Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición. (19 page)

BOOK: Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición.
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Sin embargo, Mark se encogió de hombros cuando Eduardo compartió con él sus inquietudes; no había razón para que no pudieran trabajar en dos ciudades distintas. Mark y Dustin seguirían programando mientras Eduardo encontraba a los anunciantes y manejaba los aspectos financieros. En cualquier caso, ya no era el momento de discutir el tema; Mark ya había tomado su decisión, y Eduardo ya había aceptado sus prácticas en Nueva York. No les quedaba otra que buscar la manera de que funcionara.

A Eduardo no le gustaba demasiado la idea, pero pensó que sólo serían unos meses; luego los dos volverían a la universidad y a la persecución de los ridículos CRs de traje gris.

—Supongo que debería ir a hablar con él —susurró Eduardo cuando dejó de mirar la sonrisa de cien vatios del hombre—. ¿Quieres venir? Al menos siempre sacas un almuerzo gratis.

Mark negó con la cabeza.

—Hoy entrevistamos a los candidatos para las prácticas.

Eduardo asintió al recordarlo. Mark y Dustin habían decidido que necesitaban llevarse al menos a dos colaboradores en prácticas con ellos a California si querían tener alguna opción de alcanzar las cien universidades para finales de verano. Les saldría caro, por supuesto; nadie iba a cruzar el país tras ellos por amor al arte. El rumor que habían hecho circular por el departamento de informática era que iban a pagar unos ocho mil dólares por todo el verano, además de alojamiento y comida en el piso de La Jennifer Way. Parecía un montón de dinero —sobre todo teniendo en cuenta que la empresa todavía no daba nada— pero Eduardo había aceptado una vez más financiar el proyecto con sus ganancias como inversor. En unos días tenía previsto abrir una nueva cuenta a nombre de la empresa en el Bank of America. Había liberado dieciocho mil dólares para depositarlos en la cuenta, e iba a darle a Mark un talonario de cheques para que pagara su operación en California. Como responsable de la parte financiera de la operación, pensaba que era lo más adecuado.

—Cuando termine con ese capullo —respondió Eduardo—, vendré a echaros una mano con los candidatos.

—Tal vez sea interesante —respondió Mark, y Eduardo estaba seguro de haber visto un atisbo de malicia en su sonrisa.

Interesante
podía significar cualquier cosa, en el extraño mundo de Mark.

* * *

—¡Ya!

Imagínense ustedes la escena de la que fue testigo Eduardo cuando cruzó el umbral de la clase del sótano en el momento justo en que la cosa estalló; los oídos le silbaron de tantos gritos, risotadas y aplausos, y tuvo que pasar a empujones a través de una multitud de mirones para enterarse de lo que estaba ocurriendo. La multitud estaba formada casi enteramente por tíos, casi todos alumnos de primero y segundo de informática, como revelaba la palidez cetrina de sus mejillas y su total comodidad bajo el claustrofobico techo del ultramoderno laboratorio de informática. Ninguno de ellos prestó la menor atención a Eduardo mientras se abría paso a empujones hasta la primera fila, y cuando al fin lo consiguió comprendió perfectamente por qué. El juego estaba en su apogeo, y era infinitamente más «interesante» de lo que habría imaginado.

Habían despejado toda la zona central del laboratorio de informática y en el espacio resultante habían dejado cinco mesas alineadas con un portátil encima de cada una, con una hilera de vasos de chupito llenos de Jack Daniels al lado.

Cinco informáticos estaban sentados en las mesas, golpeando furiosamente los teclados de los portátiles. Delante de todos estaba Mark, con un cronómetro en la mano.

Eduardo podía ver las pantallas desde donde estaba, pero para él no era más que una sopa de letras y números. Sin duda los tíos de las mesas estaban haciendo una carrera con algún programa complejo y bizantino, probablemente diseñado por Mark y Dustin para comprobar lo buenos que eran. Cuando uno de los tíos llegó a cierta línea de programa que hizo parpadear la pantalla, levantó la vista y se tomó uno de los chupitos de whisky. La multitud estalló nuevamente en un aplauso y el tío se puso inmediatamente a programar otra vez.

Eduardo pensó inmediatamente en la regata de su iniciación en el Phoenix. Esto también era una especie de iniciación: una iniciación en el mundo de Mark, en el Club Final que había creado con su imaginación y con su talento para los ordenadores. Era una carrera, una prueba, y probablemente la sesión de entrevistas para unas prácticas más estrambótica que esos tíos iban a vivir jamás; pero si alguno de ellos se sentía incómodo, ninguno lo demostraba. Las expresiones de sus rostros eran de puro disfrute. Estaban
hackeando
mientras tomaban chupitos, demostrando no sólo su capacidad para programar bajo presión, sino también su disposición a seguir a Mark a cualquier parte, no sólo a California, sino adonde fuera que quisiera llevarles. Para ellos, Mark no era sólo un compañero de clase. Se estaba convirtiendo rápidamente en un dios.

