Más allá del planeta silencioso (9 page)

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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

BOOK: Más allá del planeta silencioso
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Se preguntó qué serían las masas rojas en forma de nube y se esforzó por preguntarlo con movimientos de las manos. Pero la pregunta era demasiado particular para el lenguaje gestual. El jross expresó con abundante gesticulación (sus brazos o miembros anteriores eran más flexibles que los de Ransom y se movían, veloces como látigos) que suponía que le preguntaba por el terreno alto en general. Lo llamó
jarandra
. La región baja, pantanosa, la garganta o cañón, parecía ser
jandramit
. Ransom captó las implicancias:
Jandra
, tierra;
jarandra
, tierras altas, montaña;
jandramit
, tierras bajas, valle. En realidad, tierras altas y tierras bajas. Más tarde aprendería la especial importancia que adquiría esa distinción en la geografía de Malacandra.

En ese momento, el jross llegó al final de su navegación cuidadosa. Estaban a unos tres kilómetros de tierra firme cuando de pronto dejó de remar y se quedó tenso con el remo en el aire. En el mismo instante el bote se estremeció y saltó hacia adelante como disparado por una catapulta. Al parecer estaban aprovechando una corriente. En pocos segundos se vieron proyectados a más de veinte kilómetros por hora, alzándose y cayendo sobre las olas extrañas, agudas, perpendiculares de Malacandra con un movimiento espasmódico, completamente distinto al del mar terrestre más picado que Ransom hubiera conocido. Le recordaba las experiencias desastrosas que había pasado sobre un caballo al trote en el ejército, y era muy desagradable. Se aferró a la borda con la mano izquierda y se pasó la derecha por la cara: el calor húmedo del agua se había vuelto muy molesto. Se preguntó si la comida malacándrica, e incluso la bebida, podían ser digeridas por un estómago humano. ¡Menos mal que era un buen marino! O al menos un marino bastante bueno. O al menos…

Se inclinó con rapidez sobre la borda, el calor del agua azul le inundó la cara. Creyó ver anguilas que jugaban en lo profundo, anguilas largas, plateadas. Lo peor ocurrió no una, sino varias veces. En su aflicción recordó con nitidez la vergüenza que había sentido al descomponerse en una fiesta infantil… hacía mucho tiempo, en el astro donde había nacido. Ahora sentía una vergüenza similar. Ése no era el modo que elegiría el primer representante de la humanidad para aparecer ante una nueva especie. ¿Los jrossa también vomitaban? ¿Sabría éste lo que Ransom estaba haciendo? Temblando y gimiendo, se enderezó. La criatura lo observaba, pero su rostro parecía inexpresivo; sólo mucho más tarde aprendería a leer en los rostros de malacándricos.

Mientras tanto, la corriente parecía haber aumentado de velocidad. Oscilaron a través del lago en una amplia curva que los llevó a unos doscientos metros de la costa opuesta, luego retrocedieron otra vez, volvieron a adelantarse en espirales y ochos vertiginosos, mientras el bosque purpúreo y las montañas dentadas pasaban velozmente, y Ransom asociaba desganadamente aquella tortuosa carrera con el nauseabundo girar de las anguilas plateadas. Estaba perdiendo rápidamente su interés por Malacandra: la diferencia entre la Tierra y los demás planetas parecía poco importante comparada con la horrible diferencia que había entre la tierra y el agua. Se preguntó desesperado si el jross viviría habitualmente en el agua. Quizás iban a pasar la noche en ese bote detestable…

En realidad, sus penurias no duraron mucho. Llegó un momento bendito en que cesaron las sacudidas y la velocidad disminuyó, y vio que el jross hacía retroceder la embarcación con rapidez. Aún estaban a flote, con las orillas muy cerca a cada lado, y entre ellas corría un estrecho canal en el que el agua silbaba con furia, aparentemente un bajío. El jross saltó por encima de la borda, arrojando una buena cantidad de agua caliente al interior. Ransom lo siguió, cauteloso y temblando. El agua le llegaba a las rodillas. Vio con asombro que el jross levantaba el bote a pulso, sin esfuerzo aparente, y se lo colocaba sobre la cabeza, sosteniéndolo con la garra delantera y avanzando hacia tierra firme, erecto como una cariátide griega. Marcharon caminando junto al canal, si es que el hamacarse de las cortas piernas y las caderas del jross podía tornarse por una forma de caminar. En pocos minutos, Ransom pudo apreciar un nuevo paisaje.

