—He oído que tu madre ha ido diciendo por ahí que estuve tratando de desbancarte con lo del proyecto antes de que te secuestraran —dijo al cabo de un rato.
—Sí, dijo que tu ayudante le contó a una amiga suya que eras mi competidora desde el principio, pero sé que seguramente era otra de sus mentiras.
—En realidad, tiene parte de razón: me pidieron que preparara una propuesta y nos reunimos un par de veces. Yo sabía que estaban hablando con alguien de otra inmobiliaria, pero no sabía que tú también optabas al mismo proyecto hasta que un día me lo mencionaste. Me retiré del proyecto inmediatamente y no volvieron a ponerse en contacto conmigo de nuevo hasta después de tu desaparición.
—¿Te retiraste? ¿Por qué?
—Una cosa son los negocios, y otra los buenos negocios. Tu amistad era más importante para mí.
—Ojalá me lo hubieses dicho, me habría retirado yo y te lo habría dejado a ti. Tú tenías mucha más experiencia y habías esperado más tiempo para un proyecto de ese calibre.
—¡Por eso precisamente no te lo dije! —repuso Christina—. Sabía que si te lo decía, acabaríamos peleándonos por quién se iba a retirar de las dos…
Nos echamos a reír, pero entonces Christina se quedó callada de nuevo mientras recorría mi jardín con la mirada.
—Esta casa es preciosa.
Mierda, sabía adonde iba a ir a parar aquella conversación.
—Sí, sí que lo es, y estoy segura de que a alguien realmente le va a encantar.
—¡Pero es que a ti te encanta, Annie! Y me parece una pena que…
—Christina, déjalo.
Se quedó callada un momento, con el cuerpo rígido. Al final, negó con la cabeza.
—No. Esta vez no. He respetado tus deseos este último par de meses, me he quedado de brazos cruzados sin decir nada mientras tú te enfrentabas a todo esto sola, pero no voy a permitir que huyas, Annie.
—¿Huir? ¿Quién diablos habla de huir? Por fin estoy consiguiendo superar mis traumas, Christina. Pensaba que eso te haría feliz.
—¿Vender la casa que tanto quieres? ¿Ir a una Facultad de Bellas Artes en las Rocosas cuando una de las mejores está a una hora escasa de aquí? Eso no es superar tus traumas. Tú misma lo dijiste: sólo es dejar todo esto atrás.
—He querido ir a esa facultad desde que era una niña, y esta casa es un recordatorio de todo lo que hay en mi vida, incluida mi madre.
—Exactamente, Annie. Llevas queriendo huir de tu madre desde que eras una niña. ¿Crees que eso va a hacer que desaparezca el dolor? No puedes borrar así como así todo lo que ha pasado…
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Crees que estoy tratando de olvidar lo que me ha pasado?
—Sí, creo que sí, pero no puedes. Piensas en eso todos los días, ¿no? Y me revienta que no confíes lo suficiente en mí para contármelo. Que no creas que pueda asimilarlo.
—No se trata de ti, Christina, se trata de mí. Soy yo la que no logra asimilarlo. Joder, si ni siquiera puedo contárselo a mi psicóloga. Y decírselo en voz alta a alguien que me conoce, decir lo que me hizo, lo que hice… ver en tus ojos…
—¿Te da vergüenza? ¿Es eso? Nada de esto fue culpa tuya, Annie.
—Sí que lo fue, ¿es que no lo ves? No, no lo puedes entender. Porque tú nunca permitirías que te ocurriera algo así.
—¿Eso es lo que piensas? Por Dios, Annie… Sobreviviste un año viviendo con un psicópata, tuviste que matarlo para poder escapar, y yo ni siquiera puedo salir de mi matrimonio.
—¿Tu matrimonio? ¿Qué le pasa a tu matrimonio?
—Drew y yo… no estamos bien. Estamos hablando del divorcio.
—Oh, mierda, no me habías dicho…
—No querías hablar de asuntos delicados, ¿recuerdas? Pues un matrimonio que se va a pique es un asunto un poco delicado, la verdad. —Se encogió de hombros—. Habíamos tenido problemas antes de tu secuestro, pero en el último año han empeorado.
