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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (31 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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—En tu estado creo que no deberías ir —comentó Elsa al pensar que su amiga estaba de siete meses y medio.

—¡Vete al diablo, Elsa! —gritó Aída enfadada. Ya había discutido con su madre sobre eso mismo—. Sabes lo que te digo, que yo me voy, y ya está.

Colgó el teléfono dejando a Elsa más desconcertada si cabía. Sin perder tiempo se puso unas botas y salió de su casa. Cuando el taxi llegó al hospital y mientras pagaba la carrera, una mano le tocó la espalda. Al volverse, se encontró con Anthony, el padre de Javier y Aída.

—Hola, Elsa —la saludó con cariño y, tras darle un par de besos, dijo—: Aída está dentro. Pasa con ella, yo me ocuparé del taxi.

Con rapidez, Elsa entró y buscó entre aquel caos de urgencias a Aída. Pero a quien vio primero por su gran estatura fue a Javier. Los ojos de ambos se encontraron durante unos segundos y éste, dando varios pasos hacia ella con el semblante serio, se le acercó.

—Acompáñame, Elsa. Te llevaré donde está mi hermana —dijo sin saludarla, ni tocarla, ni besarla.

Ella, con el corazón a punto de salírsele por la boca debido al susto que se había llevado del accidente de sus amigas, además de por verle, le siguió. El aroma de su colonia se le metió en la nariz y la atontó. Cuando llegaron hasta una pequeña sala, Aída se levantó al verla.

—¿Cómo están? —preguntó Elsa—. ¿Qué ha pasado?

—Están haciéndoles pruebas. Cuando acaben pasaréis a verlas —respondió Javier, muy serio. Para él era difícil tener a Elsa tan cerca y no poder abrazarla. La deseaba, la quería como a nadie, pero estaba dolido con ella. Muy dolido—. De momento sólo os puedo decir que Celine tiene un par de costillas fisuradas, un brazo roto, un fuerte golpe en la cabeza y otro en el pecho. Estamos a la espera de análisis por si hubiera algo más.

El color rosado de la cara de Elsa la abandonó. Entre susurros, y mientras Aída lloraba, preguntó:

—¿Y Rocío?

—En principio estable —prosiguió Javier—. Cuando llegó al hospital venía consciente. Fue ella la que hizo que me avisaran a mí. Tiene un fuerte golpe en la cabeza, una pierna rota, tres costillas fisuradas y, al igual que Celine, esperamos el resultado de varios análisis.

El padre de Javier y Aída se acercó hasta ellos. Mirando a su hija, le pasó la mano por el pelo y le dijo:

—Tesoro, te llevaré a casa. En tu estado no debes quedarte aquí.

Elsa, abrazándola, asintió.

—Tu padre tiene razón. ¿Por qué no te vas a casa? Cuando sepamos algo, Javier o yo te llamaremos.

—¡Que no! Que yo me quedo aquí —protestó Aída dejando de llorar.

Javier, sin poder dejar de mirar a Elsa, sacó una tarjeta del bolsillo de su bata blanca y, tras dársela a Elsa, dijo:

—Llamé a este teléfono. Rocío me dijo que avisara a un tal Marco Depinie para contarle lo ocurrido. Hablé con él y me dijo que estaría aquí lo antes posible. Preguntará por mí.

Elsa y Aída se miraron extrañadas.

—¿Quién es Marco Depinie? —preguntó Aída.

—No lo sé. Aunque me suena que es un cliente de unas bodegas —susurró Elsa—. Pero saldremos de dudas cuando llegue.

Tras decir aquello, Javier se dio la vuelta y se marchó. Necesitaba alejarse de Elsa o su hombría caería por los suelos. Estaba dispuesto a suplicar que volviera con él. Aquella noche las horas pasaban a ritmo de minutos. Javier fue a verlas en varias ocasiones, aunque nunca habló directamente con Elsa. Sobre las dos de la madrugada, Anthony fue a la cafetería para comprar unos cafés y unos bocadillos. En ese momento, un hombre de unos cuarenta y cinco años, canoso, con cara de preocupación, entró en la sala acompañado por Javier. Éste al ver que ellas se ponían en pie levantó la mano y dijo:

—Todavía no podéis pasar a ver a las chicas. —Y volviéndose hacia el hombre, dijo—. Él es Marco Depinie.

