Naufragios (10 page)

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Authors: Albar Nuñez Cabeza de Vaca

Tags: #Conquista Española, #Nuevo Mundo, #América, #Española, #Conquista, #Nueva España, #Viajes

BOOK: Naufragios
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Capítulo XXXI

De cómo seguimos el camino del maíz

Pasados dos días que allí estuvimos, determinamos de ir a buscar el maíz, y no quesimos seguir el camino de las Vacas, porque es hacía el Norte, y esto era para nosotros muy gran rodeo, porque siempre tuvimos por cierto que yendo la puesta del sol habíamos de hallar lo que deseábamos; y ansí, seguimos nuestro camino, y atravesamos toda la tierra hasta salir a la mar del Sur; y no bastó a estorbarnos esto el temor que nos ponían de la mucha hambre que habíamos de pasar, como a la verdad la pasamos, por todas las diez y siete jornadas que nos habían dicho. Por todas ellas el río arriba nos dieron muchas mantas de vacas, y no comimos de aquella su fruta; mas nuestro mantenimiento era cada día tanto como una mano de unto de venado, que para estas necesidades procurábamos siempre de guardar, y ansí pasamos todas las diez y siete jornadas y al cabo de ellas atravesamos el río, y caminamos otras diez y siete. A la puesta del sol, por unos llanos, y entre unas sierras muy grandes que allí se hacen, allí hallamos una gente que la tercera parte del año no comen sino unos polvos de paja; y por ser aquel tiempo cuando nosotros por allí caminamos, hebímoslo también de comer hasta que, acabados estas jornadas, hallamos casas de asiento, adonde había mucho maíz allagado, y de ello y de su harina nos dieron mucha cantidad, y de calabazas y frisoles y mantas de algodón, y de todo cargamos a los que allí nos habían traído, y con esto se volvieron los más contentos del mundo. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro señor por habernos traído allí, donde habíamos hallado tanto mantenimiento. Entre estas casas había algunas de ellas que eran de tierra, y las otras todas son de estera de cañas; y de aquí pasamos más de cien leguas de tierra, y siempre hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de maíz, y frisoles y dábannos muchos venados y muchas mantas de algodón, mejores que las de la Nueva España. Dábannos también muchas cuentas y de unos corales que hay en la mar del Sur muchas turquesas muy buenas que tienen de hacía el Norte; y finalmente, dieron aquí todo cuanto tenían, y a mí me dieron cinco esmeraldas hechas puntas de flechas, y con estas flechas hacen ellos sus areitos y bailes; y paresciéndome a mí que eran muy buenas, les pregunté que dónde las habían habido, y dijeron que las traían de unas sierras muy altas que están hacia el Norte, y las compraban a trueco de penachos y plumas de papagayos, y decían que había allí pueblos de mucha gente y casas muy grandes. Entre éstos vimos las mujeres mas honestamente tratadas que a ninguna parte de Indias que hobiésemos visto. Traen unas camisas de algodón, que llegan hasta las rodillas, y unas medias mangas encima dellas, de unas faldillas de cuero de venado sin pelo, que tocan en el suelo, y enjabónanlas con unas raíces que alimpian mucho, y ansí las tienen muy bien tratadas; son abiertas por delante, y cerradas con unas correas; andan calzados con zapatos. Toda esta gente venía a nosotros a que los tocásemos y santiguásemos; y eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo sufríamos, porque dolientes y sanos, todos querían ir santiguados. Acontescía muchas veces que de las mujeres que con nosotros iban parían algunas, y luego en nasciendo nos traían la criatura a que la santiguásemos y tocásemos. Acompañábannos siempre hasta darnos entregados a otros, y entre todas estas gentes se tenía por muy cierto que veníamos del cielo. Entretanto que con éstos anduvimos caminamos todo el día sin comer hasta la noche, y comíamos tan poco, que ellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintieron cansancio, y a la verdad nosotros estábamos tan hechos al trabajo, que tampoco lo sentimos. Teníamos con ellos mucha autoridad y gravedad, y para conservar esto les hablábamos pocas veces. El negro les hablaba siempre; se informaba de los caminos que queríamos ir y los pueblos que había y de las cosas que queríamos saber. Pasamos por gran número y diversidades de lenguas; con todas ellas Dios nuestro señor nos favoreció, porque siempre nos entendieron y les entendimos; y ansi, preguntábamos y respondían por señas, como si ellos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya; porque, aunque sabíamos seis lenguas, no nos podíamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos más de mil diferencias. Por todas estas tierras, los que tenían guerras con los otros se hacían luego amigos para venirnos a recebir y traernos todo cuanto tenían, y de esta manera dejamos toda la tierra en paz, y dijímosles, por las señas porque nos entendían, que en el cielo había un hombre que llamábamos Dios, el cual había criado el Cielo y la Tierra, y que Este adorábamos nosotros y teníamos por Señor, y que hacíamos lo que nos mandaba, y que de su mano venían todas las cosas buenas, y que si ansí ellos lo hiciesen, les iría muy bien de ello; y tan grande aparejo hallamos en ellos que si lengua hobiera con que perfectamente nos entendiéramos, todos los dejáramos cristianos. Esto les dimos a entender lo mejor que podimos, y de ahí adelante, cuando él sol salía, con muy gran grita abrían las manos juntas al cielo, y después las traían por todo su cuerpo, y otro tanto hacían cuando se ponía. Es gente bien acondicionada y aprovechada para seguir cualquiera cosa bien aparejada.