El canal no era sólo un bajío, sino también un rápido; en realidad, el primero de una serie en el que el agua bajaba con violencia durante el próximo kilómetro. El terreno se apartaba cayendo ante ellos, y el cañón, o
jandramit
, continuaba en un nivel mucho más bajo. Sin embargo, sus paredes no se hundían con él, y desde su ubicación actual Ransom tuvo una noción más clara de la forma en que estaba dispuesto el terreno. A izquierda y derecha se habían hecho visibles extensiones mucho más amplias de las tierras altas, a veces cubiertas con las protuberancias rojas en forma de nube, pero más a menudo llanas, pálidas y áridas hasta donde la línea suave de su horizonte coincidía con el cielo. Ahora los picos montañosos parecían ser sólo la orla o el borde de las verdaderas tierras altas, rodeándolas como los dientes inferiores rodean a la lengua. Le impactó el nítido contraste entre el
jarandra
y el
jandramit
. El desfiladero se tendía bajo ellos como una cadena de joyas, púrpura, azul zafiro, amarillo y blanco rosáceo, una rica y matizada incrustación de tierra boscosa y agua ubicua que desaparecía y reaparecía sin fin. Malacandra era menos parecido a la Tierra de lo que había empezado a suponer. El
jandramit
no era un verdadero valle que se alzaba y caía con la cadena montañosa a la que pertenecía. En realidad, no pertenecía a una cadena montañosa. Era sólo una enorme zanja o rajadura, de profundidad variable, que corría a través del
jarandra
llano y alto, y empezaba a sospechar que este último era la verdadera «superficie» del planeta: ciertamente un astrónomo terrestre la vería como la superficie. En cuanto al
jandramit
parecía no tener fin; ininterrumpido y casi recto, se extendía ante él como una línea de color estrechándose hasta penetrar en el horizonte como una muesca en forma de «V». Debía de estar viendo ciento cincuenta kilómetros y calculó que desde el día anterior había recorrido entre cuarenta y sesenta kilómetros.

Durante todo este tiempo habían bajado junto con los rápidos hasta donde el agua corría otra vez horizontal, y el jross pudo volver a colocar el bote en ella. Durante la caminata, Ransom aprendió las palabras para «bote», «rápido», «agua», «sol» y «transportar». Esta última, al ser su primer verbo, le interesó particularmente. Además el jross se esforzó por inculcarle una asociación o relación, que trataba de comunicar, repitiendo los pares de palabras
jrossa-jandramit
y
séroni-jarandra
. Ransom supuso que le quería decir que los jrossa vivían abajo en el
jandramit
y los séroni arriba en el
jarandra
. Se preguntó qué diablos serían los séroni. Las amplias extensiones del
jarandra
no parecían apropiadas para la vida. Quizás los jrossa tenían una mitología —daba por sentado que eran de bajo nivel cultural— y los séroni eran dioses o demonios.

El viaje prosiguió con náuseas recurrentes y cada vez más leves para Ransom. Horas más tarde cayó en la cuenta de que séroni bien podía ser el plural de sorn.

El sol bajaba a la derecha. Caía más rápido que sobre la Tierra o al menos que sobre las partes de la Tierra que él conocía, y en el cielo sin nubes había poco despliegue crepuscular. Se diferenciaba del sol que conocía en algún otro aspecto que no pudo precisar. Mientras seguía especulando, las cumbres montañosas en forma de aguja se recortaron negras contra él, y el
jandramit
se oscureció, aunque hacia el este (a su izquierda), las tierras altas del
jarandra
seguían brillando en un color rosa pálido, remotas y suaves y tranquilas, como un mundo distinto y más espiritual.

