Muerto Para El Mundo (27 page)

Read Muerto Para El Mundo Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
5.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

En cierto modo, la presencia de toda aquella gente me hizo sentir la desaparición de Jason como algo más aterrador. Si toda esa gente creía que podía estar en el bosque, muerto o malherido, era muy posible que, efectivamente, estuviera allí. Por muchas cosas sensatas que me repitiera para mis adentros, el miedo empezaba a apoderarse de mí. Pasé unos minutos mentalmente alejada de la escena, imaginándome por enésima vez todas las cosas que podían haberle pasado a Jason.

Cuando volví a ver y a escuchar, Sam estaba a mi lado. Se había quitado un guante, su mano había buscado la mía y la había cogido con fuerza. Era una sensación cálida y sólida, y me alegré de estar junto a él. Sam, pese a ser un cambiante, sabía cómo canalizar sus pensamientos hacia mí, aunque él no podía "escuchar" los míos. "¿Realmente crees que está allí?", me preguntó.

Negué con la cabeza. Nuestras miradas se encontraron y no se separaron.

"¿Crees que sigue con vida?"

Eso era mucho mas complicado. Finalmente, me limité a encogerme de hombros. Seguía dándome la mano, y yo seguía alegrándome de ello.

Arlene y Tack salieron del coche salieron del coche de ella y se acercaron a nosotros. Arlene tenía el pelo más rojo que nunca y un poco más enmarañado de lo que lo llevaba habitualmente, y el cocinero necesitaba un afeitado, lo que daba a entender que aún no había trasladado todos sus bártulos a casa de Arlene.

—¿Habéis visto a Tara? —preguntó Arlene.

—No.

—Mirad. —Señaló de la forma mas disimulada posible, y vi a Tara vestida con pantalones vaqueros y unas botas de agua hasta la rodilla. No tenía nada que ver con la propietaria de una tienda de moda siempre impecablemente acicalada, aun llevando un adorable gorro blanco y marrón de piel falsa, que daba ganas de acariciar. El abrigo iba en consonancia con el gorro. Y también los guantes. Pero de cintura para abajo, Tara iba preparada para adentrarse en el bosque. El amigo de Jason, Dago, observaba a Tara con la mirada asombrada de un recién enamorado. Habían venido también Holly y Danielle, y teniendo en cuenta que el novio de Danielle no la había acompañado, el equipo de rescate estaba empezando a tomar un aspecto inesperadamente social.

Maxine Fortenberry y dos mujeres más de su congregación habían bajado la puerta del maletero de la vieja camioneta del marido de Maxine y habían instalado varios termos con café, junto con tazas desechables, cucharillas de plástico y azucarillos. En cajas, habían dispuesto también seis docenas de pastelillos calientes. Habían preparado, además un cubo de basura de plástico con una bolsa negra para tirar los restos. Aquellas damas sabían como celebrar una fiesta.

Me costaba creer que todo aquello se hubiese organizado en el espacio de unas horas. Tuve que separar mi mano de la de Sam para buscar un pañuelo de papel y secarme la cara. Esperaba que Arlene hubiera venido, pero la presencia Holly y Danielle era asombrosa, la de Tara más sorprendente aún. No es el tipo de mujer que una se imagina inspeccionando bosques. Kevin Pryor no sentía mucho cariño por Jason, pero allí estaba, con un mapa, un blog de notas y un lápiz, organizándolo todo.

Miré de reojo a Holly y me sonrió con tristeza, ese tipo de sonrisa que se cruza en los funerales.

