Marea estelar (48 page)

Read Marea estelar Online

Authors: David Brin

BOOK: Marea estelar
5.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cómo va todo? —preguntó Toshio.

—¡De maravilla! ¡Se ha leído todos los informes que envié a la nave! ¡Ha asimilado su protocolo de grupo, sus características físicas según el sexo y la edad, y considera que mi análisis de comportamiento es «ejemplar»! ¡Ejemplar!

Toshio sonrió, contento de verla feliz. Dennie estaba tan excitada que no podía dejar de moverse.

—¡Dice que me conseguirá una entrevista con un miembro del Centro de Elevación!

¿Te lo imaginas?

—¿Y el contrato?

—Oh, estará listo en cualquier momento. Si Hikahi viene con el esquife, llevaremos con nosotros una docena de kiqui a bordo del Streaker. Si no, algunos de ellos irán con Metz cuando regrese a la Tierra con la lancha. Ya está todo arreglado.

Toshio echó un vistazo a los felices aldeanos e intentó que no se transparentaran sus inquietudes.

Era por el bien de los kiqui como especie, por supuesto. Les iría mejor bajo el tutelaje de la Humanidad que con cualquier otra raza de las que viajaban por el espacio. Y los genetistas de la Tierra necesitaban examinar algunos ejemplares vivos antes de depositar cualquier demanda de adopción.

Se harían todos los esfuerzos para mantener sano al primer grupo de aborígenes.

Dennie había dedicado la mitad de su tiempo a analizar sus necesidades corporales, incluyendo los necesarios elementos residuales. Pero parecía imposible que algún miembro de aquel primer grupo pudiera sobrevivir. Incluso si lo conseguían, Toshio dudaba que los kiqui tuvieran una idea de las cosas extrañas que les esperaban.

Aún no eran sensitivos, se recordó a sí mismo. Según las leyes galácticas no eran más que animales. Y, a diferencia de cualesquiera otros de las Cinco Galaxias, nosotros intentaremos explicarles lo que vamos a hacer con ellos, y les pediremos permiso.

Pero recordaba una noche tormentosa, bajo una lluvia torrencial y resplandecientes relámpagos, cuando los pequeños anfibios se acurrucaron contra él y contra un delfín herido que era su amigo, manteniéndolos calientes y reconfortándolos con su compañía.

Se alejó del claro bañado por el sol.

—Así que ya no hay nada que te retenga aquí —le dijo a Dennie.

Ella negó con la cabeza.

—Me gustaría quedarme un poco más, desde luego. Ahora que he acabado con los kiqui, puedo ponerme a trabajar en el problema de la colina metálica. Por eso estaba un poco malhumorada estos días pasados. Además de tener que atender dos tareas de gran importancia, me sentía frustrada. Pero ahora hemos dado un paso adelante en la solución del problema. ¿Sabías que el núcleo de la colina metálica también está vivo? Es...

Toshio interrumpió aquella oleada de palabras:

—¡Dennie! Deja eso por un minuto, por favor, y contéstame a una pregunta. ¿Estás ya lista para partir?

Dennie parpadeó y, frunciendo el ceño, cambió el rumbo de sus pensamientos.

—¿Lo dices por el Streaker? ¿Hay algo que no funciona?

—Han empezado a moverse hace unas horas. Lo que quiero que hagas es que recojas todas tus notas y muestras y las pongas a buen recaudo en el trineo. Tú y Sah'ot os iréis por la mañana.

Ella le miró como si le costase comprender el significado de sus palabras.

—Quieres decir tú, yo y Sah'ot, ¿verdad?

—No. Yo me quedo un día más. Es necesario.

—Pero, ¿por qué?

—Escucha, Dennie, ahora no puedo decirte nada. Simplemente, haz lo que te pido, por favor.

Dio la vuelta para encaminarse de nuevo a la charca del árbol taladrador, pero ella le agarró por el brazo. No se detuvo, de modo que se vio obligada a seguirlo.

