Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
—Diez cajas, mil rifles —le anunció Han, cogiendo otra carabina.
Levantó la tapa de la culata y señaló los conectores a través de los cuales podía recargarse la pila de energía del fusil. Se trataba de armas anticuadas en comparación con las que se utilizaban normalmente en aquellos momentos, pero no poseían piezas interiores móviles y eran sumamente duraderas, tanto que era posible transportarlas o almacenarlas sin problemas, sin necesidad de recubrirías de Gel protector o algún otro producto de conservación. Cualquiera de esas carabinas estaría en buen estado de funcionamiento después de pasar diez años olvidada junto al tallo de uno de los helechos de la selva. Esas ventajas podían tener su importancia en aquel mundo, donde los nuevos propietarios de las carabinas podrían ocuparse poco de su mantenimiento.
La criatura asintió, indicándole que comprendía el funcionamiento del mecanismo de recarga.
—Ya hemos robado algunos pequeños generadores de los barracones de la Autoridad. Vinimos a vivir aquí porque nos prometieron trabajo y una vida agradable, y nos felicitábamos de nuestra buena suerte, pues nuestro mundo es pobre. Pero nos explotaban como esclavos y no nos dejaban marchar. Muchos escapamos a vivir en la selva; este mundo se parece bastante al nuestro. Ahora, con estas armas, podremos defendernos...
—¡Calla! —le espetó Han con un ademán terminante y una violencia que hizo retroceder a la criatura.
Después intentó controlarse y prosiguió:
—No quiero saber nada, ¿comprendes? No te conozco y tú tampoco me conoces a mí. Todo eso no es asunto mío y no quiero oírlo.
Los grandes ojos estaban fijos en su cara. Han desvió la mirada.
—Recibí la mitad de mi paga a cuenta antes de zarpar. Cobraré la otra mitad cuando haya salido de aquí, de modo que lo mejor será que cojas tus cosas y te largues. Y no lo olvides: no disparéis ninguno de estos artefactos hasta que yo esté lejos. Alguna nave de la Autoridad podría captar el ruido.
Recordó el adelanto recibido, pagado en perlas luminosas, nódulos de fuego, diamantes, cristales de nova y otras piedras preciosas sacadas de contrabando de aquel planeta minero, con terribles riesgos, por los simpatizantes, quienquiera que fuesen, que habían conseguido encontrar los esclavos contratados. En vez de comprar su libertad mediante una rápida huida a bordo del
Halcón
, aquellos fugitivos se disponían a iniciar una rebelión condenada de antemano al fracaso contra el poder de la Autoridad del Sector Corporativo. Necios.
Han cedió el paso a la criatura. Ésta se lo quedó mirando un instante y después se acercó a la escotilla abierta desde donde profirió un silbido. Otros de su especie se acercaron presurosos y se agruparon en torno a la escotilla. Han pudo distinguir entonces sus armas, primitivos lanza-dardos y rifles de percusión.
Algunos llevaban dagas de cristal volcánico. Tenían unas manos ingeniosas, con tres dedos mutuamente opuestos. Empezaron a subir a la nave en fila india y rodearon las cajas llenas de rifles, intentando levantarlas con gran esfuerzo en grupos de seis y siete.
Chewbacca los observaba divertido. El traslado de las cajas rampa abajo y hacia las profundidades de la selva hizo pensar a Han en una extraña procesión funeraria.
De pronto recordó algo y se llevó aparte al solemne líder del grupo.
—¿Sabes si la Autoridad tiene alguna nave de guerra estacionada aquí? ¿Una nave muy muy grande, con muchísimos fusiles?
La criatura permaneció pensativa un instante.
Hay una nave grande, que transporta carga y pasajeros. Lleva grandes rifles y a veces sale al encuentro de otras naves en el cielo para operaciones de carga y descarga.
Era exactamente lo que Han habla supuesto. No se habla topado con una auténtica nave de combate, sino más bien con una gabarra fuertemente armada.
La situación era difícil, pero no tan grave como había temido. Sin embargo, la criatura no había terminado.
—Necesitaremos más —dijo—; más armas, más ayuda.
—Consúltalo con tu confesor —sugirió secamente Han, mientras ayudaba a Chewie a colocar las planchas de la cubierta otra vez en su sitio—. O concierta un trato a través de tus propios conductos, como has hecho con este cargamento. Yo me largo. Y no volverás a verme. Sólo lo he hecho por el dinero.
La criatura levantó la cabeza hacia él, como si no lograra comprender sus palabras. Han rechazó la imagen de lo dura que debía ser la vida en un campo de trabajos forzados, la existencia más triste y arrastrada que cabía imaginar. Se trataba de una situación corriente en el Sector Corporativo; ingenuos nativos de los mundos exteriores eran seducidos con falsas promesas y firmaban contratos que sólo les servían para convertirse en prisioneros en cuanto llegaban a los barracones de la Autoridad. ¿Y qué esperanzas de conseguir algo podía tener aquel puñado de fugitivos?
