Muerte en Hamburgo (44 page)

Read Muerte en Hamburgo Online

Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Muerte en Hamburgo
6.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Fabel no mencionó que había despertado a Mathias Dorn con una llamada telefónica. El profesor Dorn le había proporcionado los datos clave que necesitaba o pistas por dónde seguir buscando. Y lo que era más importante, Dorn había recordado el nombre del rey vikingo que había ocupado el lugar del rey Inge I cuando éste se negó a llevar a cabo el sacrificio que se celebraba cada nueve años en Uppsala. Fabel cogió una fotocopia de entre los papeles y la clavó en la pizarra, junto a la imagen de Vitrenko y casi encima de ella. Era la fotocopia de una ilustración en plancha de cobre del siglo XIX. Aparecía un guerrero de espaldas improbables montado sobre un corcel de aspecto temible. Tenía el pelo claro y con tirabuzones, un bigote enorme y una barba con trenzas y cuentas. Llevaba una guerrera y una manta de piel enorme a modo de capa sobre los improbables hombros. Le cubría la cabeza un casco con alas de águila.

—Éste es el verdadero padre de Vasyl Vitrenko —dijo Fabel—; no el ucraniano que lo persigue. Al menos, creo que eso es lo que piensa Vitrenko.

Fabel esperó a que cesara el parloteo repentino, incluidas algunas risas.

—Sólo es una suposición mía. La someteré a la opinión de Frau Doktor Eckhardt mañana…, quiero decir esta mañana… Pero éste, damas y caballeros, es Sven. Como en Hijo de Sven. Su nombre completo es Blot Sven, Sven el Sanguinario o Sven el Sacrificador, dependiendo de cómo se interprete. Fue rey de Suecia entre 1084 y 1087. Su hermanastro, el rey Inge I, se convirtió al cristianismo y se negó a realizar ritos paganos de sacrificio en el templo de Uppsala. Sven recuperó los sacrificios, y de ahí su nombre. Inge huyó a Västergötland, y Blot Sven se convirtió en rey de Suecia, o Svealand. Puede que os preguntéis, ¿qué relación hay entre un loco ucraniano y Suecia? —Fabel clavó una segunda ilustración, igualmente heroica, junto a la de Blot Sven—. Este caballero es Rurik, el primer gran príncipe de Kiev. Supuestamente, Rurik era un príncipe vikingo de esta zona de Alemania, quizá de Frisia. Los guerreros a los que guió a la conquista de Novgorod y Kiev eran los rus; de ahí viene el nombre de Rusia. Además de los rus, la banda de Rurik también estaba compuesta por varegos y otros mercenarios. La historia, por muy improbable que pueda sonar, es que los eslavos asentados en lo que ahora es Ucrania y Rusia vivían en la anarquía e invitaron a Rurik y a su hermano para que establecieran el orden. Es la misma fábula que se cuenta sobre los sajones en Inglaterra; en este caso, los hermanos fueron Hengist y Horsa. El caso es que Rurik y sus hombres eran extranjeros que subyugaron a una tierra extraña. Se debían lealtad exclusivamente los unos a los otros. Y su recompensa era riquezas y éxito. Acabarían convirtiéndose en la élite de aquella nueva tierra y en los fundadores de las aristocracias rusa y ucraniana. Vitrenko y sus hombres están haciendo lo mismo aquí…, y Vitrenko lo ha envuelto todo con sus conceptos semimíticos de hermandad en el campo de batalla y rituales vikingos secretos.

—Pero todo esto son gilipolleces —dijo Werner—. No pueden creer en serio que son un grupo de vikingos que ocupan una tierra nueva.

—Sí que pueden. Y a pesar de que todo esto es una gilipollez, puedes decir lo mismo de cualquier religión o sistema de creencias si no los compartes. Lo importante no es aquello en lo que se cree, sino el acto de creer en sí. Da igual lo extraño o extremo que pueda parecerle a los demás. Es lo que hace que jóvenes por lo demás cuerdos estrellen aviones en edificios llenos de gente.

