Matahombres (16 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matahombres
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Cuando giraron en una esquina cercana a la periferia del Laberinto, vieron que el capitán de distrito Wissen avanzaba apresuradamente hacia ellos con una compañía de la guardia. El fuego se reflejaba en su bruñido peto y le arrancaba destellos amarillos.

Sus ojos se abrieron más al verlos.

—¡Vosotros! —gritó, señalándolos—. ¿Sois vosotros los que estáis detrás de esto?

Gotrek no se paró.

—¡Fuera de mi camino, necio!

—Arrestadlos —gritó Wissen.

Los guardias se desplegaron a lo ancho de la calle y les apuntaron con las lanzas.

Gotrek se detuvo, con el ceño fruncido, y los miró duramente.

—Los culpables son los miembros de la Llama Purificadora, capitán —se apresuró a decir Félix. No sería buena cosa que el Matador hiciera una carnicería entre los guardias—. Vuestros agitadores son miembros de un culto, adoradores de El que Transforma las Cosas. Fueron ellos quienes iniciaron el incendio. Y planean algo peor. Tienen intención de hacer volar la Escuela Imperial de Artillería con la pólvora robada.

El enojo destelló en la cara de Wissen. ¿Celos, tal vez?

—¿Y cómo sabéis eso? —preguntó con tono despectivo.

Félix se volvió a mirar a Ulrika para obtener su confirmación, y se dio cuenta de que ya no estaba con ellos. Miró por encima del hombro, pero ella se había esfumado. ¿Adónde había ido? ¿Cuándo se había marchado?

—Se lo oímos decir a los propios adoradores del Caos —dijo cuando volvió a mirar a Wissen—. Y vimos cómo se llevaban la pólvora al interior de las cloacas.

—Pero ¿no tenéis ninguna prueba de ello? —preguntó Wissen.

Félix gruñó de frustración.

—No os entiendo, capitán. Desde el principio habéis sospechado que detrás del robo de la pólvora estaban los agitadores, pero ahora que os traemos la confirmación de que vuestras sospechas eran correctas, ¿la ponéis en tela de juicio? ¿Qué problema hay?

—El problema sois vosotros —dijo Wissen, que avanzó y lo pinchó con un dedo—. He tenido a la Llama Purificadora bajo observación durante los últimos meses. Mis hombres han estado muy cerca de descubrir quiénes son sus jefes y cuáles son sus metas finales. ¡Así de cerca estábamos! —Sostuvo el índice y el pulgar casi pegados—. Así de cerca de meterlos a todos en el saco y encarcelarlos. Podríamos haber descubierto una vasta red de agitadores y colaboradores, podríamos haberles apretado los tornillos, pero ahora llegan los salvadores de Nuln, que andan danzando por la ciudad como un par de ogros borrachos, y destrozan todo lo que tocan. ¡Ahora nunca los atraparemos! ¡Los habéis dispersado a los cuatro vientos! —Maldijo y se volvió hacia sus hombres—. ¡Arrestadlos! —gritó—. Arrestadlos por interferir en el trabajo de la guardia.

Gotrek se puso en guardia.

—A mí me atraparéis muerto.

Félix gimió. La cosa se ponía mal. Gotrek iba a matar a un capitán de la guardia y tendrían que volver a huir antes de que pudieran advertir a Groot y a Makaisson de los planes de la Llama Purificadora.

—Capitán —dijo, esforzándose por mantener la voz serena—. Capitán, sed razonable. ¿Es necesario que os recuerde que el propio señor Hieronymous Ostwald en persona nos ordenó que os ayudáramos en las investigaciones? ¿Cómo le explicaréis nuestro arresto? ¿No deberíais, al menos, consultar con vuestros superiores?

Wissen calló, rechinando los dientes. Sus hombres vacilaron.

—Íbamos de camino a advertir al señor Groot del peligro que corre la Escuela Imperial de Artillería —continuó Félix—. Si queréis acompañarnos, estoy seguro de que la verdad de nuestra historia será encontrada debajo del edificio.

