Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan
Miriam tenía las piernas rectas y muy oscuras. La sangre se había acumulado en la parte inferior de sus extremidades, y sus manos y pies estaban considerablemente ennegrecidos.
Atrás habían quedado sus pasos tímidos y endebles, aquel modo de andar atrofiado que Setrakian había tratado de fortalecer y confortar durante cada una de las noches que habían compartido juntos.
De qué manera tan completa
y rápida se había transformado, pasando de ser el amor de su vida a esta criatura enloquecida, cubierta de fango y de mirada flamígera. Era ya un
strigoi
que le había cogido el gusto a
los niños que no pudo soportar en vida.
Setrakian se levantó de la silla y, con un llanto hondo y silencioso, una parte suya quiso claudicar, irse al infierno con ella y entregarse al vampirismo en medio de su desesperación.
Sin embargo, la destruyó con el mismo amor que le había prodigado en vida, con el rostro cubierto de lágrimas. También despachó a los niños, sin reparar en sus cuerpos corrompidos, aunque en el caso de Miriam decidió conservar una parte de ella.
Aunque sepamos que lo que hacemos es una locura, no por ello dejamos de hacerla. Setrakian cortó y extrajo el corazón enfermo de su esposa, el órgano corrupto que latía
con el ansia de un gusano de sangre, y lo introdujo dentro de un bote
de conservas.
«La vida es una locura —pensó Setrakian, al concluir aquel acto de carnicería, mirando alrededor de la habitación—. Y también el amor».
Flatlands
D
ESPUÉS DE PASAR
un último momento con el corazón de su difunta esposa, Setrakian dijo algo que Fet dificultosamente
oyó, y no pudo entender: «Perdóname, querida». Acto seguido comenzó a trabajar.
Seccionó el corazón no con una hoja de plata, lo que habría sido fatal para el gusano, sino con un cuchillo de acero inoxidable, seccionando el órgano abominable con pequeños tajos. El gusano sólo intentó escapar cuando Setrakian acercó el corazón a las lámparas UV que estaban en el borde de la mesa. Más grueso que un cabello, delgado y rápido, el gusano capilar rosado salió disparado, apuntando en primer lugar a los dedos retorcidos que sujetaban el mango del cuchillo. Pero Setrakian estaba alerta y lo arrojó al centro de la mesa. Lo pinchó con el cuchillo, partiendo el gusano en dos. A continuación, Fet cubrió los extremos separados con dos vasos grandes. Los gusanos se regeneraron, tanteando el borde interior de sus nuevas jaulas. El anciano se dispuso a adelantar su experimento. Fet se recostó en un taburete, mirando a los gusanos revolcarse en el interior del vidrio, impulsados por su sed de sangre. Fet recordó las palabras que Setrakian le había dirigido a Eph a propósito de la destrucción de Kelly: «En el acto de liberar a un ser querido... saborearás el significado de la conversión. Ir en contra de todo lo que eres. Ese acto lo cambia a uno para siempre». Y las que le dirigió Nora cuando hablaron del amor como la verdadera víctima de la plaga, el instrumento de nuestra perdición, el amor humano corrompido por la necesidad vampírica que se revela cuando los insepultos regresan a por sus seres queridos.
—¿Por qué no te mataron en los túneles? —le preguntó Fet—. Después de todo, era una trampa.
Setrakian levantó la vista para mirarlo.
—Lo creas o no, en aquel entonces tenían miedo de mí. Yo estaba en la flor de la juventud, era fuerte y estaba lleno de vitalidad. Ellos son temibles, es cierto, pero debes tener en cuenta que su número era muy reducido por aquel entonces. Su instinto de conservación era primordial. La expansión desenfrenada de su especie era un tabú. Pero tenían que hacerme daño. Y ciertamente lo consiguieron.
—¿Aún tienen miedo de ti? —preguntó Fet.
—No de mí, sino de lo que represento. De lo que sé. Pero ¿qué puede hacer un anciano contra una horda de vampiros?
Fet no creía para nada en la humildad de Setrakian.
—Creo que el hecho de que no nos hayamos rendido, la idea de que el espíritu humano prevalece ante la adversidad absoluta, realmente les intriga —continuó diciendo el anciano—. Ellos son arrogantes. Su origen, si logramos confirmarlo, dará testimonio de ello.
—¿Cuál es su origen, entonces?
—Una vez que tengamos el libro y esté completamente seguro..., te lo diré.
