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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (44 page)

BOOK: Niebla roja
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—No sé. Si no pudiera respirar creo que llamaría —dice Marino.

—O podrías tomar Benadryl o Sudafed o buscar un inhalador o un EpiPen, y cuando nada funcionase, es probable que no estuvieras en condiciones de llamar a nadie.

Benton debe de haber oído que veníamos por la galería abierta porque la puerta de la suite se abre antes de que lleguemos. Sale al exterior y mantiene la puerta abierta de par en par. Tiene el pelo húmedo y se ha cambiado de ropa, recién duchado y fresco, pero sus ojos están nublados por lo que ha sucedido y lo que le preocupa, y me imagino que Lucy le preocupa por encima de todo. No he hablado con ella desde que la vi por última vez cuando yo estaba en el ascensor del edificio de Jaime, camino de descubrir una respuesta que daría cualquier cosa por cambiar.

—¿Cómo están las cosas?

Es mi manera de preguntarle por mi sobrina.

—Estamos bien. Pareces agotada.

—Estoy como si me hubiesen dado una paliza. Creo que es la descripción más adecuada —contesto, mientras él nos ayuda a entrar los carros en la suite, y hago una pausa para quitarme las botas—. Me iré a asear en un minuto, pero deja que primero arregle las cosas y ponga en marcha la cena. Te prometo que estoy bien. Todo el día en vehículos sin aire acondicionado, bajo la lluvia, y tengo un aspecto penoso y no huelo bien, pero nada de qué preocuparse.

Como si ellos nunca hubiesen estado conmigo después de haber estado en la escena del crimen o en la morgue.

—Lamento no haber tenido acceso a un vestuario cuando dejé el apartamento.

Hablo y me disculpo porque no hay señal de Lucy, y eso no puede ser bueno.

Estoy segura de que sabe que estamos aquí, pero no ha salido a recibirnos, y yo lo interpreto como una señal de peligro.

—Pero es casi seguro que es algo que comió Jaime —explico—. Tengo una sospecha muy fuerte de la presencia de toxina botulínica en su comida, y también quizás en la comida de Kathleen Lawler. El hospital donde está ingresada Dawn Kincaid tendría que hacerle un análisis, pero es probable que ya lo hayan pensado, y estoy segura de que tiene acceso a las pruebas fluorescentes, que son muy sensibles y rápidas. Quizá quieras mencionárselo a alguien de allá arriba. Uno de los agentes que trabajan en su caso —le reitero a Benton.

—Al parecer, ella no había comido nada cuando comenzó a tener síntomas —señala—. No creo que hayan considerado que la envenenasen con la comida pero comunicaré tus sospechas sobre la posibilidad de botulismo.

—Quizás algo que bebió —contesto.

—Quizás.

—¿Podrías obtener un inventario detallado de lo que había en su celda, a lo que pudo haber tenido acceso?

—Seguramente no te permitirán tener esa información —dice Benton—. Es probable que tampoco permitan que yo la tenga por razones obvias. Si tenemos en cuenta de qué te ha acusado Dawn Kincaid.

—Tu error fue no golpearla bien fuerte con la linterna de mierda —opina Marino.

—Desde luego ahora nadie va a culparme por lo que le ha pasado. ¿Qué pasa con el restaurante de sushi? ¿Sabemos algo más?

—Kay, ¿quién me lo va a decir? —dice Benton con paciencia.

—Sí, todo el mundo se calla la boca cuando lo único que quiero hacer es impedir que esa persona asesine a alguien más.

—Todos queremos lo mismo —afirma—. Sin embargo, tu vinculación con Dawn Kincaid, Kathleen Lawler y Jaime crea más de un problema cuando se trata de compartir información. No puedes trabajar en estos casos, Kay. No puedes y punto.

—El hecho es que no voy a transferir una neurotoxina como la botulínica de mi ropa o las botas, por supuesto, pero me las voy a quitar de todos modos —decido—. Por desgracia, las habitaciones vienen con lavadora y secadora, así que no había manera de evitarlo. Si pudieras buscar las bolsas de basura que acabo de comprar —le pido a Benton—. Mi camisa y los pantalones van en una y las enviaré a lavar o, mejor aún, las tiraré. También mis botas. Quizá todo, no lo sé. Quizá podrías traerme una bata.

—Creo que iré a lavarme.

Marino coge dos botellas de cerveza sin alcohol, sin que le importe que no estén frías, y cruza la sala para ir a la puerta que comunica con su habitación.

Saco las toallitas desinfectantes de mi bolso y me limpio el rostro, el cuello y las manos, como lo he hecho varias veces durante el día. Benton me da una bata y abre una bolsa de basura. Me quito el uniforme que he usado desde que salió el sol, los pantalones cargo y la camisa negra que Marino metió en una bolsa de viaje semanas atrás, cuando se estaba fraguando un plan que no era lo que pensaba. Jaime nos engañó a todos. No sé el alcance de su engaño o sus motivos, o en última instancia lo que tenía en mente.

Un engaño que no era correcto o justo y en gran parte cruel, pero ella no merecía morir y menos de una manera tan terrible.

