Más Allá de las Sombras (67 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
13.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ah, por cierto, no estoy casada con Kylar.

Si Logan había demostrado su excelente manejo de ese tipo de asamblea, Vi acababa de revelarse en sus antípodas.

—Tienes razón, es un asunto más bien personal. Más tarde lo comentaré contigo —dijo Logan. Tomaba a Vi por loca. Gracias a los dioses—. ¿Alguna pregunta más?

—Yo tengo unas cuantas —dijo el pretor Marcus—. ¿Y si el propósito del Túmulo Negro no es mantener cosas fuera? ¿Y si su fin es retener algo en su interior? ¿Y si a Moburu no lo han empujado allí? ¿Y si ha ido para conseguir algo?

—Oh, dioses —dijo alguien.

Capítulo 90

Los ejércitos formaron mientras todavía reinaba la oscuridad. Con un nudo de tensión en el estómago, Logan se ocupaba de su caballo, repasando los correajes por tercera vez. Los ejércitos aliados se extendían a izquierda y derecha, una hueste más larga y ancha que cualquiera que hubiese visto. Los cinco mil lae’knaught encabezarían la carga. Tras ellos, veinte mil infantes cenarianos ocuparían el centro, flanqueados por veinte mil sa’ceurai. Los cinco mil guerreros originales de Lantano Garuwashi tomarían el bosque del oeste para asegurarse de que los khalidoranos no tuvieran ninguna sorpresa desagradable escondida allí, y si era posible avanzarían desde la espesura contra el campamento del rey dios. Mil de las Hermanas del Escudo de Vi defenderían la presa y los puentes de los ataques mágicos. Las otras siete mil se habían distribuido entre los ejércitos siguiendo una lógica que no se dignaban compartir con Logan. Los dos mil jinetes ligeros alitaeranos y mil soldados sethíes de infantería formarían sus reservas.

Mucho dependería de la primera carga de los lae’knaught. Con veinte mil kruls sumados a sus filas, los khalidoranos dispondrían de cuarenta y cinco mil efectivos que enfrentar a los cincuenta y tres mil de los aliados, o sesenta mil si se contaba a las Hermanas del Escudo. Los khalidoranos tendrían la Marca Muerta a la espalda. Si la primera carga de los lae’knaught lograba destrozarlos contra ella, el ejército podría partirse en dos y quedar separado de los mandos.

Por supuesto, nadie sabía en realidad cómo luchaban los kruls. Los magos remitían a crónicas centenarias que hablaban de bestias de gran fuerza, cortas de vista e incapaces de sentir dolor. Eso último era lo más preocupante.

—¿Qué clase de monstruo no siente el dolor? —preguntó Garuwashi.

El gran maestre Rotans se revolvió en su silla.

—Morirán como todo lo demás —dijo, irritado por las miradas de curiosidad.

Era un hombre extraño, que no se había quitado sus pesados guanteletes en seis horas de deliberaciones. A lo largo de todo el consejo, Solon había ofrecido excelentes sugerencias que recordaron a Logan cuánto tiempo había pasado debatiendo tácticas con Regnus de Gyre. Solon, el tutor de Logan, era ahora rey. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no exigirle una explicación delante de todo el mundo.

—Majestad —dijo su guardia Aurella—, ¿recordáis el mes pasado, cuando bajasteis una vez más al Agujero?

Logan había adquirido la costumbre de ir cada mes. Lamentaba hacerles pasar el trago a sus guardaespaldas, pero no había abandonado ese hábito. Miró a Aurella, sentada a lomos de su caballo y sosteniendo su espada con todo el aspecto de saber muy bien qué hacer con ella llegado el momento. Era una de las pocas mujeres de la Orden de la Jarretera que había optado por unirse a la guardia personal de Logan en vez de volver a su vida anterior tras la arboleda de Pavvil. Logan no se había sorprendido cuando Garuwashi la destacó como poseedora de un talento natural con la espada. No tan fuerte como un hombre, dejó claro, pero la mar de buena para ser mujer. Aurella había optado sensatamente por no ofenderse. Logan respondió:

—Me preguntaste qué clase de idiota era para seguir bajando a aquel infierno, cuando me da pesadillas cada vez. —Ella había sido, claro está, más diplomática.