—¡Pero debemos irnos juntos! ¡Si tienes cosas que hacer, esperaré contigo!

Toshio siguió adelante sin responder. No sabía qué decirle. Resultaba triste haber conquistado al fin su respeto y afecto sólo para perderla unos días después.

Sí madurar es esto, pueden reservárselo para ellos, pensó. ¡Vaya porquería!

Mientras se acercaban a la charca, les llegó el eco de una violenta disputa en aquella dirección. Toshio apresuró el paso, y Dennie se vio obligada a trotar para seguir a su altura hasta que ambos desembocaron en el claro.

Charles Dart aullaba, agarrado a un delgado cilindro cuyo extremo opuesto sostenía el brazo manipulador de la araña de Takkata-Jim. Charlie luchaba con todas sus fuerzas contra la tracción de la máquina. Takkata-Jim exhibía una amplia sonrisa.

La lucha duró aún unos cuantos segundos, mientras los poderosos músculos del neochimp soportaron la tensión, pero luego el cilindro se le escapó de las manos. Cayó de espaldas dando tumbos, y se detuvo justo al borde de la charca. Se levantó de un salto y lanzó un alarido de cólera.

Toshio vio que las otras tres arañas controladas por los stenos marchaban en tropel hacia la lancha. Cada una de ellas portaba otro delgado cilindro. Toshio se quedó inmóvil cuando pudo ver con claridad el que Takkata-Jim había cogido. Lo miró con los ojos desorbitados.

—No representan ningún peligro —observó Takkata-Jim despreocupadamente—. Se los he confiscado. Los dejaré en custodia a bordo de mi bote, y así resultarán inofensivos.

—¡Son míos, ladrón! —Charles Dart saltaba de rabia, agitando las manos—. ¡Criminal!

—gruñó—. ¿Crees que no sé que intentaste a-asesinar a Creideiki? ¡Todos lo saben! ¡Y destrozaste las boyas para destruir las pruebas! ¡Y a-ahora robas mis instrumentos de trabajo!

—Que sin duda tú habrás robado de la armería del Streaker. ¿O prefieres llamar a la doctora Baskin para que nos confirme que de verdad son tuyasss?

Dart gruñó, mostrando dos impresionantes hileras de dientes. Le dio la espalda al neodelfín y fue a sentarse en el suelo, frente a un complejo robot de inmersión recién desembalado en la orilla de la charca.

La araña de Takkata-Jim empezó a girar, pero el fin se dio cuenta de que Toshio tenía la mirada puesta en él. Por un momento, la fría reserva de Takkata-Jim cedió bajo la ferocidad que se leía en los ojos del joven. Apartó la vista y maniobró para encararse con Toshio.

—N-no creas todo lo que oigas, muchacho humano —dijo—. He hecho muchas cosas, y aún haré más si estoy convencido de tener razón. Pero no sssoy responsable del accidente de Creideiki.

—¿Es verdad que destruiste las boyas?

Toshio podía sentir tras él la silenciosa presencia de Dennie, que miraba también al delfín por encima de sus hombros.

—Sssí. Pero no fui yo quien colocó la trampa. Como el Rey Enrique con Beckett-t, yo sólo lo supe después. Si por alguna extraña casualidad tú puedes escapar y yo no, díselo a los de la Tierra. Otro tomó la iniciativa.

—Entonces, ¿quién lo hizo? —preguntó Toshio, apretando los puños.

Un largo suspiro escapó del agujero soplador de Takkata-Jim.

—Nuestro doctor Metz consiguió esconder a la Vigilancia Aeronáutica la presencia de ciertos individuos que no tenían por qué venir en este viaje. Estaba impaciente. Algunos de sus stenos son... tienen un árbol genealógico poco corriente.

—Los stenos...

—¡Algunos stenos! ¡Yo no soy un experimento de Metz! ¡Yo soy un oficial de astronave! ¡Me he ganado mi puesto! —La voz del delfín era desafiante—. Cuando la tensión llegó a un punto de ruptura, algunos de ellos se volvieron hacia mí. Creí que podría controlarlos. Pero aquello demostró estar muy por encima de mis capacidades.

