Materia (8 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Materia
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Salió como pudo, todavía tosiendo, y se alejó arrastrándose por el barro aglutinado y mojado por la lluvia, después esperó bajo unos arbustos cercanos mientras se quemaba el edificio abandonado.

–Con el debido respeto y demás, señor, pero ¿os habéis vuelto loco?

–Choubris, te lo juro por el Dios del Mundo, por el cadáver de mi padre muerto, que es tal y como te lo he contado.

Choubris Holse había notado poco antes, mientras su amo trasegaba vino de la botella levantada y arrancaba trozos de pan con los dientes (parecía que en cuanto te llevabas la mesa, los modales desaparecían con ella) que el príncipe Ferbin estaba desarmado mientras que él, por supuesto, todavía tenía su leal navaja en el cinturón, por no mencionar una pistola del ejército que le habían dado un par de días antes y que al parecer se había olvidado de devolver y que llevaba metida por la cinturilla del pantalón, junto a los riñones. Y por no mencionar tampoco (él pocas veces lo hacía) un cuchillo de emergencia pequeño pero extraordinariamente afilado que siempre llevaba enfundado en una bota y que le daba mucha tranquilidad. Unos hechos que, a su parecer, acababan de pasar de tener un interés apenas pasajero a tener una importancia moderada, ya que daba la sensación de que estaba tratando con un loco que sufría de extraños delirios.

Ferbin posó la botella en el sucio y dejó que el mendrugo de pan le cayera en el regazo mientras apoyaba la cabeza en el muro de las ruinas, como si quisiera mirar al cielo a través del follaje del arbusto bajo el que había insistido que se escondieran antes de estar dispuesto a romper su ayuno.

–¡Ni siquiera tú me crees! –exclamó, desesperado. Escondió la cabeza en las manos y lloró.

Choubris se quedó desconcertado. Jamás había visto al príncipe llorar así, por lo menos sobrio (todo el mundo sabía que al beber aumentaba la presión hidrográfica dentro de un cuerpo y se expulsaban los fluidos relevantes por todos los orificios corporales disponibles, así que eso no contaba).

Intentó consolar a su amo de algún modo. Quizá lo había entendido mal. Intentaría aclarar el tema.

–Señor, ¿me estáis diciendo de verdad –empezó a decir, y después él también miró a su alrededor como si temiera que alguien lo oyera– que Tyl Loesp, el mejor amigo de vuestro padre, el guante de la mano real, el filo de su espada y todo eso, asesinó a vuestro padre? –Holse pronunció la palabra con un susurro.

Ferbin lo miró con una expresión de tal furia desesperada y consternación que Choubris sintió que se encogía al verlo.

–¡Hundió un puño mugriento en el pecho de mi padre y le arrancó la vida del corazón, que hasta entonces palpitaba! –dijo Ferbin, su voz sonaba como nunca lo había hecho: todo jadeos, dura y salvaje. Aspiró una bocanada de aire entrecortada, terrible, como si cada átomo de oxígeno vacilara en su boca antes de que lo lanzaran aullando hacia los pulmones–. Lo vi con tanta claridad como te veo a ti ahora, Choubris. –Sacudió la cabeza, se le llenaron los ojos de lágrimas y dibujó con los labios una mueca de desprecio–. Y si intentando pensar que no ocurrió, si intentando convencerme de que de algún modo estaba en un error, o drogado, o sufriendo alucinaciones, o soñando, pudiera convertirlo en realidad, entonces por Dios que lo haría, abrazaría la oportunidad con los dos brazos, las dos piernas y un beso. ¡Un millón de veces preferiría estar totalmente loco y haberme imaginado lo que vi que saber que mi único trastorno es el dolor de haber visto lo que sí tuvo lugar! –La última frase se la rugió a su criado a la cara mientras con una mano se aferraba al cuello de la camisa de Choubris.

Choubris se llevó una mano a la espalda, en parte para apoyarse y no caerse de espaldas y en parte para tener a mano la pistola del ejército. Entonces, el rostro de su amo se relajó y el príncipe pareció derrumbarse. Apoyó las manos en los hombros de Choubris y dejó caer la cabeza sobre el pecho de su criado con un gemido.

–¡Oh, Choubris! Si tú no me crees, ¿quién lo hará?

Choubris sintió en el pecho el calor de la cara del príncipe y una humedad que se extendía por su camisa. Levantó la mano para darle a su amo unas palmaditas en la cabeza, pero eso se parecía demasiado a lo que se haría con una mujer o un niño así que volvió a dejar caer la mano. Estaba pasmado, ni siquiera en sus momentos de embriaguez más estridentes o autocompasivos el príncipe se había mostrado tan conmovido, tan afectado, tan angustiado por nada; ni por la muerte de su hermano mayor, ni tras perder una de sus monturas más queridas en una apuesta, ni tras darse cuenta de que su padre lo consideraba un imbécil y un gandul, nunca se había puesto así.

