Read Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas? Online
Authors: Jovanka Vaccari Barba
Tags: #Relato
Desvelado el mito antiguo y creado el moderno del «derecho al trabajo», las mujeres, a pesar del deslome de la triple jornada, hemos demostrado estar capacitadas para realizar cualquier tipo de tarea, y hemos provocado cambios
evolucionarios
sin precedentes: el mejor de ellos, a mi juicio, el de haber intervenido libre albédricamente en el devenir humano, aportando un giro inesperado a la trayectoria biocultural de la especie.
Pero el nuevo contexto exige una participación distinta de los hombres. Sin embargo sabemos, intuitiva y científicamente, que su organización químico-cerebral, diferente a la de las mujeres, es menos generosa:
realmente
no están dotados para igualar el despliegue operativo de que somos capaces las doñas. Trabajar, criar y llevar una casa es, en ellos, una ecuación imposible. ¿Podemos requerirles «igualdad» de comportamientos?
Biológicamente no me atrevo, no hay más cera que la que arde y, además, «La Casa» ha sido un reino culturalmente vedado al hombre por las propias mujeres: hay que reconocer, también en esto, una injusticia.
Pero... ¿y si convertimos la Incorporación al Mundo de lo Doméstico en un Derecho del Hombre? ¡Perseguir un triunfo cultural en lugar de admitir un fracaso biológico! ¡Con su Día y todo! ¿Eh? ¿Qué tal?
Uhmm, veo que en mayo hay fechas libres. Bien, que no se diga que no he puesto mi granito: propongo el 19 para celebrar, un poner, el Día del Hombre Mejorado, en homenaje a los primeros hombres que
cayeron
abatidos por el temible ejército de productos de limpieza, defendiendo su derecho a ser
Sapiens
además de
Homo
. ¡Ánimo!
Un idílico paraje. Varias familias de monos bonobo retozan por aquí y por allá. Una pareja de machos se entrega a juegos de dominación. Forcejean, se revuelcan, se
sorroballan
... Al llegar el agotamiento, caen relajadamente. Al momento, uno de ellos, el macho vencedor, se levanta y ofrece su espalda al otro. ¡Qué raro! Parece que inicia un gesto de sumisión. El compañero vencido le husmea el trasero, se incorpora, le acoge delicadamente por detrás y... ¡Pero bueno, qué hace! ¡Le está penetrando! ¡¿Y el macho dominante se deja?! Cómo, tanto que se deja... ¡si... si es que está masturbándose!... ¿Y ahora, qué le pasa?... ¡No me lo puedo creer! ¡Pero si va a eyac...! ¡Oh, dios mío, ¿será posible?! ¡Parecen humanos!
Si yo fuera Jerónimo Saavedra exigiría a José Manuel Soria disculpas, pero no por haberme hecho objeto de sus insultos, sino por haberme hecho objeto de sus fantasías.
El Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche describe fantasía como «guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente».
Entre los pocos aciertos que le quedan vivos al imaginativo Freud, figura el de que «toda fantasía encubre un deseo reprimido». A la vista del detalle con que Soria describe una situación imposible —»pierdes aceite», «vas a resbalar sobre ti mismo», «puedes quedar en posturas muy incómodas»— es un hecho que el caballero ha dedicado un tiempo, no corto, a imaginar a su ofendido «cayendo», «abriéndose», «escarranchándose», «haciendo posturas incómodas». Ha elaborado, pues, una fantasía.
Lo que Freud denomina
Phantasien
son ante todo los sueños diurnos, escenas, episodios y ficciones que el sujeto se forja y se narra a sí mismo en estado de vigilia, constituyendo un mecanismo muy socorrido de la personalidad histérica. La estrecha relación entre fantasía y deseo se confirma por, cito: 1) tratarse de guiones, aunque se enuncien en una sola frase, de escenas organizadas, susceptibles de ser dramatizadas visualmente; 2) el sujeto está siempre presente en tales escenas, como participante o como observador; 3) lo representado no es un objeto al cual tiende el sujeto, sino una secuencia de la que forma parte y en la cual son posibles, por tanto, las permutaciones de papeles y de atribución; 4) en la medida en que el deseo se articula así en la fantasía, ésta está implicada en operaciones de defensa; 5) tales defensas, a su vez, se hallan indisolublemente ligadas a la función primaria de la fantasía (la escenificación del deseo), escenificación en la que lo
prohibido
se encuentra siempre presente en la posición misma del deseo.
