Misterio En El Caribe (5 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Misterio En El Caribe
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Miss Marple se había inclinado siempre, por temperamento, hacia la verdad. Pero en determinadas ocasiones, cuando ella estimaba que su deber era proceder así, mentía con una asombrosa facilidad, sabiendo tornar verosímiles los mayores disparates.

Aclaróse la garganta, dejó oír una seca tosecilla y dijo, algo nerviosa:

—Hay algo, doctor Graham, que me gustaría preguntarle a usted. No me gusta aludir a ello, pero es que no veo la manera de... Por supuesto, carece de importancia. Sin embargo, para mí sí que la tiene. Espero que usted me comprenda y que no juzgue mi pregunta fastidiosa o imperdonable en ningún aspecto.

A esta «entrada» el doctor Graham respondió amablemente:

—Algo le preocupa, miss Marple. Permítame que la ayude.

—Se relaciona con el comandante Palgrave. Muy triste lo de su muerte, ¿eh? Experimenté un gran sobresalto cuando esta mañana me enteré de su fallecimiento.

—Sí —replicó el doctor—. Todo ocurrió de repente, me imagino. Ya ve usted, ayer parecía encontrarse muy bien.

El doctor Graham se mostraba sumamente cortés y respetuoso pronunciando las palabras anteriores, pero que resultaban un tanto convencionales. Claramente se veía que para él la muerte del comandante Palgrave no constituía ningún acontecimiento digno de especial mención. Miss Marple se preguntó si no estaría haciendo una montaña de algo insignificante, corriente y moliente, propio de todos los días. ¿Tendía a exagerar las cosas con los años? Tal vez hubiera llegado a la edad en que no se puede confiar por entero en el propio juicio. Claro que ella no había formulado ninguna conclusión... aún. Bueno, ya estaba metida en ello. No tenía más remedio que seguir adelante.

—Ayer por la tarde estuvimos sentados aquí los dos, charlando —manifestó—. Me contaba cosas de su vida, muy variada e interesante. Había estado en distintas partes del mundo, en algunos lugares remotos y extraños.

—En efecto, en efecto —contestó el doctor Graham, que había tenido que aguantar en diversas ocasiones los interminables relatos del comandante Palgrave.

—Luego me habló de su familia, de su niñez más bien, y yo le referí detalles relativos a mis sobrinos y sobrinas, que él escuchó con cariñosa atención. Llegué a mostrarle una fotografía que llevaba encima de uno de los chicos. Un muchacho estupendo... Bueno, la verdad es que ya hace tiempo dejó de ser un muchacho. Ahora, yo le veré siempre como tal. ¿Usted me comprende?

—Perfectamente —manifestó el doctor Graham, preguntándose cuántos minutos tendrían que pasar todavía para que aquella dama fuese directamente al grano.

—Le entregué la fotografía y cuando estaba examinándola, de pronto, esa pareja, esa pareja tan agradable que se dedica a buscar flores y mariposas, el coronel Hillingdon y su esposa, y...

—¡Ah, sí! Va usted a hablarme de los Hillingdon y los Dyson, ¿cierto?

—Eso es. Los cuatro aparecieron junto a nosotros inesperadamente. Venían hablando y riendo. Se sentaron y pidieron algo de beber. Nos pusimos a charlar todos. Una reunión muy agradable me pareció a mí. Pero, por lo visto, sin darse cuenta, el comandante Palgrave debió haberse guardado mi instantánea en su cartera. En aquellos momentos, distraída, no di importancia al incidente, pero después, al recordar la escena mejor, me dije: «Tengo que acordarme de pedirle al comandante la foto de Denzil.» Pensé en hacerlo anoche, durante el baile, mientras la orquesta tocaba. Sin embargo, me daba pena interrumpirle. Sus acompañantes y él formaban un grupo muy alegre, daban la impresión de estar pasándolo francamente bien. Pensé: «Hablaré con él por la mañana.» Pero esta mañana...

Miss Marple hizo una pausa. El largo discurso la había dejado sin aliento.

—Ya, ya —dijo el doctor Graham—. La comprendo perfectamente, miss Marple. Usted lo que quiere es que le devuelvan su fotografía, ¿no es eso?

Miss Marple asintió, dibujándose en su rostro una expresión de ansiedad.

—Sí, doctor. No tengo más fotografía que ésa de Denzil. No poseo tampoco el negativo correspondiente. Me disgustaría muchísimo perder esa instantánea. Es que... Claro, usted no puede saberlo... el pobre Denzil murió hace cinco o seis años. No he querido nunca a ningún sobrino tanto como a él. La foto en cuestión, por tal motivo, tiene para mí un valor inapreciable. Yo me pregunté... Esperaba... Bueno, es una impertinencia por mi parte pedirle esto, pero... ¿Usted no podría hacer nada para que la instantánea me fuese devuelta? He pensado en usted en seguida. ¿ A qué otra persona podía dirigirme en este sentido? Ignoro quién será el que se ocupe en recoger los objetos del infortunado comandante Palgrave. Y, no conociéndome, quien cumpla con tal misión quizá me juzgara una entrometida o una pesada. Tendría que darle innumerables explicaciones y no me entendería, tal vez. No. No es fácil comprender lo que esa foto representa para mí. Todos no tenemos la misma sensibilidad.

