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Authors: Agatha Christie

Misterio En El Caribe (23 page)

BOOK: Misterio En El Caribe
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—Estaré ausente unos minutos tan sólo, querida. Quiero acercarme a mi «bungalow». No sé dónde demonios he puesto ciertas instrucciones que me dieron para poder hacer la labor que tengo entre manos. Estaba segura de habérmela traído. Supongo que no pasará nada porque vaya a salir un momento, ¿eh? —Las últimas palabras de miss Marple fueron, simplemente, un pensamiento expresado en voz alta—: «Se ha dormido. Lo mejor que podía sucederle, indudablemente.»

Una vez hubo descendido por la escalera de la entrada torció a la derecha, comenzando a deslizarse por el camino que pasaba por allí. Un observador casual se hubiera quedado sorprendido al ver a miss Marple cruzar un macizo de flores para llegar rápidamente a la parte posterior del «bungalow», volviendo a entrar en el mismo por la segunda puerta de la casita. Esta conducía a un pequeño cuarto que Tim utilizaba en ocasiones como despacho «no oficial». Desde éste se pasaba al saloncito de estar.

Aquí había unas grandes cortinas, medio corridas para que aquél se mantuviera fresco. Miss Marple se apostó tras ellas. Esperó pacientemente... Desde la ventana de esta parte de la casa podría divisar facilmente a cualquier persona que se dirigiese al dormitorio de Molly. Transcurrieron unos minutos, cuatro o cinco, antes de que viera algo...

Jackson, embutido en su blanco uniforme, subía por la escalera de acceso de la entrada. Detúvose un minuto en la galería y a continuación pareció llamar discretamente, rozando apenas la puerta. Miss Marple no oyó ninguna respuesta. Jackson miró a su alrededor, furtivamente, decidiéndose por fin a penetrar en la casa. Miss Marple se trasladó a la puerta que llevaba directamente al dormitorio. No la franqueó. Limitóse a mirar por la cerradura de la misma.

Jackson acababa de entrar allí. Acercóse a la cama, contemplando unos momentos el rostro de la chica, que dormía. A continuación se encaminó, no al cuarto de estar sino a la puerta que comunicaba con el cuarto de baño. Miss Marple enarcó las cejas, sorprendida. Reflexionó... Unos segundos después se deslizaba por el pasillo, penetrando en el cuarto de baño por la otra puerta del mismo.

Jackson, que se encontraba en aquellos instantes examinando el estante de cristal del lavabo, giró en redondo... para poner acto seguido una cara de asombro indescriptible, cosa que, desde luego, no era de extrañar.

—¡Oh! —exclamó—. No... no me...

—Señor Jackson... —acertó a decir miss Marple, no menos sorprendida que aquél.

—Creí poder encontrarla por aquí, en esta casa...

—¿Deseaba usted algo? —preguntó, intrigada, miss Marple.

—En realidad —contestó Jackson—, sólo me proponía averiguar la marca de la crema facial que usa la señora Kendal.

Miss Marple advirtió entonces que Jackson tenía en las manos, efectivamente, un tarro. Hábilmente, se había referido a éste en seguida.

—Esto huele muy bien —dijo el servidor de mister Rafiel, aproximando la nariz al tarro—. Todos los cosméticos de esta casa suelen ser magníficamente preparados. Las marcas más baratas no se acomodan a todas las pieles. No dan tampoco el mismo resultado. Pasa igual con los polvos faciales...

—Al parecer, usted domina el tema, ¿eh? —manifestó miss Marple, con cierta ironía.

—Trabajé por algún tiempo en el ramo de drogas —declaró Jackson—. Dentro de éste acaba uno aprendiendo muchas cosas en relación con los cosméticos. Son muchos los fabricantes que no hacen otra cosa que lanzar al mercado tarros de fantasía, cuyo contenido deja mucho que desear... Atraídas por el lujoso envase, las mujeres adquieren aquéllos y los comerciantes resultan ser los únicos beneficiados.

