Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
La cena que desde un primer momento se presumía aburrida,
poco a poco se fue transformando en una velada de lo más interesante.
Caroline sin duda, con su frescura y su desparpajo estaba
siendo una compañía de lo más variopinta y pese a la diferencia de edad con
Gabriel, ambos tenían muchas cosas en común y no solo por la cuestión estética,
de
piercings
y tatuajes.
La hora de los cafés fue el preámbulo perfecto antes del
comienzo del baile.
Peter Kramer subió al escenario.
—Atención, atención —dio unos golpecitos al micrófono—.
Damas y caballeros, un poquito de silencio, por favor.
Esperó a que todo el mundo le prestara atención, para
seguir hablando.
—Ahora como todos ya sabéis, llega la guinda del pastel, el
momento más esperado por el público femenino… ¡La subasta del primer baile!
La sala se llenó de aplausos y de vítores. Entonces Peter
se giró haciendo unas señas a los tres hombres que esperaban rezagados algo más
atrás.
—Y esos tres pobres… ¿qué tienen que ver con el baile?
—susurró Gabriel a Caroline acercándose a su oído.
—Ya lo verás… —emitió una sonrisita graciosa.
Peter esperó de nuevo a que los aplausos se calmaran para
poder proseguir.
—Estos tres apuestos jóvenes… —se giró mostrándoles con la
mano—. Cederán su primer baile a la señorita que gane la subasta. Y los
donativos como ya saben, irán destinados a la casa de acogida Masdow.
De nuevo los aplausos.
Gabriel miraba con atención al escenario sin perder un
ápice.
—Pero antes de empezar…. —Alzó la vista mirando a todos los
invitados de la cena— ¿Hay en la sala algún joven más que se atreva a subir al
escenario?
Nadie contestó, se creó un discreto murmullo en la sala,
solo algunas personas cuchicheaban en tono bajito.
Gabriel miró a Caroline y después a Jessica y musitó entre
dientes:
«
Esto puede llegar a ser muy divertido…»
Y como un resorte se levantó de la silla alzando la mano.
Caroline aplaudió encantada y Jessica boquiabierta abrió
los ojos con gran desconcierto.
—¿Se ha vuelto loco? —masculló Robert frunciendo el ceño.
Gabriel corrió hacia el escenario y de un salto se instaló
en la tarima, colocándose al lado de Peter.
La sala enseguida se alzó aplaudiendo y vitoreando mucho
más que antes. Gabriel había creado una gran expectación entre el público
femenino. Muchas mujeres aplaudían efusivamente, incluso se pudo escuchar algún
que otro piropo
“subido de tono”,
al que Gabriel respondió con una
amplia sonrisa de oreja a oreja.
—Bravo Gabriel, tienes agallas —le reconoció al oído.
—He venido a pasármelo bien —le confesó—. Además, así podré
contribuir a una buena causa, espero recaudar mucha pasta.
Peter le preguntó a Gabriel un par de cosas en privado para
poder presentarle ante el público y luego caminó hasta aquellos tres hombres
que esperaban un poco más al fondo. Se presentó estrechando la mano a cada uno.
—Eres valiente colega… —se mofó el chico de su derecha.
—Todo sea para pasar un rato divertido.
—Ya verás que se ponen como locas cachondas, solo les falta
tirarse de los pelos —rió a carcajadas.
Peter tosió varias veces mirándoles reclamando de nuevo
silencio.
—Empecemos… Que se acerque el primer candidato.
Un chico moreno de mediana estatura, caminó al lado de
Peter. Se colocó la pajarita tragando saliva. Estaba ligeramente nervioso ante
tantos ojos clavándosele al mismo tiempo.
—Este apuesto galán de Orlando, se llama Paul —recitaba
Peter acercándose al micrófono para que todos pudieran escucharle
perfectamente— Tiene veintisiete años, es soltero… de momento.
Varias mujeres del público rieron y Peter Kramer prosiguió:
—Es abogado y le gusta la pintura y el cine… Así que…
Señoras, se abre la puja ¿quién levanta la mano?