—Me dijisteis que era para demostrar que las pesadillas no tenían poder sobre vos —dijo Aurella.

—Me estás poniendo nervioso.

—Creo que deberíais montar, mi señor.

Logan se subió a su caballo. La oscuridad de la noche estaba retrocediendo poco a poco, sin revelar otra cosa que la negrura más intensa de la Marca Muerta avanzando hacia ellos. Logan tardó una eternidad en comprender lo que estaba viendo. Eran kruls, de cuerpo gris oscuro, negro moteado o hasta blanco, trotando hacia delante en una ola gigantesca. Debía de haber ochenta mil solo de ellos. El ejército khalidorano contaba con al menos cien mil efectivos, y todos y cada uno de ellos se interponían entre él y su esposa. Sintió un hormigueo en el brazo derecho mientras lo invadía la furia.

—¡Vi —ladró—, dame luz!

—¡Apartad la vista! —gritó la maga.

La orden fue un ejercicio de futilidad. Las hermanas habían proporcionado a Vi un nuevo vestido, al considerar impropias de la mujer que ahora llamaban maestra de batalla tanto los escandalosos grises de ejecutora como las sencillas vestiduras de una adepta. El nuevo vestido era rojo, con la falda partida para montar a caballo. Logan sospechaba que podría estar tejido por completo de magia. Resplandecía a pesar de la tenue luz y, como cualquier otro atavío sobre la figura de Vi, exigía atención.

—¡Luxe exeat! —gritó la maga.

Logan apenas apartó la vista a tiempo y, a pesar de tener los ojos cerrados, la luz fue cegadora. Se oyó una ráfaga y, cuando miró, una bola de fuego blanca trazó una parábola sobre la llanura y a continuación se detuvo en el aire. Momentos después, una docena más la siguieron desde diversos puntos en toda la línea para iluminar la carga de los kruls, que ya habían cerrado la mitad de la distancia.

—¡Señal preparada!

Otra maga del pelotón de Vi hizo un gesto y sobre la cabeza de Logan voló por los aires una versión mágica de la bandera de señales, brillante y lo bastante grande para que la viese todo el ejército.

El estrépito de las armaduras y los estribos, las maldiciones entre dientes y las oraciones, el chirrido del cuero, el crujido de los nudillos y el fragor sincronizado de las lanzas de los lae’knaught chocando con sus escudos quedaron eclipsados por los repentinos aullidos del cántico de guerra de los sa’ceurai.

—¡Avanzad!

La señal mágica desapareció y fue sustituida por un estandarte rojo ondeante. Los aullidos de los sa’ceurai se volvieron más agudos, y el ejército se lanzó a la carga.

Capítulo 91

Kylar salió del puerto de montaña en el momento en que los ejércitos de la llanura aceleraban para cubrir los últimos pasos que los separaban. Estaba demasiado lejos para oír el choque, pero vio cómo la onda expansiva del impacto recorría las filas. Siguió corriendo, sin frenarse al cruzarse con los vivanderos que se habían reunido para presenciar la batalla, muchos de ellos llevando encima todas sus posesiones por si la cosa se torcía.

Perdió de vista las hostilidades al acelerar valle abajo. A los pocos hombres armados con los que se cruzó los dejó atrás antes de que pudieran suponer un desafío, hasta que llegó al puente Negro. Allí, media docena de soldados con picas y espadas cortas al cinto dieron la espalda a la batalla para observar cómo se acercaba.

—¡Alto! —gritó un joven.

