Mass Effect. Revelación (21 page)

Read Mass Effect. Revelación Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Mass Effect. Revelación
12.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sidon se dedicaba a una tarea muy concreta: al estudio y desarrollo de la inteligencia artificial. Sabíamos que era arriesgado pero teníamos estrictos protocolos de seguridad para asegurar que nada fallara. Hace dos años comencé en la base como analista de sistemas de bajo nivel, trabajando directamente bajo la supervisión del Dr. Qian, el hombre a cargo del proyecto. La gente emplea la palabra «genio» constantemente —afirmó, sin intentar ocultar su admiración— pero él era uno de verdad. Su mente, su investigación, la manera que tiene de pensar… está a un nivel tan por encima del resto de nosotros que apenas podemos siquiera captarlo. Como la mayoría de la gente, yo hacía cualquier cosa que el Dr. Qian me pidiera. La mitad del tiempo ni siquiera comprendía del todo por qué estaba haciéndolo.

—¿Por qué no estabas en Sidon cuando fue atacada? —preguntó Anderson, empujándola con delicadeza hacia la parte relevante de su relato.

—Hace unos meses noté algunos cambios en el comportamiento del Dr. Qian. Cada vez pasaba más y más tiempo en el laboratorio. Empezó a trabajar en turnos dobles; apenas dormía, aunque parecía disponer de una reserva interminable de energía frenética y desesperada.

—¿Era un maníaco?

—No lo creo. Jamás había percibido un indicio de ello antes. Pero de repente estaba integrando todo tipo de discos duros nuevos en los sistemas. Nuestra investigación comenzó a ir en direcciones totalmente diferentes; abandonamos por completo las prácticas convencionales y nos adentramos en nuevas teorías radicales. Empleábamos tecnología de prototipos y diseños distintos a nada que hubiéramos visto con anterioridad. Al principio pensé que el Dr. Qian había hecho algún avance decisivo. Algo que le había infundido entusiasmo. Cuando comenzó fue estimulante. Su excitación era contagiosa. Pero después de un tiempo empecé a sospechar.

—¿A sospechar?

—Resulta difícil de explicar. Había algo diferente en el Dr. Qian. Parecía muy alterado. Llevaba trabajando con él dos años. Aquel hombre no era él. Definitivamente había algo que no iba bien. No era tan sólo que trabajara más duro. Estaba obsesionado. Como si… alguien le dirigiera. Y parecía como si estuviera ocultando algo. Algún secreto que no quería que nadie más del proyecto conociera. Antes, si necesitaba algo de ti, entraba en insoportables detalles sobre por qué tu trabajo era importante. Te explicaba cuál era la interconexión con cada departamento del proyecto, aunque creo que en realidad sabía que nadie más podía captar la complejidad del trabajo que hacíamos. Los últimos meses fueron diferentes. Dejó de comunicarse con el equipo; daba órdenes sin dar explicaciones. Sencillamente, no se comportaba como él. Así que comencé a indagar en los bancos de datos. Incluso llegué a piratear los archivos del Dr. Qian para ver qué podía averiguar.

—¿Qué? —Anderson estaba horrorizado—. No puedo creerlo… ¿Cómo pudiste hacerlo?

—La encriptación y los algoritmos de seguridad son mi especialidad —respondió, con tan sólo un leve atisbo de orgullo. Entonces su voz se puso a la defensiva—. Mira, ya sé que era ilegal. Sé que rompí la cadena de mando. Pero tú no estabas ahí. No puedes entender lo extraño que era el modo de actuar del Dr. Qian.

—¿Qué averiguaste?

—No sólo había llevado el proyecto hacia una nueva y radical dirección; nuestra investigación se había alejado completamente de los cauces establecidos. Todas las nuevas teorías, el nuevo hardware… ¡Todo estaba encaminado a adaptar nuestras redes neurales para poder conectarlas a una especie de artefacto alienígena!