Pronto advirtió que volvían a desembarcar, que pisaban tierra firme, que penetraban en el monte purpúreo. El movimiento del bote parecía haberse grabado en su imaginación y el terreno oscilaba bajo sus pies; eso, unido al cansancio y a la luz crepuscular, hizo que el resto del viaje fuera como un sueño. Una luz comenzó a deslumbrarlo. Era de una fogata que iluminaba las hojas enormes, más allá de las cuales vio las estrellas. Parecían haberlo rodeado docenas de jrossa, que amontonados y tan próximos le parecían menos humanos que su guía solitario. Sintió un poco de miedo, más bien un sentimiento de horrible desubicación. Quería hombres… cualquier hombre, aunque fueran Weston y Devine. Estaba demasiado cansado para tratar de comunicarse con aquellas absurdas cabezas de bala y caras cubiertas de piel. Y, entonces, abajo, cerca de él, más movedizas, aparecieron en tropel las crías, los cachorros, los pequeños o como se llamasen los retoños de los jrossa. Su estado de ánimo cambió súbitamente. Eran unos animalitos alegres y divertidos. Apoyó la mano sobre una cabeza negra y sonrió; la criatura se escabulló.

Nunca pudo recordar mucho de aquella noche. Comieron y bebieron, fueron y vinieron formas negras, hubo extraños ojos luminosos a la luz del fuego y, por último, durmieron en algún lugar oscuro, aparentemente cubierto.

11

Desde que despertó en la astronave, Ransom había meditado sobre la asombrosa aventura de ir a otro planeta y en las probabilidades de regresar. Había reflexionado sobre estar en él. Ahora cada mañana descubría con asombro que no estaba llegando ni huyendo de Malacandra, sino simplemente viviendo allí, despertándose, durmiendo, nadando e incluso, a medida que pasaban los días, conversando. Lo maravilloso de todo eso lo impactó con más fuerza cuando unas tres semanas después de su llegada se encontró dando un verdadero paseo. Pocas semanas más tarde, ya tenía sus lugares favoritos de paseo y sus comidas preferidas: comenzaba a desarrollar hábitos. Distinguía a primera vista un macho de una hembra jross y hasta se le iban haciendo evidentes las diferencias individuales. Jyoi, quien lo había encontrado por primera vez unos cuantos kilómetros hacia el norte, era una persona muy distinta al venerable Jnojra, de hocico gris, que diariamente le enseñaba el idioma. Los críos de la especie eran a su vez distintos, deliciosos. Tratando con ellos, uno podía olvidar todo lo referente al carácter racional de los jrossa. Demasiado jóvenes para perturbarlo con el enigma desconcertante de la razón en una forma animal no humana, lo consolaban en su soledad, como si le hubieran permitido traer perros de la Tierra. Los cachorros, por su parte, sentían el más vivo interés por el duende sin pelo que había aparecido entre ellos. Ransom tenía un éxito brillante con los pequeños y, como consecuencia indirecta, con sus madres.