A la vez que Kylar se detenía ante ellos, un estallido atronador sacudió la tierra. Kylar fue el único que se mantuvo en pie. Volvió la vista hacia el Túmulo Negro. Las leves elevaciones y depresiones de la llanura que se extendía entre él y la gran cúpula estaban cubiertas de guerreros, tanto humanos como kruls, pero la batalla se frenó, ya que todos los que no se encontraban en primera línea observaron la gran esfera negra y resplandeciente. Otro trueno sacudió la llanura y, esa vez, unas grietas irregulares descendieron a toda velocidad desde la cima de la cúpula por sus costados. Los hombres maldecían, llenos de miedo y asombro.

El tercer tronido resquebrajó la cúpula desde dentro. Unos pedazos enormes de roca negra de un metro de grosor saltaron por los aires y cayeron sobre la Marca Muerta y el campo de batalla, aplastando hombres y kruls por igual. La mayor parte de la cúpula siguió en su sitio, temblando, con los bordes afilados en torno al agujero de su corona.

Sonaron varios golpes secos más y el resto de la estructura se derrumbó y levantó una nube de polvo negro como una mancha de noche en la mañana. Algo enorme se movió en su interior.

—¿Qué es eso? —preguntó el joven que defendía el puente.

Kylar ya estaba corriendo.

La mayoría de los combatientes no había visto nada. El desagradable menester de la guerra reclamaba toda su atención. Los ejércitos aliados estaban rindiendo extraordinariamente bien, si el cálculo que había hecho Kylar de la proporción numérica era exacto. Vio que uno de los arqueros de Agon preparaba una flecha extraña y la disparaba con su arco ymmurí. A doscientos pasos de distancia, una de las banderas de señales khalidoranas fue pasto de las llamas. Era a todas luces el efecto deseado, pues solo quedaban una o dos banderas enemigas de comunicación en toda la llanura. Kylar se preguntó por un breve momento quién habría tenido aquella buena idea.

Curoch seguía enganchada a su espalda y oculta por el ka’kari negro. No echó mano de ninguna de las dos cosas mientras se acercaba a la retaguardia de la línea cenariana. Sus sentidos de batalla parecieron explotar y desintegrar el pensamiento consciente, emborronándolo todo menos los nítidos contornos de las figuras que había en su camino. El siguiente grupo eran unos lanceros, que avanzaban con las filas muy prietas. Entre ellos no habría manera de colarse. Iban pegados a la espalda de los hombres de delante y sostenían unos escudos oblongos, con los codos en alto para que sus lanzas no se enredasen en el avance.

Kylar saltó ligero y se impulsó en los hombros de un hombre, se retorció en el aire, se apoyó en la mano de la lanza de otro y después plantó ambos pies en los hombros de un soldado de la segunda fila y saltó con todas sus fuerzas. Pasó por encima de los cenarianos tan deprisa que ni siquiera oyó sus gritos de sorpresa.

Su salto le hizo superar las seis primeras líneas de kruls. Analizó los cuerpos de aquellos entre los que iba a aterrizar. Cinco criaturas negras y una de un blanco enfermizo y costroso que parecía su jefe. Dos lo vieron. Kylar se llevó las rodillas al pecho, giró sobre sí mismo y lanzó las piernas hacia delante en el último segundo. Sus pies golpearon a un gran krul negro encima de los ojos. El impacto le echó la cabeza hacia atrás y le partió el cuello con un chasquido. Kylar rodó y se puso en pie.

Nunca había visto kruls. Tenían forma de hombres con los músculos grotescamente abultados, los ojos pequeños y porcinos, el ceño prominente, los hombros anchos y el cuello casi inexistente, pero aparte de eso cada uno era diferente, como si fueran producto de muchas manos distintas. El más cercano a la izquierda de Kylar estaba cubierto de pelaje, mientras que otros dos eran pelones. El de enfrente tenía la nariz aplastada hacia arriba como un hocico. También lucía unos finos cuernos en espiral. Tres de ellos tenían un tramo de dedo más en las manos, afilado hasta formar una garra. Su piel o pelo presentaba el negro de un cadáver hinchado, y olían a podrido. Ninguno llevaba armadura o ropa salvo el krul blanco, y pocos tenían otra arma que sus garras o cuernos. El blanco era más alto que los demás, por encima del metro ochenta, y fue el primero en recuperarse, blandiendo una espada enorme y roma.