Capítulo XXXII

De cómo nos dieron los corazones de los venados

En el pueblo donde nos dieron las esmeraldas dieron a Dorantes más de seiscientos corazones de venados, abiertos, de que ellos tienen siempre mucha abundancia para su mantenimiento, y por esto le pusimos nombre el pueblo de los Corazones, y por él es la entrada para muchas provincias que están a la mar del Sur; y si los que la fueren a buscar por aquí no entraren, se perderán, porque la costa no tiene maíz, y comen polvo de bledo y de paja y de pescado, que toman en la mar con bolsas, porque no alcanzan canoas. Las mujeres cubren sus vergüenzas con yerba y paja. Es gente muy apocada y triste. Creemos que cerca de la costa por la vía de aquellos pueblos que nosotros trujimos, hay más de mil leguas de tierra poblada, y tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en el año frisoles y maíz. Hay tres maneras de venados: los de la una de ellas son tamaños como novillos de Castilla; hay casas de asiento, que llaman buhíos, y tienen yerba, y esto es de unos árboles al tamaño de manzanos, y no es menester más de coger la fruta y untar la flecha con ella; y si no tienen fruta, quiebran una rama; y con la leche que tienen hacen lo mesmo. Hay muchos de estos árboles que son ponzoñosos, que si majan las hojas de él y las lavan en alguna agua allegada, todos venados y cualquier otros animales que de ella beben revientan luego. En este pueblo estuvimos tres días, y a una jornada de allí estaba otro en el cual tomaron tantas aguas, que porque un río cresció mucho, no lo podimos pasar, y nos detuvimos allí quince días. En este tiempo, Castillo vio al cuello de un indio una hebilleta de talabarte de espada, y en ella cosido un clavo de herrar; tomósela y preguntémosle qué cosa era aquélla y dijéronnos que habían venido del cielo. Preguntémosle mas, que quién la había traído de allá, y respondieron que unos hombres que traían barbas como nosotros, que habían venidodel cielo y llegado a aquel río, y que traían caballos y lanzas y espadas, y que habían alanceado dos de ellos; y lo mas disimuladamente que podíamos les preguntamos qué se habían hecho aquéllos hombres, y respondiéronnos que se habían ido a la mar, y que metieron sus lanzas por debajo del agua, y que ellos se habían también metido por debajo, y que después los vieron ir por cima hacia la puesta del sol. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por aquello que oímos, porque estábamos desconfiados de saber nuevas de cristianos; y, por otra parte, nos vimos en gran confusión y tristeza, creyendo que aquella gente no sería sino algunos que habían venido por la mar a descubrir; mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de ellos, dímonos más priesa a nuestro camino, y siempre hallábamos mas nueva de cristianos, y nosotros les decíamos que los íbamos a buscar para decirles que no los matasen ni tomasen por esclavos, ni los sacasen de sus tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno, y de esto ellos holgaban mucho. Anduvimos mucha tierra, y toda la hallamos despoblada, porque los moradores de ella andaban huyendo por las sierras, sin osar tener casas ni labrar, por miedo de los cristianos. Fue cosa de que tuvimos muy gran lástima, viendo la tierra muy fértil, y muy hermosa y muy llena de aguas y de ríos, y ver los lugares despoblados y quemados, y la gente tan flaca y enferma, huída y escondida toda, y como no sembraban, con tanta hambre, se mantenían con corteza de árboles y raíces. De esta hambre a nosotros alcanzaba parte en todo este camino, porque mal nos podían ellos proveer estando tan desventurados, que parescía que se querían morir. Trujéronnos mantas de las que habían escondido por los cristianos y diéronnoslas, y aún contáronnos cómo otras veces habían entrado los cristianos por la tierra, y habían destruido y quemado los pueblos, y llevado la mitad de los hombres y todas las mujeres y muchachos, y que los que de sus manos se habían podido escapar andaban huyendo. Como los víamos tan atemorizados, sin osar parar en ninguna parte, y que ni querían ni podían sembrar ni labrar la tierra, antes estaban determinados de dejarse morir, y que esto tenían por mejor que esperar y ser tratados con tanta crueldad como hasta allí, y mostraban grandísimo placer con nosotros, aunque temimos que, llegados a los que tenían la frontera con los cristianos y guerra con ellos, nos habían de maltratar y hacer que pagásemoslo que los cristianos contra ellos hacían. Mas como Dios nuestro Señor fue servido de traernos hasta ellos, comenzáronnos a temer y acatar como los pasados y aún algo mas, de que no quedamos poco maravillados: por donde claramente se ve que estas gentes todas, para ser atraídas a ser cristianos y a obediencia de la imperial majestad, han de ser llevados con buen tratamiento, y que éste es camino muy cierto, y otro no. Estos nos llevaron a un pueblo que está en un cuchillo de una sierra, y se ha de subir a él por grande aspereza; y aquí hallamos mucha gente que estaba junta, recogidos por miedo de los cristianos. Recebiéronnos muy bien, y diéronnos cuanto tenían, y diéronnos más de dos mil cargas de maíz, que dimos a aquellos miserables y hambrientos que hasta allí nos habían traído; y otro día despachamos de allí cuatro mensajeros por la tierra como lo acostumbrábamos hacer, para que llamasen y convocasen toda la más gente que pudiesen, a un pueblo que esté tres jornadas de allí; y hecho esto, otro día partimos con toda la gente que allí estaba, y siempre hallábamos rastro y señales adonde habían dormido cristianos; y a mediodía topamos nuestros mensajeros, que nos dijeron que no habían hallado gente, que toda andaba por los montes, escondidos huyendo, porque los cristianos no los matasen y hiciesen esclavos; y que la noche pasada habían visto a los cristianos estando ellos detrás de unos árboles mirando lo que hacían, y vieron cómo llevaban muchos indios en cadenas; y de esto se alteraron los que con nosotros venían, y algunos de ellos se volvieron para dar aviso por la tierra cómo venían cristianos, y mucho más hicieran esto si nosotros no les dijéramos que no lo hiciesen ni tuviesen temor; y con esto se aseguraron y holgaron mucho. Venían entonces con nosotros indios de cien leguas de allí, y no podíamos acabar con ellos que se volviesen a sus casas; y por asegurarlos dormimos en el camino; y el siguiente día los que habíamos enviado por mensajeros nos guiaron adonde ellos habían visto los cristianos; y llegados a hora de vísperas, vimos claramente que habían dicho la verdad, y conoscimos la gente que era de a caballo por las estacas en que los caballos habían estado atados. Desde aquí, que se llama el río de Petutuan, hasta el río donde llegó Diego de Guzmán, puede haber hasta él, desde donde supimos de cristianos, ochenta leguas; y desde allí al pueblo donde nos tomaron las aguas, doce leguas; y desde allí hasta la mar del Sur había doce leguas. Por toda esta tierra donde alcanzan sierras, vimos grandes muestras de oro y alcohol, hierro, cobre y otros metales. Por donde están las casas de asiento es caliente; tanto, que por enero hace gran calor. Desde allí hacía el mediodía de la tierra que es despoblada hasta la mar del Norte, es muy desastrosa y pobre, donde pasamos grande y increíble hambre; y los que por aquella tierra habitan y andan es gente crudelísima y de muy mala inclinación y costumbres. Los indios que tienen casa de asiento y los de atrás, ningún caso hacen de oro y plata, ni hallan que pueda haber provecho de ello.