Paul hizo un repaso rápido a la sala, imaginando la
vergüenza que pasaría en el hipotético caso de que nadie pujara por él. Volvió
a tragar saliva, esta vez más despacio, metiendo su dedo entre el cuello de la
camisa y su pescuezo, para intentar que corriera el aire.
—Dos cientos dólares —dijo una señora mayor alzando la
mano.
—Quinientos dólares —dijo otra a su vez.
Paul empezó a sonreír tímidamente. Al menos alguien pujaba
por él.
—¡Mil dólares! —gritó la señora mayor de nuevo.
Peter miró a la segunda mujer viendo como alzaba las manos
derrotada y se volvía a sentar.
—Mil dólares a la de una… mil dólares a la de dos… y….
—dejó pasar deliberadamente unos segundos para crear un poco de expectación en
el ambiente—. ¡Mil dólares a la de tres! ¡Vendido a la señora del bonito
vestido turquesa!
El gentío aplaudió y Paul bajó de la tarima.
Peter fue
subastando
a los otros dos candidatos,
llegando así el turno de Gabriel, quién inspirando hondo se acercó hasta él,
con aquel estilo de caminar tan peculiar suyo.
Jessica miraba expectante y en riguroso silencio desde su
sitio. Vigilando con brillantes ojos de rapaz a las demás mujeres de la sala,
pero en especial a Caroline, que ya se había levantado de su asiento, sin que
su padre hubiese presentado a Gabriel.
—¡Mil dólares! —gritó alzando la mano dando saltitos
emocionada.
Peter y Gabriel se rieron jocosamente. En la sala empezaron
a sentirse risas entre las mesas.
—Calma, un poquito de calma —dijo aplacando los fervientes
ánimos— Antes de nada, vamos a proceder a su presentación en sociedad…
Caroline que se había dejado llevar por la efusividad del
momento volvió a retomar su asiento.
—Pues entonces, vayamos allá… Este joven apuesto se llama
Gabriel y tiene treinta años, es arquitecto y ha venido desde España.
La gente murmuraba.
—Es alegre, divertido, amante del deporte y de las mujeres…
y consigue siempre todo lo que se propone.
Las mujeres hablaban unas con las otras, sin duda el plato
fuerte de la noche lo habían reservado para el final. Gabriel no había dejado
indiferente a ninguna de ellas. La expectación y la temperatura subieron varios
grados en aquella sala.
Caroline se mordía el labio nerviosa, no quería que ninguna
le robara el primer baile con Gabriel, y haría lo que estuviera en su mano, o
mejor dicho, en su bolsillo para conseguirlo.
—Señoras… —proseguía Peter—: Tras el revuelo que se ha
ocasionado, me permitiré empezar por poner un precio de salida… en este caso
de: ¡Tres mil dólares!
Gabriel se quedó a cuadros y soltó un silbido seguido de
una sonrisita. Peter se había vuelto loco, ¿quién iba a pagar esa fortuna por
bailar con él? Era una soberbia excentricidad.
—¡Tres mil dólares! —Saltó Caroline de un respingo de su
silla.
—¡Cinco mil dólares! —Alguien gritó hacia el fondo.
Toda la sala buscó aquella voz. Se trataba de una mujer de
unos cuarenta años, muy atractiva, de cabellos pelirrojos y unos vivarachos
ojos chocolate. Se levantó delicadamente mientras sujetaba una tarjetita blanca
que agitaba entre sus dedos.
Caroline, conocía a esa mujer, era Norma Stevens, una vieja
amiga de su madre, una
“devora hombres”
como la solía llamar, pero lo
peor de todo es que era asquerosamente rica.
—¡Diez mil dólares! —espetó Caroline desafiando a Norma.
La sala gritó una ovación. Todo el mundo estaba en tensión realizando
apuestas, a ver quién sería la afortunada de llevarse al joven apuesto.
—¡Veinte… mil… dólares! —se acercó Norma hasta el escenario
con paso firme devorando a Gabriel con la mirada.