—¿Y qué? —dijo Anderson encogiéndose de hombros—. Casi todos los principales avances que hemos hecho en las últimas dos décadas se basan en artefactos proteanos. Y no somos sólo nosotros; la sociedad galáctica no existiría de no ser compatible con la tecnología alienígena. Cada especie del Espacio de la Ciudadela estaría ahora atrapada en su propio sistema solar.

—Esto es diferente —insistió—. Toma por ejemplo los relés de masa. Sólo tenemos una comprensión parcial sobre cómo funcionan. Sabemos cómo utilizarlos, pero no comprendemos lo suficiente para intentar, de hecho, construir uno. En Sidon estábamos intentando crear una inteligencia artificial, posiblemente el arma más devastadora que podríamos liberar en la galaxia. Y el Dr. Qian quería introducir un elemento en la investigación que escapaba incluso a su comprensión.

Anderson asintió, recordando el infame Proyecto Manhattan, a principios del siglo
XX
, de sus cursos de historia en la Academia. Desesperados por crear un arma atómica, los científicos del proyecto se expusieron inconscientemente a niveles peligrosos de radiación como algo natural en sus experimentos. En realidad, dos investigadores murieron durante el proyecto y muchos otros acabaron afectados por el cáncer u otras consecuencias a largo plazo debido al prolongado envenenamiento por la radiación.

—Se suponía que no debíamos repetir los errores del pasado —dijo Kahlee, sin esforzarse por ocultar la decepción en su voz—. Creí que el Dr. Qian era más listo que eso.

—¿Ibas a denunciarle, no es así?

La joven asintió lentamente.

—Estabas haciendo lo correcto, Kahlee —afirmó, percibiendo la incertidumbre de su expresión.

—Eso resulta difícil de creer ahora que todos mis amigos están muertos.

Anderson podía ver que estaba padeciendo el típico síndrome de culpabilidad del superviviente. Pero, a pesar de que sentía lástima por ella, seguía necesitando más información.

—Kahlee… aún tenemos que averiguar quién hizo esto. Y por qué.

—Puede que alguien quisiera detener al Dr. Qian —sugirió, con un susurro—. Puede que mi investigación alertara a alguien más. Alguien de más arriba. Y que decidieran suspender el proyecto para siempre.

—¿Crees que alguien de la Alianza pudo hacer esto? —Anderson estaba horrorizado.

—¡No sé qué creer! —gritó ella—. ¡Sólo sé que estoy cansada y asustada y que sólo quiero que todo esto se acabe! —Por un segundo, pensó que Kahlee iba a romper a llorar otra vez, aunque no lo hizo. En cambio, se quedó mirándole fijamente—. ¿Así que vas a ayudarme a resolver quién está detrás de esto? ¿Incluso si resulta que la Alianza está de algún modo involucrada?

—Estoy de tu parte —le prometió Anderson—. No creo que nadie de la Alianza esté detrás de esto. Pero si al final resulta que sí, haré lo posible por eliminarles.

—Te creo —dijo tras un momento—. ¿Y ahora qué?

Le había confesado la verdad. Ahora él tenía que hacer lo mismo.

—El mando de la Alianza me explicó que quienquiera que atacara la base iba detrás del Dr. Qian. Creen que podría seguir con vida.

—¡Pero los vídeo-diarios dicen que no hubo supervivientes!

—No hay modo de estar seguros. La mayoría de los cuerpos se volatilizaron en el escenario.

—¿Y por qué ahora? —preguntó Kahlee—. El proyecto llevaba años en marcha.

—Puede que acabaran de descubrirlo. Quizá la nueva investigación de Qian les pusiera sobre aviso. Quizá tenga alguna relación con ese artefacto alienígena que descubrió.

—O puede que yo les obligara a mover ficha.

Anderson no iba a dejarla tirar por ese camino.