Kylar la esquivó y hundió la garganta del blanco de una patada. Se situó como una flecha detrás de otro, le agarró los cuernos y le partió el cuello antes de darse cuenta de que unos doce kruls negros ya no se movían en absoluto; miraban sin hacer nada a su líder blanco agonizante. Este siseaba, intentando respirar. Inquieto por aquella repentina apatía, Kylar hizo una breve pausa, que en una batalla normal podría haber resultado letal. Sacó un tantó de su cinto y se lo clavó a la criatura blanca en el corazón. Al parecer los kruls tenían el corazón en el mismo sitio que los humanos, porque aquel murió en cuanto retiró la hoja.

La escasa luz que podría haber brillado en los ojos porcinos que lo rodeaban se extinguió. Los diez kruls parecían perdidos. Durante tres imposibles segundos, no se movieron. Kylar intuyó que buscaban algo. Después, como si cada uno tuviese una correa de la que hubiesen tirado hacia un nuevo amo, salieron disparados en diez direcciones distintas.

Una sacudida de miedo más intensa que cualquiera que hubiese sentido nunca asaltó a Kylar a través de su vínculo con Vi. Estaba doscientos pasos a su izquierda.

Atravesó corriendo la Marca Muerta, por encima de cadáveres que parecían extrañamente recientes pero no apestaban. Se encontraba detrás de la línea principal de kruls, pero aun así hubo centenares que lo vieron. Su Talento lo llenó como un incendio. Era un borrón de movimiento.

Como siempre, sentía a Vi con mayor intensidad cuanto más se acercaba a ella. Estaba en mitad de un denso nudo de combate. El volumen de magia resultaba asombroso. Varias magas flanqueaban a Vi y se enfrentaban a una docena de vürdmeisters, cuyo vir asomaba las zarpas en cada centímetro visible de su piel. Sobre un corcel blanco y con una armadura esmaltada del mismo color, Logan y una veintena de sus guardaespaldas se las veían con docenas de monstruos. Un gran felino con los dientes de sable saltó hacia el rey. Logan le hundió de un tajo la espada en la parte superior de la cabeza. Sus zarpas arañaron la armadura del caballo mientras caía, muerto.

Un chorro de fuego brotó de un vürdmeister en dirección al rey y batió contra el escudo resplandeciente que una de las magas había levantado a su alrededor. Un krul rojo y achaparrado, una cabeza más bajo que la mayoría de sus congéneres pero tres veces más ancho, con una piel que parecía hecha por completo de hueso, asió la pata de un caballo. El animal relinchó cuando se la partió, cayó y dio en el suelo con uno de los guardaespaldas de Logan. El soldado se puso en pie de un salto y lanzó un tajo contra la criatura, pero su fina espada rebotó con un tintineo en su piel. Probó con una estocada; su hoja se combó pero luego perforó la piel del monstruo, que no hizo caso del arma, sino que le agarró el brazo y luego la cara. El Chirríos asió al hombre por su otro brazo e intentó subirlo a su caballo. El grito del guardaespaldas se ahogó contra la palma del krul hasta que este aplastó el casco y la cabeza juntos. El Chirríos siguió estirando, sin comprender que el guardia ya estaba muerto.

Other books

Ghosts of the SouthCoast by Tim Weisberg
Dream Team by Jack McCallum
The Waters of Eternity by Howard Andrew Jones
A Wedding by Dawn by Alison Delaine
Shy by Grindstaff, Thomma Lyn
Rock Hard Envy - Part 2 by D. H. Cameron