Orgullo y prejuicio (34 page)

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Authors: Jane Austen

BOOK: Orgullo y prejuicio
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––Ni la más mínima. No recuerdo haber notado ninguna señal de afecto ni por parte del uno ni por parte del otro. Si hubiese habido algo, ¡buena es mi familia para que les pasara inadvertido! Cuando Wickham entró en el Cuerpo, a Lydia le gustó mucho, pero no más que a todas nosotras. Todas las chicas de Meryton y de los alrededores perdieron la cabeza por él durante los dos primeros meses, pero él nunca hizo a Lydia ningún caso especial, por lo que después de un período de admiración extravagante y desenfrenada, dejó de acordarse de él y se dedicó a otros oficiales que le prestaban mayor atención.

Aunque pocas cosas nuevas podían añadir a sus temores, esperanzas y conjeturas sobre tan interesante asunto, los viajeros lo debatieron durante todo el camino. Elizabeth no podía pensar en otra cosa. La más punzante de todas las angustias, el reproche a sí misma, le impedía encontrar el menor intervalo de alivio o de olvido.

Anduvieron lo más de prisa que pudieron, pasaron la noche en una posada, y llegaron a Longbourn al día siguiente, a la hora de comer. El único consuelo de Elizabeth fue que no habría hecho esperar a Jane demasiado.

Los pequeños Gardiner, atraídos al ver un carruaje, esperaban de pie en las escaleras de la casa mientras éste atravesaba el camino de entrada. Cuando el coche paró en la puerta, la alegre sorpresa que brillaba en sus rostros y retozaba por todo su cuerpo haciéndoles dar saltos, fue el preludio de su bienvenida.

Elizabeth les dio un beso a cada uno y corrió al vestíbulo, en donde se encontró con Jane que bajaba a toda prisa de la habitación de su madre.

Se abrazaron con efusión, con los ojos llenos de lágrimas, y Elizabeth preguntó sin perder un segundo si se había sabido algo de los fugitivos.

––Todavía no ––respondió Jane––, pero ahora que ya ha llegado nuestro querido tío, espero que todo vaya bien.

––¿Está papá en la capital?

––Sí, se fue el martes, como te escribí.

––¿Y qué noticias habéis tenido de él?

––Pocas. El miércoles me puso unas líneas diciéndome que había llegado bien y dándome su dirección, como yo le había pedido. Sólo añadía que no volvería a escribir hasta que tuviese algo importante que comunicarnos.

––¿Y mamá, cómo está? ¿Cómo estáis todas?

––Mamá está bien, según veo, aunque muy abatida. Está arriba y tendrá gran satisfacción en veros a todos. Todavía no sale de su cuarto. Mary y Catherine se encuentran perfectamente, gracias a Dios.

––¿Y tú, cómo te encuentras? ––preguntó Elizabeth––. Estás pálida. ¡Cuánto habrás tenido que pasar! Pero Jane aseguró que estaba muy bien. Mientras tanto, los señores Gardiner, que habían estado ocupados con sus hijos, llegaron y pusieron fin a la conversación de las dos hermanas. Jane corrió hacia sus tíos y les dio la bienvenida y las gracias entre lágrimas y sonrisas.

Una vez reunidos en el salón, las preguntas hechas por Elizabeth fueron repetidas por los otros, y vieron que la pobre Jane no tenía ninguna novedad. Pero su ardiente confianza en que todo acabaría bien no la había abandonado; todavía esperaba que una de esas mañanas llegaría una carta de Lydia o de su padre explicando los sucesos y anunciando quizá el casamiento.

La señora Bennet, a cuya habitación subieron todos después de su breve conversación, les recibió como era de suponer: con lágrimas y lamentaciones, improperios contra la villana conducta de Wickham y quejas por sus propios sufrimientos, echándole la culpa a todo el mundo menos a quien, por su tolerancia y poco juicio, se debían principalmente los errores de su hija.

