Read Muerto en familia Online

Authors: Charlaine Harris

Muerto en familia (15 page)

BOOK: Muerto en familia
11.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Él está bien, Remy —dije—. A medida que yo fui creciendo, todo fue resultando más fácil. Sé que esto va a ser duro en ocasiones, pero al menos Hunter es un chico muy listo y sano. Su pequeño problema es simplemente… menos evidente que el de cualquier crío.

—Es una buena forma de verlo. —Pero su preocupación no disminuyó.

—¿Te apetece beber algo? —pregunté, sin tener muy claro qué hacer con Remy a continuación. Hunter me había preguntado en silencio si podía deshacer su maleta y, del mismo modo, le dije que me parecía bien. Ya había descargado una pequeña mochila llena de juguetes en el suelo de la habitación.

—No, gracias. Tengo que irme.

Resultaba desagradable comprobar que espantaba al padre de Hunter del mismo modo que su hijo espantaba a otras personas. Quizá Remy necesitara ayuda, y estaba segura de que pensaba que yo era una mujer atractiva, aparte de ponerle los pelos de punta.

—¿El velatorio será en Red Ditch? —pregunté. Allí era donde vivían Remy y Hunter. Estaba a algo más de una hora en coche de Bon Temps.

—No, en Homer. Está de camino. Si tienes cualquier problema con él, llámame al móvil y vendré a recogerlo de camino a casa. Si no, pasaré la noche en Homer, asistiré al funeral mañana a las diez, me quedaré a comer en casa de mis primos y recogeré a Hunter por la tarde, si no te viene mal.

—Me parece bien —respondí, lo cual no dejaba de ser un arriesgado farol por mi parte. No había cuidado de un crío desde que me ocupaba de los hijos de Arlene. No quería pensar en ello. Las amistades con fin amargo siempre son algo triste. Lo más probable era que esos niños me odiasen ahora—. Tengo algunos vídeos que podemos ver, y un par de puzles. Incluso libros para colorear.

—¿Dónde? —preguntó Hunter, mirando en derredor como si esperase encontrarse con un Toys R’ Us.

—Despídete de tu papá y los buscaremos —le sugerí.

—Adiós, papá —dijo Hunter con un desinteresado gesto de la mano.

Remy se quedó desconcertado.

—¿No me das un abrazo, campeón?

Hunter extendió los brazos y su padre lo cogió en volandas.

El niño soltó unas risitas. Remy sonrió por encima del hombro de su hijo.

—Éste es mi chico —dijo—. Pórtate bien con tu tía Sookie. No te olvides de los modales. Mañana te veré. —Dejó a Hunter en el suelo.

—Vale —respondió Hunter, como si tal cosa.

Remy se esperaba más aspavientos, ya que nunca se había separado del niño durante tanto tiempo. Me miró y luego sonrió meneando la cabeza. Se reía de sí mismo, lo que me pareció una buena reacción.

Me preguntaba cuánto duraría la tranquila aceptación de Hunter. Él levantó la mirada hacia mí.

—Estaré bien —dijo, y me di cuenta de que me leía la mente e interpretaba mis pensamientos a su manera. Si bien había tenido experiencias similares, habían estado filtradas por la sensibilidad adulta, y nos habíamos divertido comprobando los resultados de unir nuestras telepatías. Hunter no estaba filtrando ni ordenando mis pensamientos, como lo haría un adulto.

Tras abrazar de nuevo a su hijo, Remy se marchó reacio. Hunter y yo encontramos los libros para colorear. Resultó que colorear le gustaba más que cualquier otra cosa. Lo dejé en la mesa de la cocina y me puse a preparar la cena. Podría haber hecho algo más elaborado, pero pensé que algo sencillo sería ideal para nuestra primera noche juntos.

«¿Te gustan las cosas de Hamburger Helper
[5]
?», le pregunté en silencio. Alzó la mirada y le enseñé la caja.