–Señor –dijo Choubris al tiempo que cogía al príncipe por los hombros y lo enderezaba otra vez–. Esto es demasiado para que pueda absorberlo de una sola sentada. Yo también preferiría pensar que mi querido amo está loco que entretener la posibilidad de que lo que dice es verdad, pues si es así, por Dios que estamos todos a medio camino de la locura y los propios cielos podrían caer sobre nosotros en cualquier momento y no provocarían mayor desastre o incredulidad. –Ferbin se estaba mordiendo los dos labios temblorosos a la vez, como un niño que intentara no llorar. Choubris estiró una mano y le dio unas palmaditas a una de las del príncipe–. Permitidme deciros lo que he oído, rumores varios pero consistentes en boca de una amplia variedad de tipos militares tan fornidos como candorosos, y lo que he visto también en un boletín del ejército: lo que sería la versión oficial y autorizada, si queréis. Quizá al oírlo lleguéis a un compromiso en vuestra pobre cabeza con la fiebre que os posee.

Ferbin se rió con amargura, volvió a echar atrás la cabeza y sollozó, aunque parecía sonreír. Se llevó la botella de vino a los labios y después la dejó caer al suelo desnudo.

–Pásame el agua; rezaré para que algún canalla muerto arroyo arriba la haya contaminado, así podré envenenarme por la boca mientras tú viertes el mismo veneno en mis oídos. ¡Eso sí que sería un buen trabajo!

Choubris carraspeó un momento para ocultar su asombro. Eso sí que no tenía precedentes: Ferbin dejando una botella sin terminar. Que algo lo había vuelto loco era obvio.

–Bueno, señor. Dicen que el rey murió de su herida, un disparo de un cañón de pequeño calibre en el costado derecho.

–Hasta el momento aciertan la mitad. La herida la tenía a la derecha.

–Tuvo una muerte fácil, aunque solemne, y con testigos, a apenas una hora de aquí, en una vieja fábrica que después ardió.

–Por su culpa. La quemaron ellos. –Ferbin sorbió por la nariz y se limpió con una manga–. Y casi me queman a mí. –Sacudió la cabeza–. A veces pienso que ojalá lo hubieran hecho –terminó aunque sus palabras chocaron con las de Choubris.

–Su muerte fue presenciada por Tyl Loesp, el eminente Chasque, el general...

–¿Qué? –protestó Ferbin, enfadado–. ¡Chasque no estaba allí! ¡Un humilde sacerdote ambulante fue todo lo que tuvo, y hasta a él lo mató Tyl Loesp! ¡Le voló los sesos!

–Y también los doctores Gillews, Tareah y...

–Gillews –lo interrumpió Ferbin–. Solo Gillews, salvo por su ayudante, otra víctima de la pistola de Tyl Loesp.

–También el general, disculpadme, ahora mariscal de campo, Werreber y varios de sus...

–¡Todo mentira! ¡Una mentira tras otra! ¡Esos no estaban allí!

–Se dice que estaban, señor. Y que el rey ordenó que se matara a todos los deldeynos capturados. Aunque, he de admitir una diferencia, otros dicen que las propias tropas se embarcaron en esa lamentable empresa al enterarse de la muerte de vuestro padre, inmersos en un frenesí de venganza letal. Reconozco que en eso no parecen coincidir todos las versiones todavía.

–Y cuando coincidan, será para mayor provecho de Tyl Loesp y sus inmundos cómplices. –Ferbin sacudió la cabeza–. Mi padre no ordenó semejante crimen. Eso no le honra. Lo han hecho para minar su reputación incluso antes de que le den sepultura. Mentiras, Choubris. Mentiras. –El príncipe volvió a sacudir la cabeza–. Todo mentiras.

–El ejército entero cree que es verdad, señor. Al igual que el palacio, diría yo, y todos los que saben leer o tienen oídos en Pourl y por toda esta tierra, hasta donde el cable, las bestias o cualquier otra forma inferior de llevar mensajes pueda llevar la noticia.

–Con todo –dijo Ferbin con amargura–, incluso sí yo fuera el único que sabe lo que ocurrió, sigo sabiéndolo.

Choubris se rascó tras una oreja.

–Si el mundo entero piensa otra cosa, señor, ¿os parece que decir lo contrario es prudente?

Ferbin miró a su criado con una franqueza inquietante.

–¿Y qué querrías tú que hiciera, Choubris?

–¿Eh? Bueno, pues... ¡señor, volved conmigo a palacio y seréis el rey!

–¿Y que no me peguen un tiro por impostor?

–¿Impostor, señor?

–Ilumíname, ¿cuál es mi estatus según esa versión oficial de las cosas?

–Bueno, sí, tenéis razón en que se os ha considerado muerto, pero... seguro que... en cuanto vean vuestra persona...

–¿No me matarían en el mismo instante en que me echaran la vista encima?

–¿Por qué os iban a matar?

–¡Porque no sé nada de quién participa y quién no en esta traición! Aquellos que vi al morir mi padre, sí, culpables como el propio pecado. ¿Los otros? ¿Chasque? ¿Werreber? ¿Lo sabían? ¿Afirmaron haber estado presentes en esa muerte ficticia y tranquila para contribuir a sostener las circunstancias que les presentaron aquellos que habían llevado a cabo el crimen? ¿No sospechan nada? ¿Sospechan algo? ¿Todo? ¿Formaban parte de todo desde el comienzo, todos y cada uno de ellos? Tyl Loesp es culpable y nadie más cerca de mi padre que él. ¿Quién más no podría ser culpable? Dime, ¿no has oído que advertían contra la presencia de espías, francotiradores, saboteadores y guerrillas?