Justo en aquel momento, Kevin cogió la tapa del cubo de basura de plástico y golpeó con ella el maletero de la camioneta para llamar la atención de los congregados. Conseguido su objetivo, empezó a dar instrucciones para la búsqueda. No me había dado cuenta de que Kevin pudiera llegar a ser tan autoritario; prácticamente siempre quedaba eclipsado por su pegajosa madre, Jeenen, o por su voluminosa compañera, Kenya. Imposible que Kenya se adentrara en el bosque para localizar a Jason, reflexioné, pero justo entonces la vi y tuve que tragarme mis pensamientos. Ataviada para la ocasión, estaba apoyada en la camioneta de los Fortenberry, mostrando una completa inexpresividad en su oscuro rostro. Su postura sugería que actuaba como protectora de Kevin, que sólo daría un paso al frente o diría algo si él se encontraba en una situación apurada. Kenya sabía proyectar su amenaza silenciosa, era evidente. Le echaría un cubo de agua a Jason si estuviera quemándose, pero estaba claro que sus sentimientos hacia mi hermano no eran abrumadoramente positivos. Estaba allí porque Kevin se había prestado voluntario. Cuando éste empezó a dividir la gente en equipos, sus oscuros ojos se apartaron de él para examinar las caras de todo el mundo, incluyendo la mía. Me saludó con un leve movimiento de cabeza y yo le correspondí.

—Cada grupo de cinco llevará un hombre armado con un rifle —dijo Kevin—, pero no puede ser cualquiera. Tiene que ser alguien con experiencia de caza en el bosque. —Con esa directiva, el nivel de excitación alcanzó el punto de ebullición. Después de aquello, sin embargo, dejé de escuchar las instrucciones de Kevin. Para empezar, seguía cansada del día anterior, que había sido una jornada excepcionalmente completa. Y por otro lado, el miedo por lo que pudiera haberle sucedido a mi hermano seguía omnipresente y consumiéndome. Después de una larga noche, me había despertado temprano y ahora, allí estaba, aguantando el frío delante de la casa de mi infancia, a la espera de participar en una especie de búsqueda del pato salvaje o en algo que, como mínimo, esperaba que se quedara en eso. Estaba demasiado aturdida como para pensar en nada más. En el claro empezó a soplar un viento gélido y las lágrimas que me rodaban por las mejillas se tornaron insoportablemente frías.

Sam me rodeó con el brazo, aun siendo nuestros abrigos algo incómodos para ese gesto. Pese a ello, creí sentir la calidez de su cuerpo traspasando el grueso tejido.

—Ya sabes que no lo encontraremos aquí —me susurró al oído.

—Estoy casi segura de que no —le dije.

—Si está por ahí, lo oleré enseguida —dijo Sam.

El siempre tan práctico.

Le miré. No tuve que levantar mucho la vista, pues Sam no es un hombre muy alto. Estaba muy serio. Sam se lo pasaba mejor con su personalidad de cambiante que la mayoría de los seres de dos naturalezas, pero adiviné que lo que más deseaba en aquel momento era apaciguar mis temores. Cuando se transformaba en perro, tenía el agudo sentido del olfato de esos animales y cuando estaba en forma humana, su sentido del olfato era superior al de un hombre normal. Sam sería capaz de oler un cadáver reciente.

—¿Vendrás al bosque? —le pregunté.

—Por supuesto. Haré todo lo posible. Si está allí, creo que lo sabré enseguida.

Kevin me había contado que el sheriff había intentado contratar los servicios de los perros rastreadores entrenados por la policía de Shreveport, pero que resultó que estaban reservados para aquel día. Me pregunté si era cierto o si la policía no había querido poner en peligro a sus perros haciéndolos correr por un bosque donde supuestamente había una pantera. Lo comprendía, la verdad. Y justo delante de mí, tenía una oferta mucho mejor.

—Sam —dije, con los ojos llenos de lágrimas. Intenté darle las gracias, pero no me salían las palabras. Era afortunada por tener un amigo como él y lo sabía muy bien.

—Venga, Sookie —dijo—. No llores. Descubriremos lo que le ha pasado a Jason y encontraremos la manera de que Eric vuelva a ser el que era. —Me secó las lágrimas de las mejillas con el dedo pulgar.

Nadie estaba lo bastante cerca como para oírnos, pero no pude evitar mirar a mi alrededor para asegurarme.

