Más allá del planeta silencioso (20 page)

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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

BOOK: Más allá del planeta silencioso
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—Dice —tradujo Ransom— que por eso no sería una acción torcida (o, más bien, dice que sería una acción posible) mataros a todos y traer a los nuestros aquí. Dice que no sentiría piedad. Vuelve a decir que quizás pudieran seguir moviéndose de un mundo a otro y, a donde llegaran, matarían a todos. Creo que ahora está hablando de mundos que giran alrededor de otros soles. Desea que las criaturas nacidas de nuestra especie estén en tantos lugares como puedan. Dice que no sabe qué tipo de criaturas serían.

—Puedo caer —dijo Weston—. Pero mientras viva no consentiré que, teniendo semejante llave en la mano, se cierren las puertas del futuro de mi raza. Lo que espera en el futuro, más allá de nuestra percepción actual, no puede ser concebido por la imaginación; para mí es suficiente que haya un más allá.

—Está diciendo —tradujo Ransom— que no dejará de intentar todo esto a menos que lo maten. Y dice que, aunque no sabe qué pasará con las criaturas originadas por nosotros, desea mucho que eso pase.

Weston, que había terminado su declaración, miró alrededor instintivamente en busca de una silla donde sentarse. En la Tierra, por lo general, se dejaba caer en una silla mientras comenzaban los aplausos. Al no encontrar ninguna —no era el tipo de hombre que se sienta en el suelo, como Devine— se cruzó de brazos y miró con cierta dignidad a su entorno.

—Ha sido bueno escucharte —dijo Oyarsa—. Porque, aunque tu mente es más débil, tu voluntad es menos torcida de lo que pensaba. Lo que harías no sería en tu propio beneficio.

—No —dijo con orgullo Weston en malacándrico—. Yo morir. El hombre vivir.

—Sin embargo, sabes que esas criaturas tendrán que ser muy distintas a ti para vivir en otros mundos.

—Sí, sí. Todo nuevo. Nadie saber aún. ¡Extraños! ¡Grandes!

—¿Entonces lo que amas no es la forma del cuerpo?

—No. No importarme cómo estar formados ellos.

—Uno pensaría entonces que lo que te importa es la mente. Pero tampoco puede ser o si no amarías a los
jnau
dondequiera que los encontraras.

—No importarme los
jnau
. Importarme el hombre.

—Pero si no te importa la mente del hombre, que es como la mente de los otros
jnau
(¿acaso Maleldil no los hizo a todos?), ni su cuerpo, que cambiará… Si no te importa ninguna de las dos cosas, ¿qué quieres decir con la palabra «hombre»?

Tuvieron que traducírselo eso a Weston. Cuando lo comprendió dijo:

—Mí importar el hombre… importar nuestra raza… importar lo que el hombre procrea… —Tuvo que preguntarle a Ransom las palabras para «raza» y «procrear».

—¡Es extraño! —dijo Oyarsa—. No amas a nadie de tu raza: habrías permitido que yo matara a Ransom. No amas la mente de tu raza, ni su cuerpo. Cualquier tipo de criatura te dejaría satisfecho con tal de que fuera procreada por tu especie como es hoy. Me parece, Grueso, que lo que amas realmente no es ninguna criatura completa, sino la simiente misma, porque eso es todo lo que queda.

—Dile que no pretendo ser metafísico —dijo Weston cuando Ransom le hizo comprender las palabras de Oyarsa—. No he venido a discutir sofismas. Si él no puede (y al parecer tú tampoco) entender algo tan fundamental como la lealtad de un hombre hacia la humanidad, no puedo hacerle entender nada.