––Si hubiera podido ––decía–– realizar mi proyecto de ir a Brighton con toda mi familia, eso no habría ocurrido; pero la pobre Lydia no tuvo a nadie que cuidase de ella. Los Forster no tenían que haberla perdido de su vista. Si la hubiesen vigilado bien, no habría hecho una cosa así, Lydia no es de esa clase de chicas. Siempre supe que los Forster eran muy poco indicados para hacerse cargo de ella, pero a mí no se me hizo caso, como siempre. ¡Pobre niña mía! Y ahora Bennet se ha ido y supongo que desafiará a Wickham dondequiera que le encuentre, y como morirá en el lance, ¿qué va a ser de nosotras?. Los Collins nos echarán de aquí antes de que él esté frío en su tumba, y si tú, hermano mío, no nos asistes, no sé qué haremos.

Todos protestaron contra tan terroríficas ideas. El señor Gardiner le aseguró que no les faltaría su amparo y dijo que pensaba estar en Londres al día siguiente para ayudar al señor Bennet con todo su esfuerzo para encontrar a Lydia.

––No os alarméis inútilmente ––añadió––; aunque bien está prepararse para lo peor, tampoco debe darse por seguro. Todavía no hace una semana que salieron de Brighton. En pocos días más averiguaremos algo; y hasta que no sepamos que no están casados y que no tienen intenciones de estarlo, no demos el asunto por perdido. En cuanto llegue a Londres recogeré a mi hermano y me lo llevaré a Gracechurch Street; juntos deliberaremos lo que haya que hacer.

––¡Oh, querido hermano mío! exclamó la señora Bennet––, ése es justamente mi mayor deseo. Cuando llegues a Londres, encuéntralos dondequiera que estén, y si no están casados, haz que se casen. No les permitas que demoren la boda por el traje de novia, dile a Lydia que tendrá todo el dinero que quiera para comprárselo después. Y sobre todo, impide que Bennet se bata en duelo con Wickham. Dile en el horrible estado en que me encuentro: destrozada, trastornada, con tal temblor y agitación, tales convulsiones en el costado, tales dolores de cabeza y tales palpitaciones que no puedo reposar ni de día ni de noche. Y dile a mi querida Lydia que no encargue sus trajes hasta que me haya visto, pues ella no sabe cuáles son los mejores almacenes. ¡Oh, hermano! ¡Qué bueno eres! Sé que tú lo arreglarás todo.

El señor Gardiner le repitió que haría todo lo que pudiera y le recomendó que moderase sus esperanzas y sus temores. Conversó con ella de este modo hasta que la comida estuvo en la mesa, y la dejó que se desahogase con el ama de llaves que la asistía en ausencia de sus hijas.

Aunque su hermano y su cuñada estaban convencidos de que no había motivo para que no bajara a comer, no se atrevieron a pedirle que se sentara con ellos a la mesa, porque temían su imprudencia delante de los criados y creyeron preferible que sólo una de ellas, en la que más podían confiar, se enterase de sus cuitas.

En el comedor aparecieron Mary y Catherine que habían estado demasiado ocupadas en sus habitaciones para presentarse antes. La una acababa de dejar sus libros y la otra su tocador. Pero tanto la una como la otra estaban muy tranquilas y no parecían alteradas. Sólo la segunda tenía un acento más colérico que de costumbre, sea por la pérdida de la hermana favorita o por la rabia de no hallarse ella en su lugar. Poco después de sentarse a la mesa, Mary, muy segura de sí misma, cuchicheó con Elizabeth con aires de gravedad en su reflexión:

Es un asunto muy desdichado y probablemente será muy comentado; pero hemos de sobreponernos a la oleada de la malicia y derramar sobre nuestros pechos heridos el bálsamo del consuelo fraternal.

