Naufragio (29 page)

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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Naufragio
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¿Qué comería si no podía procesar las plantas marinas correctamente? Se le estaban acabando los productos químicos que necesitaba. El azufre era el más urgente, y por eso había ido allá arriba a la montaña, pero aunque hubiera tenido éxito, en vez de haberse comportado allá arriba como un loco y un estúpido, sólo hubiera obtenido algunos gramos, y hubiera necesitado hacer otra expedición en el plazo de seis semanas. Y además del azufre necesitaba fluorina y potasio y yodo. También necesitaba varios metales, pero podría obtenerlos de la nave. También le hacían falta catalizadores o sustancias que podría recuperar de los residuos, después del procesado.

Las sustancias químicas que necesitaba podía obtenerlas todas del agua del mar de allí mismo, pero, ¡vaya!, a un precio de tiempo y de esfuerzos elevadísimo. Precisamente para evitarlo había preferido subir allá arriba, al lago. Bueno; no podía enfrentarse de nuevo con la montaña, y era estúpido intentar bajar dos depósitos de agua pendiente abajo. Aquí al menos se encontraba cerca de un suministro ilimitado de agua marina, y era sólo cuestión de mucho trabajo en la nave.

Realmente no se encontraba en forma para embarcarse en una empresa grande y agotadora, pero la fecha tope se estaba acercando y pronto se quedaría sin comida. El brazo izquierdo le era ya de poca utilidad, y tendría que mantenerlo en cabestrillo durante unas cuantas semanas, y aún tenía que tener bastante cuidado con la espalda. El ascensor exterior ya no podía utilizarse y todo debía transportarse a mano.

Comenzó a preparar el equipaje necesario en su patio vallado al pie de la nave. Los generadores de viento quedaron fuera de servicio, porque necesitaba la vagoneta para traer agua del mar; no podía transportarla en cubos. Utilizando la energía de la nave y todas las células solares consiguió una caldera de evaporación. Cuando llegara el verano sería más fácil obtener calor con bobinas eléctricas. Le añadió un condensador para captar el vapor y recuperar agua pura; así se ahorraría los viajes al pozo. Valía la pena matar dos pájaros de un tiro, si de todos modos estaba dispuesto a meterse en ese lío. Le hubiera gustado disponer de cañería suficiente para extraer agua del mar y conducirla directamente a la caldera, pero la nave no era un almacén de ferretería, y lo que estaba haciendo era lo último que se le pudiera haber ocurrido al diseñador de la nave.

Llevó la vagoneta a la playa, rellenó de agua un depósito, lo trajo a la nave, rellenó con él la caldera y evaporó el agua; repitió el proceso y siguió así todo el día. Luego recogió algo de sal y la llevó a la nave para separar sus componentes. Pasó el día siguiente en el laboratorio rebuscando lo que precisaba. Obtener lo necesario iba a ser una tarea continua. Entre ese trabajo, recoger comida y cuidar de la nave iba a pasar el resto de sus días en una rutina inacabable y agotadora. Se encontraba en la recta final, viviendo precariamente, a un paso del hambre, condenado a un trabajo interminable.

Pasaron las semanas, y Tansis se acopló una vez más a otra rutina, mucho más dura. Cada semana dedicaba un día a recoger comida, otro a trabajar en la nave, tres días completos evaporando agua marina, otro día separando los elementos en el laboratorio y otro procesando los alimentos para convertirlos en comestibles.

Su salud se estaba deteriorando, porque la comida marina no era una dieta completa, ahora que no disponía ya de algas. Su piel se estaba manchando de pecas de color marrón claro y tenía llagas en la boca. A menudo se sentía atontado y enfermo, y su visión ya no era tan perfecta como lo había sido. En ocasiones veía doble. Se dio cuenta de que le caía mucho pelo. La congestión crónica de la nariz y garganta había mejorado mucho después de expulsar el aire viejo de la nave, pero ahora, aunque hacía lo mismo una vez al mes, siempre tenía la nariz bloqueada y la tos era irritante y persistente.

El pequeño depósito de vitaminas del gabinete médico hacía ya tiempo que se había agotado, y la única solución era volver a poner en marcha el depósito de protozoos que en otro tiempo había cultivado. La papilla que procesaría de esos animales suplementaria la comida marina y le mantendría bien alimentado. Sabía, por los experimentos que entonces realizó, que un depósito de protozoos sólo crece en algo semejante a los charcos de la cima de los árboles de cintas. Los depósitos de metal o de cristal no servirían para nada; debían ser de madera. No tenía materiales para hacer un recipiente de madera hermético, y aquel que había utilizado estaba ahora tan seco como un hueso, y a más de treinta kilómetros de distancia.