Díselo si vuelves a casa, Toshio Iwashika. Diles que esss posible convertir un delfín en un monstruo. Deben saberlo.

Takkata-Jim permaneció largo rato mirando fijamente al guardiamarina, luego giró su araña y siguió a su tripulación camino de la lancha.

—¡Es un mentiroso! —murmuró Dennie cuando se hubo alejado—. Parece muy racional y lógico, pero sólo escucharle me produce escalofríos.

Toshio permaneció observando la araña hasta que desapareció camino abajo.

—No —dijo—. Es ambicioso, y quizá también un loco. Es probable que sea incluso un traidor. Pero no sé por qué creo que todo lo que ha dicho es la pura verdad. Tal vez sea una capa de honestidad lo último que le queda para mantener su orgullo —se dio la vuelta, sacudiendo la cabeza—. Pero esto no le hace menos peligroso.

Se acercó a Charles Dart, que le miraba con una amistosa sonrisa. Toshio se acuclilló junto al planetólogo chimp.

—Doctor Dart, ¿cuál es su potencia?

—¿La de qué, Toshio? ¡Dime! ¿Has visto el nuevo robot? Está construido de forma especial. Puede sumergirse hasta la base del pozo, y luego excavar en el lateral hasta alcanzar las grandes galerías de magma que hemos detectado...

—¿Cuál es su potencia, Charlie? —insistió Toshio. Estaba tenso, y dispuesto para estrangular al chimpancé—. Dímelo.

Dart le miró durante unos instantes, con aire de culpabilidad, antes de dirigir la mirada a la charca, pensativamente.

—Sólo un kilotón cada una —suspiró—. En realidad, apenas suficiente para levantar unas ondas sísmicas decentes —elevó hacia Toshio sus grandes e inocentes ojos castaños—. ¡De verdad, sólo son unas pequeñísimas bombas A!

70
HIKAHI

La necesidad de avanzar en silencio la obligaba a llevar una velocidad apenas superior a la de un trineo. Resultaba frustrante.

Cortado todo contacto con el mundo desde hacía más de un día, Hikahi examinaba el paisaje submarino a su alrededor para alejar el pensamiento de la suerte del Streaker y la de Creideiki. Antes o después acabaría por saber lo que había sucedido. Hasta entonces, lo único que podía hacer era preocuparse.

La luz de la mañana se filtraba hasta el extremo del cañón mientras ella giraba hacia el este y luego hacia el norte. Conglomerados de algas derivaban sobre su cabeza, y algunos peces cobrizos aparecían de vez en cuando a su lado, hasta que el esquife les sobrepasaba.

En una ocasión, vio algo alargado y sinuoso que se deslizó al interior de una gruta marina cuando ella se acercó. No tenía tiempo para detenerse y explorar, pero hizo una fotografía del monstruo mientras pasaba.

¿Qué voy a hacer si encuentro el Streaker destruido?, pensó sin querer.

Volveré a la nave thenania como paso intermedio. Allí me necesitan. Pero entonces yo seré la capitán. Y permanecer ocultos en el fondo del océano no es una solución a largo plazo. No en este mundo de muerte.

¿Podré conducir por mi misma unas negociaciones de rendición?

Si podía, no iba a dejar que los galácticos se apoderaran de su persona. Ella era una de los pocos que, con los apuntes correctos, sabría trazar un rumbo preciso para volver a la flota abandonada.

Quizá consiga que la tripulación sea encarcelada en unas condiciones aceptables y luego escapar en el esquife, pensó. No es que con el esquife pueda hacer todo el camino hasta casa, incluso aunque logre forzar el bloqueo galáctico. Pero alguien tiene que intentar regresar a la Tierra. Tal vez encuentren la forma de castigar a los fanáticos... hacer que su comportamiento les cueste caro y que otra vez se lo piensen dos veces antes de amenazar a los terrestres.