Pero Ransom fue incapaz de traducir estas palabras y la voz de Oyarsa continuó:

—Ahora comprendo cómo te ha torcido el señor del mundo silencioso. Hay leyes que todos los
jnau
conocen, leyes de piedad y trato correcto y vergüenza y otras por el estilo, y una de ellas es el amor por los de la misma especie. Él te enseñó a violar todas menos ésta, que no es una de las más importantes; la torció hasta convertirla en locura y, torcida de esta forma, la implantó en tu cerebro para que fuera como un pequeño y ciego Oyarsa. Y ahora sólo puedes obedecerla, aunque si te preguntamos por qué es una ley, las razones que das no son distintas a las de las demás leyes más importantes que esta que te llevó a desobedecer. ¿Sabes por qué él ha hecho eso?

—Mí no creer en esa persona… mí sabio, hombre nuevo… no creer en cuentos de viejas.

—Te lo diré: Te ha dejado esta única ley porque un
jnau
torcido puede hacer más mal que uno roto. Él sólo te ha torcido, pero rompió al Delgado que se sienta en el suelo, porque sólo dejó en él la codicia. Ahora no es más que un animal parlante y en mi mundo no podría hacer más daño que un animal. Si me perteneciera podría deshacer su cuerpo, porque en él el
jnau
ha muerto. Pero si tú me pertenecieras, trataría de curarte. Dime, Grueso, ¿por qué viniste aquí?

—Mí contarte ya. Hacer que el hombre vivir todo el tiempo.

—Pero ¿vuestros hombres sabios son tan ignorantes para no saber que Malacandra es más antiguo que tu propio mundo y está más cerca de la muerte? La mayor parte ya está muerta. Mi gente vive sólo en los
jandramit
, el calor y el agua eran más abundantes y serán cada vez más escasos. Pronto, muy pronto, daré fin a mi mundo y devolveré mi gente a Maleldil.

—Yo saber todo eso bien. Esto sólo ser la primera prueba. Luego ellos ir a otro mundo.

—Pero ¿no sabes que todos los mundos morirán?

—Los hombres saltar de cada uno antes de que el mundo morir… una y otra vez, ¿entiendes?

—¿Y cuando todos estén muertos?

Weston guardó silencio. Un momento después, Oyarsa volvió a hablar.

—No preguntaste por qué mi gente, cuyo mundo es viejo, no ha preferido ir al tuyo y tomarlo hace mucho tiempo.

—¡Jo, jo! —dijo Weston—. Porque no saber cómo.

—Te equivocas —dijo Oyarsa—. Hace miles de miles de años, cuando aún no había nada vivo sobre tu mundo, la muerte fría se acercaba a mi
jarandra
. Entonces me preocupé mucho, no tanto por la muerte de mis
jnau
(Maleldil no les ha dado mucha vida) como por las cosas que el señor de tu mundo, que aún no estaba confinado, ponía en sus mentes. Los había convertido en gente como la tuya: con la sabiduría necesaria para ver que se acerca la muerte de su especie, pero sin la sabiduría necesaria para soportarlo. Comenzaron a aparecer planes torcidos entre ellos. Eran muy hábiles y podrían haber hecho naves celestiales. Maleldil los detuvo por mi intermedio. Curé a algunos, descorporicé a otros…

—¡Y mira el resultado! —interrumpió Weston—. Ahora ustedes ser muy pocos… encerrados en
jandramits
… pronto morir todos.

—Sí —dijo Oyarsa—. Pero dejamos una cosa detrás de nosotros, en el
jarandra
, y junto con el miedo, el asesinato y la rebelión. El más débil de mi gente no teme la muerte. Es el Torcido, el señor de tu mundo, quien desperdicia vuestras vidas y las ensucia al hacerles huir de lo que ustedes saben que finalmente les dará alcance. Si fueran súbditos de Maleldil, vivirían en paz.

Weston se retorcía de exasperación entre su deseo de hablar y su ignorancia del idioma.

—¡Basura! ¡Basura derrotista! —le gritó a Oyarsa en inglés. Luego, irguiéndose en toda su estatura, agregó en malacándrico—: Dices que tu Maleldil dejar que todos morir. El otro, el Torcido, luchar, saltar, vivir… no ser pura charla. Mí no importarme Maleldil. Gustar más el Torcido, estar de su lado.