—Esto no es culpa tuya —le dijo, inclinándose y agarrándole la mano con fuerza—. Tú no ordenaste el ataque a Sidon. No ayudaste a nadie a esquivar la seguridad de la base. —Tomó aire y entonces pronunció sus siguientes palabras despacio y enfáticamente—. Kahlee, tú no eres responsable de esto.

Soltó su mano y se recostó.

—Y necesito que me ayudes a averiguar quién fue. Necesitamos descubrir si alguien más conocía la existencia de ese artefacto proteano.

—No era proteano —le corrigió—. Al menos, no según las notas del Dr. Qian.

—¿Y qué era entonces? ¿Asari? ¿Turiano? ¿Batariano?

—No, nada de eso. Qian no sabía qué era exactamente. Pero era antiguo. Creía que podía ser incluso anterior a los proteanos.

—¿Anterior a los proteanos? —repitió Anderson, intentando asegurarse de haberla oído bien.

—Eso creía Qian —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Dónde lo encontró? ¿Dónde está ahora?

—No creo que jamás estuviera en la base. El Dr. Qian no lo hubiera traído hasta estar preparado para integrarlo en nuestro proyecto. Y podría haberlo encontrado en cualquier parte —admitió—. Cada tantos meses salía de la base durante una o dos semanas. Siempre di por sentado que era para dar alguna clase de informe de situación a sus superiores en el mando de la Alianza, pero quién sabe a dónde iba o qué hacía.

—Alguien de fuera de la base tenía que estar enterado de esto —presionó Anderson—. Dijiste que el Dr. Qian cambió, que llevó la investigación hacia otra dirección enteramente nueva. ¿Había alguien externo al proyecto que pudiera haber notado algo fuera de lo ordinario?

—No se me ocurre… ¡Espera! ¡El hardware para nuestra nueva investigación! ¡Vino todo del mismo proveedor de Camala!

—¿Camala? ¿Vuestro proveedor era batariano?

—Nunca tratamos con ellos directamente —explicó, hablando deprisa—. En el espacio de la Ciudadela, las adquisiciones de hardware sospechosas se marcan y se denuncian al Consejo. A lo largo de la existencia del proyecto, utilizamos centenares de empresas fantasma para hacer los pedidos de cada componente por separado; pedidos demasiado pequeños para llamar la atención por sí mismos. Entonces los configurábamos en la base y los integrábamos en nuestra infraestructura de hardware existente. El Dr. Qian quería evitar problemas de compatibilidad en las redes neurales, por lo que se aseguró de que casi todo pudiera remontarse a un único proveedor: Manufacturas Dah’tan.

Anderson se dio cuenta de que, de un modo enrevesado, aquello tenía sentido. Dada la actual tensión política entre humanos y batarianos, nadie sospecharía que el proveedor principal de un proyecto de investigación secreto de la Alianza estuviera en Camala.

—Si alguien en la empresa proveedora se dio cuenta de que existía un patrón en las adquisiciones —continuó Kahlee—, pudo haber descubierto lo que estábamos haciendo.

—Tan pronto como Grissom nos saque de este mundo —declaró Anderson—, iremos a hacer una pequeña visita a las instalaciones de Dah’tan.

TRECE

A través de la oscuridad de la noche sin luna de Elysium, Saren se dirigió hacia el vehículo que le esperaba. Sabía que los humanos que estaban en la casa le estaban ocultando algo. En Sidon había ocurrido algo más de lo que habían reconocido. Como espectro, tenía el derecho legal de obtener información por la fuerza de cualquiera, incluso de soldados de la Alianza. Pero tener ese derecho y poder usarlo eran en realidad dos cosas distintas.

Elysium era un mundo de la Alianza. No sabía si, tras el tiroteo con Skarr, alguno de los vecinos de Grissom había llamado a las autoridades. No era probable: la casa estaba muy aislada de los vecinos. Pero Saren no podía arriesgarse. Si las autoridades locales de la Alianza llegaban para encontrarse a un turiano interrogando brutalmente a sus compañeros soldados, su estatus de espectro no iba a serle de ayuda.