Werner meneó la cabeza, más porque sentía un desconcierto triste y desanimado que porque no estuviera de acuerdo. Fabel continuó:

—Para empezar, no tengo ni idea de si Vitrenko creía en estas historias o si utilizó el mito como estratagema para manipular a quienes estaban bajo su mando —prosiguió Fabel—. Pero estoy plenamente convencido de que ahora cree en todo esto…

Hizo una pausa y recordó el final de la conversación que había tenido con el viejo soldado ucraniano. Había hundido los fuertes hombros al hablar de cómo era Vitrenko de niño. El chico pálido con los ojos de su padre que era capaz de tanto y que había mostrado tener una sed temprana y enorme de crueldad. Historias sobre cómo había manipulado, intimidado y engatusado a otros niños para que llevaran a cabo actos de tortura contra animales pequeños. Luego, contra otros niños. Fabel siguió:

—Y también tengo la seguridad de que Vitrenko es un psicópata desde que tiene memoria. Pero en lugar de tratarlo y tenerlo controlado, lo mandaron a academias militares soviéticas de élite donde sus habilidades naturales, y su psicopatía, se aguzaron. —Fabel cogió los papeles de la mesa y los agarró formando un cono. Los sostuvo delante de él como si estuvieran en llamas; como si fueran una antorcha encendida que ofrecía a sus compañeros—. Vasyl Vitrenko es la persona más peligrosa a la que nos hemos enfrentado. Matará a cualquiera que suponga una amenaza para él. Y eso os incluye a vosotros. Y me incluye a mí.

Fabel no sabía qué más decir. Inundaban su mente las imágenes de las víctimas, de los ojos del padre de Vitrenko mientras lo agarraba por la garganta…, los mismos ojos fríos color esmeralda que su hijo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar a Ursula Kastner, Tina Kramer y Angelika Blüm mirando esos ojos gélidos y brillantes mientras la vida se les escapaba. El resto del equipo debía de estar en un lugar oscuro parecido, porque durante unos segundos el silencio fue absoluto. Fue Maria Klee quien lo rompió.

—¿Qué hay del padre de Vitrenko? ¿Lo has traído?

Fabel negó con la cabeza.

—Pero atacó a un agente de policía. A ti. No podemos permitir que quede impune.

—Puedo y lo haré. Fue a mí a quien atacó, y he suspendido su búsqueda. Ha accedido a ponerse en contacto conmigo cuando necesitemos volver a compartir información. Creo sinceramente que lo único que quiere es detener a su hijo. —Mientras hablaba, el primer mensaje de correo electrónico resonó en su mente: «Podrá detenerme, pero nunca me atrapará».

—¿Y qué hace mientras tanto el padre de Vitrenko? —El ceño fruncido de Maria era casi un gesto de enfado.

—Hace exactamente lo que hacemos nosotros: intenta encontrar y detener a Vitrenko.

—¿Y si lo encuentra él primero? —Werner retomó el hilo de Maria.

Fabel recordó haberle preguntado lo mismo al anciano mientras salían del despacho modular y se adentraban en la penumbra resonante del almacén. El ucraniano se había vuelto hacia él y con voz tranquila y apagada le había dicho: «Pondré fin a todo esto». Fabel miró fijamente a Werner y mintió.

—Me ha dado su palabra de que nos entregará a Vitrenko y cualquier prueba que descubra. Por eso no quiero detenerlo. Quiero que se lo trate como un confidente clave. ¿Entendido? —Se inclinó de nuevo hacia delante, con los nudillos sobre la mesa; su rostro serio y tenso no traslucía el cansancio—. Necesito que empiecen a pasar cosas ya. Primero, quiero tener a los Eitel aquí para interrogarles. Ya. Si protestan, quiero que se los detenga bajo sospecha de ser cómplices de asesinato. Y, Werner, que los chicos de la división de delitos económicos y empresariales recopilen todas las preguntas que quieran hacerles. Estaría bien someterlos a un interrogatorio conjunto. —Werner asintió con la cabeza.