La cocina tiene armarios con vajilla y cubiertos, una nevera y un microondas. Instalo la cocina de butano y el horno con grill, y empezamos a guardar alimentos y suministros. No hay ninguna señal de Lucy. Su habitación está apartada de la zona del comedor, a la derecha de la sala, y la puerta está cerrada.

—No he tenido tiempo de ir a una farmacia. —Desenvuelvo las ollas y las sartenes y quito las etiquetas de los utensilios que he comprado—. Una con cosas que debemos tener a mano, pero no había nada abierto después de las seis, no es el tipo de la farmacia que tengo en mente que vende equipo médico y suministros. Le daré una lista a Marino y quizá pueda comprar lo que necesito por la mañana.

—Me parece que lo tienes todo cubierto —opina Benton con una calma que solo consigue ponerme más nerviosa, como si se augurase una gran tormenta.

—Una bolsa Ambú. Debería tener por lo menos una. Algo muy simple, pero que marca la diferencia entre la vida y la muerte. Yo solía llevar una en mi coche. No sé por qué no la llevo ahora. La complacencia es una cosa terrible.

—Lucy ha estado en su habitación trabajando en sus ordenadores —dice Benton, porque no he preguntado por ella directamente y él sabe la razón—. Salió a correr y después los dos fuimos al gimnasio. Creo que está en la ducha o lo estaba hace unos minutos.

Lavo la tabla de cortar nueva y dos cazuelas nuevas.

—Kay, vas a tener que ocuparte de esto de otra manera —comenta Benton mientras coloca las botellas de agua en la nevera.

—¿Ocuparme de ella o ocuparme de lo que le pasó a Jaime?

¿Qué es lo que tengo que manejar en esta situación en la que nadie quiere que yo maneje nada en absoluto?

—Por favor no te pongas a la defensiva.

Encuentra un sacacorchos en un cajón.

—No lo hago. —Pelo una cebolleta y lavo los pimientos verdes, mientras Benton se decide por una botella de Chianti—. Procuro no estar a la defensiva. No intento otra cosa que ser responsable, hacer lo correcto y seguro. —Comienzo a cortar la verdura a dados—. Para hacer todo lo que pueda. Admito que siento haberos metido a todos en esto y no sé cómo disculparme por una cosa así.

—No nos metiste en nada.

—Tú estás aquí, ¿no? Encerrado en una habitación de hotel en Savannah Georgia, con alguien que se ve obligada a tirar su ropa. A mil seiscientos kilómetros de casa y con miedo a beber agua.

Benton abre el vino y parece que vamos de camino a una repetición de la última noche juntos en Cambridge antes de venir a Savannah contra su voluntad. En la cocina, cocinando y cortando las verduras, el agua hirviendo, bebiendo vino y sosteniendo una discusión cada vez más acalorada hasta olvidarnos de comer.

—No he hablado con Lucy durante todo el día porque estaba donde he estado y hacía lo que hacía —añado y él me mira en silencio, a la espera de que salga lo que siento de verdad—. Pensé que lo mejor era hablar con ella en persona —continúo—. No por teléfono mientras estaba dando vueltas en la ruidosa camioneta de Marino.

Benton me da una copa de vino y yo no estoy de humor para saborearlo. Mi estado de ánimo me incita a beberme toda la copa de un trago. Lo pruebo y noto el efecto de inmediato.

—No sé cómo tratarla. —De pronto estoy llorosa y tan cansada que apenas puedo aguantarme de pie—. No sé lo que debe pensar de mí, Benton. ¿Cuánto sabe de lo que ocurrió? ¿Le han dicho que Jaime chapurreaba las palabras y se le cerraban los párpados cuando estaba con ella anoche y así y todo la dejé sola?

¿Que estaba furiosa y disgustada con ella y me marché sin más?

Comienzo a verter el agua embotellada en una olla y Benton me detiene. Me quita la botella. La deja en la encimera y lleva la olla al fregadero.

—Basta —dice—. Dudo mucho que el agua del grifo esté envenenada y si lo está entonces nada de lo que hagamos nos salvará a nosotros ni a nadie, ¿de acuerdo? —Llena la olla, la coloca en la cocina de butano y enciende uno de los fuegos—. ¿Comprendes que tu vigilancia, si bien en gran medida es apropiada, en otras no lo es? ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando contigo ahora mismo? Porque creo que es bastante obvio.

—Podría haberlo hecho mejor. Podría haber hecho más.

—Tu defecto es sentirte de esa manera por todo y sabes por qué. No quiero entrar en el pasado, tu infancia y lo que te hicieron ciertos hechos. Sonaría simplista y sé que estás cansada de oírmelo decir.

Echo sal en el agua de la olla y abro los botes de tomate triturado.

—Te hiciste cargo de un padre que se estaba muriendo y no pudiste salvarle después de años de intentarlo y fue durante la mayor parte de tu infancia. —Benton repite lo que ha dicho tantas veces—. Los niños se toman las cosas a pecho de una manera que no hacen los adultos. Quedan marcados. Cuando sucede algo malo y hubieses podido impedirlo, te echas la culpa.