Además, no era a ellos a quienes perseguía. En la investigación que le ocupaba, los humanos eran insignificantes. Probablemente sabían algo acerca de los motivos por los que habían enviado a Skarr tras ellos, pero dudaba que tuvieran idea de quién lo enviaba.

El krogan era la clave. Saren no tuvo problemas para seguirle hasta Elysium; no tenía más que seguir su rastro de nuevo. El Confín Skylliano era la indómita frontera del espacio de la Ciudadela pero, incluso allí fuera, resultaba prácticamente imposible viajar entre mundos sin llamar la atención. Las naves de menor tamaño eran materialmente capaces de aterrizar en casi cualquier parte de un planeta habitable, aunque todo mundo de destino ocupado por una colonia consolidada captaría instantáneamente a cualquier nave entrante que no aterrizara en el puerto espacial. Tendrían al personal militar en la escena, listo y esperando para detener a todo el mundo a bordo… si es que no se limitaban a disparar contra la nave infractora desde el cielo.

Eso significaba que Skarr tendría que usar los puertos espaciales. E incluso si encontraba algún modo de pasar por la seguridad fronteriza sin ser visto, no resultaba difícil distinguirle entre la multitud. Como espectro, Saren tenía ojos y oídos en prácticamente todos los mundos dispersos a lo largo y ancho del Confín. Dondequiera que el cazarrecompensas se presentara después, alguno de sus contactos le informaría de ello.

Podía dictar una orden para que arrestaran a Skarr, pero dudaba que el krogan permitiese que le capturaran con vida. Hacer que le mataran en un tiroteo con las autoridades locales no conseguiría aproximar más a Saren a quienquiera que estuviera tras el ataque a Sidon. No, lo mejor que podía hacer era encontrarle y seguirle, tal y como había hecho en Elysium. Al final, el krogan le conduciría directamente hasta su jefe.

Una vez más, Edan Had’dah estaba pasando la noche dentro del repugnante almacén en las afueras de Hatre. Una vez más, estaba sentado en la incómoda silla esperando a que llegara Skarr. Y una vez más, le acompañaba su guardia personal: los mismos mercenarios de los Soles Azules que estuvieron con él durante la primera reunión con el krogan. Al menos, los que habían sobrevivido.

Pero esta vez, Edan sabía que jugaba con ventaja. Kahlee Sanders no estaba muerta. Le había pagado una buena cantidad al cazarrecompensas para hacer un trabajo y Skarr había fallado. Esta vez, Edan juró que sería él quien dictara las condiciones de la reunión.

El almacén estaba repleto de grandes cajones de transporte y contenedores de carga. En la parte trasera, una pequeña zona había sido limpiada a fondo para que Edan pudiera dirigir sus negocios; desde esa parte normalmente era difícil oír cuándo alguien llegaba a la puerta principal. Pero los fuertes golpes del krogan al presentarse no dejaban lugar a dudas.

—Asegúrate de quitarle las armas —exclamó Edan, mientras un par de mercenarios batarianos iban a buscar al recién llegado—. Todas —añadió su jefe, recordando vívidamente el cuchillo que Skarr había pasado a escondidas la última vez.

De la parte delantera llegaban los sonidos de una fuerte discusión; aunque no podía oír bien del todo las palabras, sí que podía distinguir los tonos graves de la profunda voz cavernosa del krogan. Un minuto después, uno de los batarianos regresó solo.

—El krogan no piensa entregar las armas.

Other books

My Carrier War by Norman E. Berg
Thin Blood by Vicki Tyley
Tender Love by Irene Brand
Removal by Murphy, Peter
Freedom's Price by Suzanne Brockmann
Mate by the Music by Rebecca Royce