Todo era cuestión de suerte, recordó. En la Partida Cósmica no todo eran triunfos, pero con los triunfos existentes en Tatooine no se conseguiría llenar ni un diminuto reloj de arena. Uno iba jugando sobre la marcha aprovechando las cartas que le tocaban en suerte y a Han Solo le gustaba situarse de donde soplaba el viento y donde las posibilidades de obtener beneficios eran mayores.
Pero Chewie lo estaba mirando. Han suspiró; el gran patán era un buen segundo oficial, pero tenía el corazón blando. En fin, la información sobre la nave de la Autoridad tenía su valor... tal vez podría ofrecerles alguna sugerencia, una lección útil. Han arrebató irritado la carabina de las manos del líder.
—Ten muy presente esto: vosotros sois los débiles. ¿Me entiendes? Tenéis que considerar las cosas desde vuestra posición de debilidad y aprender a ser ingeniosos.
La criatura captó sus palabras y se aproximó, poniéndose en puntillas para ver qué hacia Han con la carabina.
—Tiene tres posiciones, ¿te fijas? Seguridad, un solo disparo y fuego constante. Ahora bien, la Policía de Seguridad de este planeta usa esos fusiles antidisturbios, ¿verdad? Con el cañón recortado, y manejables con ambas manos. ¿No? Son muy aficionados a disparar con fuego constante, porque no les preocupa malgastar energía, puesto que la consiguen sin problemas Vuestro caso es distinto. Lo que debéis hacer es fijar vuestras carabinas en la posición de disparo airado. Y si os veis metidos en una refriega en medio de la noche o en las profundidades de la selva donde la visibilidad es escasa, disparad contra los puntos de origen del fuego constante. Tendréis la seguridad de que no se trata de ninguno de los vuestros, de modo que sólo puede ser la Policía de Seguridad. Tenéis que aprender a ser ingeniosos.
La criatura paseó la mirada del hombre a la carabina y otra vez al hombre.
—Sí —le aseguró, recuperando el arma—, lo recordaremos. Gracias.
Han hizo una mueca, pensando en lo mucho que todavía les quedaba por aprender. Y tendrían que aprenderlo por su cuenta, o de lo contrario la Autoridad los haría polvo bajo el enorme tacón de su bota.
¿Y en cuántos mundos, se preguntó para sus adentros, estaría haciendo exactamente lo mismo la Autoridad?
Distantes sonidos de disparos en las profundidades de la selva interrumpieron sus pensamientos. La criatura había avanzado hacia la escotilla apuntándoles con su carabina.
—Lo siento —les dijo—, pero teníamos que probar algunas de las armas aquí para asegurarnos de que funcionaran.
Bajó la carabina y huyó corriendo por la rampa, en dirección a la selva. Ésa era la recompensa por in tentar salvar el mundo.
—Retiro todo lo dicho —le confió Han a Chewie cuando se asomaron por la escotilla abierta—. Creo que sabrán arreglárselas muy bien.
La destrucción del disco de la antena del
Halcón
durante el aterrizaje les habla dejado sin sensores de largo alcance. La nave tendría que despegar a ciegas y correr el riesgo de meterse en dificultades.
Han y Chewbacca permanecieron casi una hora sobre el caso del
Halcón
, intentando reparar el soporte de la antena. A Han no le dolió el tiempo perdido; merecía la pena hacer el esfuerzo y, cuando menos, así dejaban un margen de tiempo a los fugitivos para abandonar la zona de la cita. En efecto, el despegue del
Halcón
sería detectado con tanta facilidad como un traje espacial maloliente, y su punto de partida sería registrado minuciosamente.
Ya no podían esperar más. Cuando las primeras luces del alba iluminaran el cielo, todos los aparatos de hélice y de turbina y todos los vehículos armados a disposición de los oficiales locales de la Autoridad emprenderían el vuelo en una rigurosa operación de rastreo. Chewbacca, que había captado el estado de animo de Han, hizo un comentario gruñendo en su propia lengua.
Han bajó los macroprismáticos.
—Tienes razón. Emprendamos el vuelo.
Se instalaron en la carlinga, se ataron los cinturones e iniciaron los preparativos para el despegue: calentamiento de los motores, las ametralladoras, los escudos protectores.
—Apuesto que esa gabarra se situará a baja altura —declaró Han—, en un punto desde donde pueda sacar el máximo partido de sus sensores. Si logramos elevarnos e interponer una cierta distancia entre ellos y nosotros, podremos dejarlos atrás fácilmente y efectuar el salto al hiperespacio.
Chewbacca ladró suavemente. Han le dio un codazo en las costillas.
—¿Qué te pasa? Tenemos que jugar la partida hasta el final.
En seguida comprendió que estaba hablando para convencerse a si mismo y se calló. El
Halcón Milenario
empezó a tomar altura y permaneció suspendido un breve instante para recoger el tren de aterrizaje.