Elsa y Aída le miraron sin saber quién era aquel hombre, pero se levantaron para saludarle.

—Encantada de conocerle, señor Depinie —saludó Elsa y luego su amiga.

—Lo mismo digo —respondió éste—, aunque me hubiera gustado que fuera en otras circunstancias, y por favor, llamadme Marco.

Elsa asintió y sonrió, aunque la cercanía de Javier, que ni la miraba, la confundía.

—¿Eres amigo de Rocío? —preguntó Aída con curiosidad. Por más que pensaba, nunca había oído hablar de aquel hombre.

Marco, al oír aquel nombre, sonrió y negó con la cabeza.

—Tuve el placer de conocer a Rocío hace unos días. Ella y Celine vinieron a mis bodegas. Celine lleva desde Bruselas toda la campaña de mi empresa.

—Ah… usted es… —asintieron Elsa y Aída mirándose. Ahora sí sabían quién era.

—Como diría vuestra amiga Celine, soy el estúpido, egocéntrico, hijo de puta que la obliga a llevar su publicidad. —Y llevándose la mano a la cabeza susurró—. Por mi culpa ha ocurrido esto. Si yo no la hubiera obligado a venir hasta aquí, esto nunca habría sucedido.

Javier iba a decir algo pero Elsa, al ver el dolor en los ojos de aquel hombre, se le adelantó:

—No, por Dios, no digas eso. Tú no tienes la culpa de lo que ha ocurrido. Estoy segura de que Celine piensa igual. Tranquilízate, Marco, por favor.

En ese momento llegó el padre de Aída con los cafés y, tras las presentaciones, Javier, enfadado, se volvió a marchar sin mirar a Elsa. Marco se sentó junto a Aída, sumido en sus pensamientos. Mientras, los minutos pasaban lentamente en espera de noticias de las muchachas. Una hora después, Javier regresó para decirles que Celine se encontraba un poco mejor, pero que no podía decir lo mismo de Rocío. La estaban operando de urgencia. Las pruebas demostraron que el hígado había resultado dañado. Desesperados, todos se miraron. Elsa, intentando no llorar, dijo:

—Tendremos que llamar a los padres de Rocío.

—Esperemos a que salga del quirófano —dijo el padre de Javier abrazando a su desconsolada hija.

—Aída, tranquilízate cielo —susurró Javier besando a su hermana en el pelo.

Deseaba hacer lo mismo con Elsa, pero no debía. Al final, tras echarle una breve mirada, se marchó y no regresó hasta pasadas tres horas. Con una pequeña sonrisa, les indicó que Rocío ya estaba en recuperación y que todo había salido bien. Todos lloraron de alegría.

36

Sobre las ocho de la mañana hora española, Anthony llamó a Candela, la madre de Rocío, a su casa. Al principio, la mujer se asustó muchísimo, pero al saber que su hija estaba fuera de peligro se tranquilizó.

Mientras tanto, en Los Ángeles, Aída accedió a irse a descansar un poco. Por su embarazo estaba agotada, y aunque lo negó durante toda la noche, finalmente tuvo que dar su brazo a torcer y marcharse. En el hospital quedaron Elsa y Marco, que dijo que esperaría allí hasta poder ver a las chicas. Juntos estuvieron tomando café en la cafetería y comenzaron a hablar.

—¿Te puedo hacer una pregunta, Marco?

—Por supuesto.

—¿Por qué Rocío mandó llamarte?

Tras dar un sorbo a su café, éste sonrió y, dejándola descolocada, le contestó:

—Porque creo que es una romántica, además de un encanto de mujer. Estoy seguro de que su propósito era arreglar lo mío con Celine.