—¿Por mi culpa?
—En parte. Estaba obsesionada tratando de encontrarte, pero antes de eso incluso… Sabes que este trabajo no deja tiempo para mucho más. Creí que la casa nueva nos ayudaría, pero… —Se encogió de hombros.
Se habían comprado una casa un mes antes de que me secuestraran, y de lo único de lo que hablaba era de los muebles nuevos que estaban comprando juntos. Supuse que les iba bastante bien.
—Han cambiado muchas cosas, Annie. Después de tu desaparición, tuve pesadillas todas las noches durante casi un mes. No puedo hacer jornadas de puertas abiertas. La semana pasada llamó un tipo muy extraño para ver una casa, y lo derivé a un agente inmobiliario masculino.
»Durante un año entero, todo giraba en torno a encontrarte fuera como fuese, y entonces Drew me convence para que me vaya a ese crucero y, al final, no estoy aquí cuando me necesitas en el hospital. Ahora has vuelto, sigo sin recuperarte… te echo de menos. Y ya no puedo seguir postergando enfrentarme a los problemas de mi matrimonio. Drew quiere ir a una de esas terapias de pareja, y yo no sé qué coño quiero hacer…
Se echó a llorar. Me quedé mirando la hierba y pestañeé para contener mis propias lágrimas.
—Esta desgracia… esta experiencia tan terrible, no sólo te ha pasado a ti. Le ha pasado a todos los que te queríamos, pero no acaba ahí: le ha pasado a toda la ciudad, incluso a las mujeres de todo el país. La vida de muchas personas ha cambiado, no sólo la tuya.
Empecé a contar las briznas de hierba.
—Nada de esto es culpa tuya. Sólo quería que supieras que no estás sola, que hay otras personas que están sufriendo igual que tú. Por eso entiendo por qué quieres huir, yo también quiero huir, pero tienes que ser fuerte y plantar cara. Te quiero, Annie, como a una hermana, pero desde que te conozco, nunca me has abierto las puertas de tu vida completamente, y ahora estás a punto de cerrármelas para siempre… Te estás rindiendo. Igual que hizo él…
—¿Quién?
—Ese hombre.
—Joder, Christina, por favor, dime que no me estás comparando con ese hijo de puta…
—Pero es que era demasiado para él, ¿verdad? Vivir en sociedad con otras personas. Así que huyó…
—Yo no estoy huyendo, estoy mirando hacia el futuro y creándome una nueva vida. No se te ocurra comparar eso con lo que hizo él. Esta conversación ha terminado.
Me miró fijamente.
—De hecho, creo que será mejor que te vayas.
—¿Lo ves? Ya estás otra vez, huyendo de nuevo. Te estoy haciendo sentir algo y eres incapaz de soportarlo, de hacerle frente, así que lo único que puedes hacer es echarme de tu vida.
Me levanté, entré en la casa y cerré la puerta a mis espaldas. Un par de minutos después, la oí marcharse en su coche.
Gary llamó esa misma noche para decirme que habían encontrado al prestamista y que se iban a presentar cargos contra él. También me dijo que mi madre tenía una ronda constante de visitas y que está concediendo entrevistas a prácticamente todo aquel que se lo pide.
—No me sorprende —dije—. Aunque tengo una sorpresa para ti.
Le conté que al final iba a hacer realidad mi sueño.
—¡Cuánto me alegro por ti, Annie! Parece que por fin vas encontrando un camino.
Aliviada por que no pensase lo mismo que Christina, le dije:
—En eso estoy. ¿Y tú?
—Yo también he estado reflexionando un poco. Uno de los tipos que me dio clases va a abrir una empresa de consultoría y quiere que nos asociemos. Podría vivir donde quisiese, viajar, dar charlas, pillar vacaciones cuando las necesitase…
—Creía que te gustaba tu trabajo.
—Yo también, pero después de cerrar tu caso, empecé a preguntarme… Y luego, con lo del divorcio… No sé, parece un buen momento para hacer algunos cambios, sencillamente.
Me eché a reír.