–Algunas advertencias hay, señor.

–¿Había alguna orden de especial severidad que hayas oído referida a aquellos que aparecieran de repente en el perímetro del campo de batalla aparentando autoridad?

–Bueno, justo en las últimas horas, sí, señor, pero...

–Lo que significa que me apresarán y luego me dispararán. Por la espalda, sin duda, para poder decir que estaba intentando escapar. ¿O crees que ese tipo de cosas nunca pasan, en el ejército o en la milicia?

–Es que...

–Y si consiguiera llegar hasta el palacio, sucedería lo mismo, ¿Cuánto tiempo conseguiría sobrevivir? ¿Lo bastante para contar la verdad delante de un quorum suficiente como para triunfar? Me parece que no. ¿Lo suficiente como para desafiar a Tyl Loesp o enfrentarme a ese desgraciado? ¿Más allá de toda duda razonable? Desde el más allá, diría yo. –El príncipe sacudió la cabeza–. No, lo he pensado mucho a lo largo de este último día y veo con bastante claridad los méritos de los caminos opuestos que se me ofrecen, pero también sé lo que me dicta el instinto, y en el pasado este ha demostrado ser digno de toda confianza. –Eso era verdad, el instinto de Ferbin siempre le había dictado que huyera de los problemas o conflictos en potencia (pendencias, acreedores, padres coléricos de hijas deshonradas) y ya fuera para huir del refugio de una oscura mancebía, un pabellón de caza convenientemente distante o incluso el propio palacio, aquella intuición siempre había demostrado estar en lo cierto.

–En cualquier caso, señor, no podéis ocultaros aquí para siempre.

–Lo sé. Y además no soy de los que pueden entrar en ningún tipo de discusión con los Tyl Loesp de este mundo. Sé que me superan en astucia y recurren fácilmente a la brutalidad.

–Bueno, bien sabe Dios que yo no soy tampoco de esos, señor.

–Debo huir, Choubris.

–¿Huir, señor?

–Oh, sí, huir. Huir lejos, muy lejos y buscar santuario o encontrar un paladín en una de las dos personas a las que nunca imaginé que tendría que molestar para pedirles un favor tan degradante. Supongo que debería estar agradecido por tener alguna alternativa, o quizá solo dos posibilidades.

–¿Y cuáles serían, señor?

–Primero debemos llegar a una torre por la que podamos viajar, tengo una idea para obtener los documentos necesarios –dijo Ferbin casi como si hablara para sí–. Después haremos que nos transporten a la superficie y tomaremos una nave que nos lleve a las estrellas, a Xide Hyrlis, que comanda ahora a los nariscenos y que quizá acepte nuestra causa por amor a mi padre muerto y si él no puede, entonces al menos quizá nos indique la ruta... hasta Djan –le dijo Ferbin a Holse con lo que parecía un cansancio repentino–. La hija de Anaplia. A la que criaron para que fuera digna de casarse con un príncipe y después se encontró entregada a ese imperio alienígena mestizo que se hace llamar la Cultura.

4. En tránsito

U
taltifuhl, el gran zamerín de Sursamen-Nariscene a cargo de todos los intereses nariscenos del planeta y su sistema solar y por tanto (según los términos del mando que ostentaban los nariscenos bajo los auspicios del Consejo General Galáctico) lo más parecido a un gobernante general de ambos territorios que se podía ser, acababa de comenzar el largo viaje al 3044 Gran Desove de la Imperecedera Reina del remoto planeta natal de su especie cuando se encontró con la directora general de la misión estratégica de Morthanveld en el Espinazo Huliano Terciario al hacer una visita de cortesía a la modesta pero, por supuesto, influyente embajada que tenía Morthanveld en Sursamen, en el Tercer Centro de Tránsito Ecuatorial, muy por encima de la superficie oscura de Sursamen, salpicada de agujeros de color azul verdoso.

Los nariscenos eran insectiles. El zamerín tenía seis miembros y el cuerpo cubierto de queratina. Este, oscuro y dividido en cinco segmentos, de algo menos de metro y medio de longitud (sin contar los pedúnculos y con las mandíbulas retraídas) estaba tachonado de joyas injertadas, venas de metales preciosos incrustadas, aparatos sensoriales adicionales, numerosos holoproyectores diminutos que exhibían las muchas medallas, honores, distinciones y condecoraciones que se le habían concedido a lo largo de los años y unas cuantas armas ligeras, en su mayoría de ceremonia.

El gran zamerín iba acompañado por un séquito de miembros de su especie, todos ellos ataviados con galas bastante menos impresionantes y algo más pequeños que él. Eran, asimismo, y si esa es la palabra adecuada, asexuados. Tendían a moverse por los espacios cavernosos y repletos de redes del centro de tránsito en formación de punta de flecha, con el gran zamerín a la cabeza.

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