—¿Arreglar qué? —preguntó sorprendida Elsa.

Al ver el desconcierto en los ojos de la mujer, suspiró y dijo:

—Es una larga historia, Elsa, pero para abreviar te diré que Celine y yo tuvimos una historia hace un tiempo que por circunstancias absurdas se acabó, aunque los dos sabemos que entre nosotros sigue habiendo algo. Rocío se enteró y…

Elsa, sorprendida, no le dejó acabar.

—¿La Tempanito y tú habéis tenido una historia?

Oír aquel mote le hizo sonreír.

—Sí. Una bonita historia con un final que te puedo asegurar que va a cambiar —respondió.

Incrédula por lo que oía, Elsa bebió un sorbo de su café.

—Me alegraré si es así —dijo desconcertada—, pero tengo que decirte que nunca he oído hablar de ti.

—Ya lo sé —suspiró resignado—. Rocío me dijo lo mismo en su momento.

—Creo que Celine va a tener que explicar muchas cosas —dijo ella bebiendo otro sorbo.

—No lo dudes, Elsa. Y ahora que la tendremos inmovilizada, va a ser el momento justo para hacerlo.

Ambos sonrieron.

—¡Elsa! —gritaron de pronto.

Al mirar vio correr hacia ella a Shanna con cara de preocupación, seguida por su flamante marido George. Sin darle un beso, se acercó a su amiga hecha un manojo de nervios.

—¡Dime que están bien! No quiero oír otra cosa que no sea ésa —exclamó—. ¡Dímelo, dímelo!

—Están bien —sonrió Elsa.

Al oírla, Shanna se puso a llorar desconsoladamente. El nerviosismo acumulado desde la última llamada la había carcomido durante el vuelo de vuelta desde Maui. George la abrazó y, guiñándole un ojo a Elsa, sonrió. Media hora después, los cuatro seguían tomando café. Elsa, al ver que Shanna miraba a Marco, dijo para sorpresa de su amiga:

—Es Marco Depinie. Está enamorado de la Tempanito, y por lo que he oído ella también de él.

Shanna casi se atraganta. ¿Su dura amiga enamorada?

—¿Dónde has oído eso? —preguntó incrédula.

Marco, con una sonrisa relajada en la cara, dijo tras ver la cara de complicidad de George.

—Encantado de conocerte, Shanna, y enhorabuena por la boda. Y como le dije hace un rato a Elsa, sólo te puedo asegurar que amo con locura a Celine y que esta vez no se me va a escapar. El resto de la historia mejor que te la cuente ella.

Elsa sonrió y Shanna, frunciendo el cejo, murmuró:

—Jolín, la Tempanito nos va a tener que contar muchas cosas.

—Indudablemente —sonrió George uniéndose a las risas.

Una hora después apareció Javier con el semblante cansado. La noche en urgencias había sido dura y laboriosa. Les indicó que podían pasar a ver a las chicas, que estaban en la planta séptima, en las habitaciones 727 y 728.

Sin perder un segundo, fueron a verlas. Aunque las chicas pasaron primero a la habitación de Celine que, al verlas, sonrió.

—¿Cómo estás, Tempanito? —preguntó cariñosamente Elsa acercándose hasta su amiga. Verla tendida en la cama, con un brazo escayolado, un gran apósito en la frente, y la cara llena de moratones la impresionó.

—¿Tenéis un cigarrillo? —preguntó está haciéndolas sonreír—. Me muero por dar una calada.

—Vete a freír espárragos —contestó Shanna acercándose para darle un beso—. ¿Estás bien?

Celine, con el rostro dolorido, asintió.

—He estado mejor. —Y con rapidez preguntó—. Decidme la verdad sobre Rocío. Javier me ha comentado que está bien, pero yo necesito saber la verdad. Por favor.

Con una cariñosa sonrisa, Elsa asintió.

—Javier te ha dicho la verdad. Rocío está descansando. Anoche tuvieron que operarla de urgencia pero todo ha salido estupendamente. Está en la habitación de al lado y en cuanto se reponga un pongo os pondrán juntas.

