¿Qué pretendía decirme? ¿Qué excepción estaba haciendo Cristianno conmigo?
—¿Crees que trama algo? —pregunté.
—Es capaz de cualquier cosa, así que no me extrañaría. —Entrecerró los ojos—. Está claro que tú eres diferente, Kathia.
—¿Diferente? —Arqueé una ceja antes de que se acercara a mí con una sonrisa pícara.
—Sí… —Me miró pensativa y tomó aire antes de hablar—. Mira, Kathia, conozco a Cristianno mejor que a mi hermano. Sé de sus rollos, de sus peleas, de sus problemas… Lo sé todo de él y de sus amigos porque también son los míos desde hace mucho tiempo. Son mis mejores amigos, él es mi mejor amigo, pero no tengo ni la menor idea de por qué se está comportando así contigo.
Desvié la mirada, indecisa. No conocía a Daniela, pero me daba la sensación de que se estaba enfadando conmigo y eso era lo último que quería. Yo solo necesitaba saber por qué Cristianno actuaba de este modo.
—Lo siento, Dani. No quería importunarte.
—Pero ¿qué dices? No estoy enfadada. Dios, perdóname si te he dado esa sensación, no era mi intención. —Me agarró del brazo antes de darme un beso—. Solo intentaba decirte que no se me ocurre ningún motivo para que Cristianno se comporte así.
—Me dejas más tranquila.
—A menos que…
—¿Qué?
La sonrisita juguetona de Daniela me desquició. Me daba a entender muchas cosas, pero ninguna de ellas me concretaba nada.
—Te diré una cosa y espero que no te moleste. —Humedeció sus labios—. Eres exactamente igual que él, pero en versión femenina y algo menos chula.
«¿Iguales? Joder, lo que me faltaba, parecerme a ese capullo», pensé.
—¡Venga ya! —le dije.
Daniela soltó una carcajada. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos llegado a la entrada del colegio. Bajé las escaleras y salí al patio exterior donde me despedí de mis amigas. Erika continuaba seria, pero prefería esperar a llamarla para hablar con tranquilidad. Le guiñé un ojo antes de ver a Valentino apoyado en su impecable Aston Martin verde oscuro. Iba vestido con unos vaqueros y un polo blanco que marcaba cada músculo de su cuerpo.
Pestañeé sorprendida cuando mi prima pasó por mi lado.
—¡Que tierno! Valentino ha venido a recogerte —dijo poniendo aquella estúpida voz de niñata—. Es una pena que no sepas complacerle.
La miré y forcé una sonrisa.
—¡Qué lástima! Me prefiere a mí en vez de a ti. Así que algo tendré que le complazca, ¿no crees?
Me marché caminando con paso firme. Giovanna vivía enamorada de Valentino desde hacía unos años, pero, por lo que sabía, no había logrado nada con él. Así que mi comentario le tenía que haber hecho daño. «Te aguantas», pensé.
Mientras me acercaba a Valentino vi a Cristianno al final del jardín. Hablaba con Mauro y Eric (Alex se había ido con Daniela en la moto). De repente, miró hacia mí sin dejar de hablar. Estaba lejos, pero no tanto como para no ver su mirada intensa y acusadora. Suspiró y se quitó la chaqueta del uniforme con cierta furia. Para él, un ademán típico, para mí, un gesto de lo más excitante. La cintura del pantalón se le ceñía a la cadera y marcaba sus piernas.
¿Por qué demonios estaba tan bueno?
Llegué al Aston Martin, donde Valentino me esperaba con una encantadora sonrisa.
—¡Hola! ¿Como tú por aquí? —dije mientras él me cogía de la cintura y me daba un abrazo más típico entre las parejas de enamorados que entre amigos.
Además, nosotros solo éramos conocidos. Apenas habíamos tenido trato y Valentino ya se tomaba ciertas confianzas.
Pude ver de soslayo cómo Cristianno se mordía el labio. Ahora le tenía más cerca y algo me dijo que no le sentaba demasiado bien que estuviera en brazos de Valentino, así que decidí alargar el momento.
Solté la cartera en el suelo y estiré lentamente mis brazos hasta rodear el cuello de Valentino. Cerré los ojos cuando me besó en el cuello. Le sonreí cuando los abrí.
—Quería darte una sorpresa. ¿Te apetece que comamos juntos? —me propuso, resistiéndose a soltarme.
Cristianno había desaparecido de mi campo de visión.
Ya era demasiado tarde para volver atrás, así que no me quedó más remedio que aceptar la invitación. No quería intimar con Valentino, pero después de haberle utilizado me sentí en el compromiso de acceder.
Me monté en el coche y bajé la ventanilla. Valentino arrancó el motor. La música de su reproductor saltó donde la había dejado antes de detener el vehículo. Sonaba una de las canciones del nuevo disco de Shakira:
Rabiosa
.
Alcé las cejas, incrédula.
—¿Te gusta Shakira? —pregunté.
—No más que tú.
Perfecto. Tuve que girar la cara para que no percibiera lo poco que me había gustado el comentario.
Antes de dejar la calle, escuché el rugido de un motor inconfundible: Bugatti Veyron. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que al volante de esa maravilla se hallaba Cristianno.