«Sí que me gusta», dijo Hunter, reconociendo la imagen. Devolvió toda su atención a la escena de la tortuga y la mariposa que estaba dibujando. La tortuga era verde y marrón, algo normal en ese animal, pero Hunter había improvisado con la mariposa. Era magenta, amarilla, azul y verde esmeralda… y aún no había terminado. Me di cuenta de que el realismo no entraba dentro de los planes de Hunter. Lo que no era malo.

«Kristen solía preparar Hamburger Helper», me dijo. Kristen había sido la novia de Remy. Me dijo que ella había roto por su incapacidad de aceptar el don especial de Hunter. No era sorprendente que pensara que el niño era un bicho raro. Los adultos también pensaban que yo era una niña rara. Aunque ahora lo comprendía, en su momento fue algo doloroso. «Me tenía miedo», me contó Hunter, y volvió a levantar la mirada durante un instante. La comprendía perfectamente.

«Ella no lo entendía», dije. «No hay mucha gente como nosotros».

«¿Yo soy el único aparte de ti?».

«No, conozco a otro chico. Es mayor y vive en Texas».

«¿Está contento?».

No estaba muy segura de a qué se refería Hunter con «contento», hasta que observé sus pensamientos un poco más. El crío estaba pensando en su padre y en algunos otros hombres objeto de su admiración; hombres con trabajos, mujeres, novias; hombres que trabajaban. Hombres normales.

«Sí», respondí. «Encontró una manera de ganarse la vida con su habilidad. Trabaja para los vampiros. A ellos no los podemos oír».

«¿En serio? Nunca he conocido uno».

Alguien llamó al timbre.

—Enseguida vuelvo —le dije y fui corriendo a la puerta. Observé por la mirilla. Era una joven vampira, probablemente Heidi, la rastreadora. El móvil se puso a sonar. Lo saqué corriendo de mi bolsillo.

—Heidi debería estar allí —apuntó Pam—. ¿Está en la puerta?

—¿Coleta marrón, ojos azules, alta?

—Sí, puedes dejarla pasar.

Parecía que lo hubieran planeado con tiralíneas.

Abrí la puerta al segundo.

—Hola, adelante —saludé—. Soy Sookie Stackhouse. —Me aparté. No le ofrecí estrechar las manos. Los vampiros no hacen eso.

Heidi me saludó con un gesto de la cabeza y puso un pie en la casa, lanzando furtivas miradas a cada esquina, como si observar abiertamente fuese un acto de grosería. Hunter llegó corriendo hasta el salón, deteniéndose en seco cuando vio a Heidi. Era alta y delgada, casi huesuda, y probablemente muda. No obstante, ahora Hunter podía comprobar en carne propia lo que le había contado.

—Heidi, éste es mi amigo Hunter —dije, a la espera de la reacción del pequeño.

Estaba fascinado. Intentaba leerle los pensamientos con todas sus fuerzas. Estaba encantado con el resultado. Con el silencio.

Heidi se puso de cuclillas y dijo para mi alivio:

—Hunter, eres un buen chico. —Su voz tenía un acento que asocié con Minnesota—. ¿Te quedarás con Sookie mucho tiempo? —Su sonrisa desveló unos dientes un poco más largos y afilados que los de una humana normal, y pensé que quizá Hunter se asustaría al verlos. Pero los contempló con genuina fascinación.

«¿Has venido a cenar con nosotros?», le preguntó a Heidi.

«En voz alta, Hunter, por favor», le pedí. «No es como los humanos, pero tampoco como nosotros. ¿Recuerdas?».

Me miró un poco asustado, como si me hubiese enfadado. Le sonreí y asentí con la cabeza.

—¿Va a cenar con nosotros, señorita Heidi?

—No, gracias, Hunter. He venido al bosque para buscar una cosa que se nos ha perdido. Ya no os molestaré más. Mi jefe me ha pedido que me presente y que me ponga manos a la obra —contestó Heidi, sonriendo al pequeño.

De repente me sentí como si hubiese dado con un acantilado. Era idiota. ¿Cómo podía ayudar al crío si no lo educaba?