Una sonrisa desagradable apareció lentamente en la cara de Wissen.

—¡Ja! —exclamó—. Estoy seguro de que sí. —Le hizo a Félix una elaborada reverencia—. Muy bien, señor. Abrid la marcha. Abrid la marcha, y ya veremos.

Capítulo 8

El señor Groot hizo girar la llave de una pesada puerta reforzada con hierro y la abrió.

—Éstas son las salas más bajas de la escuela —dijo con tono de enfado—. Y las últimas que quedan por examinar… Se trata de unas mazmorras a las que nunca hemos necesitado dar uso. —Se apartó a un lado para dejar que entraran Gotrek, Félix, Malakai, el mago Lichtmann y el capitán Wissen.

Habían sacado a Groot de la cama hacía más de una hora, y no estaba del mejor de los humores. Contaba con la total simpatía de Félix, que se sentía tan cansado y dolorido por haber pasado toda la noche luchando, cayéndose y golpeándose el cuerpo, que apenas podía poner un pie delante del otro. Los ojos se le cruzaban y necesitaba realizar un esfuerzo para volver a enfocar.

La mazmorra era muy pequeña. Había una sala de guardia, con diez celdas al otro lado, y una sala de interrogatorio más allá de éstas. En verdad, parecía no haber sido usada nunca. Las esquinas de los escasos muebles que había eran agudas, no estaban desgastadas por el roce, y todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. A pesar de esto, el grupo hizo un concienzudo recorrido del conjunto, y asomaron la cabeza al interior de cada celda y a la sala de interrogatorio. Gotrek y Malakai realizaron un examen más cuidadoso, durante el cual pasaron las manos por todas las paredes y escrutaron atentamente suelos y techos, mientras el mago Lichtmann murmuraba y hacía gestos con su única mano. Groot y Wissen esperaron su regreso con exagerada paciencia.

Al fin, los dos Matadores intercambiaron miradas de desdicha y regresaron a la puerta.

—Nada —dijo Malakai con un suspiro—. Ninguna puerta oculta, ni paredes huecas, ni trampillas en el suelo. Igual que el resto.

Wissen soltó un corto bufido de triunfo.

—¿Y estáis de acuerdo en que hemos visto todo lo que puede verse? —inquirió Groot.

—Sí, ya lo creo —replicó Malakai—. No nos hemos descuidado nada. Lo hemos visto todo.

—Y yo no detecto nada que esté oculto mediante ningún tipo de magia —declaró el mago Lichtmann.

Groot asintió con la cabeza.

—En ese caso, regresemos a un lugar más caliente y aguardemos el informe del destacamento de las cloacas.

Encabezó la marcha a través de las muchas bodegas, hasta la sala de recepción de la escuela. Allí los esperaban los jefes del destacamento de las cloacas: un capitán y un sargento de la guardia de la escuela que permanecían en posición de firmes ante la entrada, con un hombre jorobado y macilento vestido con ropas mugrientas y que llevaba un farol, un gancho de asta larga, y una espada corta y una daga al cinturón.

Félix reconoció al instante el atuendo del hombre. Era un guardia de cloacas. Una oleada de recuerdos le inundó la mente al verlo: Gotrek y él pertrechados con esos mismos objetos, al igual que los otros hombres de su patrulla, es decir, Gant, Rudi, Hef, Araña y los hermanos gemelos que habían compartido la misma muchacha. También recordó el repugnante olor que tardaba una eternidad en quitarse de la piel y el pelo. El recuerdo era tan vivido que pensó que incluso ahora sentía ese olor.

«
No, no
», se dijo, al ver que el mago Lichtmann fruncía la nariz; no era un recuerdo, después de todo. Era como olía el guardia de cloacas.

—¿Qué tenéis que informar, capitán? —preguntó Groot.

El oficial lo saludó y dio un paso al frente.