«Segundo —prosiguió Fabel—. Quiero que busquéis e investiguéis a todos los confidentes ucranianos. A fondo. Quiero los lugares donde opera la banda de Vitrenko y quiero tenerlos antes de que acabe el día. Y para dejarlo bien claro, no me importa una mierda si nuestros colegas del LKA7 se ofenden. Yo también lo haré, además de exprimir a nuestros colegas del BND. —La expresión de Fabel aún se ensombreció más—. Nadie va a decirnos qué tenemos que saber. Y eso es todo por ahora. La Oberkommissarin Klee y el Oberkommissar Meyer os asignarán vuestras tareas. Werner, quédate un momento, quiero hablar contigo.

—Claro, jefe…

La sala tardó unos minutos en vaciarse. Werner se quedó sentado, y Anna Wolff rodeó la mesa de reuniones para acercarse a Fabel. Tenía la mirada ensombrecida, pero algo parecido a una actitud de desafío ardía en sus ojos.

—Bueno, ¿qué le digo si me llama?

—Si te llama ¿quién?

—MacSwain. Le he dado el teléfono que me asignasteis para la operación.

—Cancela el número. No quiero que vuelvas a tener contacto con él. No puedo justificar ante Van Heiden más operaciones secretas caras. Tenemos que comprobar más cosas sobre él, pero no es prioritario.

—Creo que es nuestro hombre, jefe.

Fabel frunció el ceño.

—¿Por qué, Anna? Ya has visto lo que tenemos sobre Vitrenko.

—MacSwain es un depredador. Por el modo en que te mira… Por cómo se mueve a tu alrededor. Como si fueras una presa. —Meneó un poco la cabeza, como si la irritara la pobreza de su descripción. Entonces clavó en Fabel una mirada intensa, seria y decidida—. Es el violador, jefe. Y sospecho que es un asesino. Nuestro asesino.

Fabel miró un momento a su subordinada sin decir nada. No podía condenar a un agente joven por reaccionar a la intuición que tenía sobre un caso o un sospechoso: él funcionaba igual; en algún rincón de su cerebro, procesaba los detalles más pequeños sobre cómo alguien se movía o hablaba, o las minucias de una escena. Y a partir de estos procesos internos podía llegar a una conclusión de la que estaría convencido, como Anna, aunque no pudiera racionalizarla con una prueba sólida. Después de todo, sólo era una impresión, una opinión sobre cómo había reaccionado MacSwain al ver a dos agentes de la policía de Hamburgo en su puerta, lo que había hecho que Fabel sospechara de él.

—De acuerdo, Anna. Confío en tu juicio, pero no puedo decir que esté conforme con tu conclusión. —Una vez más, volvió a rascarse la barba incipiente con los dedos—. Pondré a alguien a vigilar a MacSwain, sólo para asegurarnos. Pero no quiero por nada del mundo que vuelvas a verlo, sobre todo si tu intuición respecto a él es cierta. Puede que Werner y yo le hagamos una visita oficial para comprobar dónde estaba en las fechas clave. Claro que eso le alertará sobre el hecho de que lo estamos vigilando. —Fabel soltó un suspiro—. Pero debo decirte que creo que estás equivocada, Anna. Puede que no tengamos una prueba definitiva contra Vitrenko, pero las circunstanciales le apuntan de forma bastante concluyente.

—Ya lo sé —contestó Anna—. Ya lo veo. Pero gracias por no cerrarte a la posibilidad de que sea MacSwain.

—De nada. —Fabel miró a Anna fijamente. Parecía agotada. Él no había trabajado nunca en una operación secreta, pero conocía a muchos agentes que sí. Para un agente de policía, era uno de los retos más agotadores tanto física como emocional y mentalmente. Le vino a la cabeza la imagen de Klugmann, sentado frente a él en la sala de interrogatorios de la Davidwache. Recordó haber pensado que tenía los ojos enrojecidos por las drogas. Pero seguramente era por el estrés. Y seguramente los restos de anfetaminas encontrados en la autopsia eran la forma que tenía Klugmann de sobrellevarlo. Ahora Fabel detectaba la misma tensión nerviosa en los movimientos pesados de Anna, el mismo enrojecimiento y las mismas ojeras—. Escucha, Anna. He dispuesto que tengas libres las próximas veinticuatro horas. Vete a casa y duerme un poco.

