental de la muerte
.

Con lo que se dio por terminada la presente, siendo las 4.00 horas de la mañana del día de la fecha, firmándose por Su Señoría, de lo que doy fe
.

* * *

Capítulo 26

E
SA noche, el comisario no pudo dormir. Tan imposible le resultó conciliar el sueño como dejar de pensar en la mujer asesinada.

Había abandonado la escena del crimen, acompañando a la juez, a las cuatro y media de la madrugada. A esa hora, había pasado por comisaría para revisar las declaraciones de los dos testigos, la prima de la abogada y el portero de la finca. Hacia las cinco, muerto de fatiga, pero desvelado por completo, se había dirigido a su casa.

Los Moro vivían en el barrio del Actur, al otro lado del Ebro, junto a un centro comercial que los vecinos apodaban La Salchicha. Eran propietarios de un apartamento no muy amplio, pero luminoso. Al comisario, hombre de gustos sencillos y poco amigo de protagonismos, le gustaba por lo que tenía de anónimo.

Al entrar, comprobó que su mujer, Sara, y sus dos hijos, Toño y Sarita, dormían plácidamente, y se sirvió el whisky que no había podido saborear en la sobremesa de su interrumpida cena en
El Cachirulo
con la Sociedad Gastronómica.

Impactado aún por la muerte de la abogada, se propuso tomar algunas notas para ordenar sus ideas. Años atrás había descubierto que, a la larga, los únicos razonamientos válidos eran los que el papel podía soportar.

Cerca de las seis de la mañana, el comisario se sentó en su reducido estudio, rodeado de sus discos de música latinoamericana y de las botellas de Coca-Cola de distintos tamaños y países que coleccionaba desde su juventud. Poseía más de doscientas. No cabían en las estanterías, por lo que las guardaba abajo, en el garaje, en un cuarto trastero. De vez en cuando, las iba cambiando, como piezas de una exposición particular de la que sólo él y su hijo Toñito, que parecía iba heredando sus aficiones, incluida una temprana vocación policial que se manifestaba en las preferencias de sus juegos infantiles, disfrutaban.

Antes de destapar la pluma, el comisario se obligó a reflexionar a fondo en la escena del crimen. Su experiencia en investigaciones criminales le sugería que sólo hay dos clases de escenarios: los que responden a errores o excesos del criminal, a su torpeza para generar indicios o a su habilidad para borrar pistas; y aquellos otros que contienen elementos anómalos, que no deberían haber estado allí. Resumiendo: escenas de crímenes en las que falta algo y escenas de crímenes en las que sobra algo.

A juicio de Moro, la del asesinato de Eloísa Ángel Ruiz pertenecía con claridad a esta última clasificación.

¿Y qué era lo que sobraba en el despacho de la abogada?, se cuestionó el comisario.

Para empezar, sospechosos. La testigo principal, la prima de la víctima, había proporcionado en su declaración, de la que Moro se había llevado copia, las descripciones de dos hombres que, en diferentes momentos, y por separado, habían abandonado el edificio antes de las nueve y media de la noche.

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