—¿Es eso lo que...? —inquirió miss Marple, sin terminar deliberadamente su frase, convencida de que Jackson la entendería sólo con oír aquellas cuatro palabras.

—No, no he venido aquí para hablar de cosméticos —respondió Jackson, dócilmente.

«Tú, amiguito, no has dispuesto del tiempo necesario para forjar una mentira —pensó miss Marple—. Veamos, veamos qué se te ocurre.»

—La verdad es que ha pasado lo siguiente: la señora Walters prestó a la señora Kendal su lápiz de labios, el otro día. Vine aquí a por él. Llamé a la puerta y habiendo comprobado después que la señora Kendal se hallaba profundamente dormida pensé que nada tenía de particular que entrara yo en este cuarto de baño y buscara la barra de carmín de la secretaria de mister Rafiel.

—Ya, ya... ¿Y qué? ¿Dio con ella?

Jackson denegó con un movimiento de cabeza.

—La señora Kendal ha debido guardarla en uno de sus bolsos —dijo despreocupadamente—. Bueno..., es igual. La señora Walters no va a disgustarse por eso, ni mucho menos. Mencionó el incidente de paso, por casualidad. —Jackson examinó los frascos restantes, que ocupaban casi todo el espacio del estante del lavabo—. Pocas cosas tiene aquí la señora Kendal, ¿no le parece? ¡ Ah, claro! A su edad no se precisa mucho de estos preparados. La piel, como es natural, resulta fresca, suave, fina...

—Usted no debe mirar a las mujeres con los ojos de los demás hombres —subrayó miss Marple, sonriendo agradablemente.

—Tiene usted razón. Los diversos oficios que he tenido que ejercer han alterado en mí el punto de vista común.

—Usted sabe bastante sobre drogas, ¿verdad?

—¡Oh, sí! Ha sido trabajando como me he familiarizado con ellas. ¿Quiere que le sea sincero? Yo creo que actualmente se abusa de ellas. Existen en el mercado demasiados tranquilizantes, excesivas píldoras vigorizadoras, infinitos medicamentos milagrosos. Nada hay que decir de aquéllos que se adquieren por prescripción facultativa. Ahora bien, son muchísimos los que se expenden libremente. Algunos de éstos constituyen un auténtico peligro.

—Estoy de acuerdo con usted, sí, estoy de acuerdo —murmuró miss Marple.

—Las drogas influyen poderosamente en la conducta humana. Usted habrá oído hablar de los arranques histéricos de la juventud actual... ¿Causa determinante de los mismos? Sencillamente: los chicos han tomado esto o aquello. ¡Oh! Lo que le digo no constituye ninguna novedad. En el Este (bueno, hablo así, pero no porque haya estado allí, ¿eh?), en el Este ocurren todos los días cosas muy extrañas. Se sorprendería usted si supiera la de pócimas raras que las mujeres indias administran a sus esposos. Examinemos el caso de una joven casada con un hombre decrépito. Desde luego, no es que piense ella en desembarazarse del marido... Eso la llevaría a ser quemada en la pira funeraria, quizá, si no era repudiada por la familia. Una viuda lo puede pasar muy mal en la India. Por tal motivo aquélla recurre a la treta de administrar secretamente a su esposo ciertas drogas que mantienen al hombre sumido en un sopor continuo, produciéndole alucinaciones, que lo convierten en un enfermo mental. —Jackson, reflexivo, movió la cabeza —. Sí, ya sé qué es lo que va a decirme: que es un sucio trabajo el que llevan a cabo esas mujeres...

Tras una breve pausa, el servidor de mister Rafiel prosiguió diciendo:

—Hablemos ahora de las brujas. Se conocen numerosos detalles a ellas referentes. ¿Por qué acababan confesando siempre? ¿Por qué admitían con tanta facilidad su naturaleza, aclarando haber sido vistas volando sobre escobas, rumbo a los lugares en que celebraban sus reuniones sabatinas?