—Nada, mi señor. Steiger, aquí presente, nos llevó por todos los túneles y canales que pasan por debajo de la escuela. No había nada; ni barriles, ni pólvora suelta, ni mechas. No vimos rastro alguno de excavaciones o construcciones recientes. Incluso… —empezó a decir, y tosió—, incluso le hicimos remover el estofado por si había algo oculto bajo la superficie. Tampoco allí había nada.

Groot asintió con la cabeza.

—Muy bien, capitán. Podéis marcharos. Descansad un poco. Y dadle una corona a este hombre por las molestias.

—Sí, mi señor —dijo el capitán.

El guardia de cloacas se tocó el copete en un saludo dirigido a Groot, y a continuación el capitán y el sargento se lo llevaron fuera. Al abrir la puerta, la luz de la aurora penetró en el vestíbulo de entrada.

—¿Lo veis, señor Groot? —dijo Wissen, ansioso, cuando él y los otros entraban en la sala de recepción, tras el director—. ¡Nada! Ni pólvora, ni rastro de la Llama Purificadora.

Groot se limitó a gemir y a dejarse caer con cansancio en un mullido sillón de cuero.

—Cabe la posibilidad de que aún no la hayan colocado —sugirió Malakai.

—O que no se la vendieran a la Llama Purificadora, para empezar —aventuró el mago Lichtmann.

Él capitán Wissen miró a Gotrek y a Félix con el ceño fruncido.

—Comienzo a preguntarme si hay algo de verdad en esta historia. Sólo podemos basarnos en su palabra para creer que han encontrado el cuartel general de la Llama Purificadora, y que sus miembros son adoradores del Caos.

Gotrek se volvió hacia él con los puños cerrados.

—¿Creéis que me he hecho estos cortes al caerme por una escalera?

—Al caeros del taburete de una taberna, tal vez —se burló Wissen.

Gotrek se lanzó hacia él al mismo tiempo que bajaba la cabeza.

—Vale. Ya basta.

Malakai se interpuso en su camino y extendió un brazo para detenerlo.

—Tranquilo, muchacho, tranquilo. Así no conseguirás atrapar a los villanos.

—¿Lo veis? —gritó Wissen, a la vez que retrocedía—. ¿Lo veis? Cualesquiera que fueran los actos de heroísmo que estos dos llevaran a cabo en el pasado, ahora no son más que pendencieros de taberna. Puede que sea verdad que hayan descubierto brujería y mutación dentro de la Hermandad de la Llama Purificadora, pero igualmente podría ser verdad que andarán de juerga en una cervecería del Laberinto y que le dieran una patada a un farol, y luego se inventaran esta historia disparatada para encubrir su propia villanía.

Gotrek empujó el brazo de Malakai.

—¿Me llamas mentiroso?

—En absoluto —replicó Wissen—. Simplemente digo que no podemos saberlo porque quemasteis todas las pruebas, y debajo de la escuela no hemos encontrado nada.

—¡Nosotros no quemamos nada! —le espetó Félix, cuya irritación acabó por imponerse a su agotamiento—. ¡Lo hicieron los adoradores del Caos cuando vieron que corrían el peligro de que los denunciáramos!

—¿Y eso hace que sea menos culpa vuestra? —preguntó Wissen—. Si vosotros no hubierais entrado en su madriguera, no habrían tenido ninguna necesidad de destruir los ídolos. —Señaló la hilera de ventanas que corría por la pared frontal de la habitación—. ¡Mirad allí! ¡Mirad!

Todas las cabezas se volvieron hacia las ventanas. A través de los cristales en forma de diamante, Félix vio una torneada columna de humo que se alzaba del centro del distrito de Las Chabolas y se esparcía por el cielo rosa nacarado del amanecer como un manchurrón de estiércol sobre el vestido de baile de una dama. El anaranjado resplandor del fuego aún iluminaba la base.