Gabriel no daba crédito a lo que estaba sucediendo en ese
momento, definitivamente, se habían vuelto todas completamente chifladas, era
una completa aberración pagar esa desorbitada cantidad por él.
Peter en cambio estaba encantado, los donativos ese año
para el centro iban a ser muy generosos.
Caroline, miraba a su padre pidiéndole, aclamándole su
ayuda. El presupuesto del cual disponía, hacía ya varios miles de dólares que
lo había traspasado.
—A-yú-da-me… por favor —gesticuló con los labios a su padre
para que pudiera leer en ellos.
Peter tuvo que negar con la cabeza. Veinte mil dólares era
una suma demasiado desorbitada. Muy a su pesar, no podía ayudar a su hija en
ese último capricho.
Caroline se vio acorralada, no podía pujar más, miró a
Gabriel y miró a Norma.
«¡Maldita sea!»
,
masculló entre dientes mientras veía como su padre, muy a su pesar y sin poder
evitarlo, tenía que cerrar la subasta…
—Al parecer Gabriel ya tiene pareja para el baile de esta
noche…
Peter le miró palmeándole la espalda.
—¡Veinte mil dólares a la de una….! —Miró a Caroline viendo
como se sentaba agachando la cabeza derrotada— ¡Veinte mil dólares a la de
dos…! —Observó a Norma como se sentía ganadora dibujando una amplia sonrisa en
sus labios— ¡Y … Veinte …. millll … dólaresssss …!
—¡CINCUENTA MIL DÓLARES! —alguien gritó.
La sala se quedó muda unos instantes y luego un jadeo
multitudinario invadió la estancia. Gabriel soltó un silbido de admiración.
Jessica se levantó de su silla lentamente mirando a
Gabriel. Caroline no daba crédito a lo que estaba sucediendo en ese momento.
—¿Te has vuelto loca? —le increpó Robert frunciendo el ceño
con fuerza mientras le agarraba de la muñeca, tirando de ella hacía abajo para
que se sentara.
—¡Cincuenta mil dólares! —Volvió a repetir Jessica esta vez
soltándose de un tirón.
Pasó junto a aquella zorra
“devora hombres”
con una
satisfacción sin límites. Gabriel le atraía de una manera que no podía
controlar ni limitar, y verlo tonteando con aquella niñata la había estado
sacando de quicio toda la cena. Que la perra de Norma pretendiera levantárselo
en sus narices había sido el colmo. No había podido contenerse más.
Gabriel se había quedado de piedra, la miraba sin dar
crédito, Jessica le había roto todos los esquemas con aquel gesto suicida.
—Chata, todo tuyo… debe de valer mucho la pena para
malgastar ese dineral… —le confesó Norma retirándose y volviendo a su silla.
Jessica sostuvo la mirada a Gabriel y él le negó con la
cabeza a la vez que no podía evitar recompensarle con una sexy sonrisa.
—Entonces… Cincuenta mil dólares a la una… a las dos…
¡Vendido! ¡A la guapa señorita del vestido de cola! —gritó Peter aplaudiendo.
La sala se levantó clamorosa celebrando con aplausos su
hazaña, o su falta de juicio. Algunos vitoreaban y otros silbaban mientras
Jessica subía a la tarima a por su merecido
premio.
Gabriel que la seguía con la mirada vio como subía los
peldaños de madera mientras se recogía el vestido y se acercaba poco a poco a
su lado.
—¡Que dé comienzo el baile! —gritó Peter animado y la
orquesta empezó a entonar los primeros acordes de un vals.
Gabriel cogió la mano de Jessica y la besó en los nudillos
sin apartar la vista de sus ojos azules que brillaban chispeantes, quizás por
el efecto del vino, o quizás por otro motivo.
Los invitados empezaron a invadir la pista de baile, dejando
el centro para las cuatro parejas de la subasta. Solo faltaban Jessica y
Gabriel.
—Creo que nos esperan para abrir el baile —hizo un gesto
señalando a la pista.