Sus primeras impresiones sobre la comunidad en general fueron corrigiéndose lentamente. Al principio había diagnosticado que su cultura era del tipo que él denominaba «antigua edad de piedra». Los pocos instrumentos cortantes que poseían eran de piedra. Parecían no tener alfarería, excepto unas pocas vasijas toscas que usaban para hervir alimentos, y ése era el único tipo de cocción que practicaban. La concha semejante a la de una ostra de la que Ransom había saboreado por primera vez la hospitalidad jross era el recipiente que utilizaban como plato, copa y cuchara; el pescado que contenía constituía su único alimento animal. Tenían gran cantidad y variedad de comidas vegetales, algunas deliciosas. Hasta la hierba blanco rosada que cubría el
jandramit
era comestible en pequeñas cantidades, de modo que si se hubiera muerto de hambre antes de que Jyoi lo encontrara, lo habría hecho en medio de la abundancia. Sin embargo, ningún jross comía la hierba (
jonodraskrud
) si podía elegir, aunque
faute de mieux
era posible utilizarla en un largo viaje. Las viviendas eran cabañas en forma de colmena construidas con hojas rígidas, y las aldeas —había varias en la cercanía— siempre se levantaban junto a los ríos, en busca de calor, y bien cerca de su origen, en las paredes del
jandramit
, donde el agua era más caliente. Dormían en el suelo. Parecían no tener artes, excepto una mezcla de música y poesía que era practicada casi todas las noches por un conjunto o compañía de cuatro jrossa. Uno de ellos recitaba en tono cantarín durante largo rato mientras los otros tres, de forma a veces individual y otras coral, lo interrumpían de cuando en cuando con una canción. Ransom no pudo descubrir si las interrupciones eran simples interludios líricos o si entablaban un diálogo con la narración del solista. No disfrutaba mucho de la música. Las voces no eran desagradables y la escala parecía adaptarse al oído humano, pero el esquema de tiempos era absurdo para su sentido rítmico. Al principio, las ocupaciones de la tribu o familia eran misteriosas. La gente siempre desaparecía durante unos días y luego reaparecía. Pescaban poco y viajaban mucho en los botes, sin que Ransom pudiera descubrir la causa. Un día vio una especie de caravana de jrossa que partían a pie con una carga de comida vegetal sobre la cabeza. Al parecer había algún tipo de intercambio comercial en Malacandra.

Descubrió la agricultura la primera semana. Subiendo un kilómetro y medio por el
jandramit
se llegaba a extensos terrenos libres de bosque y cubiertos durante muchos kilómetros por una vegetación baja y pulposa en la que predominaban los colores amarillos, naranja y azul. Más adelante, había plantas alechugadas, altas como un abedul terrestre. En los sitios donde crecían sobre el calor del agua, uno podía subir a una de las hojas inferiores y permanecer acostado deliciosamente en una hamaca fragante, que se mecía con suavidad. En otros sitios, el calor no bastaba para quedarse mucho tiempo inmóvil al aire libre; la temperatura general del
jandramit
era la de una espléndida mañana invernal de la Tierra. Las zonas productoras de alimentos eran explotadas comunalmente por las aldeas circundantes, y la división del trabajo se había llevado a un punto más complejo de lo que él esperaba. Efectuaban el corte, secado, almacenaje, transporte y algo parecido al abono de la tierra, y sospechó que al menos algunos de los canales de agua eran artificiales.

Pero la verdadera revolución en su forma de considerar a los jrossa empezó cuando comprendió el idioma lo suficiente para tratar de satisfacer la curiosidad que ellos sentían por él. Cuando contestó sus preguntas comenzó por declarar que había venido del cielo. Jnojra le preguntó de inmediato de qué planeta o tierra (jandra). A Ransom, que había dado una versión deliberadamente infantil de la verdad para adaptarla a la supuesta ignorancia de su público, le molestó un poco que Jnojra le explicara trabajosamente que él no podía vivir en el cielo porque en el cielo no había aire; podía haber llegado a través del cielo pero tenía que venir de una jandra. Fue incapaz de señalarles la Tierra en el cielo nocturno. Parecieron sorprenderse de su ineptitud y señalaron una y otra vez un planeta brillante que se veía sobre el horizonte occidental, un poco más al sur de donde se había puesto el sol. Lo sorprendió que eligieran un planeta en vez de una simple estrella y que se mantuvieran firmes en su elección, ¿sería posible que supieran astronomía? Desgraciadamente aún dominaba poco el idioma para investigar el grado de conocimiento de los jrossa. Cambió de conversación preguntándoles el nombre del brillante planeta austral y le dijeron que era Thulcandra, el mundo o planeta silencioso.

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