Nadie lo ha oído (33 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Nadie lo ha oído
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—¡Estupendo! —dijo Emma con sarcasmo—. Ahora utilizas sus nombres. ¡Es la primera vez que te oigo nombrarlos! ¡Ya iba siendo hora de que empezaras a mostrar algo de interés por ellos! Lástima que sea un poco tarde.

Johan suspiró decepcionado.

—Piensa lo que quieras —dijo—. Estoy seguro de que las cosas son así. Lo que pasa sencillamente es que no te atreves a cambiar, eres demasiado cobarde. Reconócelo al menos ante ti misma y deja de echar la culpa a los demás.

—Te crees que lo sabes todo —bufó ella, ahora con la voz anegada en llanto—. Quizá han pasado aquí un montón de cosas que desconoces. Para ti es todo muy fácil, pero la vida puede ser bastante más complicada, espero que lo aprendas alguna vez. No tienes ni puñetera idea de lo que he tenido que pasar.

—¡Pues cuéntamelo entonces! Me has dejado al margen de tu vida durante varias semanas, yo te he llamado insistentemente y lo único que he conseguido ha sido hablar con Viveka. ¡No puedo hacer nada si no me dices lo que ocurre! Cuéntame lo que te pasa y te ayudaré. Emma, yo te quiero, ¿es que no lo comprendes?

—No, no puedo. No puedo decirte lo que me pasa —contestó con la voz ahogada.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué es lo que no me puedes contar?

—Nada, Johan, ahora tengo que dejarte. ¡Feliz Navidad, que pases unas felices fiestas, feliz Año Nuevo y que seas muy feliz!

Y colgó.

K
arin se despertó atada en una cama. Le habían atado una cuerda alrededor del cuerpo y estaba inmovilizada en el torno de un banco. Tenía el cuerpo entumecido y le dolía la cabeza. Trató de orientarse en la habitación lo mejor que pudo, inmóvil como estaba. Se hallaba en uno de los dormitorios de los niños, lo reconoció de su visita anterior. Encima de la mesa había un parchís antiguo de madera con conos de diferentes colores a modo de fichas. Sillas con cojines de florecillas cosidos a mano, una lámpara modelo Strindberg. Suelo de madera tratado de modo artesanal, cortinas blancas de algodón en la ventana. De lo más idílico y acogedor.

La casa estaba en silencio. ¿Quién la había golpeado?

¿Qué había pasado con Anders y con Leif?

Trató de aguzar el oído, pero no pudo distinguir ningún ruido.

¿Cuánto tiempo llevaba allí? Había salido de Visby un poco antes de las once y por lo tanto tenía que haber llegado allí alrededor de las once y media. A través de la ventana vio que el cielo estaba nublado y era imposible saber a qué altura se encontraba el sol.

Trató de girar las manos, atadas a los lados de la cama. La cuerda le cortaba las muñecas.

Con las piernas le sucedía lo mismo. Haciendo un esfuerzo consiguió levantar la cabeza y mirar a su alrededor. Allí estaba su cazadora, encima de una silla. Tensó el cuerpo, presionando contra la cuerda como había visto hacer a los contorsionistas. Presionar y relajar, presionar y relajar. Lo repitió insistentemente, doblando y girando alternativamente las muñecas para tratar de aflojar la cuerda.

Al mismo tiempo le corroía la preocupación por Anders y Leif.

Le incomodaba el silencio que reinaba en la casa. La persona que la había atado allí no debía de estar muy lejos. Karin notó que empezaba a enfadarse de verdad. No pensaba quedarse allí atada como un cordero pascual esperando que llegara alguien a sacrificarla. Ya lo creo que no. Tensó el cuerpo e hizo toda la fuerza que pudo hacia arriba.

La cuerda cedió lo suficiente como para infundirle ánimo. Repitió el movimiento. De pronto sintió cómo ésta cedía. De repente pudo liberar una mano y todo el brazo izquierdo.

Unos minutos después se había desatado del todo y se levantó de la cama. Estiró el cuerpo, giró los brazos y movió las piernas para poner en marcha la circulación. Se deslizó hasta la ventana y miró fuera. Vio el mar que se extendía gris y en calma, el cobertizo y la sauna abajo, junto al agua. No se veía a nadie. Se puso la cazadora y buscó el móvil y el llavero. Los dos habían desaparecido.

E
l avión aterrizó a la hora prevista en el aeropuerto de Arlanda. Cuando Tom Kingsley llegó al control de pasaportes, la policía estaba esperándolo.

La detención se realizó sin dramatismo. Kingsley parecía más que nada sorprendido. La policía le explicó las sospechas que recaían sobre él, le pusieron las esposas y dos policías de paisano lo escoltaron hasta la terminal de vuelos nacionales para esperar el avión que partiría por la tarde hacia Gotland.

La noticia de que ya había sido detenido se recibió con alivio y satisfacción en la comisaría de Visby. Kihlgård llamó a Knutas, pero no pudo contactar con él, intentó luego llamar al móvil de Karin con el mismo resultado desalentador.

—Es el colmo que uno no pueda ponerse en contacto con los dos máximos responsables ahora que por fin sucede algo —maldijo.

