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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (21 page)

BOOK: Niebla roja
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—¿Has hablado con ese vecino?

—Por teléfono. También fue entrevistado por los medios en su momento, y lo que dice ahora es más o menos lo mismo que dijo entonces. —Marino mira más allá de mí a través de mi ventanilla bajada, la casa de estilo italiano de la que habla—. Alrededor de las cuatro y media el caniche estaba haciendo sus cosas allí donde están las palmeras y los arbustos.

Señala en el paisaje iluminado de palmeras y adelfas, y las espalderas de jazmín amarillo que separan ambas propiedades.

—Entonces vio el cristal roto en la puerta de la cocina de los Jordan —continúa Marino—. Me dijo que las luces de la cocina y un montón de luces en las habitaciones de arriba estaban encendidas, y su primera idea fue que alguien había tratado de entrar y que tal vez eso era lo que había despertado a su perro. Así que volvió a entrar en su casa y llamó a los Jordan, que no atendieron el teléfono. A continuación llamó a la policía que apareció sobre las cinco, encontró la puerta de la cocina abierta, la alarma desconectada y el cuerpo de la niña al pie de las escaleras, cerca de la entrada.

Observo la antigua propiedad de los Jordan, en lo que calculo que es una media hectárea de jardines y árboles iluminados por los focos montados en postes que proyectan unas grandes y espesas sombras. El camino de coches es de grava de granito con los bordes de ladrillo, y un sendero de lanchas de pizarra que va desde él hasta más allá de la cochera y acaba en la puerta de la cocina que no puedo ver sin salir de la camioneta ni entrar sin permiso en una propiedad privada.

—Se trasladó a Memphis, no mucho después de los asesinatos —añade Marino—. Los vecinos de ambos lados se mudaron, y por lo que he oído, el suceso afectó mucho a los valores inmobiliarios. El hecho es que casi nadie en varias manzanas a la redonda, de los que habitaban esta zona en aquel momento, todavía vive aquí. Por lo que tengo entendido, la casa de los Jordan es uno de los lugares más populares en los recorridos turísticos de fantasmas, sobre todo porque justo está al otro lado de la calle del cementerio más famoso de Savannah, donde comienzan y terminan muchos de los recorridos, por Abercorn y Oglethorpe, en la entrada que acabamos de pasar hace un minuto.

Marino busca en el asiento trasero y el papel de la bolsa cruje cuando saca dos botellas de agua.

—Ten. —Me pasa una—. Tengo la sensación de que durante todo el día no he hecho más que sudar. Ya sabes, los recorridos a pie—resume y habla de las atracciones embrujadas de Savannah y las multitudes que atraen—. Algunas están iluminadas con velas por la noche, y te puedes imaginar lo pesado que resulta si vives aquí, ya sea en esta casa o cerca, con todos los turistas mirando embobados mientras un guía habla y habla de la familia asesinada. Ni pensar en cómo será ahora con las noticias de que se ha fijado fecha para la ejecución de Lola Daggette. Todos los de por aquí vuelven a tener muy fresco el recuerdo de los asesinatos de los Jordan.

—¿Has estado aquí de día? —pregunto.

—No, en el interior. —Bebe un trago de agua con mucho ruido—. No estoy seguro de que acceder al interior vaya a servirte de nada, después de nueve años de haber ocurrido los hechos. La casa se ha comprado y vendido varias veces, la han habitado personas diferentes, y es probable que hayan hecho cambios. Además, creo que es bastante obvio lo que pasó. Dawn Kincaid rompió el vidrio de la puerta de atrás, metió la mano y la abrió con toda facilidad. Supongo que Jaime te dijo que la llave estaba en la cerradura, que es una de las cosas más estúpidas que hace la gente.

Instalan un cerrojo de seguridad cerca de los cristales de puertas o ventanas y luego dejan la llave puesta. Ya sabes, tienes que elegir. Quedarte atrapado si hay un incendio o facilitar que alguien entre y te mate mientras duermes.

—Jaime también me dijo que has estado investigando por qué no se conectó la alarma. ¿Quién la instaló? ¿Los Jordan siempre la conectaban? Mencionó que ellos dejaron de conectarla por culpa de las falsas alarmas.

—Esa es la historia.

—Ahora mismo te puedo decir una cosa desde donde estamos —agrego—. No se puede ver la puerta de la cocina. Si pasas por aquí a pie o en coche, no sabrás a simple vista que hay una puerta de la cocina o cualquier otra puerta en el lado derecho de la casa. Está fuera de la vista a causa del garaje.

—Pero puedes ver las lanchas que llevan a algún sitio en la parte de atrás, que podría ser una puerta —dice Marino.

—Puede que las lanchas de pizarra conduzcan al patio trasero. Tendrías que mirar para saberlo. —Desenrosco el tapón de mi botella de agua—. Lo importante es que la puerta de la cocina no es visible desde la calle y me sugiere que quien entró hace nueve años sabía que existía la entrada lateral, que la puerta tenía cristales y un cerrojo de seguridad que requería una llave que a menudo quedaba puesta en la cerradura o que esa persona recabó esa información en alguna ocasión anterior.

