Nuestra especie (7 page)

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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

BOOK: Nuestra especie
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Otras cuestiones sobre la distribución del pelo humano quedan fuera de la teoría de Fialkowski, pero más vale que me ocupe de ellas mientras sigo con el tema. Los hombres y las mujeres tienen aproximadamente la misma cantidad de pelo en la cabeza, pero los hombres lucen barbas y bigotes mucho más poblados. Presumiblemente, esta diferencia refleja una tendencia a espantar a los competidores o a atraer y emparejarse con más hembras de los machos humanos con rostros peludos (de esto se tratará más adelante). Tal vez sea necesario aducir una tercera razón para explicar las densas matas de pelo existentes bajo los brazos y en la región púbica. Estos lugares están abundantemente dotados no sólo con glándulas sudoríparas exocrinas, sino con un segundo tipo de glándula dérmica, denominada glándula apocrina. Las glándulas apocrinas no contribuyen a la refrigeración por evaporación. Su función consiste en segregar sustancias odoríferas que constituyen el sustento de la industria dedicada a los desodorantes. Las apocrinas son glándulas aromáticas que indican un estado de excitación durante ejercicios físicos intensos, estimulación sexual o situaciones de tensión.

Los miembros de los grupos de erectus se estimulaban probablemente entre sí hasta llegar a altos niveles de excitación mutua emitiendo estos olores. Las rudimentarias matas de pelo existentes, junto con las glándulas apocrinas, conservan y concentran las secreciones glandulares, función que aparentemente ha sobrevivido a su utilidad en un mundo en que otras señales involuntarias sobre el estado de los individuos —como el sonrojo o las lágrimas— están mejor ocultas de las miradas.

El cerebro empieza a pensar

Volviendo al punto central de la teoría de Fialkowski, pasa ahora a primer plano la transición del erectus al sapiens. Alcanzada la masa crítica de células cerebrales al haberse decantado la selección por un funcionamiento a prueba de averías en condiciones de calor, los circuitos nerviosos del erectus estaban preparados para emprender una reorganización rápida y fundamental. No puedo describir la naturaleza exacta de dicha reorganización porque los científicos sabían hasta ahora muy poco sobre el funcionamiento del cerebro humano. Pero pueden establecerse algunas analogías entre los últimos adelantos en fabricación de ordenadores y los cambios operados en los cerebros posteriores al del erectus. Al principio, los ingenieros informáticos construyeron circuitos que procesaban la información de modo lineal. Las máquinas resolvían los problemas descomponiéndolos en una secuencia de etapas que se trataban de una en una. Toda la máquina se dedicaba a cada una de dichas etapas porque éstas se presentaban secuencialmente. Al construir máquinas mayores, con más transistores y memorias, y con distancias más cortas entre los componentes para aumentar la velocidad de funcionamiento, se podían resolver problemas más complicados.

Pero los constructores de ordenadores se dieron cuenta de que algunos tipos de problemas, como el reconocimiento de rostros, la traducción de lenguas y el manejo de robots inteligentes, sobrepasaban las capacidades del tratamiento lineal. Sus trabajos se centran ahora en conectar muchos ordenadores pequeños y dejar que todos busquen a la vez una solución a un aspecto diferente del mismo problema. Esta nueva forma de funcionamiento del ordenador se llama tratamiento en paralelo. Sería prematuro decir que el cambio del cerebro del erectus al del sapiens fue un cambio de tratamiento lineal a tratamiento en paralelo, pero la analogía es válida por cuanto los constructores humanos no pudieron empezar a construir máquinas basadas en el tratamiento en paralelo antes de disponer de máquinas de tratamiento lineal. En la naturaleza, la selección funciona frecuentemente de modo similar, empleando estructuras seleccionadas para una función como base para la selección de estructuras que tienen otra función completamente diferente. Los pulmones, por ejemplo, evolucionaron a partir de bolsas que los peces no usaban para respirar sino para flotar. Del mismo modo, las alas de los pájaros eran inicialmente pies frontales que los reptiles bípedos no utilizaban para volar sino para agarrarse. No faltarían precedentes, pues, si el cerebro que utilizamos para pensar procediese del cerebro que el erectus empleaba para correr.

Dicho sea de paso, la teoría de Fialkowski trae a colación un comentario sobre los pinnípedos, un orden de mamíferos marinos al que pertenecen, entre otros, las focas, las marsopas y los delfines, célebres por sus cerebros descomunales y su intensa sociabilidad. El problema que tienen estas criaturas extremadamente activas no es el calor —el agua se encarga de eso—, sino la disminución de oxígeno en inmersión prolongada. Al igual que los corredores de fondo en tierra, los pinnípedos cuentan con redes de células cerebrales y circuitos duplicados a prueba de avería. La armada de los Estados Unidos ha adiestrado pinnípedos en la recuperación de partes de misiles hundidas en el fondo del mar y en la colocación de explosivos en los cascos de los barcos enemigos. Seis delfines fueron enviados desde San Diego a servir en el golfo Pérsico durante la guerra entre Irán e Irak. Sin embargo, como los pinnípedos carecen de necesidades naturales que justifiquen la utilización de herramientas o la manipulación de objetos, su cerebro nunca emprendió la reorganización que tuvo lugar en la transición del erectus al sapiens. Lo que resultó bueno para ellos, porque de lo contrario estarían ahora todos en campamentos de reclutas aprendiendo a matarse unos a otros en el fondo del mar.