Cuanto más meditaba en ello, más claro le parecía que tendría que trasladar el depósito a la nueva fuente, y que debería llevarlo por debajo de la capa de cintas siguiendo esa gran gruta continua que la vegetación había formado alrededor de toda la isla. Tendría que conseguir bajar la vagoneta al interior de la cueva, izar el depósito, colocarlo sobre rodillos y tirar de él. No serviría de nada traerlo a la nave, porque los protozoos no crecían aislados de la vegetación.

Tenía prisa, y por ello utilizó explosivos para abrir un agujero en la masa vegetal de la capa de cintas, en un punto en línea entre el nuevo pozo y la nave, a trece kilómetros de distancia. Hizo un orificio negruzco e irregular de tres metros de diámetro y metió la vagoneta dentro. Viajó más de medio kilómetro bajo la capa hasta el otro lado, y con otra explosión hizo un nuevo orificio para poder llegar desde allí a la fuente de agua con facilidad. Colocaría el depósito a mitad de camino entre las dos entradas. Luego condujo la vagoneta por debajo de la capa de cintas en dirección nordeste hasta el depósito anterior. Iba cargado con gatos, cilindros, un generador y herramientas.

La vagoneta avanzaba casi silenciosamente por la cueva verde y tenebrosa, a diez kilómetros por hora. Tansis estaba demasiado ocupado pensando en el enorme trabajo que se le presentaba para disfrutar de la belleza del lugar, y, de todos modos, era un hombre enfermo que se encontraba constantemente cansado. Llegó al depósito tres horas más tarde. Era masivo, más grande de lo que había imaginado, y debía de pesar un par de toneladas.

Tardó media hora en elevarlo; después metió por debajo de él una docena de cilindros y soltó el gato. Buscó algún resto de su vieja torre y recuperó el cable de acero con que la había atado a la nave. Con él unió ahora el depósito a la vagoneta. Al menos había recuperado ese cable, y eso ya era algo importante.

La vagoneta apenas si podía mover el depósito sobre los rodillos, y chirriaba de modo alarmante por el esfuerzo. Era ya tan tarde que le parecía que tendría que dormir de nuevo en el exterior, pero sabía que no podía dar el brazo a torcer hasta averiguar con certeza si la vagoneta podía tirar del depósito, aunque fuera lentamente, y llevarlo hasta el lugar elegido.

El avance era desesperadamente lento, tan sólo de unos cuarenta metros por hora, y el motor de la vagoneta trepidaba de un modo poco corriente. Cuarenta metros por hora…; a ese paso necesitaría varias semanas, y no podía esperar tanto. La vagoneta quedaría totalmente deshecha. Además, el túnel bajo la vegetación no era todo de terreno llano, sino que subía y bajaba siguiendo las depresiones y las colinas del pie de la montaña. Cuando el suelo comenzara a empinarse, como ocurría algo más adelante, la vagoneta no podría resistir el peso.

En aquella oscuridad que se avecinaba Tansis admitió su fracaso y comenzó el regreso a casa, montado sobre la vagoneta y utilizando los focos para guiarla a través del bosque interminable de troncos, porque la oscuridad ya era total dentro del túnel. Estaba agotado; había pasado todo el día dentro del traje, y se sentía sudoroso y miserablemente incómodo.

Tres largas horas le costó el viaje, en medio de una zona de luz, con la oscuridad total detrás de él y los troncos de la cueva abriéndose lentamente por delante, pasando a sus dos lados lentamente, y rodeándolo luego por detrás. Quedó desvanecido varios minutos al avanzar entre dos troncos, verlos pasar, avanzar hacia los dos que venían delante, verlos pasar… Después de tres horas consiguió sintonizar la frecuencia que pasaba por los puntos donde había hecho los orificios de entrada, y giró al sur para hallar la entrada. Finalmente, después de tres horas y media de marcha desde que abandonó el depósito, se encontró fuera, en el desierto, dirigiendo la vagoneta por la parte superior de las estribaciones que dominaban la bahía y dirigiéndose hacia las luces brillantes del exterior de la nave.

Otra bienvenida a casa, y otro nuevo fracaso.

Al día siguiente volvió a analizar la situación. Si no podía mover aquel depósito, tendría que construir otro, lo cual quería decir que tendría que aserrar árboles de «reloj de arena» y que de algún modo tendría que encajar un depósito sin pegamento ni clavos. Con buenas juntas podría conseguirlo, pero, ¿cuánto tiempo le costaría? Estaba demasiado agotado para meterse en ese jaleo.

Claro que los «relojes de arena» tenían el aspecto de un auténtico depósito. ¿Y si cortara uno por la mitad y lo vaciara para conseguir un depósito de tres metros de diámetro? Eso era tal vez lo mejor que podía hacer, pero desde luego hoy no.

Aquella tarde Tansis se fue a la cama sintiéndose demasiado enfermo y cansado para continuar.

Pasaron tres días antes de poder disponer de tiempo libre para ir sobre la vagoneta a la capa de cintas, seleccionar allí un «reloj de arena» que crecía a diez metros de la entrada y acoplar una sierra de bandas y un generador antes de iniciar el trabajo. Le dolían las piernas, estaba tan sudoroso y temblaba tanto que le parecía que iba a caer enfermo; por ello lo dejó todo bien colocado y regresó a la nave, metiéndose en la cama el resto del día.