Tras diez minutos más de gritos, aporreamiento de teclas y tragos de chupitos, dos de los candidatos saltaron casi al unísono, echando por el suelo las sillas.

—¡Ya tenemos ganadores! ¡Felicidades!

En aquel momento, alguien tocó una tecla en un reproductor MP3 conectado a unos altavoces en la esquina de la habitación, y sonó la canción del Dr. Dre:
California, it's time to party…

Eduardo no pudo evitar una sonrisa. La multitud se acercó y llenó el espacio central, hasta que el lugar se convirtió en un hervidero, pues todos querían felicitar a los seleccionados. Eduardo se vio empujado hacia atrás y se dejó arrastrar por la multitud, satisfecho de ver a Mark disfrutar de su momento. Vio que Mark y Dustin se acercaban a los ganadores, hasta formar un pequeño conciliábulo en el centro de la habitación. También vio a una guapa chica asiática al lado de Mark: alta, china, con el pelo negro azabache y una sonrisa muy bonita. Había pasado mucho tiempo junto a Mark las últimas semanas. Se llamaba Priscilla y Eduardo comenzaba a pensar que terminaría siendo la novia de Mark, un concepto que habría parecido impensable hace cuatro meses.

Las cosas ciertamente habían cambiado para los dos. Por una vez, Mark parecía genuinamente feliz, en el centro de una masa de informáticos que le idolatraba. Y Eduardo era feliz también, por más que estuviera contemplándolo desde detrás de la valla.

Allí mismo decidió que podía funcionar; él podía llevar la empresa desde Nueva York mientras Mark y Dustin, McCollum y los nuevos hacían lo suyo en California. Tal vez consiguieran buenos contactos en Silicon Valley mientras estuvieran allí, unos contactos que Eduardo luego podría aprovechar para promover la página. Eran un equipo,
y
él sería un jugador de equipo. Incluso si eso significaba tener que vigilarlos desde cinco mil kilómetros de distancia.

En todo caso, en tres meses todos estarían de vuelta en la universidad —Eduardo en cuarto, Mark en tercero— y la vida seguiría. Tal vez fueran ricos para entonces. O tal vez seguirían exactamente como estaban ahora, viendo cómo su empresa crecía y crecía. En ambos casos, estaban realmente muy lejos del punto de partida, y Eduardo no tenía la menor duda de que el futuro iba a ser magnífico. Aparcó todas las preocupaciones, porque eso era lo que hacía un jugador de equipo. No había razón para ponerse paranoico.

A fin de cuentas, se preguntó, ¿qué podía salir mal en unos pocos meses?

CAPÍTULO 20:
Mayo de 2004

—Tres.

—Dos.

—Uno…

Tyler sintió que sus dedos se ponían blancos contra su copa flauta de champán, mientras contemplaba a Divya y Cameron inclinados uno junto a otro sobre la pantalla del ordenador. El dedo de Divya estaba en el aire, suspendido sobre el teclado del ordenador; estaba tratando de sacarle todo el jugo que podía al momento, de ponerle todo el dramatismo imaginable. En teoría, el momento
era
dramático: el lanzamiento de la página web en la que habían estado trabajando desde 2002, casi dos años enteros. Rebautizada ConnectU —más que nada para ayudarles a superar el trauma de lo que había ocurrido los últimos meses, pero también porque thefacebook había demostrado que la idea que había detrás de Harvard Connection podía funcionar simultáneamente en muchas universidades— la página estaba finalmente lista para salir
online.
Tras tantas horas de discusiones, planes e inquietudes, tantos días dedicados al diseño de la página, a sus gráficos, a sus elementos. Era un gran momento.

Y sin embargo no parecía tan grande, ni tan dramático. Tal vez fuera porque en la práctica no era más que un chico indio dándole a una tecla mientras dos gemelos idénticos le observaban en medio de una espartana y casi inhóspita habitación del Quad.

La mayoría de las pertenencias de Tyler habían sido ya empaquetadas en cajas, etiquetadas y apiladas junto a las paredes de la pequeña habitación. En unas horas llegaría su padre para ayudarles a mudarse y dejarían Harvard para siempre, camino del mundo real. Bueno, tal vez no exactamente el mundo real. Cameron y Tyler iban a entrar directamente en un programa de entrenamiento más intenso incluso que el que habían estado siguiendo en Harvard. Para ayudarles a llegar a su meta, su padre había restaurado unas instalaciones para remo en Connecticut. Habían contratado a un entrenador, y ahora que se habían graduado iban a emplearse a fondo para participar en los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008. Hasta ese momento, por supuesto, habría miles y miles de horas de entrenamiento. Sería duro, doloroso y a veces increíblemente pesado.

Pero mientras ellos se entrenaban, ConnectU seguiría su camino. Con suerte, sumando miembros en las universidades de todo el país. Con suerte, de algún modo, encontrando el modo de competir con thefacebook, MySpace, Friendster y todas las demás redes sociales que estaban surgiendo y difundiéndose como virus por Internet.