La señal de la radio comenzó a desvanecerse, y Fet fue el primero en atribuirlo a su oído defectuoso. Giró la manivela, alimentando la unidad y manteniéndola en funcionamiento. Las voces humanas habían sido reemplazadas en las ondas por una fuerte interferencia y unos tonos agudos y esporádicos. Pero una emisora deportiva aún seguía transmitiendo, y aunque aparentemente todos sus brillantes comentaristas habían desaparecido, un locutor solitario seguía al frente de las emisiones. Hablaba de temas muy variados, pasando de los Yankees-Mets-Gigantes-Jets-Rangers a las actualizaciones de noticias
obtenidas de Internet y de los ocasionales radioyentes
que llamaban.
«... La página web del FBI nos informa de que el doctor Ephraim Goodweather permanece bajo custodia federal a raíz de un incidente en Brooklyn. Se trata del prófugo y ex oficial del CDC de la ciudad de Nueva York que emitió aquel vídeo, ¿lo recuerdan? El del hombre encadenado como un perro en el cobertizo. ¿Se acuerdan de aquella criatura demoniaca de aspecto histérico y extravagante? ¡Ésos eran los buenos tiempos! En fin..., dicen que ha sido arrestado por... ¿qué? ¿Intento de asesinato? ¡Por Dios! ¡Justo cuando crees que puedes obtener algunas respuestas verídicas! Es decir, ese tipo estuvo presente cuando todo comenzó, si la memoria no me traiciona, ¿no? Él subió al avión, al vuelo 753. Y era buscado por el asesinato de uno de los primeros pacientes examinados, un tipo que trabajaba para él, creo que su nombre era Jim Kent. Por lo tanto, es obvio que algo le pasa a este tipo. En mi opinión, creo que le harán lo mismo que a Lee Harvey Oswald. Dos balazos en las tripas, y lo silenciarán para siempre. Otra pieza de este rompecabezas gigantesco que nadie parece poder armar. ¿Hay alguien que tenga alguna pista sobre el particular, cualquier idea o teoría? Si tu teléfono sigue funcionando, llámame a la línea deportiva...».
Setrakian se sentó con los ojos cerrados.
—¿Intento de asesinato? —preguntó Fet.
—Palmer —dijo Setrakian.
—¡Palmer! —exclamó Fet—. ¿Quieres decir que no es una acusación falsa?
La sorpresa inicial de Fet no tardó en transformarse en solidaridad.
—¡Dispararle a Palmer!
—¡Santo cielo! ¿Por qué no se me había ocurrido eso?
—Me alegra que no se te ocurriera.
Fet se pasó los dedos por la parte superior de la cabeza, como si estuviera despertándose a sí mismo.
—Uno más uno es igual a dos, ¿eh? —Dio un paso atrás, mirando a través de la puerta entreabierta en dirección a la fachada. La tarde moría allá afuera, detrás de las ventanas—. ¿Así que sabías esto?
—Lo sospechaba.
—¿Y no intentaste detenerlo?
—Comprendí que era imposible. A veces, un hombre tiene que actuar siguiendo sus propios impulsos. Compréndelo, él es un médico y un científico inmerso en una pandemia cuyo origen desafía todo aquello que él creía saber. Súmale a eso el conflicto personal que supone la conversión de su esposa. Tomó el camino que creía correcto.
—Una movida audaz. ¿Crees que habría tenido repercusiones en caso de no haber fallado?
—Oh, creo que sí. —Setrakian reanudó su trabajo.
Fet sonrió.
—No creía que fuera capaz.
—Estoy seguro de que él tampoco.
Fet creyó ver una sombra cruzar por las ventanas de delante. La imagen apareció de perfil en su periferia visual. Le pareció haber visto a un ser grande.
—Creo que tenemos un cliente —dijo Fet, apresurándose hacia la puerta de atrás.
Setrakian sostuvo su bastón con cabeza de lobo, retirando la parte superior y dejando al descubierto unos cuantos centímetros
de plata pura.
—Prepárate —le dijo Fet. Tomó su pistola de clavos y una espada, y se deslizó
por la puerta de atrás, temiendo la presencia del Amo.
Fet vio al hombretón
en la acera de atrás tan pronto
cerró la puerta. Era un hombre de cejas pobladas, corpulento y de unos sesenta años, tan grande como él mismo.
Tenía una pierna ligeramente más larga que la otra. Venía con las dos manos abiertas, con el mismo ademán de un luchador.
No era el Amo. Ni siquiera un vampiro. Los ojos del hombre así lo revelaron. Incluso los recién convertidos en vampiros se mueven de un modo extraño, más como animales o insectos que como seres humanos.
Otras dos personas bajaron de una furgoneta del Departamento de Obras Públicas. Uno de ellos, bajito, corpulento y de aspecto amenazante, iba totalmente cubierto de joyas, gruñendo como un perro callejero cubierto de bisutería. El otro era más joven y sostenía la punta de una espada larga en dirección a Fet, apuntándole a la garganta.