—Sí, sé exactamente lo que quieres decir. Todavía tengo tu abrigo, ¿sabes?
—Lo sé. Y no tengo prisa por que me lo devuelvas. Acabo de comprarme un nuevo Yukon Denali…
—Caramba, no bromeabas cuando hablabas de hacer algunos cambios… Tenía entendido que los hombres que atraviesan una crisis de mediana edad se compran deportivos.
—Eh, cuando tomo una decisión, no pierdo el tiempo. Pero a lo que iba, listilla, estoy pensando en sacarlo a un viaje por carretera uno de estos fines de semana. Si me acerco a donde estás tú, o incluso cuando vuelvas por aquí para lo del juicio, ¿querrías tomarte un café o almorzar conmigo o algo así?
—Voy a estar muy ocupada con la facultad y todo eso.
—Como te he dicho, no tengo ninguna prisa.
—¿Te traerás la mantequilla de cacahuete?
—Ahora que lo dices, ¿por qué no? —Se echó a reír.
—Supongo que no me importaría comerme un par de cucharadas.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y me subí al coche en dirección a la Facultad de Bellas Artes. Dios, qué bien me sentó alejarme de aquella ciudad, aunque sólo fuese un par de días… Las Rocosas están espectaculares en esta época del año, y ver cómo aquellas cimas enormes llegaban hasta el cielo casi me hizo olvidar mi discusión con Christina. Hice el trayecto con la ventanilla bajada todo el camino, para que el aroma limpio y puro de las agujas de pino inundase el interior del coche.
Emma
iba en la parte de atrás, asomando la cabeza por la ventana cuando no estaba tratando de lamerme el cuello. Conducir despacio hasta la escuela y, acto seguido, ver el hermoso edificio de estilo Tudor enfrente con las montañas Rocosas al fondo, me hizo sentir vértigo. Las cosas allí serían diferentes.
Después de aparcar el coche,
Emma
y yo nos dimos una vuelta por el campus. Al pasar junto a un par de chicas sentadas en el césped, dibujando, una de ellas levantó la vista y nos sonreímos. Me había olvidado de lo agradable que era que te sonriera una desconocida. Pero a continuación, se quedó mirándome fijamente, y supe que me había reconocido. Me volví justo cuando le daba un codazo a su amiga, sentada a su lado. Metí a
Emma
en el coche y busqué la oficina para formalizar la inscripción.
Era demasiado tarde para matricularme para el semestre de septiembre, así que rellené la solicitud para enero. No llevaba ninguna carpeta con mis trabajos, pero se me ocurrió traerme el cuaderno de dibujo y se lo enseñé al asesor académico. Me dijo que no debería tener ningún problema para entrar, y me sugirió los bocetos que podía presentar. Me sentí frustrada por tener que esperar para empezar el curso, pero el asesor me propuso que fuese a clases nocturnas en el campus como preparación.
En el camino de vuelta a casa, me preparé mentalmente para la mudanza, pero a medida que me iba aproximando a Clayton Falls, las palabras de Christina «Estás huyendo», empezaron a atormentarme. Todavía no me podía creer que hubiese tenido la desfachatez de decir eso. ¿Qué diablos sabía ella? ¿Y decirme que no estaba sola? ¡Por supuesto que estaba sola! Mi hija estaba muerta, mi padre estaba muerto, mi hermana estaba muerta, y mi madre… como si lo estuviese. ¿Quién demonios era Christina para juzgarme por lo que hiciese?
«Estás huyendo.»
Horas más tarde, aparqué delante de la casa de Christina, me fui hecha una furia hacia su puerta y la golpeé con todas mis fuerzas.
—¡Annie!
—¿Está Drew?
—No, se queda en casa de un amigo. ¿Qué ocurre?
—Oye, entiendo que estás pasando por un mal momento, Christina, pero eso no te da el puto derecho de controlar mi vida. Es mi vida, la mía. No la tuya.
—Claro, Annie, yo sólo…
—¿Por qué no me dejas en paz? No tienes ni puta idea de todo por lo que tuve que pasar.
—No, claro que no. Porque nunca me lo has contado.