«No dejes que ella sepa que puedes oír cosas, Hunter», le dije. Me miró con esos ojos que tanto se parecían a los de Hadley. Parecía un poco asustado.

Heidi alternaba su mirada entre Hunter y yo, consciente evidentemente de que ocurría algo que se le escapaba.

—Heidi, espero que encuentres algo por ahí —le deseé bruscamente—. Infórmame antes de irte, por favor. —No sólo quería saber si encontraba algo, sino también cuándo iba a salir de mi propiedad.

—No debería llevar más de dos horas —vaticinó.

—Lamento no habértelo dicho, pero «Bienvenida a Luisiana» —continué—. Espero que no haya sido mucha molestia para ti venir hasta aquí desde Las Vegas.

—¿Puedo volver a colorear? —preguntó Hunter.

—Claro que sí, cielo —le contesté—. Estaré contigo en un minuto.

—Tengo que hacer caca —soltó Hunter y oí que se cerraba la puerta del baño.

—Mi hijo tenía su edad cuando me convirtieron —confesó Heidi.

Su declaración fue tan abrupta, pronunciada con una voz tan plana, que hizo falta un momento para que absorbiera lo que acababa de decir.

—Lo siento mucho —lamenté de corazón.

Ella se encogió de hombros.

—Fue hace veinte años. Ha crecido. Es drogadicto en Reno. —Su voz seguía siendo plana e impasible, como si hablara del hijo de una desconocida.

—¿Sabes algo de él? —pregunté con suma cautela.

—Sí —respondió—. Voy a verlo. Al menos eso hacía antes de que mi anterior… patrón me enviase aquí.

No sabía qué decir, pero ella seguía ahí de pie, así que se me ocurrió hacer una pregunta.

—¿Dejas que él te vea?

—Sí, a veces. Una vez llamé a una ambulancia al ver que se había metido una sobredosis. Otra noche lo salvé de un adicto a la sangre de vampiro que iba a matarlo.

Un tropel de pensamientos afloró en mi mente, y todos desagradables. ¿Sabría que la vampira que lo vigilaba era su madre? ¿Qué pasaría si se metía una sobredosis de día, cuando ella estaba muerta para el mundo? ¿Cómo se sentiría si no estuviese cuando la suerte lo abandonara? No podría estar siempre encima. ¿Puede que fuese drogadicto porque su madre seguía apareciendo aun después de muerta?

—En los viejos tiempos —comenté por decir algo—, los creadores de los vampiros abandonaban la zona con sus retoños tan pronto como los convertían para alejarlos de sus seres queridos, quienes los reconocerían. —Eric, Bill y Pam me habían dicho lo mismo.

—Estuve alejada de Las Vegas cerca de diez años, pero volví —contó Heidi—. Mi creador me necesitaba allí. Formar parte de este mundo no es tan bonito para la mayoría de nosotros como para nuestros líderes. Creo que Victor me mandó a trabajar con Eric en Luisiana para alejarme de mi hijo. Dijeron que no les sería de ninguna utilidad mientras los problemas de Charlie siguieran distrayéndome. Pero claro, descubrieron mis habilidades para el rastreo cuando encontré al que le había vendido droga cortada a mi hijo.

Sonrió un poco y supe el final que había tenido ese hombre. Heidi me ponía los pelos de punta.

—Me voy al bosque a ver qué encuentro. Te avisaré cuando termine.

Nada más atravesar la puerta delantera, se desvaneció tan rápidamente que, para cuando fui a la parte de atrás para ver, ya se había sumergido entre los árboles.

Había tenido muchas conversaciones extrañas, y también algunas de ellas capaces de romperme el corazón, pero ésta con Heidi había sido las dos cosas al mismo tiempo. Menos mal que tuve un par de minutos para recuperarme mientras ponía los platos y observaba que Hunter se lavaba las manos.