Culturas rudimentarias

Desde el principio, los miembros de la familia de los homínidos aprendieron a alimentarse y a protegerse siguiendo el ejemplo de sus compañeros de grupo, especialmente de los mayores. Poseían lo que llamo culturas rudimentarias. Con esto quiero decir que disponían de un pequeño repertorio de tradiciones sencillas que se había transmitido de generación en generación, no heredando los genes de sus padres, sino aprendiendo cómo hacían las cosas sus padres y compañeros. Puesto que la distinción entre programación genética y programación cultural aparecerá después varias veces, permítanme ahora que intente ser lo más preciso posible. Nada de lo que haga un animal puede decirse que esté libre de influencia genética. La capacidad de aprender, almacenar y transmitir información depende de capacidades específicas determinadas genéticamente. Es improbable que los percebes y las ostras adquieran ni siquiera culturas rudimentarias. Pero constituiría un desatino negar que algunos organismos dependen mucho más del aprendizaje para arreglárselas con los problemas de la vida. Entre éstos algunos dependen más del aprendizaje que otros. Y entre éstos últimos, algunos dependen más de las cosas que otros han aprendido y transmitido de generación en generación. En su afán de promover las interpretaciones genéticas sobre la vida humana, algunos biólogos no prestan la debida atención a las enormes diferencias existentes entre los organismos en lo que respecta a las capacidades de utilizar la información codificada en el circuito nervioso en lugar de la codificada en los genes. Los genes explican los circuitos nerviosos, pero algo más explica lo que hay en dichos circuitos.

Por ejemplo, no existe información genética específica a la que pueda atribuirse el hecho de que los chimpancés adultos cacen termitas y hormigas. Ciertamente para que tenga lugar esta conducta, deben existir en los chimpancés jóvenes capacidades determinadas genéticamente en materia de aprendizaje, manipulación de objetos y alimentación omnívora. Pero estas capacidades y predisposiciones biológicas de carácter general no bastan para explicar la conducta de cazar termitas y hormigas. Falta el ingrediente de la información sobre dicha conducta almacenada en los cerebros de los chimpancés adultos. Esta información se transmite de madres a chimpancés jóvenes. Los chimpancés jóvenes de Gombe no empiezan a cazar termitas hasta tener entre dieciocho y veintidós meses, y no adquieren destreza hasta los tres años de edad aproximadamente. Los menores observan atentamente cómo cazan termitas los adultos. Los novatos recuperan con frecuencia los palos de cazar abandonados e intentan utilizarlos. Cazar termitas, además de conllevar el riesgo de mordeduras, es costoso de aprender. Los chimpancés más jóvenes en lograr destreza tienen cerca de cuatro años. El hecho de que los diferentes grupos de chimpancés no aprovechen las hormigas del género Dorilus, pese a que esta especie está presente en toda África, sugiere también que la caza de termitas es un rasgo cultural rudimentario. Al mismo tiempo, otros grupos de chimpancés aprovechan diversas especies de hormigas de modos diferentes de la tradición de Gombe. Los chimpancés de las montañas de Mahale, situadas 170 kilómetros al sur de Gombe, insertan palos y cortezas en los nidos de las hormigas arborícolas, a las que los de Gombe no prestan atención.

Los simios no son los únicos primates subhumanos que poseen culturas rudimentarias. Los primatólogos del Instituto de Investigación de Primates de la Universidad de Kyoto informan que los macacos japoneses disponen de diversas costumbres e instituciones basadas en el aprendizaje social. Los machos de ciertos grupos, por ejemplo, realizan turnos de vigilancia mientras comen los menores. Esta actividad es característica únicamente de los grupos de Takasaqui-yama y Takhasi. Asimismo, se han observado otras diferencias culturales. Cuando los monos comen el fruto de un árbol llamado muku, no escupen el hueso, sino que lo tragan y lo excretan con las heces. En cambio, los monos de Arashi-yama parten el hueso con los dientes y se comen la pulpa. Ciertos grupos comen crustáceos y otros no. Se han observado también diferencias culturales en relación con la característica distancia que los animales guardan entre sí mientras comen y en relación con el orden que machos, hembras y jóvenes siguen cuando se trasladan por el bosque.