Tyler sabía que partían con una inmensa desventaja. Conocía perfectamente el concepto de la «ventaja del primer movimiento»; su padre había enseñado administración de empresas en Wharton durante doce años, después de fundar su consultoría, y le había explicado la idea muchas veces. En ciertas industrias, lo importante no era la calidad del producto o siquiera la estrategia empresarial. Se trataba de llegar primero. Era una carrera por hacerse con las tierras, y ConnectU iba a llegar tarde a las grandes llanuras.

Eso era justamente lo que más le frustraba de lo que les había hecho Mark Zuckerberg. Tal como lo veía Tyler, no sólo les había robado su idea, también les había hecho perder dos meses.

Si les hubiera dicho que no iba a programar su página, habrían encontrado a otro que lo hiciera. Se habrían cabreado, pero habrían seguido adelante y no le habrían acusado de sabotear su sueño. Tal vez hubieran salido antes que él y ConnectU sería ahora la página de la que hablaban todos los estudiantes universitarios de América. Tal vez ConnectU sería la página que estaría cambiando la vida social de tanta gente.

Era más que frustrante. Cada día, Tyler, Cameron y Divya tenían que escuchar a sus compañeros de clase hablar y hablar sobre thefacebook. Y no sólo en Harvard; la cosa estaba por todas partes. En todas las habitaciones de la residencia, en los portátiles de todos los dormitorios. En las noticias de la televisión, casi cada semana. En los periódicos, a veces cada mañana.

Mark Zuckerberg. Mark Zuckerberg. El puto Mark Zuckerberg.

De acuerdo, tal vez Tyler se estuviera obsesionando un poco con el asunto. Sabía que desde el punto de vista de Mark, él, Cameron y Divya eran sólo un pequeño accidente en la historia de thefacebook. En su opinión, sólo había trabajado unas horas para unos deportistas, se había aburrido y había pasado a otra cosa. No había ningún papel firmado, ningún acuerdo de trabajo o de confidencialidad o de no competencia. Mark les había tomado el pelo en sus e-mails, sin duda, pero desde su punto de vista ¿qué les debía a ese par de deportistas que no sabían escribir ni una línea de programa? ¿Quiénes eran ellos para tratar de sacar tajada ahora que estaba volando tan alto?

Ciertamente, Tyler había leído la carta de Mark a la administración, su respuesta por e-mail a la carta de cese y desistimiento de Cameron. «En un principio», había escrito Mark, «el proyecto me intrigó y ellos me pidieron que terminara la parte conectiva de la página web. Y yo lo hice. Después de esta reunión, y no antes, comencé a trabajar en TheFacebook, sin usar ningún elemento de su programa ni ninguna funcionalidad propia de Harvard Connection. Los únicos elementos comunes son que los usuarios pueden subir imágenes e información sobre ellos mismos, y que pueden hacer búsquedas de la información».

Y también había leído la respuesta más dura que Mark había dirigido a la universidad, cuando Tyler y Cameron habían intentado que la Junta Administrativa se implicara en el asunto:

Intento no participar en proyectos de otros estudiantes porque en general me toman demasiado tiempo y no me permiten ser creativo con lo mío. Sin embargo, me esfuerzo en utilizar mis habilidades para ayudar a los que tratan de desarrollar sus propias ideas para páginas web. Tal vez hubiera alguna confusión y puedo entender que se sientan molestos porque yo lanzara una página web de éxito mientras la suya seguía sin terminar, pero lo que es seguro es que no les prometí nada. Francamente, estoy molesto por recibir esa clase de amenazas después de todo el trabajo que hice para ellos gratuitamente, pero después de tratar con unos cuantos grupos con dinero y contactos legales, incluidas empresas como Microsoft, no puedo decir que esté sorprendido.

Pero lo que realmente ponía a Tyler de los nervios era la última línea de esa carta a la Junta Administrativa. Después de dejar su página por los suelos, Mark concluía: «Trato de obviar como un inconveniente menor que cada vez que algo me sale bien, todos los capitalistas del lugar quieran sacar tajada de ello».

Para Tyler, todo eso era bla bla bla. Tyler, Cameron y Divya no iban detrás del dinero. Nunca habían buscado el dinero. Por dios, su familia tenía todo el dinero del mundo.

Era una cuestión de honor. De equidad. Tal vez en el mundo de los negocios esas cosas pudieran dejarse de lado. Tal vez en el mundo de un
hacker
, todo eso era secundario y lo que importaba era lo que eras capaz de hacer, si eras más listo que el otro o no. Pero para Tyler no había nada más importante que el honor.

Obviamente, Mark tenía una visión distinta de todo el asunto. En las últimas semanas, Tyler había pensado en ir a la habitación del tío y encararse con él. Pero había resistido el impulso, porque sabía que no habría terminado bien.

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