—Pero no te das cuenta de que él nunca querrá ni podrá… —comenzó Oyarsa, y luego se detuvo, como si se controlara—. Pero Ransom debe enseñarme más sobre tu mundo y para eso necesito hasta la noche. No os mataré, ni siquiera al Delgado, porque no sois de mi mundo. Tendréis que iros mañana de aquí en vuestra nave.

El rostro de Devine palideció. Empezó a hablar rápidamente en inglés.

—Por el amor de Dios, Weston, explícales. Hemos estado aquí durante meses; ahora la Tierra no está en oposición. Dile que no podremos hacerlo. Lo mismo daría que nos mate en este momento.

—¿Cuánto durará vuestro viaje a Thulcandra? —preguntó Oyarsa.

Weston, utilizando a Ransom como intérprete, explicó que el viaje, en la posición que tenían los dos planetas en ese momento, era casi imposible. El ángulo del trayecto con respecto a los rayos solares sería totalmente distinto al que habían calculado. Incluso, si por una probabilidad remota alcanzaran la Tierra, era casi seguro que la provisión de oxígeno se agotaría mucho antes de llegar.

—Dile que nos mate ahora —agregó.

—Sé todo eso —dijo Oyarsa—. Y si vosotros seguís en mi mundo, tendré que mataros; no toleraré criaturas semejantes en Malacandra. Sé que hay pocas probabilidades de que lleguéis a vuestro mundo, pero poco no es lo mismo que nada. Entre ahora y la próxima luna debéis elegir una de las dos posibilidades. Entretanto, dime lo siguiente. Para llegar a vuestro mundo, ¿cuál es el tiempo máximo que se necesita?

Después de un largo cálculo, Weston contestó con voz temblorosa que si no llegaban en noventa días, no llegarían nunca, pues además habrían muerto asfixiados.

—Tendrás esos noventa días —dijo Oyarsa—. Mis sorns y pfifltriggi os darán aire (nosotros también tenemos esa habilidad) y comida para noventa días. Pero le harán algo a la nave. Si es que llega a Thulcandra, no voy a permitir que vuelva a recorrer el cielo. Grueso, tú no estabas aquí cuando deshice a mis jrossa muertos, los que tú mataste. El Delgado te lo contará. Puedo hacer eso, que me enseñó Maleldil, más allá de un abismo de tiempo o lugar. Antes de que parta tu nave celestial, mis sorns la prepararán para que se descorporice a los noventa días, convirtiéndose en lo que vosotros llamáis nada. Si ese día os sorprende en el cielo, vuestra muerte no será por ello más amarga, pero no os demoréis en la nave si llegáis a tocar Thulcandra. Ahora llevaos a estos dos y vosotros, hijos míos, haced lo que queráis. Yo he de conversar con Ransom.

21

Ransom se quedó toda la tarde a solas con Oyarsa contestando a sus preguntas. No me está permitido registrar esa conversación, sólo puedo decir que la voz la concluyó con estas palabras:

—Me has mostrado más maravillas de las que se conocen en todo el cielo.

Luego discutieron el futuro de Ransom. Tenía completa libertad para permanecer en Malacandra o intentar el desesperado viaje a la Tierra. Para él el dilema era angustioso. Finalmente decidió compartir la suerte de Weston y Devine.

—El amor a los de la misma especie no es la ley más importante —dijo—. Pero tú dijiste, Oyarsa, que es una ley. Si no puedo vivir en Thulcandra, preferiría no vivir.

—Has hecho la elección correcta —dijo Oyarsa—. Y te diré dos cosas. Mi gente sacará de la nave todas las armas extrañas, pero te dará una a ti. Y los eldila del cielo profundo estarán alrededor de tu nave, y a menudo en su interior, hasta que alcance el aire de Thulcandra. No permitirán que los otros te maten.