Así fue. Se colocó justo a mi lado haciendo gala una vez más de aquella mirada, tan bonita como inescrutable. Tenía una mano sobre el volante y la otra en la ventanilla. Un cigarrillo colgaba de sus labios.
—¡Rabiosa! —exclamó mientras echaba la cabeza hacia atrás y empezaba a mover los hombros de un lado al otro. Ni siquiera el cachondeo restaba sensualidad a sus movimientos, perfectamente acompasados con la melodía—. Dime, Kathia, ¿me morderías la boca?
Un extraño resquemor a medio camino entre el odio y la excitación me recorrió el cuerpo. Le miré encolerizada.
—Tendrás que descubrirlo tú mismo.
¡Dios! Si le odiaba, ¿por qué no podía evitar imaginar esa situación? Sí que le mordería la boca, sí…, entre otras muchas cosas.
«Estás loca. Esto no puede ser. Mándalo a la mierda. Es un imbécil», me decía a mí misma tratando de hacer entrar en razón a mis pensamientos.
Mauro comenzó a aullar y levantó su puño con el pulgar hacia arriba. Iba sentado al lado de Cristianno y mostraba la misma chulería que su primo.
—Valentino, deberías acostumbrarte a saludar, ¿no crees? —dijo Cristianno.
Valentino se echó para adelante y le lanzó una mirada iracunda. Cristianno siguió mofándose. Ya había oído dos se odiaban, pero no me imaginé que uno de sus piques me pillaría a mí en medio.
—Lo que creo es que va siendo hora de que te acostumbres, Cristianno.
Cristianno apretó el acelerador retando a Valentino a una carrera. Al menos eso parecía. Valentino le imitó. Le miré con los ojos abiertos de par en par. La risa de Mauro llegaba clara. Al parecer, él sabía quién iba a ganar: confiaba en su primo y en aquel pedazo de coche.
—Ni se te ocurra, Valentino —dije algo timorata. Eran coches muy potentes y una calle muy estrecha.
—Haznos un favor a los dos y ¡cállate! —gritó acelerando.
No me dio tiempo a enfadarme por el comentario. Me estampé contra el asiento antes de ver cómo Cristianno nos adelantaba magistralmente y salía disparado.
Valentino tuvo que frenar y comenzó a maldecir una y otra vez mientras el Bugatti negro se perdía rugiendo como solo él podía hacerlo.
Sonreí en mi fuero interno. Sin saber muy bien por qué, me alegraba de que Cristianno ganara aquella extraña competición.
Cristianno
Había decidido pasar de Kathia, y de hecho lo logré durante un par de días. Pero cuando el jueves aparecí en el pasillo del instituto y la vi apoyada contra la pared hablando con Giulio, me entraron ganas de…
Me acerqué hasta ellos caminando lentamente mientras me fijaba en sus piernas. Esa vez, las medias le ocultaban las rodillas y hacían más espectacular el inicio de sus muslos. Lástima que aquella puñetera falda tapara lo más interesante.
Suspiré. Aquella niñata se había propuesto amargarme la vida llevando el uniforme de aquel modo. Se atusó la coleta alta que llevaba y me miró fijamente.
Me apoyé justo a su lado, hombro con hombro.
—Dice mucho de ti que la primera semana de clase ya estés coqueteando —sonreí, desviando la mirada hacia su pecho.
Me humedecí los labios, expectante por la contestación. Si algo sabía hacer Kathia —aparte de ponerme muy, pero que muy cachondo— era ser ingeniosa a la hora de hablar.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó entre dientes girándose hasta que su frente topó casi con la mía.
Dios, estábamos muy cerca. Sonreí. Dijera lo que dijera, ya había logrado captar su atención y apartar a Giulio de ella.
—Que te pueden confundir con una chica… fácil. Pero, vaya, si lo eres, no tienes por qué preocuparte.
—¡Serás capullo! —exclamó antes de lanzarse sobre mí para agarrarme del cuello.
La esquivé cogiendo sus brazos y girándola. Su espalda topó con fuerza contra mi pecho y los dos nos estampamos contra la pared.
—¡Suéltame! —gritó mientras los otros alumnos se iban agolpando a nuestro alrededor.
—Eres un poco histérica —le susurré al oído. La solté en cuanto vi al señor Petrucci, el profesor de matemáticas.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
—Este niñato me ha insultado delante de todo el mundo. ¡Me ha llamado chica fácil! —dijo sin poder contener su desconcierto.
No era momento de explicarle por qué lo había hecho. Quizá algún día tuviera ocasión de hacerlo, pero Giulio ya no se volvería a acercar a ella.
—Los dos al despacho, ahora.
—¡Pero yo no he hecho nada! —protestó.
—¡He dicho ahora, señorita Carusso! —repitió el profesor Petrucci—. Y en silencio. Los demás, a clase.
Kathia
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del director. Sabía que Cristianno me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Daniela me había dicho que era extraño que se comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Mauro (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero. Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí. Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Cristianno no parecía importarle optar por la primera alternativa —seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó aceptando el trabajo de física.
Cristianno
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó Mauro al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Kathia no dejaba de mirarme como si estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada. Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Mauro se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Kathia seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo los labios y supe que fue un error en cuanto Mauro siguió la dirección de mi mirada—. ¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Cristianno?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Mauro.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas. Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Kathia (y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así, sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un trago de vodka o de ron.
Kathia
Cristianno salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.