Después de dos días más de trabajos rutinarios pudo volver al árbol y logró aserrarlo; luego consideró que había hecho bastante y regresó a casa.

Había un ruido extraño que venía de alguna parte del sistema de agua, e intentó descubrir qué era. En las tuberías se había formado una burbuja de aire. Nunca había oído que pudiera ocurrir algo semejante, pero después de evacuar el aire y vaciar casi por completo el interior de las tuberías una vez al mes, todo era posible.

A la mañana siguiente se sentía demasiado cansado para levantarse, y no quería comer. Tenía frío, temblaba y las piernas continuaban agitándose involuntariamente. Yacía en un estado de miseria y de resignación. No podía imaginarse ningún futuro agradable, incluso si mejorara de salud: tan sólo una rutina de esfuerzos incansables, y ahora la rutina se había desorganizado del todo. En los últimos días no había procesado comida suficiente, y no había conseguido bastantes reactivos para procesar los alimentos. Necesitaba emprender un programa compacto para que todo marchara bien, y tenía que instalar también aquel depósito. Bueno; eso no le preocupaba en este momento; tan sólo quería descansar y descansar.

Cuando se sintió algo mejor, dos días más tarde, prácticamente se le había acabado toda la comida. De modo lento e indiferente recogió comida marina de la playa, y allí vio a las criaturas, muchas de ellas, tal vez una docena, moviéndose silenciosamente siguiendo su camino. Les saludó con el brazo y entonces giraron y se movieron respondiéndole, pero no tenía ganas de conversación: no tenía nada que decirles. Estuvieron junto a él todo el tiempo que dedicó a su trabajo, y no parecían ofenderse porque no les hiciera caso.

Tenía que evaporar de nuevo el agua y extraer los productos químicos antes de poder procesar la comida marina. Estaba realmente viviendo ahora de precario. No tenía hambre, ni le apetecía esa extraña sustancia que estaba elaborando y que, aunque le mantuviera vivo, no le mantenía la salud.

Se sentó en su silla especial de comer y estuvo manoseando la comida. Debió de quedarse dormido, porque despertó saliendo de un sueño en el que la tripulación golpeaba su puerta para rescatarle de algo. Miró alrededor con los ojos entreabiertos, y aún pudo oír los golpes. Aquel maldito sistema de agua estaba de nuevo averiado.

Irritado, bajó las escaleras y fue a la cabina de mando. Pidió al computador que verificara el sistema de agua, pero el computador no dio en su respuesta ningún dato que explicara los golpes que podía oír incluso desde la cabina de mando. Pidió al computador que comprobara de nuevo su funcionamiento desde la última evacuación de aire, que había ocurrido hacía unos treinta y cinco días —no se acordaba de la fecha exacta—, y que le dijera el tiempo exacto transcurrido desde esa última evacuación.

—Setenta y tres días —contestó el computador.

Tansis lo miró con incredulidad:

—No —tecleó—, ésa fue la penúltima. Se realizó otra hace sólo treinta días.

—No hay constancia de ella —fue la respuesta.

Tansis no sabía qué pensar. ¿Acaso estaba perdiendo la noción del tiempo?

Como posible remedio del sistema de agua ordenó al computador que abriera todas las válvulas y grifos y dejara que saliera el agua de los depósitos de almacenamiento, pasara por los purificadores y volviera a los depósitos, hasta que la burbuja de aire desapareciera.

Preocupado a pesar de todo, fue abajo a examinar los filtros de las bombas de aire. Habían pasado setenta y tres días desde la última evacuación; ahora deberían estar casi taponados por materias extrañas. Limpiar las bombas era una de sus obligaciones mensuales antes de cada evacuación: Y sin embargo, los filtros daban muestras de haber sido limpiados hacía sólo un mes, a no ser que la atmósfera exterior hubiera reducido en un 50 % la cantidad de polvo en suspensión que llevaba. Luego miró los purificadores, enlazados a las bombas. Había algo que funcionaba mal en alguna parte. Al principio no pudo averiguarlo. Luego vio que las luces de funcionamiento no estaban encendidas. El computador no las había conectado con las bombas. ¿Durante cuánto tiempo habían estado así? Se apresuró al computador:

—¿Qué ha pasado con los purificadores de aire? —le preguntó.

—No hay ninguna información sobre su funcionamiento —contestó el computador.

—No están conectados. Las bombas de aire sí, pero los purificadores no. ¿Durante cuanto tiempo han estado así?

—Las bombas y los purificadores se conectaron a la vez hace setenta y tres días. No hay información de que hayan sido desconectados.

—Pero están desconectados. ¿Cómo no lo sabe?

Hubo un silencio de varios segundos, y luego el computador contestó otra vez:

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