—Dawn Kincaid es el tipo de persona que se las pinta sola para recabar información —opina Marino—. Con toda probabilidad sabía que un médico rico vivía aquí. Lo más probable es que investigase el lugar.

—¿Fue una casualidad que la llave estuviese en la cerradura y la alarma no estuviese conectada?

—Quizás.

—¿Sabemos dónde se alojó cuando se encontraba en Savannah, hace nueve años, o cuánto tiempo estuvo en esta zona?

—Solo que las clases de otoño en Berkeley acabaron el siete de diciembre y el semestre de primavera comenzó el quince de enero. Terminó su semestre de otoño y se inscribió en las clases de la primavera.

—Por lo tanto, podría haber pasado sus vacaciones en esta zona —decido—. Pudo haber estado aquí durante varias semanas antes de ir a visitar a su madre por primera vez.

—Un tiempo durante el cual pudo haber conocido a Lola Daggette —sugiere Marino.

—O fijarse en ella. No estoy muy convencida de que se conocieran. Quizá Lola sabe ahora quién es Dawn Kincaid debido a los casos de Massachusetts y lo que sea que Jaime o tal vez algún otro le ha contado. Lola puede incluso saber que Dawn tenía algo que ver con los asesinatos de los Jordan, porque no me importa lo que diga Jaime. No puedes saber lo que se ha filtrado sobre los resultados de los nuevos análisis de ADN. Pero con independencia de lo que Lola sepa en este instante, no podemos dar por hecho que eso pueda relacionar a Dawn Kincaid con alguien que conociera hace nueve años, cuando se cometieron los asesinatos de los Jordan, por lo menos con alguien que ella conociera por su nombre.

¿Sabes a qué cursos asistía Dawn en aquel momento?

—Solo sé que tenían algo que ver con la nanotecnología.

—Lo más probable es que los cursara en el Departamento de Ciencia de Materiales e Ingeniería.

Miro la mansión donde cuatro personas fueron asesinadas mientras dormían, como se ha descrito, y sigo perpleja.

¿Por qué no conectarían la alarma? ¿Por qué dejarían la llave en la cerradura, máxime durante la temporada navideña, cuando los robos y otros crímenes contra la propiedad aumentan?

—¿Los Jordan eran conocidos por ser descuidados o displicentes? —pregunto—. ¿Eran unos idealistas e ingenuos sin remedio? Se da por supuesto que las personas que viven en casas históricas en barrios históricos suelen ser muy cuidadosas a la hora de asegurar su propiedad y su intimidad. Cierran las puertas y conectan sus sistemas de alarma. Aunque solo sea porque no quieran a los turistas deambulando por sus jardines o en sus galerías.

—Lo sé. Esa parte es la que más me preocupa —dice Marino.

Su silueta oscura en el interior de la camioneta en penumbra se acerca más a mí mientras mira una mansión que no te transmite ni la más remota premonición si no sabes lo que pasó allí hace nueve años, más o menos a esta misma hora de la madrugada.

Después de la medianoche. Es posible que entre la una y las cuatro por lo que leí.

—Hay una gran diferencia entre 2002 y ahora en lo que se refiere a tener consciencia de la seguridad. Sobre todo aquí en Savannah —continúa Marino—. Te puedo garantizar que las personas que podrían haber sido descuidadas a la hora de conectar las alarmas o dejar las llaves en las cerraduras probablemente no lo hagan ahora. Todo el mundo se preocupa más por los delitos y estoy seguro de que todos tienen muy presente que una familia entera fue asesinada en sus propias camas dentro de su mansión de un millón de dólares. Sé que la gente comete estupideces, lo vemos constantemente, pero me extraña en el caso de Clarence Jordan, que era conocido por tener el dinero de la familia y que se ausentaba mucho a causa del trabajo voluntario que hacía, en especial durante las fiestas. Día de Acción de Gracias, Navidad, Año Nuevo eran sus momentos más ocupados ayudando en clínicas, salas de emergencia, albergues, comedores de beneficencia. Cualquiera pensaría que se podría haber preocupado un poco más por la seguridad de su esposa y dos niños pequeños.

—No sabemos que no lo hiciera.

—Al parecer aquella noche se fue a la cama y no conectó la alarma. —Marino repite el detalle que sigue concitando mi atención.

—¿Qué pasa con los registros de la compañía de alarmas?

—Cerró en otoño de 2008.

Una luz se enciende en una ventana de la planta alta de la antigua casa de los Jordan.

—Hablé con el antiguo dueño de Coastal Security, Darryl Simons, y según él ya no tienen los registros. Dice que estaban en los ordenadores que donó a la caridad cuando cerró el negocio.

En otras palabras, los registros fueron eliminados o tirados hace tres años.

—Cualquier empresario como es debido conserva los registros durante al menos siete años, aunque solo sea por si hay una auditoría fiscal —afirmo—. ¿Te dijo que no tenía copias de seguridad?