Al llegar aquí notó que Elizabeth no tenía ganas de contestar, y añadió:

––Aunque sea una desgracia para Lydia, para nosotras puede ser una lección provechosa: la pérdida de la virtud en la mujer es irreparable; un solo paso en falso lleva en sí la ruina final; su reputación no es menos frágil que su belleza, y nunca será lo bastante cautelosa en su comportamiento hacia las indignidades del otro sexo.

Elizabeth, atónita, alzó los ojos, pero estaba demasiado angustiada para responder. Mary continuó consolándose con moralejas por el estilo extraídas del infortunio que tenían ante ellos.

Por la tarde las dos hijas mayores de los Bennet pudieron estar solas durante media hora, y Elizabeth aprovechó al instante la oportunidad para hacer algunas preguntas que Jane tenía igual deseo de contestar.

Después de lamentarse juntas de las terribles consecuencias del suceso, que Elizabeth daba por ciertas y que la otra no podía asegurar que fuesen imposibles, la primera dijo:

Cuéntame todo lo que yo no sepa. Dame más detalles. ¿Qué dijo el coronel Forster? ¿No tenía ninguna sospecha de la fuga? Debían verlos siempre juntos.

––El coronel Forster confesó que alguna vez notó algún interés, especialmente por parte de Lydia, pero no vio nada que le alarmase. Me da pena de él. Estuvo de lo más atento y amable. Se disponía a venir a vernos antes de saber que no habían ido a Escocia, y cuando se presumió que estaban en Londres, apresuró su viaje.

––Y Denny, testaba convencido de que Wickham no se casaría? ¿Sabía que iban a fugarse? ¿Ha visto a Denny el coronel Forster?

––Sí, pero cuando le interrogó, Denny dijo que no estaba enterado de nada y se negó a dar su verdadera opinión sobre el asunto. No repitió su convicción de que no se casarían y por eso pienso que a lo mejor lo interpretó mal.

––Supongo que hasta que vino el coronel Forster, nadie de la casa dudó de que estuviesen casados. ––¿Cómo se nos iba a ocurrir tal cosa? Yo me sentí triste porque sé que es difícil que mi hermana sea feliz casándose con Wickham debido a sus pésimos antecedentes. Nuestros padres no sabían nada de eso, pero se dieron cuenta de lo imprudente de semejante boda. Entonces Catherine confesó, muy satisfecha de saber más que nosotros, que la última carta de Lydia ya daba a entender lo que tramaban. Parece que le decía que se amaban desde hacía unas semanas.

––Pero no antes de irse a Brighton.

––Creo que no.

––Y el coronel Forster, ¿tiene mal concepto de Wickham? ¿Sabe cómo es en realidad?

––He de confesar que no habló tan bien de él como antes. Le tiene por imprudente y manirroto. Y se dice que ha dejado en Meryton grandes deudas, pero yo espero que no sea cierto.

––¡Oh, Jane! Si no hubiésemos sido tan reservadas y hubiéramos dicho lo que sabíamos de Wickham, esto no habría sucedido.

––Tal vez habría sido mejor ––repuso su hermana––, pero no es justo publicar las faltas del pasado de una persona, ignorando si se ha corregido. Nosotras obramos de buena fe.

––¿Repitió el coronel Forster los detalles de la nota que Lydia dejó a su mujer?

––La trajo consigo para enseñárnosla.

Jane la sacó de su cartera y se la dio a Elizabeth. Éste era su contenido:

Querida Harriet,

Te vas a reír al saber adónde me he ido, y ni yo puedo dejar de reírme pensando en el susto que te llevarás mañana cuando no me encuentres. Me marcho a Gretna Green, y si no adivinas con quién, creeré que eres una tonta, pues es el único hombre a quien amo en el mundo, por lo que no creo hacer ningún disparate yéndome con él. Si no quieres, no se lo digas a los de mi casa, pues así será mayor su sorpresa cuando les escriba y firme Lydia Wickham. ¡Será una broma estupenda! Casi no puedo escribir de risa. Te ruego que me excuses con Pratt por no cumplir mi compromiso de bailar con él esta noche; dile que espero que me perdone cuando lo sepa todo, y también que bailaré con él con mucho gusto en el primer baile en que nos encontremos. Mandaré por mis trajes cuando vaya a Longbourn, pero dile a Sally que arregle el corte del vestido de muselina de casa antes de que lo empaquetes. Adiós. Dale recuerdos al coronel Forster. Espero que brindaréis por nuestro feliz viaje.