—Supongo que eso fue logrado mediante la tortura —manifestó miss Marple.

—No en todos los casos —declaró Jackson—. ¡Oh, sí! Por supuesto que la tortura influyó mucho en ese sentido. Pero es que las confesiones a que he aludido datan de una época anterior a la primera mención de aquélla. Encuéntranse no pocos alardes en las mismas. La verdad se reducía a eso: las personas calificadas de brujas acostumbraban a untar sus cuerpos con determinadas sustancias. Algunos de los preparados, a base de belladona, atropina y otras cosas semejantes, en contacto con la piel, les proporcionaban una sensación de aligeramiento, de ingravidez. ¡Llegaban a pensar que flotaban en el aire! ¡Pobres criaturas! Y ahora le hablaré de los Asesinos, pueblos del medievo, enclavado en Siria, en el Líbano, alrededor de esos puntos... Ingiriendo cannabina, sus habitantes lograban sumergirse en un paraíso artificial, lleno de huríes, donde se disfrutaba sin limitación de tiempo... Enseñábase a los jóvenes que eso era lo que les esperaba después de la muerte, si bien para alcanzar tal meta era preciso también cometer el crimen de ritual. ¡Oh! Estoy empleando un lenguaje muy simple para contarle eso, pero es que en realidad todo estaba reducido a lo que le he referido. —Podríamos extraer una conclusión de cuanto lleva dicho, Jackson. Ésta: la gente es muy crédula.

—Pues... sí, me parece que tiene mucha razón, miss Marple.

—La mayor parte de las personas se muestran propensas a creer cuanto se les dice. Se trata de una inclinación casi natural. —A continuación, miss Marple añadió, insinuante—: ¿Quién le contó a usted esas historias de la India, relativas a jóvenes esposas? —Antes de que Jackson tuviera tiempo de contestar inquirió—: ¿Fue el comandante Palgrave?

Jackson se quedó ligeramente sorprendido.

—Sí, sí... En realidad fue él. Oí de sus labios muchos relatos semejantes. Por supuesto, éstos databan de una época muy anterior a su juventud. No obstante, daba la impresión de hallarse bien informado.

—El comandante Palgrave estaba convencido de que dominaba materias muy diversas —informó miss Marple—. Con frecuencia incurría en inexactitudes ante sus auditorios. El comandante Palgrave creía tener respuesta para todo.

Oyóse un leve ruido en el dormitorio. Miss Marple volvió la cabeza rápidamente. Apresuróse a penetrar en el cuarto de baño. Entonces vio a Lucky Dyson plantada delante de la puerta.

—Yo... ¡Oh! No esperaba encontrarla a usted aquí, miss Marple.

—Acababa de entrar en el cuarto de baño —explicó miss Marple, con cierta reserva.

Jackson, aún en el interior de aquél, sonrió. Hallaba divertida la actitud de aquella dama.

—Me pregunté si habría algún inconveniente en que hiciese un rato de compañía a Molly —manifestó Lucky, mirando en dirección al lecho—. Está dormida, ¿no?

—Creo que sí —repuso miss Marple—. Pero lo importante es que se encuentra perfectamente. Vaya, vaya a divertirse un poco, querida. Estaba segura, casi, de que se había marchado también de excursión.

—Ése fue mi propósito al principio —explicó Lucky—. Pero luego sufrí un terrible dolor de cabeza y desistí de acompañar a los demás en el último momento. Después me dije que quizá pudiera ser de alguna utilidad a la enferma.

—Una atención muy de agradecer —subrayó miss Marple. Volvió, luego, a ocupar su silla junto a la cama de Molly, iniciando su labor de costumbre, agregando—: No se preocupe por mí. Me encuentro en esta habitación muy a gusto.