De hecho, los científicos del Instituto de Investigación de Primates observaron innovaciones en la conducta que se propagaban de individuo a individuo y pasaban a formar parte de la cultura rudimentaria del grupo. A fin de atraer a los monos cerca de la costa para observarlos con más facilidad, los científicos pusieron boniatos en la playa. Cierto día, una hembra joven empezó a quitar la arena de los boniatos sumergiéndolos en un arroyuelo que atravesaba la playa. La conducta de lavar se propagó al grupo y sustituyó gradualmente al viejo hábito de limpiar frotando. Nueve años después, del 80 al 90 por ciento de los animales lavaban sus boniatos, unos en el arroyo y otros en el mar. Cuando los científicos esparcieron trigo por la playa, los monos de Koshima lo pasaron mal al principio separando los granos de la arena. Uno de ellos inventó pronto un método para quitar la arena del trigo y la conducta fue adoptada por los demás. (La solución consistía en meter el trigo en el agua. El trigo flota y la arena se hunde).

La diferencia fundamental entre culturas rudimentarias y culturas plenamente desarrolladas es de carácter cuantitativo. Simios y monos cuentan con escasas tradiciones, pero los humanos tienen innumerables. Artefactos, prácticas, normas y relaciones culturales constituyen la mayor parte de nuestro entorno. Los humanos no pueden comer, respirar, defecar, aparearse, reproducirse, sentarse, trasladarse, dormir o tumbarse sin seguir o expresar algún aspecto de la cultura de su sociedad. Nuestras culturas crecen, se expanden y evolucionan. Es propio de su naturaleza. De la realidad química corriente surge, superándola, la realidad cultural, del mismo modo que aquélla surge, superándolo, de su sustrato químico y físico. Cuando nuestros antepasados traspasaron el umbral del despegue cultural, realizaron un avance tan decisivo como la transición de la energía a la materia o de los aminoácidos a la proteína viva.

El despegue lingüístico

Permítanme extenderme un poco sobre la conexión entre el despegue lingüístico y las formas de comunicación humanas. En efecto, el despegue cultural es también un des pegue lingüístico. Un ritmo de cambio rápido y acumulativo de las tradiciones implica un avance en la cantidad de información socialmente adquirida, almacenada, recuperada y compartida. Resulta imposible celebrar uno sin celebrar el otro. El lenguaje humano es el medio por el cual los recuerdos sobreviven a los individuos y a las generaciones. Pero no se trata de un palimpsesto meramente pasivo. Es también una fuerza instrumental activa en la creación de la actividad social cada vez más compleja que la evolución cultural impone a la vida cotidiana. La competencia lingüística posibilita que se formulen reglas para actuar del modo adecuado en situaciones lejanas en el espacio y en el tiempo. Sin haber visto en la vida a una hormiga del género Dorilus o uno de sus nidos, cualquier humano normal, no excesivamente inteligente, a diferencia de los chimpancés más inteligentes, puede enseñar a otros cómo cazar termitas. La práctica seguirá siendo necesaria (y mejorará siempre los resultados), pero la capacidad de formular reglas verbales para cazar hormigas o termitas facilita el que individuos diferentes reproduzcan dichas actividades a través de las generaciones. La vida social de los humanos se compone en buena medida (aunque no exclusivamente) de pensamientos y conductas coordinados y gobernados por dichas reglas. Cuando las personas inventan nuevas formas de actividad social, inventan las reglas correspondientes para adaptar las nuevas prácticas y las almacenan en sus cerebros (a diferencia de las instrucciones de innovación biológica, que se almacenan en los genes). Gracias al ascendiente de las conductas verbales gobernadas por reglas, los humanos superan fácilmente a las demás especies en cuanto a la complejidad y diversidad de sus papeles sociales y en cuanto a la capacidad para constituir grupos cooperativos.

¿Es nuestro virtuosismo lingüístico un mero subproducto de la ampliación y reorganización de los circuitos del cerebro de los homínidos? O ¿se basa en un determinado programa neuronal de la especie, que nos capacita para adquirir la competencia lingüística al pasar de la primera infancia a la niñez? Nadie sugiere que los niños aprenderían a hablar una lengua si se les dejase completamente aislados. Pero los niños parecen adquirir la aptitud lingüística poco más o menos como aprenden a andar. Con poco que se le enseñe, basta para que un niño pase de gatear a andar, porque la mayor parte de las instrucciones sobre cómo coordinar nuestros pies, piernas, brazos y torso para caminar con los pies están programadas dentro de nosotros. Aunque tal vez la programación lingüística no sea tan fuerte y definida como la necesaria para andar, es lo bastante fuerte para manifestarse con un mínimo de enseñanza por parte de padres y otros miembros de la comunidad hablante. Los lingüistas han encontrado pruebas que sustentan esta opinión en la historia de ciertas lenguas que surgen como consecuencia de un desarraigo masivo bajo el impacto del colonialismo y el imperialismo.

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