Afectuosos saludos de tu amiga,

Lydia Bennet

––¡Oh, Lydia, qué inconsciente! ¡Qué inconsciente! ––exclamó Elizabeth al acabar de leer––. ¡Qué carta para estar escrita en semejante momento! Pero al menos parece que se tomaba en serio el objeto de su viaje; no sabemos a qué puede haberla arrastrado Wickham, pero el propósito de Lydia no era tan infame. ¡Pobre padre mío! ¡Cuánto lo habrá sentido!

––Nunca vi a nadie tan abrumado. Estuvo diez minutos sin poder decir una palabra. Mamá se puso mala en seguida. ¡Había tal confusión en toda la casa!

––¿Hubo algún criado que no se enterase de toda la historia antes de terminar el día?

––No sé, creo que no. Pero era muy difícil ser cauteloso en aquellos momentos. Mamá se puso histérica y aunque yo la asistí lo mejor que pude, no sé si hice lo que debía. El horror de lo que había sucedido casi me hizo perder el sentido.

––Te has sacrificado demasiado por mamá; no tienes buena cara. ¡Ojalá hubiese estado yo a tu lado! Así habrías podido cuidarte tú.

––Mary y Catherine se portaron muy bien y no dudo que me habrían ayudado, pero no lo creí conveniente para ninguna de las dos; Catherine es débil y delicada, y Mary estudia tanto que sus horas de reposo no deben ser interrumpidas. Tía Philips vino a Longbourn el martes, después de marcharse papá, y fue tan buena que se quedó conmigo hasta el jueves. Nos ayudó y animó mucho a todas. Lady Lucas estuvo también muy amable: vino el viernes por la mañana para condolerse y ofrecernos sus servicios en todo lo que le fuera posible y enviarnos a cualquiera de sus hijas si creíamos que podrían sernos útiles.

––Más habría valido que se hubiese quedado en su casa ––dijo Elizabeth––; puede que sus intenciones fueran buenas; pero en desgracias como ésta se debe rehuir de los vecinos. No pueden ayudarnos y su condolencia es ofensiva. ¡Que se complazcan criticándonos a distancia!

Preguntó entonces cuáles eran las medidas que pensaba tomar su padre en la capital con objeto de encontrar a su hija.

––Creo que tenía intención de ir a Epsom ––contestó Jane––, que es donde ellos cambiaron de caballos por última vez; hablará con los postillones y verá qué puede sonsacarles. Su principal objetivo es descubrir el número del coche de alquiler con el que salieron de Clapham; que había llegado de Londres con un pasajero; y como mi padre opina que el hecho de que un caballero y una dama cambien de carruaje puede ser advertido, quiere hacer averiguaciones en Clapham. Si pudiese descubrir la casa en la que el cochero dejó al viajero no sería difícil averiguar el tipo de coche que era y el número. No sé qué otros planes tendría; pero tenía tal prisa por irse y estaba tan desolado que sólo pude sacarle esto.

CAPÍTULO XLVIII

Todos esperaban carta del señor Bennet a la mañana siguiente; pero llegó el correo y no trajo ni una línea suya. Su familia sabía que no era muy aficionado a escribir, pero en aquella ocasión creían que bien podía hacer una excepción. Se vieron, por tanto, obligados a suponer que no había buenas noticias; pero incluso en ese caso, preferían tener la certeza. El señor Gardiner esperó sólo a que llegase el correo y se marchó.

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