Me alegró ver que el niño esperaba bendecir la mesa antes de comer, así que ambos agachamos la cabeza juntos. Disfrutó con su Hamburger Helper, las judías y las fresas. Mientras comíamos, Hunter me contó de todo sobre su padre. Estoy segura de que Remy acabaría horrorizado si supiese lo que hacía su hijo con sus secretos. Era todo lo que podía pensar para no romper a reír. Supongo que la conversación se habría antojado extraña para cualquiera, ya que la mitad era mental y la otra mitad verbal.

Sin que tuviera que decirle nada, Hunter llevó su plato a la pila. Contuve el aliento hasta que lo depositó con suavidad.

—¿Tienes perro? —preguntó, mirando a su alrededor como si fuese a aparecer uno de un momento a otro—. Nosotros siempre le damos las sobras a nuestro perro. —Recordé al perrito que había visto corriendo por el patio trasero de la pequeña casa de Remy, en Red Ditch.

«Me temo que no», contesté.

«¿Tienes algún amigo que se convierta en perro?», insistió, con los ojos dilatados de asombro.

—Sí —contesté—. Es un buen amigo. —No contaba con que Hunter lo averiguara. Vaya con mi sobrino.

—Mi padre siempre dice que soy listo —apuntó Hunter, adquiriendo un aspecto dubitativo.

—Pues claro que lo eres —le aseguré—. Sé lo difícil que es ser diferente, porque yo también lo soy. Pero me hice mayor sin problemas.

«Pero pareces un poco preocupada», dijo.

Estaba de acuerdo con Remy. Hunter era un crío de lo más espabilado.

«Lo estoy. Crecer no fue fácil para mí porque nadie comprendía por qué era diferente. La gente no te cree». Me senté en una silla frente a la mesa y me subí a Hunter al regazo. Temía que aquello fuese demasiado contacto físico para él, pero no pareció importarle. «A la gente no le gusta saber que alguien es capaz de oír sus pensamientos. No les queda intimidad cuando hay alguien como nosotros cerca».

Hunter no comprendió exactamente el término «intimidad», así que hablamos del concepto durante un rato. Puede que fuese algo que superaba a la mayoría de los críos de cinco años, pero Hunter no era un niño como los demás.

«Entonces ¿la cosa que hay en el bosque te da intimidad?», preguntó Hunter.

«¿Qué?». Supe que había reaccionado con demasiada ansiedad y abatimiento cuando noté que Hunter se molestaba. «No te preocupes, cielo», dije. «No, no es un problema».

Hunter se tranquilizó lo suficiente como para hacerme pensar que era el momento de cambiar de tema. Su atención se disipaba, así que le dejé bajarse. Empezó a jugar con los Duplos que se había traído en la mochila, llevándolos desde el cuarto de baño hasta la cocina en su camión. Se me ocurrió comprarle un conjunto de Lego por su cumpleaños, pero prefería consultárselo antes a Remy. Escuché los pensamientos de Hunter mientras fregaba los platos.

Descubrí que, al igual que la mayoría de críos de su edad, estaba interesado en su anatomía y que le parecía divertido tener que estar de pie para orinar, mientras yo tenía que sentarme. También que no le gustaba Kristen porque a ella no le caía bien. «Lo fingía todo», me dijo, como si supiese exactamente en qué momento yo le escuchaba.

Me quedé quieta delante del fregadero, de espaldas a Hunter, pero eso no supuso diferencia alguna en la conversación, lo cual suscitaba más sensaciones extrañas.

«¿Sabes cuándo escucho en tu mente?», le pregunté, sorprendida.

«Sí, me hace cosquillas», me contestó Hunter.

¿Sería por su juventud? ¿Me habría hecho «cosquillas» a mí también si hubiese conocido a otro telépata cuando era niña? ¿O era Hunter único entre los telépatas?

BOOK: Muerto en familia
11.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Solitary Dancer by John Lawrence Reynolds
Godfather, The by Puzo, Mario
D is for Drunk by Rebecca Cantrell
Ramage's Prize by Dudley Pope
Ghost by Jason Reynolds
Fences in Breathing by Brossard, Nicole