Después Han guió suavemente la nave a través de la abertura en el frondoso techo de hojas de la selva.
—Lo siento —le dijo en tono apologético a su nave, comprendiendo la dura prueba por la que la haría pasar. La hizo elevarse a toda marcha, la puso sobre la cola y abrió a fondo los propulsores principales. La nave espacial empezó a trepar velozmente por el firmamento, dejando atrás un río humeante y una selva encendida. Duroon fue perdiéndose rápidamente en la distancia y Han empezó a pensar que saldrían fácilmente de aquel trance.
Entonces les alcanzó el rayo tractor.
El carguero dio una sacudida al quedar atrapado entre las garras del poderoso rayo. El capitán de la Autoridad, apostado en las alturas, había obrado con cautela, a sabiendas de que se enfrentaría con un enemigo más rápido y maniobrable. Ahora que había conseguido burlar al contrabandista, lanzó su nave en picado por el pozo de gravedad del planeta, ganando la suficiente velocidad para compensar cualquier maniobra que pudiera intentar el
Halcón
en su brusco ascenso. El rayo tractor obligó inexorablemente a las dos naves a alinearse.
—Todos los escudos protectores hacia proa. Alinéalos en ángulo y prepárate a hacer fuego.
Han y Chewbacca estaban accionando interruptores a toda velocidad, forzando sus mandos, en una lucha desesperada por zafar la nave del rayo que la tema prisionera. En cuestión de segundos comprendieron que sus tentativas resultarían inútiles.
—Prepárate para desplazar todos los desviadores a proa —ordenó Han, mientras se cubría con el casco—. Tendremos que plantarle cara, Chewie.
Los desafiantes rugidos del wookiee sacudieron la carlinga mientras su compañero cambiaba bruscamente el curso del carguero, embistiendo directamente contra la nave enemiga. Toda la energía defensiva del
Halcón
había quedado canalizada hacia proa para redoblar la potencia de los escudos protectores delanteros La nave de la Autoridad se acercaba a una velocidad aterradora; la distancia que les separaba iba evaporándose por segundos. La gabarra de la Autoridad intentó dispararles desde esa distancia límite, haciendo que se tambalearan en su carlinga, pero sin causarles ningún daño.
—No dispares, todavía no —canturreó Han por lo bajo—. Acumularemos toda la artillería en la popa y le daremos una buena coz al pasar.
Los controles vibraban y se debatían bajo sus manos mientras los motores del
Halcón
cedían hasta su último ergio de energía. Los escudos desviadores luchaban denodadamente contra una lluvia de cañonazos a larga distancia y lanzas de rayos aniquiladores amarillo-verdosos. El
Halcón
ascendió sobre una Columna de azul energía como si le entusiasmara la idea de una salvaje doble muerte en una colisión con su antagonista. En vez de luchar contra el rayo tractor, había lanzado una acometida contra su centro de origen. La nave de la Autoridad entró en su campo visual y, un segundo más tarde, su silueta cubría todo el techo transparente de la carlinga.
En el último segundo, el capitán de la nave de guerra perdió el control de sus nervios. El rayo tractor se desvaneció mientras la gabarra iniciaba una desesperada maniobra de evasión. Con unos reflejos que más bien parecían premonición, Han aplicó todos sus recursos a una tentativa igualmente frenética. No podían quedar más de un par de metros entre los dos parachoques cuando las dos naves se cruzaron, rozando, escapando por pelos a la mortal colisión.
Chewbacca ya había empezado a desplazar todos los escudos protectores a popa. Las baterías principales del
Halcón
; apuntadas hacia atrás, bombardearon la nave de la Autoridad a escasa distancia. Han consiguió darle dos veces a la gabarra, causándole tal vez sólo algún daño superficial, pese a lo cual la victoria moral tras aquella larga y difícil noche le correspondía ciertamente a él. La nave de la Autoridad se tambaleó. Chewbacca aulló de alegría y Han exclamó satisfecho:
—¡Los últimos coletazos!
La gabarra se precipitó en picado, incapaz de detener con la rapidez suficiente su veloz calda. El carguero salió zumbando de la envoltura atmosférica y saltó al vacío, su medio natural. Muy abajo, a sus pies, la nave de la Autoridad empezaba a ganar la fuerza suficiente para frenar su calda, perdida ya cualquier posibilidad de reanudar la persecución.
Han introdujo los datos sobre el salto al hiperespacio en la computadora de navegación, mientras Chewbacca pasaba revista a los daños sufridos.
Nada irreparable, decidió el wookiee, pero sería preciso darle un buen repaso general a la nave. En cualquier caso, Han Solo y Chewbacca, el wookiee, tenían su dinero, su libertad y, milagrosamente, también sus vidas. Y eso, se dijo Han, debería bastarle a cualquiera, ¿o no?