—Karin iba a salir hacia Gnisvärd esta mañana —explicó Wittberg—. Al parecer Knutas no ha respondido a las llamadas hechas a su móvil durante todo el fin de semana. Estaba preocupada por si había ocurrido algo. Joder, lo había olvidado.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué podía haber pasado? —rezongó Kihlgård.

—Leif y él tenían pensado salir con el barco y han soplado rachas de viento casi de temporal.

Kihlgård miró el reloj.

—Vamos hasta allí. Nos da tiempo.

C
uando Karin salió al patio se oyeron unos ruidos sordos. Parecían golpes y procedían del cobertizo.

Miró con cuidado a través de la ventana, pero no pudo ver nada que le llamara la atención. El ruido cesó. Ella permaneció quieta a la espera. Se pegó contra la puerta para oír mejor.

Entonces volvió a oír el repiqueteo, ahora con los golpes más espaciados. Sonaban casi sin fuerza.

Necesitaba algo con lo que pudiera romper la ventana. Su coche estaba donde lo había dejado, al lado del de Leif. En el maletero encontró una llave de cruceta. Que sea lo que Dios quiera. Con el crac el cristal se hizo añicos, que cayeron al suelo como si fueran confeti. Karin lo llamó a través del cristal roto:

—¿Anders, estás ahí?

El gemido que obtuvo en respuesta indicaba que estaba amordazado. Se inclinó y miró dentro. Allí en la oscuridad pudo distinguir a su jefe en el suelo, atado de pies y manos, y con un trapo en la boca.

Se volvió y miró hacia la casa. No se veían señales de vida. Introdujo la mano y abrió la ventana, se cortó con el cristal roto. ¡Mierda! Empezó a sangrar, pero eso no la detuvo. Trepó hasta el interior.

Se encontró con la mirada de Knutas, nunca lo había visto tan indefenso. Rápidamente empezó a desatar la cuerda que le sujetaba la mordaza. Él sollozó cuando por fin se vio liberado.

—Gracias, estaba a punto de perder toda esperanza. Creía que iba a enmohecer en esta maldita casa.

—¿Dónde está Leif? —preguntó Karin mientras deshacía los nudos que ataban las muñecas de Knutas a la espalda.

—No lo sé. ¿Por qué has venido aquí?

—Estábamos preocupadas porque no sabíamos nada de ti. Pero cuando llegué aquí alguien me golpeó en la cabeza y me ató a una cama dentro de la casa. He conseguido liberarme y he salido a buscarte. He oído los golpes que dabas.

—Ha sido Leif.

Karin se paró.

—¿Qué?

—Creo que Leif ha asesinado tanto a Dahlström como a Fanny.

—¿Te has vuelto loco?

—No, es así. Luego te lo explico.

Algo en el tono de voz de Knutas le hizo darse cuenta de que era verdad.

—¿Sigue ahí el coche?

—Sí, está ahí fuera.

—¿Y el barco?

—Está amarrado al muelle.

—Debemos salir de aquí. Tenemos que pedir ayuda.

La puerta estaba cerrada por fuera, así que salieron por la ventana, cruzaron el patio y corrieron hacia la carretera principal.

Cuando se habían alejado unos cientos de metros de la casa, se oyó un estruendo ensordecedor. Se volvieron y se encontraron con un mar de fuego. La sauna, en la orilla del agua, explotó en un infierno de fuego, chispazos, materiales de construcción y humo. Presenciaron el macabro espectáculo en silencio.

—Ha hecho estallar todo por los aires —jadeó Knutas.

—La cuestión es dónde está él —dijo Karin con la voz apagada.

Se acercaron al edificio ardiendo, las llamas se reflejaban en el agua.

Lo único que Knutas podía pensar era si Leif se encontraba allí dentro.

L
os vecinos, que oyeron la explosión, llegaron enseguida en sus coches. Habían avisado a la policía y a los bomberos. Los compañeros se hicieron cargo de Knutas y de Karin. El comisario consiguió convencer al personal de la ambulancia de que no era necesario que lo trasladaran al hospital. Tenía que quedarse allí al menos hasta ver cómo se desarrollaba todo. Lo mismo ocurrió con Karin. Al final, se quedaron los dos sentados en una ambulancia observando lo que ocurría a su alrededor. Un grupo de agentes uniformados y armados entraron en la casa mientras que otro grupo buscaba por los alrededores con la ayuda de perros policía. Los bomberos luchaban contra el fuego abajo en el muelle y algunos policías se deslizaron dentro del cobertizo con las armas en alto. Toda la escena parecía como sacada de una película, pensó Knutas.

Poco a poco los agentes se fueron juntando en el patio. Los bomberos tenían el fuego bajo control y ya sólo quedaba apagarlo del todo. No habían encontrado a Leif Almlöv por ninguna parte.

Miércoles 26 de Diciembre

L
a calle estaba silenciosa y vacía, pero en el interior de las casas parecía que la cena del día de San Esteban estaba en pleno apogeo. En la entrada de algunas viviendas ardían hachones para ahuyentar la oscuridad invernal y junto a las verjas se veían coches aparcados.