—Entonces —dijo Sam en tono sombrío— podremos sacarlo de tu casa y devolverlo a Shreveport, allí es donde pertenece.

Decidí que lo mejor era no responder.

—¿Cuál era tu palabra del día? —me preguntó, echándose atrás.

Le ofrecí una sonrisa aguada. Sam siempre me preguntaba por lo que proponía mi calendario de la Palabra del Día.

—Esta mañana no lo he mirado. La de ayer era "fárrago" —dije.

Levantó las cejas, interrogándome con la expresión.

—Un lío, una confusión —dije.

—Sookie, encontraremos la manera de salir de ésta.

Cuando los buscadores nos dividimos en grupos, descubrí que Sam no era la única criatura con dos naturalezas que estaba en el jardín de Jason aquel día. Me quedé asombrada al observar la presencia de un contingente de Hotshot. Calvin Norris, su sobrina Crystal y un segundo hombre, que me resultaba vagamente familiar, se mantenían en un grupo aparte. Después de un momento de rebuscar en mi memoria, me di cuenta de que el segundo hombre era el que había visto saliendo del cobertizo que había detrás de la casa cercana a la de Crystal. El desencadenante del recuerdo fue su cabello claro y grueso y lo supe seguro cuando vi la elegancia de sus movimientos. Kevin le asignó al trío al reverendo Jimmy Fullenwilder como su hombre armado. La combinación de los tres licántropos con el reverendo me habría hecho reír en otras circunstancias.

Y como les faltaba un quinto componente, me sumé a ellos.

Los tres licántropos de Hotshot me saludaron con una sobria inclinación de cabeza; Calvin dejó sus ojos verdes y dorados fijos en mí.

—Este de aquí es Felton Norris —dijo a modo de presentación.

Incliné la cabeza en dirección a Felton, y Jimmy Fullenwilder, un hombre canoso de unos sesenta años de edad, me estrechó la mano.

—Obviamente conozco a la señorita Sookie, pero no estoy seguro en cuanto al resto de ustedes. Soy Jimmy Fullenwilder, pastor de la iglesia baptista —dijo, sonriendo a su alrededor. Calvin absorbió la información con una sonrisa educada, Crystal sonrió burlonamente y Felton Norris (¿se habrían quedado sin más apellidos en Hotshot?) adoptó una actitud más fría. Felton era un ser extraño, incluso para ser un hombre lobo criado en un grupo endogámico. Sus ojos eran notablemente oscuros y sus cejas tupidas y marrones contrastaban con fuerza con su pelo claro. La forma de su cara era ancha a la altura de los ojos y se estrechaba, tal vez con demasiada brusquedad, cerca de su boca de labios finos. Pese a ser un hombre fornido, se movía con elegancia y ligereza, y cuando empezamos a adentrarnos en el bosque me di cuenta de que todos los residentes de Hotshot tenían eso en común. En comparación con los Norris, Jimmy Fullenwilder y yo parecíamos torpes elefantes.

Al menos, el reverendo llevaba su 30-30 aparentando saber usarlo debidamente.

Siguiendo las instrucciones recibidas, nos colocamos en una fila y estiramos los brazos a la altura del hombro, tocándonos las puntas de los dedos. Crystal estaba a mi derecha y Calvin a mi izquierda. Los demás grupos hicieron lo mismo. Iniciamos la batida en la forma de abanico determinada por la curvatura del estanque.

—Recordad quién va en vuestro grupo —gritó Kevin—. ¡No se trata de perder a nadie! ¡Adelante!

Empezamos a inspeccionar el terreno, avanzando a ritmo regular. Jimmy Fullenwilder iba un par de pasos por delante, pues era quien portaba el arma. Al instante se hizo aparente que entre los compañeros de Hotshot, el reverendo y yo había una gran disparidad en cuanto al conocimiento del bosque. Crystal parecía deslizarse por la maleza, sin tener que vadearla ni apartar las ramas, aunque la veía avanzar. Jimmy Fullenwilder, ávido cazador y hombre experto en vida al aire libre, se sentía como en casa, y adiviné que obtenía mucha más información sobre lo que lo envolvía que yo, pero aun así era incapaz de moverse como Calvin y Felton. Ellos se desplazaban por el bosque como fantasmas, sin apenas hacer ruido.