Añado la albahaca y el orégano a la salsa, y me tiemblan las manos. El dolor se mueve a través de mí a oleadas, y por encima de todo estoy decepcionada de mí misma porque podría haberlo hecho mejor. Pese a lo que Benton está diciendo, fui negligente.

Al diablo con mi niñez. No puedo atribuirle mi negligencia. No hay excusas.

—Debería haber llamado a Lucy —le digo a Benton—. No hay ninguna buena razón para no hacerlo, excepto la evasión. Lo evité. Lo evité desde que os vi a los dos por última vez en el edificio de apartamentos.

—Es comprensible.

—No lo convierte en correcto. Voy a entrar en su habitación y hablaré con ella a menos que no quiera hacerlo. No la culparé.

—No te culpa —declara—. No está contenta contigo pero no te culpa. Mantuve algunas conversaciones con ella y ahora es su turno.

—Me siento culpable.

—Vas a tener que parar.

—Anoche estaba indignada, Benton. Me marché furiosa.

—Tienes que acabar con esto de una vez por todas, Kay.

—Casi la odiaba por lo que le hizo a Lucy.

—Tu odio estaría más que justificado por lo que te hizo a ti.

Ya es bastante malo lo que le hizo a Lucy, pero no sabes el resto.

—El resto es lo que encontramos hoy en su apartamento. Ella está muerta.

—El resto comienza en Chinatown. No hace ni dos meses, como Jaime te hizo creer, como le hizo creer a Marino cuando él tomó el tren para ir a verla a Nueva York. Comenzó en marzo, poco después de que Dawn Kincaid intentase matarte.

—¿Chinatown? No sé de qué me hablas.

—Ella te manipuló para traerte a Savannah, para obtener tu ayuda, y manipuló al FBI y no hay duda de que manipuló a Marino —explica Benton—. Forlini’s. Sé que recuerdas el lugar porque estuviste allí con Jaime en muchas ocasiones.

Un abrevadero popular entre los abogados, los jueces, los policías de Nueva York y el FBI, Forlini’s es un restaurante italiano que bautiza sus reservados con los nombres de los comisionados de la policía y los bomberos, la misma clase de funcionarios políticos que Jaime afirmó que la echaron del trabajo.

—Por supuesto no sé todos los detalles que pudo haberte dicho anoche —Benton continúa—, pero lo que comunicaron más tarde por teléfono fue suficiente para que hiciera algunas preguntas, mirase en algunas cosas, y en una de ellas los nombres de los dos agentes que supuestamente se presentaron en su apartamento y le preguntaron cosas de ti. Ambos son de la oficina de campo de Nueva York, y ninguno de ellos estuvo nunca en su apartamento. Se encontró con ellos en Forlini’s una noche a principios de marzo y habló de esto y lo otro, como Jaime sin duda sabía hacer.

—¿Compartió información sobre mí? ¿Es ahí donde nos lleva esto? —Me decido por la pasta—. ¿Para ponerme en una posición comprometida y mostrarme lo mucho que necesitaba su ayuda?

—Creo que estás captando la imagen.

La expresión de Benton es dura y triste a la vez. Veo su decepción en la caída de los hombros y las sombras de su rostro. Jaime le gustaba mucho, en los viejos tiempos, y sé lo que pensaría de ella ahora, viva o muerta.

—Es una cosa muy despreciable —afirmo—. Cotillear con el FBI que quizás había una base para la defensa de Dawn Kincaid.

Que soy inestable y potencialmente violenta, o estaba motivada por los celos. Solo Dios sabe lo que dijo. ¿Por qué lo haría? ¿Cómo pudo hacerlo?

—Cada vez más desesperada y triste. La certeza de que todos iban a por ella, que tenían celos, eran competitivos y menos dignos, cuando en realidad lo era ella —señala Benton—. La podríamos analizar por el resto de nuestros días y nunca lo sabríamos de verdad. Pero lo que hizo estuvo mal. Fue imperdonable, tenderte una trampa, poniéndote en peligro para que hicieras lo que ella quería, y no eres la única persona a la estuvo poniendo en la picota en los últimos tiempos. Cuando hablé con un par de agentes que la trataban con frecuencia, oí historias.

—¿Tienes alguna idea de lo que está pasando? ¿Quién podría haberla matado? ¿Quién podría estar haciendo esto? ¿El FBI?

—Voy a ser muy directo, Kay. No tenemos ni puta idea.

Machaco el ajo fresco y echo aceite de oliva en la salsa y busco el sobre de parmesano reggiano rallado. Está en un cajón de la nevera, donde lo puso Marino, y encuentro que cada vez que busco comida, condimentos o lo que sea, está en el lugar equivocado y tengo la sensación de estar caminando en círculos y no puedo pensar con claridad.

—Quizá puedas ayudarme a poner la mesa —le sugiero a Benton, cuando se abre la puerta a la derecha de la zona del comedor, y dejo lo que estoy haciendo. Me quedo inmóvil.

Lucy tiene el pelo húmedo y lo lleva peinado hacia atrás. Descalza, con el pantalón del pijama y una camiseta gris del FBI que tiene desde que estuvo en su academia.

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