Se quedó mirándole, expectante.

—Desde luego, desde luego. Yo sí la entiendo, no lo dude —replicó el doctor Graham—. Es el suyo un sentimiento muy natural. He de decirle que dentro de poco tengo que entrevistarme con las autoridades de la localidad. Los funerales serán mañana. Alguien de la administración tendrá que ocuparse de examinar los papeles del comandante, de recoger sus efectos, antes de ponerse en contacto con sus parientes más próximos. ¿Podría describirme esa fotografía de que me ha hablado?

—En ella se ve la fachada principal de una casa —declaró miss Marple—. Una persona... Denzil, quiero decir. Una persona sale por la puerta de aquélla. Le diré que esa instantánea fue tomada por uno de mis sobrinos, extraordinariamente aficionado a las flores. Estaba fotografiando unos hibiscos, según creo, o unos hermosos lirios... No sé. Ahora no estoy segura de eso. Denzil apareció frente a él en el preciso instante en que apretaba el disparador. La foto no es muy buena. Está algo desenfocada... Sin embargo, a mí me gustó y acostumbraba llevarla siempre conmigo.

—A mí me parece que esto está suficientemente claro —manifestó el doctor Graham—. No creo que surjan dificultades a la hora de devolverle lo que es suyo, miss Marple.

El doctor Graham se puso en pie. Miss Marple le miró sonriente.

—Es usted muy amable, doctor Graham, amable de veras. Usted me ha comprendido, ¿no?

—Por supuesto, miss Marple —respondió el doctor, estrechándole afectuosamente la mano—. No se preocupe... No tiene por qué. Ejercite esa rodilla todos los días con lentitud, sin excederse. Le enviaré las tabletas de que le he hablado. Tómese tres al día.

Capítulo V
 
-
Miss Marple Toma Una Decisión

Los funerales en sufragio del alma del comandante Palgrave tuvieron lugar al día siguiente. Miss Marple asistió a los mismos en compañía de la señorita Prescott. Ofició el hermano de ésta... Después la vida siguió su curso, como de costumbre.

La muerte del comandante Palgrave era un simple incidente, desagradable, eso sí, pero sin gran importancia. En el cielo lucía un sol espléndido, del que había que disfrutar. Y luego estaba el mar, y los placeres propios de la vida de relación. Un ingrato visitante había interrumpido aquellas deliciosas actividades, las derivadas del escenario natural, privilegiado, en que se movían los huéspedes del hotel, ensombreciéndolas momentáneamente. Pero el nubarrón se había desvanecido ya.

Al fin de cuentas, nadie había llegado a estar íntimamente relacionado con el desaparecido. Todo el mundo había visto en él al clásico parlanchín de club, un tanto fastidioso, constantemente detrás de unos y de otros, siempre refiriendo experiencias personales que ninguno de los oyentes había experimentado el deseo de escuchar. Nada había habido en su vida que le hubiese podido llevar a fijar su residencia en un sitio u otro. Su esposa había muerto muchos años atrás. El comandante Palgrave había sido uno de esos solitarios que viven siempre entre la gente y no por cierto aburriéndose. A su modo, había disfrutado lo suyo. Y ahora ya no pertenecía al mundo de los vivos. Acababa de ser enterrado... Para nadie sería un pesar su fallecimiento. Una semana más y no habría ya quien le recordara, quien saludase su memoria con una pasajera evocación.

Probablemente, la única persona que iba a echarle de menos sería miss Marple. No era que le hubiese tomado afecto durante el corto período de su relación con aquel hombre. Simplemente Palgrave hacíale pensar en una clase de vida que ella conocía. A medida que el ser humano va entrando en años se desarrolla en éste más y más el hábito de escuchar. Se escucha, posiblemente, sin gran interés... Pero es que entre ella y el comandante habíase dado ese intercambio discreto de impresiones, propio de dos personas de edad. Miss Marple, por supuesto, no iba a ponerse de luto por la muerte de su amigo. Ahora bien, sí que le echaría de menos...

En la tarde del día de los funerales, cuando miss Marple se encontraba sentada en su sitio favorito, haciendo punto de aguja, se le acercó el doctor Graham. Dejando a un lado sus sencillos instrumentos, se apresuró a corresponder al saludo del recién llegado. Entonces el médico, frunciendo el ceño, le dijo:

—Creo ser portador de noticias nada agradables para usted, miss Marple.

—¿Qué me dice? ¿Acerca de mi...?

—Sí. No hemos logrado encontrar su apreciada fotografía. Esto ya me imagino que la disgustará profundamente.

—Sí, claro, es natural. Pero, bueno, no es que importe mucho tampoco. Esa cartulina no tenía más valor que el puramente sentimental. ¿No estaba en la cartera de bolsillo del comandante Palgrave?