En una ocasión, cuando tropecé con un arbusto especialmente tupido de zarzas, me vi levantada antes incluso de que me diera tiempo a reaccionar. Calvin Norris me depositó con delicadeza en el suelo y recuperó al instante su posición. No creo que nadie más se diera cuenta de lo sucedido. Jimmy Fullenwilder, el único que se habría quedado sorprendido, iba un poco más adelantado.

Nuestro equipo no encontró nada: ni un retal de tela, ni un pedazo de carne, ni una huella de bota ni de pantera, ni ningún olor, ni rastro, ni gota de sangre. Los componentes de uno de los otros equipos gritaron al encontrar el cadáver medio roído de una comadreja, pero no había forma inmediata de determinar qué había causado su muerte.

La marcha se endureció. Mi hermano había cazado en aquellos bosques, permitido a algunos de sus amigos cazar allí, pero excepto eso no había interferido en la naturaleza que crecía y se desarrollaba en las ocho hectáreas que rodeaban la casa. Eso significaba que no había limpiado el terreno de ramas caídas ni arrancado las malas hierbas, lo que aumentaba la dificultad de nuestro avance.

Mi equipo fue el que encontró el mirador para avistar venados que él y Hoyt habían construido unos cinco años atrás.

Aunque el mirador se alzaba en un claro natural que se abría de norte a sur, el bosque que lo rodeaba era tan denso que quedamos temporalmente fuera de la vista de los demás equipos, algo que no habría imaginado posible en invierno, con las ramas desnudas. De vez en cuando, una voz humana se abría paso entre los pinos, los arbustos y las ramas de los robles y los eucaliptos, pero la sensación de aislamiento era abrumadora.

Felton Norris ascendió por la escalera del mirador de un modo tan inhumano que tuve que distraer al reverendo Fullenwilder preguntándole si le importaría rezar en la iglesia por el retorno de mi hermano. Naturalmente, me dijo que ya lo había hecho y, más aún, me notificó que le gustaría verme en la iglesia el domingo para sumar mi voz a las oraciones. Aunque debido a mi trabajo iba poco a la iglesia, y cuando lo hacía asistía a la iglesia metodista (un detalle que Jimmy Fullenwilder conocía perfectamente), me vi obligada a decir que sí. Justo en aquel momento, Felton nos informó desde arriba que el mirador estaba vacío.

—Baja con cuidado, esta escalera no parece muy estable —le gritó Calvin, y me di cuenta de que con esas palabras Calvin estaba avisando a Felton de que intentase parecer más humano al bajar. Mientras el cambiante descendía lenta y humildemente, crucé mi mirada con la de Calvin, que reía entre dientes.

Aburrida por tener que esperar a los pies del mirador, Crystal se había adelantado a nuestro hombre armado, el reverendo Fullenwilder, algo que Kevin nos había recomendado no hacer. Y justo cuando estaba yo pensando "No la veo por ningún lado", escuché su grito.

En el espacio de un par de segundos, Calvin y Felton abandonaron el claro en dirección hacia el lugar donde había sonado la voz de Crystal, y el reverendo Jimmy y yo nos quedamos atrás. Confié en que la agitación del momento nublara su percepción de los movimientos de Calvin y Felton. Por delante de nosotros se oía un sonido indescriptible, un coro de gritos y movimientos frenéticos procedentes de la maleza. Entonces, un grito ronco y otro chillido agudo llegaron hasta nosotros amortiguados por la fría espesura del bosque.

Other books

Nothing Left to Burn by Patty Blount
La profecía by David Seltzer
To Sin With A Stranger by Caskie, Kathryn
Pigeon Feathers by John Updike
Freedom Bound by Jean Rae Baxter
Niccolo Rising by Dorothy Dunnett