Capítulo XXXIII

Cómo vimos rastro de cristianos

Después que vimos rastro claro de cristianos, y entendimos que tan cerca estábamos de ellos, dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por querernos sacar de tan triste y miserable captiverio; el placer que de esto sentimos júzguelo cada uno cuando pensare el tiempo que en aquella tierra estuvimos y los peligros y trabajos porque pasamos. Aquella noche yo rogué a uno de mis compañeros que fuese tras los cristianos, que iban por donde nosotros dejábamos la tierra asegurada, y había tres días de camino. A ellos se les hizo de mal esto, excusándose por el cansancio y trabajo; y aunque cada uno de ellos lo pudiera hacer mejor que yo, por ser más recios y más mozos; mas, vista su voluntad, otro día por la mañana tomé conmigo al negro y once indios, y por el rastro que hallaba siguiendo a los cristianos pasó por tres lugares donde habían dormido; y este día anduve diez leguas, y otro día de mañana alcancé cuatro cristianos de caballo, que recebieron gran alteración de verme tan extrañamente vestido y en compañía de indios. Estuviéronme mirando mucho espacio de tiempo, tan atónitos, que ni me hablaban ni acertaban a preguntarme nada. Yo les dije que me llevasen a donde estaba su capitán; y así, fuimos media legua de allí, donde estaba Diego de Alcaraz, que era el capitán; y después de haberle hablado, me dijo que estaba muy perdido allí, porque había muchos días que no había podido tomar indios, y que no había por donde ir, porque entre ellos comenzaba a haber necesidad y hambre; yo le dije cómo atrás quedaban Dorantes y Castillo, que estaban diez leguas de allí, con muchas gentes que nos hablan traído; y él envió luego tres de caballo y cincuenta indios de los que ellos traían; y el negro volvió con ellos para guiarlos, y yo quedé allí, y pedí que me diesen por testimonio el año y el mes y día que allí habían llegado, y la manera en que venía, y ansí lo hicieron. De este río hasta el pueblo de los cristianos, que se llama Sant Miguel, que es de la gobernación de la provincia que dicen la Nueva Galicia hay treinta leguas.

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