A Ransom no se le había ocurrido antes que el asesinato sería uno de los primeros medios que Weston y Devine podrían utilizar para ahorrar comida y oxígeno. Su torpeza lo sorprendió y agradeció a Oyarsa las medidas protectoras. Luego el gran eldil se despidió de él con estas palabras:

—No eres culpable de maldad, Ransom de Thulcandra, aunque sí de un poco de temor. En cuanto a eso, el viaje que emprendes es tu propio castigo y quizás tu cura, porque estarás loco o serás valiente antes de que termine. Pero además quiero encargarte algo: debes vigilar a ese Weston y a ese Devine en Thulcandra, si es que llegan. Aún pueden hacer mucho mal dentro y fuera de tu mundo. Por lo que me has contado, empiezo a vislumbrar que hay eldila que van dentro de tu aire, en la fortaleza misma del Torcido. Tu mundo no está tan herméticamente cerrado como se creía en estas regiones del cielo. Vigila a esos dos torcidos. Sé valiente. Lucha contra ellos. Y cuando lo necesites, parte de mi gente te ayudará. Maleldil te los hará ver. Hasta es posible que tú y yo volvamos a encontrarnos mientras aún habites tu cuerpo, porque sin la sabiduría de Maleldil no nos habríamos encontrado ahora, ni yo habría aprendido tanto sobre tu mundo. Me parece que éste es el comienzo de muchas idas y venidas entre los cielos y los mundos y entre un mundo y otro, aunque no como suponía el Grueso. Estoy autorizado a decirte esto. Se ha profetizado hace mucho tiempo que el año en que estamos (pero los años estelares no son como los tuyos) será un año de tumultos y grandes cambios y que se acerca el día en que caiga el cerco impuesto sobre Thulcandra. Si Maleldil no me lo impide, no estaré lejos de ellos. Y ahora, adiós.

Los tres seres humanos embarcaron para su terrible viaje al día siguiente, en medio de grandes multitudes de las tres especies malacándricas. Weston estaba pálido y ojeroso después de una noche de cálculos tan intrincados que habrían abrumado a cualquier matemático aunque su vida no dependiera de estos. Devine estaba alborotado, inquieto y un poco histérico. Su opinión sobre Malacandra había cambiado por completo durante la noche, ante el descubrimiento de que los «nativos» tenían una bebida alcohólica, y hasta había tratado de enseñarles a fumar. Sólo los pfifltriggi le sacaron provecho a la lección. Ahora se consolaba de un fuerte dolor de cabeza y de la perspectiva de una muerte lenta atormentando a Weston. A ninguno de los dos socios le encantó descubrir que habían retirado todas las armas de la astronave, pero en los demás aspectos todo estaba en orden. Cerca de una hora después de mediodía Ransom paseó por última vez, lentamente, la mirada sobre las aguas azules, el bosque púrpura y las remotas paredes verdes del familiar
jandramit
, y luego pasó, como los otros dos, por la escotilla. Antes de que la cerraran, Weston les advirtió que debían economizar aire mediante una inmovilidad absoluta. No debían hacer ningún movimiento innecesario durante el viaje; incluso hablar estaba prohibido.

—Sólo hablaré en caso de emergencia —dijo.

—Gracias a Dios —fue la última broma de Devine. Luego cerraron herméticamente la escotilla.

Ransom se dirigió en seguida a la parte inferior de la esfera, entró a la cámara que ahora estaba casi completamente dada la vuelta y se estiró sobre lo que más tarde sería la escotilla. Le sorprendió descubrir que ya habían subido miles de metros. El
jandramit
era sólo una línea recta y purpúrea que cruzaba la superficie rojo rosada del
jarandra
. Estaban sobre la unión de dos
jandramits
. Uno de ellos era sin duda en el que había vivido; en el otro estaba Meldilorn. La hondonada por la que había cruzado el ángulo entre ambos, sobre los hombros de Augray, era completamente invisible.

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