—¡Pillados! —exclama Marino al ver que se encienden las luces de la galería.

Nos marchamos con gran estrépito en el mismo momento en que se abre la puerta principal y un hombre musculoso, vestido solo con el pantalón del pijama, sale a la galería y mira nuestra partida.

—Puedes entender por qué este tipo, Simons Darryl, no quiere que la gente le llame preguntando por el sistema de alarma de los Jordan —dice Marino mientras la camioneta corcovea y ruge—. De haber estado conectada y funcionando, ahora no estarían muertos.

—Entonces, ¿por qué no estaba conectada y funcionando? —pregunto—. ¿Dijo si la instaló el doctor Jordan? ¿O quizás el anterior propietario de la casa?

—No lo recuerda.

—De acuerdo. Es difícil de recordar algo así en un caso donde cuatro personas fueron asesinadas.

—No quiere recordarlo —dice Marino—. Es como si fuera el que construyó el Titanic. ¿Quién quiere el mérito? Tiene amnesia y tira los registros. No le hizo nada feliz recibir mi llamada.

—Tenemos que averiguar qué pasó con los ordenadores de la empresa, adónde los donaron. Tal vez todavía existan en alguna parte o él tenga los discos en una caja fuerte —sugiero—. Sería de gran ayuda comprobar sus estados mensuales. Sería muy útil para ver un registro. Se podría pensar que los investigadores quizá los revisaron en su momento. ¿Qué te dijo el investigador Long? Jaime dice que hablaste con él.

—¿Mencionó que es viejo como Matusalén y que ha tenido un derrame cerebral?

La camioneta ratea. El tubo de escape suena como los disparos de un arma mientras traqueteamos por delante de los cines, los cafés, las heladerías y las tiendas de bicicletas cerca de la Escuela de Arte y Diseño.

—No hace tanto tiempo desde 2002 —le digo a Marino—. Para mí estos no son por definición casos abiertos. No estamos hablando de asesinatos sin resolver de hace cincuenta años. Debe de haber montañas de documentación y muchas personas con buena memoria en un caso tan grande e infame como este.

—El investigador Long dijo que todo lo sucedido está en sus informes —contesta Marino—. Le recordé que no parecían incluir nada sobre la alarma antirrobo de los Jordan. Afirmó que habían tenido problemas con las falsas alarmas y dejaron de conectarla.

—Si lo sabía, tuvo que hablar con la compañía de seguridad —opino cuando giramos alrededor de Reynolds Square, oscura y arbolada con bancos y una estatua de John Wesley predicando, cerca de un antiguo edificio, utilizado antaño como hospital para los enfermos de paludismo.

—Sí, tuvo que hacerlo, pero no lo recuerda.

—Las personas olvidan. Sufren embolias. Y no tienen ningún interés en reabrir una investigación que podría demostrar que estaban equivocadas.

—Estoy de acuerdo. Debemos ver el registro —asiente Marino.

—Tiene que haber por aquí muchas personas que tuvieron sistemas de alarma instalados por Coastal Security. ¿Qué pasó con aquellos clientes?

—Es obvio que alguna otra empresa se hizo cargo de sus cuentas.

—Y quizás esa compañía tiene los documentos originales.

Puede que incluso un disco duro o las copias de seguridad —sugiero.

—Es una buena idea.

—Lucy podría ayudarte. Es muy buena cuando se trata de registros electrónicos que supuestamente se han desvanecido en el aire.

—Excepto que Jaime no querrá su ayuda.

—No estaba sugiriendo que ella ayude a Jaime. Estoy sugiriendo que Lucy nos ayude. Benton podría ofrecernos algunas ideas interesantes. Creo que podría utilizar cualquier opinión informada que podamos conseguir, ya que las pruebas parecen apuntar en direcciones diferentes. Es una buena noticia saber que no estamos muy lejos, porque este trasto suena como si fuese a detenerse de un momento a otro, agarrotarse o estallar —agrego mientras la camioneta tartamudea y bambolea en su marcha con rumbo norte hacia el río.

La mayoría de los restaurantes y cervecerías por los que pasamos están cerrados, las aceras desiertas, y a continuación aparece el Hyatt justo delante, a nuestra derecha, enorme e iluminado, alumbrando toda la manzana.

—Tengo la sensación de que nos están aislando —comenta Marino—. Personas que olvidan o registros que han desaparecido.

—Lo que Jaime está haciendo en Savannah es reciente y la compañía de seguridad cerró y supuestamente se deshizo de sus registros por lo menos hace tres años —señalo—. Por lo tanto, no suena como si nos estuviesen aislando, por lo menos no en ese frente, por lo que está sucediendo ahora con el caso.

—Desde luego parece que podría haber algo más y que ciertas partes no quieren ver a nadie husmeando en ellas.

—Tampoco sabes eso a ciencia cierta. Es típico que una vez que han pasado por el calvario de una investigación por homicidio y un juicio y toda la publicidad que las acompaña, muchas personas quieran que las dejen en paz. Máxime en casos tan terribles como este.

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