Soltó su mano, saltó de la tarima y alzó los brazos
haciéndole un gesto con las manos para que se acercara al filo del escenario.
Gabriel la cogió de la cintura y la bajó. La cogió de nuevo
de la mano y la guió entre la gente hasta el centro de la pista.
Al llegar allí, permanecieron frente a frente el uno del
otro, sin apartar las miradas. Gabriel la cogió de las muñecas para
colocárselas sobre sus hombros mientras con sutileza abrazaba su cintura
comenzando a danzar al compás de aquella música.
—No entiendo como paga un dineral por mí, cuando puede
tenerme siempre que quiera —le susurró al oído mientras le estrechaba con
fuerza a su cuerpo.
Gabriel empezó a besar y a lamer suavemente su lóbulo y
Jessica ahogó un gemido, sintiendo como un escalofrío recorría su nuca desnuda.
Deslizó la punta de la lengua muy lentamente por su cuello, por encima de la
vena carótida.
Sin poder evitarlo, ella se volvió a estremecer y a duras
penas pudo ocultar el nuevo gemido.
Ya no podía reprimir más el deseo y la pasión desenfrenada
que sentía por aquel hombre. Negar la evidencia, no le había servido de nada hasta
aquel momento…
Cerró los ojos y su boca suplicó en un susurro
quebrado:
—Vámonos de aquí, ahora.
La noche había estado repleta de sorpresas.
Gabriel, ni por asomo, hubiese imaginado la inesperada
reacción de Jessica, pese a que era del todo consciente de la atracción física
que existía entre ambos.
¿Quién no era capaz de verlo? Era palpable a leguas. Era
solo cuestión de tiempo que la evidencia se materializara y que ambos
sucumbieran a la tentación.
Gabriel dejó de besar el cuello palpitante y aterciopelado
de Jessica Orson para perderse una vez más en el ardiente azul zafiro de sus
ojos.
—Llévame a cualquier parte menos aquí… —le dijo ella con
insistencia.
—¿Estás segura? —le preguntó anhelando con todas sus fuerzas
una respuesta afirmativa.
La deseaba, pero quería que ella estuviera convencida, que
no dudara o lo que sería peor, que se arrepintiera después si ambos se
marchaban juntos.
—Quizás… esto te sirva de respuesta...
Jessica enredó los dedos en su pelo ondulado y acercándose
lentamente a su boca, lo besó. Aquel beso rezumaba exigencia, necesidad,
posesión.
Lo deseaba como nunca antes había deseado a ningún otro
hombre.
Gabriel lo tenía todo. Era tremendamente sexy, atractivo,
ardiente y con un punto de chico malo que tanto le ponía cachonda. Eran muchas
de las cualidades que esperaba de un hombre. Él, por lo tanto, cumplía
sobradamente con las exigentes expectativas de ella.
Jessica abrió un poco más la boca invitándole a que la saboreara
a su antojo y ambas lenguas se fundieran en una sensual y deliciosa danza sin
censuras.
Gabriel cogió entre sus grandes manos el rostro de Jessica
y mirándola intensamente, mordisqueó su labio inferior de forma sensual y a la
vez muy morbosa.
—Subamos a mi habitación… —le propuso él. Su voz ahora era
mucho más grave.
Ya no podía contener su excitación por más tiempo. Su
cabeza le daba vueltas, imaginando las mil y una formas de hacerle el amor.
—Estabas tardando demasiado en pedírmelo… —le contestó
recuperando el aliento—. Además... pienso cobrarme hasta el último centavo que
he pagado por ti esta noche.
Gabriel no vaciló. Necesitaba perderse cuanto antes entre
sus piernas. Acariciar su cuerpo desnudo. Sentir de nuevo su suave piel y
saborear su sexo.
La cogió de la mano y empezó a caminar guiándola entre
la multitud. Tardaron poco en salir de aquella sala dirigiéndose al ascensor.
Al concentrarse la mayoría de los invitados en la pista de
baile, consiguieron entrar en uno relativamente pronto. Una vez en el interior,
Gabriel presionó el botón de la segunda planta y las puertas se cerraron
inmediatamente después.