El hombre se detuvo delante de la valla y observó la casa. Había luz en todas las ventanas. Las estrellas de Adviento, de paja y madera, difundían un suave resplandor. En la sala se veía un candelabro de Adviento alto, de hierro fundido, y dos grandes amarilis cuyas flores rojas eran una prueba de esmero y atenciones. Vio moverse a la familia allí dentro. Dando vueltas entre la cocina y el cuarto de estar. Sabía que tenían el comedor en el cuarto de estar.

Pudo entrever a Filip jugando con un cachorrillo. ¿Ahora tenían un perro? Eso no era buena señal. En absoluto.

Abrió la verja. La grava crujió bajo sus pies. La nieve había desaparecido de nuevo, se fundió el mismo día de Nochebuena. Ahora caía una neblina gris sobre la idílica urbanización de Roma.

Avanzó hasta el porche y vio con el rabillo del ojo que Olle ya había descubierto su presencia. No había vuelta atrás. Respiró profundamente y apretó el timbre de la puerta.

Epílogo

L
a capilla era una construcción aislada que se encontraba fuera del pueblo pesquero de Kovik, al oeste de la isla, unos diez kilómetros al sur de Gnisväd.

Estaba construida con la piedra caliza característica de la isla y tenía una sola ventana como una mirilla que se abría hacia los prados donde pastaban las vacas, los cobertizos de los pescadores azotados por el viento y el mar. La capilla se había levantado en memoria de los hombres que habían perdido su vida en el mar.

Leif Almlöv procedía de una familia de pescadores que durante generaciones había pescado fuera de las costas de Gotland, en las agitadas aguas del mar Báltico. El entierro se ofició en ella de acuerdo con sus últimas voluntades. Sólo estaban presentes los familiares y amigos más cercanos.

Knutas estaba sentado en la última fila de sillas plegables que habían colocado en tan reducido espacio. Posó la vista en el ataúd cubierto de flores mientras pensaba quién había sido Leif en realidad. O, mejor dicho, en quién se había convertido.

Al parecer todo había empezado con la historia con Fanny Jansson. Claro que Leif había ido muchas veces a la cuadra. Eso lo atestiguó su suegro, que también era dueño del caballo. Allí fue donde se encontró con la chica.

Después Leif había empleado a Dahlström para que le construyera una sauna en el campo, pero el carpintero ocasional descubrió lo que Leif hacía con Fanny. Puede que se hubiera quedado allí a dormir mientras trabajaba en la construcción de la sauna y entonces vio por casualidad lo que no debía.

Aquello fue el principio del fin para todos los implicados.

No cabía ninguna duda de que Leif fue el autor de los asesinatos. Era su sangre la que habían recogido en el cuarto de revelado de Dahlström, en su piso y en el arma del crimen, y su pelo y su saliva los que habían aparecido en la ropa de Dahlström y de Fanny.

Habían pasado varias semanas desde aquel fatídico día en Gnisvärd que había terminado con la muerte de Leif entre llamas. La causa de la potente explosión fueron las bombonas de gas que se guardaban en el trastero que había junto a la sauna. La explosión habría podido acabar con el cobertizo también; sólo unos pocos metros separaban los dos edificios. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar que su amigo desde hacía veinte años tal vez había planeado hacerlo saltar por los aires. ¿Y a Karin? Aquel pensamiento era inconcebible, pero igual de inconcebible era que Leif hubiera asesinado a dos personas.

Los restos mortales de Leif aparecieron entre las cenizas de la sauna quemada. Si se había suicidado o no, eso no llegarían a saberlo nunca. Knutas dirigió una vez más sus pensamientos a Ingrid y a los niños. ¿Qué vida los esperaba después de todo esto? ¿Sobre todo, era posible seguir adelante?

Y Fanny no era más que una niña. Knutas sintió una profunda tristeza al pensar en aquella chica de catorce años. Ni siquiera había tenido tiempo de empezar a vivir su propia vida. Al mismo tiempo le pesaban los remordimientos. Se preguntaba cuánto había significado su amistad con Leif y en qué medida ésta lo había cegado. Era perfectamente consciente de que como jefe de la Brigada de Homicidios era el máximo responsable de la investigación.

F
uera de la capilla estaba la prensa local, además de un grupo de curiosos. Knutas declinó responder a sus preguntas. Se retiró y se quedó contemplando el horizonte.

Tres gaviotas volaban bajo, justo por encima de la superficie del agua. El mar estaba inusualmente en calma y había empezado el nuevo año.

Agradecimientos

E
sta historia es absolutamente ficticia. Cualquier parecido entre los personajes de la novela y personas reales es pura casualidad. A veces me he tomado la libertad de cambiar algunas cosas para favorecer la narración de la historia. Por ejemplo, he cerrado la redacción local de la Televisión Sueca en Gotland y he trasladado el seguimiento informativo de Gotland a Estocolmo. La razón de ello no es otra que poder contar la historia de la manera que yo quería. Dicho sea con todos los honores para el equipo que trabaja en los informativos regionales de la Televisión Sueca,
Östnytt
, que en realidad es la redacción responsable de cubrir la información local en la isla.

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