—¿Cómo pudiste decirme todas esas cosas? Mi madre ordenó mi secuestro, Christina.
—Sí, lo hizo.
—Me mintió.
—Le mintió a todos.
—Me abandonó allí arriba. Sola.
—Completamente sola.
—Fue mi madre quien me lo hizo.
—Tu propia madre, Annie.
—Y ahora va a ir a la cárcel. No tengo a nadie. A nadie.
—Me tienes a mí.
Y entonces, al fin, me resquebrajé y me abrí.
Christina no me abrazó mientras lloraba. Se sentó a mi lado en el suelo, hombro con hombro, mientras yo enumeraba uno por uno, entre sollozos, todos los agravios en contra de mi madre. Cada atropello injusto que había cometido conmigo desde que era niña, todos los sueños rotos y los deseos incumplidos. Y cada vez que añadía alguno, Christina asentía con la cabeza y decía: «Sí, eso te hizo. Y estuvo mal, muy mal. Fue muy injusta contigo».
Poco a poco, mis sollozos se fueron convirtiendo en suspiros entrecortados, y al final, una extraña calma se apoderó de mí.
—¿Por qué no sacas a
Emma
del coche y preparo un poco de té? —propuso Christina.
Nos pusimos el pijama. Christina me prestó uno suyo.
—Es de seda —dijo, con una sonrisa, y yo le contesté con un «faltaría más», al tiempo que le devolvía un sonrisa temblorosa.
Luego, con una tetera llena delante, nos sentamos a la mesa de la cocina. Respiré hondo.
—¿Mi hija? Se llamaba Esperanza.
Caramba, ¡ya lo creo que estoy en deuda con un montón de gente por su ayuda con esta novela! Me resulta imposible hacer una lista por orden de importancia, ya que todas estas maravillosas personas han sido esenciales para emprender este viaje, así que me limitaré a empezar por el principio… por donde empiezan todas las buenas historias.
Mi tía, Dorothy Hartshorne, porque leyó todos los borradores, discutió conmigo todos los aspectos psicológicos, y siempre me animó a seguir adelante. ¡También me ha prometido no vender mi primer borrador en eBay! Mis lectores
beta
, Lori Hall, Tracy Taylor, Beth Helms y Clare Henderson, quienes sacaron tiempo de sus ajetreadas vidas para leer mi libro y compartir conmigo sus opiniones. Mi increíble mentora, Renni Browne, por su aguda visión y su inquebrantable fe en este libro. Peter Gelfan y Shannon Roberts también me proporcionaron una información muy valiosa que me ayudó a llevar
Nadie te encontrará
al siguiente nivel.
Por compartir conmigo sus conocimientos profesionales, estoy muy agradecida al agente B. D. McPhail, al agente H. Carison, al sargento segundo J. D. MacNeill, al agente J. Moffat, al doctor E. Weisenberger, Peter Gallacher y Stephanie Witzaney. Cualquier error y exageración son culpa mía enteramente: tengo la mala costumbre de dejarme llevar cuando estoy en pleno trance creativo.
Muchas gracias a mi excepcional agente, Mel Berger, por responder a todas mis preguntas con gran paciencia y sabiduría, porque, desde luego… ¡tengo un montón de preguntas! Muchísimas gracias a mi maravillosa editora, Jen Enderlin, a quien mi libro le gustó lo bastante como para arriesgarse con él y, a continuación, trabajar codo con codo conmigo para llevarlo hasta la línea de meta. Mi agradecimiento al resto del equipo de St. Martin's Press que han hecho de esto una experiencia fantástica para mí: Sally Richardson, George Witte, Matthew Shear, Matthew Baldacci, John Murphy, Dori Weintraub, Ann Day, Lisa Senz, Sarah Goldstein, Sara Goodman, Elizabeth Catalano, Nancy Trypuc, Kim Ludlam, Anne Marie Tallberg, todo el equipo de ventas de Broadway, y todo el equipo de ventas de la Quinta Avenida. Por último, y no por ello menos importante, mi agradecimiento también a Tom Best, Lisa Mior y a la maravillosa gente de H. B. Fenn.