Cuando el motor estuvo en marcha, Jessica golpeó el botón
con la palma bloqueando de esta forma el cubículo, quedando suspendido entre la
primera y la segunda planta.
Sonrió de forma sugerente y mordiéndose el labio inferior
con lascivia, se acercó a él con una arrebatadora mirada felina que podía
incluso fundir icebergs a su paso.
—No puedo esperar a llegar a tu habitación… Te deseo
ahora...
Jessica se colocó frente a él para tantear su boca
morbosamente. Cada vez que rozaba sus labios, echaba atrás la cabeza dejándolo
con ganas de más. Así durante unos segundos hasta que al fin se abalanzó sobre
su boca, devorándola con rabia, con rudeza pero a la vez de una forma muy
sensual al tiempo que
se
desprendía del cinturón con una habilidad asombrosa con una sola mano. Continúo
desabrochando el pantalón y bajando la cremallera. Reservando el bóxer para
después.
Cuando se arrodilló frente a él, palpó con sus dedos la
dura erección a través de la licra. Gabriel soltó un gruñido de su boca y luego
apretó los dientes. Estaba muy caliente. Necesitaba más.
Bajó lentamente el bóxer liberando su enorme pene,
empalmándose de forma vacilante antes los ojos de ella. Sonrió orgullosa
y descaradamente. Le excitaba saber que provocaba ese efecto devastador en los
hombres. Le encantaba jugar y disfrutar abiertamente del sexo. Sin prejuicios y
casi sin limitaciones.
Levantó la vista y sonrió. Gabriel empezaba a respirar con
dificultad.
—Este ascensor va a llevarte hasta el mismísimo séptimo
cielo.
Luego dirigió la mirada a su entrepierna y se fijó más
detenidamente en aquel sinuoso tatuaje. En aquella cobra invertida, dibujada en
tinta negra y en diferentes tonalidades de verde. Humedeció el labio lentamente
mientras reseguía el contorno con la uña. Primero la cola que empezaba en la
pelvis, hasta alcanzar la cabeza del reptil que moría junto a su pene.
—Tu tatuaje…me excita mucho.
—Creía que los detestabas…
—No hagas caso de todo lo que te diga —murmuró con sorna.
Gabriel enarcó una ceja.
Al parecer no eran tan diferentes como había creído a
simple vista.
—¿Por qué una cobra? —insistió.
Él se rió.
Nunca nadie antes se lo había preguntado y mucho menos al
momento previo a una felación.
—Pues… Es un ser por el cual me sentí identificado en una
época de mi vida —hizo una breve pausa para buscar las palabras adecuadas y
luego prosiguió—: Hace cuatro años ocurrió algo en mi vida, provocando un antes
y un después. Dos personas muy importantes para mí, me traicionaron.
Jessica percibió su dolor a través de sus palabras.
Los ojos verdes de Gabriel se habían oscurecido en una
fracción de segundo.
—En cierta forma, el tatuaje me ayudó a expulsar aquel odio
y aquel rencor que me carcomía por dentro y no me dejaba vivir.
Jessica lo miró compasiva y él esbozó una sonrisa
tranquilizadora. No era el momento ni el lugar para lamentaciones.
—Todos tenemos un pasado.
—Cierto.
Ella se acercó un poco más a su miembro que seguía erecto y
expectante.
—Y yo soy el presente. Cierra los ojos y disfruta del
ahora —añadió antes de besar y chupar el glande perezosamente el cual lloró una
gota de líquido preseminal que lamió muy gustosa.
—¡Dios!... —Gabriel exhaló el aire con fuerza
—.
Eres muy perversa...
—Sí… y no te imaginas cuanto me encanta serlo… —sonrío con
cara de vicio mientras agarraba la envergadura de su pene con una mano
introduciéndoselo en la boca y con la otra masajeaba despacio los testículos.
Gabriel comenzó a jadear desenfrenadamente cuando ella
empezó a chupar, a lamer y a succionar con posesión. Echó la cabeza hacia atrás
y apretó los ojos con fuerza.