Lucky pareció vacilar un momento... Luego dio la vuelta, saliendo del dormitorio. Miss Marple aguardó unos instantes, acercándose a continuación de puntillas al cuarto de baño. Pero Jackson se había marchado ya, utilizando, indudablemente, la otra puerta. Miss Marple cogió el tarro de crema facial que él tuviera en las manos, guardándoselo en uno de los amplios bolsillos de su vestido.

Capítulo XXII
 
-
¿Un Hombre En Su Vida?

Aquello de enzarzarse por vía normal en una charla con el doctor Graham no se presentaba tan fácil como miss Marple esperara. No quería abordarle sin más porque deseaba evitar que él diese importancia a las preguntas que pensaba formularle.

Tim había vuelto junto a Molly. Miss Marple se puso de acuerdo con él para relevarle durante la hora de la cena. En esos momentos era necesaria la presencia del joven en el comedor del hotel. Kendal le notificó que la señora Dyson se encargaría de buena gana de atender a su mujer, si no lo hacía la señora Hillingdon, pero miss Marple se mostró intransigente en ese punto, alegando que las dos se hallaban en la edad de divertirse o de pasarlo lo mejor posible y que ella, en cambio, prefería la tranquilidad del dormitorio después de tomar, a primera hora, una ligera colación. De esta manera, añadió, las tres quedarían satisfechas. Una vez más, Tim le dio las gracias calurosamente.

Mientras avanzaba por el camino que unía a varios «bungalows», entre los cuales se hallaba el del doctor Graham, miss Marple se dedicó a planear sus próximos pasos.

Tenía en la cabeza un montón de contradictorias ideas. Esto era precisamente lo que más podía disgustar a miss Marple, más que ninguna otra cosa en el mundo. Aquel asunto, en sus comienzos, había estado bien claro. Miss Marple evocó la figura del comandante Palgrave, su lamentable capacidad como narrador de historias, su indiscreción, que alguien había sorprendido, y la consecuencia de la misma: su muerte veinticuatro horas después. Aquellos prolegómenos no habían ofrecido muchas dificultades, se dijo ella.

Pero luego, tuvo que reconocer a su pesar, habían surgido varios obstáculos, uno tras otro, quedando marcadas distintas orientaciones... ¿Adonde se habían encaminado primeramente, limitándose a aceptar la conveniencia de no creer nada de lo que le hubieran dicho, de no confiar en nadie? ¿Qué fruto había podido sacar basándose en el parecido de las personas que había conocido allí con ciertos seres que habitaban en St. Mary Mead?

Pensaba constantemente en la víctima... Alguien iba a ser asesinado en breve y ella no cesaba de decirse que era forzoso que supiese quién era aquel
alguien
. Allí había algo raro... ¿Algo que oyera, que observara indirectamente, que viera con sus propios ojos?

Una de aquellas personas que la rodeaban durante el día le había dicho una palabra o una frase que daban sentido al caso. ¿Habría sido Joan Prescott? Joan Prescott había hablado una infinidad de cosas, relativas a un sinfín de gentes. ¿Se trataba de una murmuración? ¿Había incurrido en pecado de escándalo? ¿Qué era exactamente lo que Joan Prescott le había dicho?

Gregory Dyson, Lucky... La mente de miss Marple quedó saturada momentáneamente de aquélla. Lucky se había visto profundamente afectada por la muerte de la primera esposa de Gregory. Todo tendía a poner de relieve esto. ¿Sería posible que la víctima predestinada que la preocupaba hora tras hora fuese Gregory Dyson? ¿Sería posible que Lucky intentara probar suerte con otro esposo, ansiando además de la libertad la gran herencia que percibiría por el hecho de convenirse en la viuda de Greg?

«En realidad —pensó miss Marple—, todo esto es pura conjetura. Soy una estúpida. Lo sé perfectamente. La verdad debe ser muy simple en el presente caso. Creo que la apreciaríamos si lográsemos apartar la "paja", mucho detalle accesorio, que es lo que siempre lo complica todo.»

BOOK: Misterio En El Caribe
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