—Eso es obra vuestra —dijo Wissen—, tanto si lo provocasteis vosotros como si no. Decenas de muertos. Centenares sin hogar. Víctimas de vuestra obstinación.

Félix no podía apartar los ojos del humo que ascendía. Sentía como si las palabras se le apilaran como lápidas sobre el corazón, una por vez, y se lo aplastaran. Por mucho que odiara a aquel hombre, no podía evitar pensar que Wissen tenía razón. Era culpa de ellos. Habían entrado a la carga, como hacían siempre, y habían acabado perjudicadas personas inocentes. Miró a Gotrek, a quien esperaba encontrar intentando empujar a Malakai a un lado para continuar hacia Wissen, pero el Matador tenía los ojos fijos en el suelo y los puños cerrados. Al parecer, las palabras también lo habían golpeado a él. De algún modo, eso hacía que fuera peor.

Wissen se volvió hacia los demás e hizo una reverencia.

—Mis señores, apostaré hombres en las cloacas de debajo de la Escuela Imperial de Artillería, sólo por si acaso la historia de herr Jaeger fuera verdad. No es más que prudencia básica. Pero ¿se me permitiría sugerir que él y Gurnisson queden confinados en el Colegio de Ingeniería hasta que sus acciones puedan ser explicadas ante el señor Ostwald?

—Creo que es lo más prudente —dijo el mago Lichtmann, cuyas gafas destellaban en la luz de la aurora—. Es una tremenda lástima. Pero, por mucho que admiro el celo de ambos, me temo que el Matador y su compañero han sido, tal vez, demasiado precipitados. Si hubieran informado al capitán de distrito Wissen de lo que habían descubierto, en lugar de intentar acabar con el culto, si de eso se trataba, en efecto, por su propia cuenta, podrían haberse evitado muchas tragedias.

El señor Groot asintió con la cabeza.

—Sí —dijo—. Quizá sea lo mejor. Sin duda, este tipo de tácticas funcionan bastante bien en los territorios de nuestros enemigos, pero esto… —añadió, y sacudió la cabeza con tristeza—, esto ha acabado con la vida y los medios de subsistencia de honrados habitantes de Nuln. Eso no puede permitirse.

Malakai golpeó una consola con un puño enorme. Tenía la cara tan roja como la cresta.

—¡Idiotas cabeza hueca! —vociferó—. ¿Es que no tenéis más sensatez que un puñado de gallinas? ¡Estáis encerrando a los tipos equivocados! —Barrió el aire con la mano para señalar a Gotrek y a Félix—. ¿Quiénes han encontrado a los ladrones que robaron la pólvora? ¿Quiénes han descubierto a las alimañas que la compraron y han averiguado sus malvados planes?

—Sólo tenemos su palabra sobre eso —intervino Wissen con un dedo en alto.

—¡Vos os calláis! —le espetó Malakai—. Estoy hablando yo. —Se volvió a mirar a Groot—. Y en cuanto a quién hay que culpar del incendio, ¿creéis que este hombrecillo —dijo, y señaló a Wissen— y sus muchachos lo habrían hecho mejor? ¡Por la barba de Grungni!, pero si los mozos de la Llama Purificadora los habrían oído llegar antes de que bajaran tres tramos de escalera, y habrían prendido fuego a todo. Habríais perdido a toda una compañía de la guardia, además de a esos pobres mendigos de las madrigueras. —Señaló a Gotrek y a Félix—. Gurnisson y el joven Félix son los que han estado más cerca de atrapar a esos lunáticos. ¿Y es a ellos a los que vais a encerrar? ¡Id a que os zurzan!

Groot alzó las manos con gesto aplacador.

—No los vamos a encerrar, Malakai —dijo—. No los vamos a encerrar. Sólo…, eh…, se tomarán un descanso, digamos, hasta que el señor Ostwald pueda analizar lo sucedido. No me cabe duda de que aprobará todo lo que han hecho y los dejará moverse a sus anchas en cuanto haya hablado con ellos.

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