Hikahi sabía que sólo estaba soñando. Dentro de algunos miles de años, quizá los humanos y sus pupilos alcanzaran esa clase de poder.

Hikahi interrumpió sus pensamientos y escuchó. Había un sonido...

Aumentó el volumen de los hidrófonos de la nave. Los filtros borraban el ruido de fondo de los motores y la marea. Oyó los apagados sonidos de criaturas oceánicas que huían.

—¡Computadora! ¡Filtraje de la recepción cetácea! Las estructuras sonoras cambiaron.

El mar parecía quieto. Sin embargo, había un rastro de alguna cosa.

—¡Ampliación!

El nivel del ruido aumentó. ¡Por encima del silbido de los parásitos pudo oír los débiles pero reconocibles gritos de unos delfines nadando! Algunos eran los sonidos desesperados de un combate.

¿Se trataba de los ecos de los supervivientes dispersos de un desastre? ¿Qué hacer?

Le hubiera gustado lanzarse en auxilio de los fines con problemas. Pero, ¿quién los perseguía?

—¡Ruidos de máquinas! —ordenó. Pero el detector hizo parpadear una luz roja, indicando que no había ningún ruido de esa clase. Los delfines, por consiguiente, no tenían trineos.

Si intentaba rescatarlos, arriesgaba la única esperanza de la tripulación que había dejado en el Caballo Marino. ¿Debía esquivar a los fugitivos y, tal como estaba planeado, dirigirse a toda prisa hacia el Streaker? Era una elección angustiosa.

Hikahi redujo la velocidad para hacer menos ruido y enfiló el esquife hacia el norte, hacia los débiles gritos.

71
CHARLES DART

Esperó hasta que todos se hubieron ido para desatornillar la parte posterior del nuevo robot y verificar su contenido.

Sí, aún estaba allí. Oculto con toda seguridad.

Ah, bien, pensó. Confiaba en repetir el experimento, pero una sola bomba será suficiente.

72
STREAKER
FRAGMENTO DEL DIARIO DE GILLIAN BASKIN

Estamos en camino. Todos a bordo parecen haberse tranquilizado cuando por fin empezamos a movernos.

Anoche, el Streaker abandonó el fondo del océano, con los impulsores al mínimo. Yo estaba en el puente, recibiendo los informes de los fines que controlaban desde el exterior y observando los indicadores de tensión hasta que estuve segura de que el Streaker funcionaba bien. De hecho, ha sido tan positivo para él como para nosotros emprender la marcha.

Emerson y la tripulación de la sala de máquinas pueden estar orgullosos de su trabajo, aunque, desde luego, las bobinas encontradas por Tom y Tsh't son quienes lo han hecho posible. El Streaker zumba otra vez como una verdadera nave espacial.

Nuestro rumbo es directo al sur. Conforme avanzamos, vamos dejando caer un monofilamento que nos permitirá seguir en contacto con el grupo de la isla y transmitir un mensaje a Hikáhi cuando aparezca.

Espero que se dé prisa. Ser un capitán es más difícil de lo que me había imaginado.

Debo asegurarme de que todo se ha hecho en el debido orden y correctamente, y esto del modo más discreto posible, sin provocar que los fines sientan que «la vieja dama» está siempre encima de ellos. A veces, lamento no tener un poco de la preparación militar que Tom adquirió mientras yo estaba lejos estudiando medicina.

En menos de treinta horas alcanzaremos la nave thenania. Suessi dice que saldrá a nuestro encuentro. Entretanto, tenemos patrulleras en el exterior, y Wattaceti nos precede con un trineo de detección. Sus instrumentos muestran un escape muy pequeño, así que por ahora no corremos peligro.

Other books

Paying Guests by Claire Rayner
Confederates Don't Wear Couture by Stephanie Kate Strohm
Love Don't Cost a Thing by Shelby Clark
The Paternity Test by Michael Lowenthal
Bad Dreams by R.L. Stine
Child Thief by Dan Smith
Time Castaways by James Axler
Son of Holmes by John Lescroart
El pendulo de Dios by Jordi Diez