Sábado, 21 de junio. 10:00 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

Al menos Fabel se sentía más limpio, y cambiarse de ropa fue como mudar una capa de piel arrugada; pero el par de horas que durmió no disipó la sombra de cansancio que seguía aferrándose a él, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por eliminarla de su mente y movimientos. Como le había prometido, Werner recogió a Wolfgang Eitel poco antes de las ocho de la mañana, y un segundo equipo, dirigido por Paul Lindemann, pasó a buscar a su hijo a la misma hora. Eitel padre y Eitel hijo estaban en salas separadas, pero sus amenazas furiosas de demandar a los agentes individualmente, a la policía de Hamburgo en general y al gobierno regional habían sido casi idénticas. De hecho, Fabel sabía que si no daban con algo sólido contra los Eitel, tendrían que tomarse aquellas amenazas en serio.

Para subrayar el hecho, un reducido grupo de asesores legales, incluido Waalkes, esperaba en la sala de espera principal del Präsidium cuando llegó Fabel. Waalkes lo vio justo cuando iba a entrar en el ascensor y partió encolerizado hacia él. Fabel gritó un entusiasta «¡Buenos días, Herr Waalkes!» mientras las puertas del ascensor se cerraban, dejando a Waalkes a medio camino en el área de recepción y sin poder verbalizar su protesta enfurecida.

Fabel hizo salir a Werner de la sala de interrogatorios número uno, donde estaba entreteniendo a Wolfgang Eitel, quien exigía hablar de inmediato con sus asesores legales.

—Abajo hay un montón —dijo Fabel—. Dile que está autorizado a que esté presente un representante legal, pero deja primero que los chicos de delitos económicos y empresariales lo ablanden. Haz lo mismo con Norbert.

Fabel fue a su despacho y cerró la puerta. Cogió el teléfono y llamó a Susanne al Institut für Rechtsmedizin. Había hablado con ella después de marcharse del Speicherstadt la noche anterior y había percibido un tono preocupado en su voz. La había tranquilizado diciéndole que estaba bien, pero que tendría que ir al Präsidium, y que intentara dormir. Al colgar, se había sentido un poco culpable porque había experimentado una sensación agradable al ver que alguien volvía a preocuparse por él. Ahora la llamaba para resumirle las pruebas que había descubierto y explicarle brevemente su teoría sobre Vitrenko y su «padre espiritual», Blot Sven.

—Supongo que tiene algo de sentido —dijo Susanne, pero no parecía muy convencida.

—¿Pero?

—No lo sé. Como te he dicho, tiene sentido. Y creo que tienes razón. Al menos en lo principal. No tengo ninguna razón profesional sólida para dudar de tu teoría. Tan sólo me inquieta el ámbito de participación.

—¿Qué quieres decir, Susanne?

—No actúa solo. Puede que él ni siquiera participe. ¿Te acuerdas de Charles Manson en Estados Unidos, de los asesinatos en masa en las casas de Tate y LaBianca? Manson ni siquiera estuvo presente en la casa de Sharon Tate, y de la residencia de LaBianca se marchó después de ordenar a sus seguidores que mataran a las víctimas, pero antes de que se llevaran a cabo los asesinatos. Así que Manson no cometió los crímenes personalmente. Sin embargo, eran sus crímenes. Manipuló a otras personas para que los cometieran por él. Fue el artífice de un ámbito de participación que no sólo incluía a su «familia», sino que lo excluía a él.

Other books

The Hearts We Mend by Kathryn Springer
Glory Boys by Harry Bingham
Wings of the Storm by Susan Sizemore
Bloodfire (Blood Destiny) by Harper, Helen
Teacher's Pet by C. E. Starkweather
Shadow of the Gallows by Steven Grey