—No. Ni entre sus otras cosas. Hallamos unas cuantas cartas y diversos objetos, aparte de varias fotos viejas. Desde luego, ninguna de ellas era la que usted describió.

—¡Qué lástima! —exclamó miss Marple—. Bien. ¡Qué le vamos a hacer! Muchísimas gracias, doctor Graham. Se habrá usted tomado algunas molestias por mi culpa.

—Nada de eso, miss Marple. He puesto el mayor interés en complacerla porque sé, por experiencia, que ciertas minucias, recuerdos familiares y otras cosas semejantes e íntimas, adquieren un gran valor para uno con el paso de los años, conforme nos vamos haciendo viejos.

La anciana dama estaba encajando bien aquel contratiempo, pensó el doctor. Suponía éste, que el comandante Palgrave habría visto la foto en su cartera, con ocasión de sacar de ella algún papel. No recordando siquiera cómo había llegado a su poder la rompería en mil pedazos, imaginándose que carecía por completo de importancia. No era así desde el punto de vista de miss Marple. Sin embargo, ésta parecía resignada con respecto al incidente.

Interiormente, no obstante, miss Marple distaba mucho de hallarse tan animosa y resignada. Deseaba poder disponer cuanto antes de unos minutos para reflexionar sobre todo aquello. Ahora bien, se proponía obtener el máximo provecho de aquella oportunidad que se le deparaba.

Se enzarzó con el doctor Graham en una animada conversación, con una ansiedad que ni siquiera intentó ocultar. Su interlocutor, un caballero extraordinariamente cortés, atribuyó la verbosidad de miss Marple a su situación, a la soledad en que vivía. Esforzóse entonces por hacerla olvidar la pérdida de la fotografía, haciendo referencia, con palabra fácil y amena, a la vida de St. Honoré y los diversos e interesantes parajes que a ella quizá le agradara visitar. Al cabo de un rato, sin embargo, inexplicablemente, la muerte del comandante Palgrave volvió a ser el tema dominante de su diálogo.

—Es muy triste ver morir a una persona de esta manera, lejos de los suyos, de sus familiares más queridos. Pero de las palabras de ese hombre deduje, ahora que me acuerdo, que carecía de parientes próximos. Creo que vivió solo algún tiempo, en Londres.

—Viajó mucho, me parece —adujo el doctor Graham—. Sobre todo durante los inviernos. No podía con el típico mal tiempo inglés. La verdad es que no puede reprochársele nada en tal aspecto.

—No —convino miss Marple—. Ahora yo me pregunto también: ¿no padecería de los bronquios o sufriría de reuma? En tal caso estaría más que justificado el preferir pasar los inviernos en cualquier soleado país extranjero, ¿no le parece?

—¡Oh, no! No creo que hubiera nada de eso...

—Padecía de tensión alta... ¿Hipertensión sanguínea se la llama, verdad? Es muy frecuente hoy en día esta enfermedad. Se oye hablar de ella a todas horas.

—¿Le contó él algo referente a la misma?

—¡Oh, no! No la mencionó nunca. Fue otra persona quien me habló de eso.

—¡Ah!, ¿sí?

—Supongo —prosiguió diciendo miss Marple—que en dichas circunstancias no es de extrañar que sobrevenga la muerte.

—Bueno, eso es relativo —explicó el doctor Graham—. Actualmente existen ciertos métodos para controlar la presión sanguínea.

—Su muerte se me antojó a mí demasiado repentina, pero me imagino que a usted no le sorprendería.

—No podía sorprenderme de un hombre de su edad. Pero no la esperaba. Con franqueza yo estaba convencido de que el comandante Palgrave gozaba de una salud excelente. No es que yo le atendiera profesionalmente, no. Jamás le tomé la presión ni me consultó como médico.

—¿Presenta el enfermo de hipertensión síntomas externos, susceptibles de ser observados por cualquiera, mejor dicho, por un doctor? —inquirió miss Marple con aire de absoluta inocencia.

—A simple vista no se le puede descubrir nada al paciente —replicó el doctor Graham sonriendo—. Es preciso efectuar determinadas pruebas.

—¡Ah, ya sé! Está usted pensando en esa banda de goma que se arrolla al brazo del enfermo, para ser hinchada a continuación... A mí me disgusta profundamente. Mi médico de cabecera me notificó la última vez que me vio que para mi edad disfrutaba de una presión sanguínea normal.

—Me alegro mucho de que sea así.

—Desde luego, hay que reconocer que el comandante Palgrave era excesivamente aficionado a ese ponche que llaman «de los colonos» —declaró miss Marple pensativamente.

—Sí. Y no es esa bebida la medicina más adecuada para los hipertensos. El alcohol, un veneno siempre, para ellos lo es más todavía.

—Hay quien toma determinadas tabletas... Eso es lo que he oído afirmar, al menos.

—Sí. Las hay de varias clases en el mercado. En la habitación de Palgrave fue hallado un frasco lleno de aquéllas. Se trata de un medicamento denominado «Serenite».

—La ciencia produce unos remedios asombrosos, actualmente —comentó miss Marple—, proporcionando a los médicos armas estupendas, ¿verdad?

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