Sabían lo que hacían.
—Soy humano —les dijo Fet—. Si estáis buscando algo que robar, os informo de que lo único que tengo aquí es veneno para ratas.
—Estamos buscando a un anciano —dijo una voz detrás de Fet.
Se dio la
vuelta, y sus compañeros se mantuvieron frente a él. Era Gus. El cuello roto de su camisa desgarrada revelaba
parcialmente la frase «soy como soy» tatuada en su clavícula. Llevaba un cuchillo largo de plata en la mano. Eran tres pandilleros latinos
y un viejo ex luchador de manos tan grandes como un par de filetes.
—Está oscureciendo, muchachos —señaló Fet—. Deberíais seguir vuestro
camino.
—¿Y ahora qué? —preguntó Creem, que llevaba una manopla de plata.
—¿Dónde está el viejo? —le dijo Gus a Fet.
Fet disimuló. Esos pillos con aire de punks estaban armados hasta los dientes, y él no los conocía. Además, era desconfiado por naturaleza.
—No sé de quién me estáis
hablando.
Gus no le creyó.
—O contestas o vamos de puerta en puerta, cabrón.
—Impresionante. Puede que lo hagas, pero antes te voy a presentar a un amiguito —le dijo Fet, señalando la pistola de clavos—. Este primor es muy desagradable. El clavo penetra en los huesos y se aloja en ellos. Produce un daño irreversible, ya se trate de un vampiro o no. Te escucharé gritar cuando intentes sacarte un clavo de los ojos,
cholo
cabrón.
—Vasiliy —dijo Setrakian, saliendo por la puerta trasera con su bastón.
Gus vio las manos del anciano. Completamente deterioradas, tal como lo recordaba. El prestamista se veía aún más envejecido y pequeño. Aunque se habían conocido casi una semana atrás, tenía la impresión de que habían pasado varios años. Gus se enderezó, sin saber si el anciano lo reconocería.
Setrakian lo miró desde arriba.
—De la cárcel.
—¿La cárcel? —preguntó Fet.
Setrakian extendió la mano y le dio a Gus unas palmaditas afectuosas en el brazo.
—Escuchaste; aprendiste. Y sobreviviste.
—A güevo
. Yo sobreviví, y tú lograste salir.
—Tuve un golpe de buena suerte —dijo Setrakian, observando a los demás—. ¿Y tú, amigo? El enfermo. ¿Hiciste lo que tenías que hacer?
Gus se estremeció al recordar.
—Hice lo que tenía que hacer. Y sigo desde entonces.
Ángel hurgó en la mochila que llevaba al hombro, y Fet le apuntó con su pistola de clavos.
—Tranquilo, grandullón —dijo.
Ángel sacó la caja de plata que había encontrado en la casa de empeños.
Gus se la arrebató, sacó la tarjeta que había dentro y le entregó la caja al prestamista.
Contenía la dirección de Fet.
Setrakian notó que la caja estaba abollada y ennegrecida, y una de sus esquinas deformada por el calor.
—Enviaron a un escuadrón a por ti —dijo Gus—. Utilizaron el humo para camuflar su ataque durante el día. Estaban registrando la tienda cuando llegamos. —Gus señaló a los demás—. Tuvimos que volar tu casa en pedazos para salir de allí con la sangre aún roja.
Setrakian mostró un atisbo de lástima.
—Entonces ¿te has unido a la lucha?
—¿Quién, yo? —preguntó Gus, blandiendo su espada de plata—. No. Yo
soy
la lucha. Me los he estado despachando durante todos estos días; han sido demasiados para contarlos.
Setrakian observó más de cerca el arma de Gus, demostrando
un gran interés.
—Si se puede saber, ¿de dónde has sacado esas armas tan extraordinarias?
—De la mismísima fuente. —dijo Gus—. Vinieron a por mí cuando yo seguía con las manos esposadas, huyendo de la ley. Me raptaron cuando estaba en la calle.
La expresión de Setrakian se oscureció.
—¿Quiénes son «ellos»?
—Ellos... Los Antiguos.
—¿Los Ancianos? —preguntó Setrakian.
—Mal asunto —comentó Fet.
—Por favor —dijo Setrakian, haciéndole señas a Fet para que guardara la compostura—. Explícate.
Gus hizo un relato
de la oferta que le habían hecho los Ancianos, quienes tenían a su madre como rehén, y cómo había reclutado a los Zafiros de Jersey City para que trabajaran a su lado como cazadores diurnos.