—¡Joder Jessica...! —gruñó mientras le cogía con ambas
manos la cabeza y le obligaba a seguir el compás de los movimientos de su
cadera— ¡Sigueee...!
Las piernas de Gabriel empezaron a temblar y las fuerzas a
flaquear pero Jessica continuó bombeando con fuerza. Rítmicamente, arriba y
abajo.
Saboreándole.
Ese era su momento. Ese era su control.
Lo tenía a su merced y ella era la única dueña de su
placer.
Pronto estaría muy cerca. Sus jadeos, que retumbaban en
aquellas cuatro paredes, eran cada vez más continuados. Limpió con el dorso de
su mano la fina capa de sudor que mojaba su frente y luego le ronroneó
flaqueándole las fuerzas:
—Jessica... si sigues, me voy a correr...
—Pues adelante...
Jessica en vez de detenerse y apartarse, empezó
a follarle con más ímpetu, dentro y fuera, hasta el fondo de su garganta.
Gabriel que no pudo reprimirse más, tiró con fuerza de su
pelo y explotó, soltando un grave gruñido gutural que emergió desde lo más
profundo de sus entrañas. Su orgasmo fue tan devastador que después de eyacular
aún seguía teniendo pequeños espasmos.
Tras acabar de tragar hasta la última gota, se limpió los
restos de semen de la comisura de los labios y se levantó con una sonrisa
de satisfacción pintada en su cara.
—¿Has disfrutado?
—No te imaginas cuanto…
—¿Te gustaría tocarme, verdad? —le ronroneó juguetona.
—Estoy deseándolo.
Jessica cogió una de sus manos y la metió bajo su falda.
Separó las piernas dando vía libre a su sexo. Gabriel hizo a un lado el tanga y
deslizó un par de dedos en el interior de su vagina. Esta le recibió húmeda y
caliente.
Gabriel volvió a empalmarse. Sus dedos entrando y saliendo
de ella, le habían puesto muy cachondo.
Ella gimió echándole el aliento a la cara.
—¿Te gustaría masturbarme?
—Sí.
—¿Te gustaría lamerme?
—Sí.
—¿Te gustaría follarme?
—Sí... —contestó entrecortadamente.
Para su sorpresa, ella le sonrió de forma maliciosa y
después le apartó la mano de su entrepierna. Gabriel frunció el ceño confundido
a la vez que enfadado.
¿A qué estaba jugando?
Insistió de nuevo. Volvió a meter su mano bajo la falda
pero antes de llegar a siquiera rozar la tela del tanga, ella se lo impidió.
—Sé paciente. Lo que ha ocurrido en el ascensor, no ha sido
más que un pequeño anticipo.
Jessica, ante la incredulidad de Gabriel, pulsó el botón de
puesta en marcha y el ascensor empezó a ascender hacia la segunda planta.
—El juego así es más divertido —añadió guiñando el ojo.
Gabriel, perplejo la miraba con asombro mientras acababa de
vestirse. No entendía su juego.
De repente, las puertas se abrieron de par en par y
pudieron salir accediendo al pasillo. No había nadie, estaban completamente
solos.
Ambos empezaron a caminar en paralelo, sin tocarse y sin
hablarse.
Cuando llegaron ante la puerta 225, Gabriel pasó la tarjeta
por la ranura y sin pedirle permiso, la cogió en volandas y la cargó sobre el
hombro.
—Pero, ¿acaso te has vuelto loco?
—Completamente ido. Ya me he cansado de esperar…
Le dio un cachete en el culo como reprimenda.
—¡Salvaje! —gritó.
—¿Quieres jugar?
Ella no contestó, se limitó a reírse a carcajadas.
—Lo tomaré como un sí, señorita Orson —dijo dando un
puntapié a la puerta—. Voy a enseñarte lo que es un anticipo, un preliminar y
el juego al completo.
Jessica sin dejar de reír, contestó a sus palabras:
—Lo estoy deseando, señor Gómez…