Los ojos de Celine se inundaron de lágrimas.

—Frené —balbuceó—, pero no pude evitar que el coche derrapara y…. —Ya no pudo continuar.

Abrazándola con cariño, Shanna le habló, mientras Elsa le tomaba con cuidado de la mano.

—Ya lo sabemos, y Rocío lo sabe también. Por lo tanto, olvídate de eso y no te culpes por nada, que tú lo has hecho bien, cariño. —Celine asintió con la cabeza e intentó sonreír.

Pasados unos minutos en los que Celine se tranquilizó, Elsa miró a Shanna.

—Ahora vamos a salir para ver a Rocío.

—¿Has visto a Javier? —preguntó Celine. Elsa asintió, pero como no dijo nada, Celine susurró—: Dadle un beso de mi parte a Rocío.

Con una sonrisa, Elsa la miró y dijo:

—Por supuesto. Por cierto, alguien espera ansioso para verte. Nosotras estaremos aquí al lado. Si quieres algo sólo tienes que gritar y entraremos rápidamente.

En ese momento, Celine gritó:

—¡Elsa! Tenemos una conversación pendiente. —Elsa puso los ojos en blanco y suspiró, mientras Celine proseguía—: Sólo te voy a decir una cosa. El indio es un encanto, además de que tiene un trasero fantástico. No seas tonta e intenta hablar con él.

—Como tú has dicho, tenemos una conversación pendiente —sonrió Elsa.

Ya fuera de la habitación y con un movimiento de cabeza, le indicaron a Marco que entrase. Había sido paciente y había esperado con George, hasta poder entrar a solas.

Celine, al verle aparecer, suspiró y comenzó a llorar. Además de saber que Rocío estaba bien y de ver a sus amigas, lo que más deseaba era tener a Marco a su lado para poder decirle muchas cosas que hasta el momento nunca le había dicho. Y allí estaba. Marco, por su parte, tras el impacto de verla allí, tan magullada, se acercó con delicadeza, y, sin dudarlo, la besó en los labios con cuidado y le susurró:

—Tempanito, ésta es mi oportunidad para no dejarte escapar.

Ambos sonrieron y, a pesar de todo el dramatismo del momento, la alegría y la esperanza regresaron a los corazones de aquellas dos personas que se habían vuelto a encontrar. Mientras Celine y Marco hablaban, Elsa, junto a Shanna y George, pasaron a ver a Rocío. Estaba dormida. Tenía un apósito grande en la cabeza, una pierna enyesada, la cara con moratones y un goteo en el brazo. Verla allí tan quieta, tan magullada, hizo que les entraran ganas de llorar. George, al ver cómo la tristeza se apoderaba de las chicas, las rodeó con ambos brazos y dejó que se desahogaran sobre él.

Sobre las dos de la tarde George salía del hospital para ir a casa a ducharse, junto con las chicas y Marco. Marco se alojaba en el hotel que se hallaba más próximo al hospital. Su secretaria ya se había encargado de todo, incluso tenía ropa limpia esperándole en la habitación. Mientras se despedían de Marco, Elsa vio salir a Javier, que parecía estar también muy cansado. Éste, al verles, se acercó sin muchas ganas hasta ellos. Les aseguró que las chicas evolucionaban favorablemente y que lo mejor que podían hacer era irse a casa a descansar un poco. En ningún momento coincidieron los ojos de Elsa con los de Javier. Él no la miró. No se dirigió a ella. Simplemente, la ignoró. Shanna se dio cuenta, y cuando llegaron a la casa de Elsa, mientras George se duchaba, le susurró a su amiga.

—Si no sueltas lo que tienes dentro, vas a explotar.

—¿A qué te refieres? —preguntó Elsa mirándola.

Shanna se acercó a ella y acariciándole la mejilla dijo:

—Sé que estás mal. No disimules. He visto cómo mirabas a Javier, y también he visto cómo él ni te ha mirado.

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