A mi juicio, pues, no sólo estamos ante un caso de actividad fantaseadora, sino ante una hermosa fantasía homosexual. La fantasía homosexual es la construcción de imágenes eróticas con personas del mismo sexo. El escaso 20% de hombres a los que les toca no tener ninguna experiencia homosexual en su vida, no escapa a las fantasías homosexuales, pues éstas son patrimonio filogenético: unos lo admiten y persiguen asumidamente su placer con imágenes explícitas; los más
machos
(o sea, los menos evolucionados) no, pero no importa: la evolución dispone de los sueños para que no revienten, y la cultura del lenguaje simbólico para facilitar, analógicamente, la comprensión de los contenidos ocultos.
Las teorías psicoanalíticas de la transformación, aplicadas con cuidadito, nos ayudan a comprender, gracias al lenguaje simbólico, el verdadero contenido de lo enunciado en una fantasía o un sueño. El inconsciente individual es el hogar de los simbolismos. La función simbólica, pues, hace su aparición justamente cuando hay una tensión entre contrarios (deseo/represión), para que la conciencia resuelva lo que no puede con sus propios medios. Siempre que alguien elabora una analogía, está, en realidad, exponiendo su inconsciente y su particular comprensión de la realidad, cuando no explícitamente su deseo de que la realidad sea como imagina... aunque a veces los símiles nos salgan automovilísticos.
De nuestra —por pública— excelentísima fantasía sólo me queda curiosidad por el papel que desea para sí el autor, pero —ya sé, ya sé que voy a la contra— a mí me parece que el alcalde ha sido muy valiente autodenunciando lo que le pasa por la cabeza.
Sobre una calentita montaña de excrementos, machos y hembras de moscas del estiércol se encuentran para el refocile reproductivo. Todo el grupo se aparea desenfrenada e indiscriminadamente. ¿Todo? ¡No! Unas pocas parejas se «fugan»: levantan el vuelo y se retiran clandestinamente hacia otra zona en busca de intimidad. ¡Las muy traidoras están cometiendo un pecado de fidelidad sexual!
Nadie más lejos del romanticismo que las moscas de la caca, por lo que su ejemplo explica bien qué se esconde detrás de un comportamiento sexual exclusivista. El «deseo» de perpetuar los genes propios no tiene por qué ser más consciente en las personas que en los insectos o que en los reptiles, aunque el significado
real
del interrogante —¿te aparearás sólo conmigo?— denuncia una intuición sobre su origen: que la monogamia no tiene que ver con el amor, sino con las estrategias reproductivas.
John Dobson, físico nacido en China y estudioso de los textos sagrados sánscritos, acierta a explicarlo con sencillez: «Las directrices fundamentales del programa genético sirven para dirigir una corriente de entropía negativa sobre nosotros mismos y transmitir la línea genética. Por esto nos sentimos los agentes de la acción. Pero no es más que un espejismo genético. Los genes nos han persuadido de que siguiendo sus dictados alcanzaremos la paz de lo inmutable, la libertad de lo infinito y la bienaventuranza de lo indiviso. Pero, en vez de eso, lo que tenemos al final es una familia».
La forma de nuestros genitales sugiere que estamos físicamente diseñados para buscar el éxito reproductivo mediante la competencia del esperma. Ésta es una estrategia natural de selección, una «guerra» que se produce en la vagina de las hembras entre espermas de 2 o más machos, y su objetivo es elegir el mejor genoma masculino, el que habrá de continuarse, El Elegido de La Vida.
Para los machos aspirantes a paternidad, «La Vida» es pura competencia, a la vista de las pruebas que han de superar: la de la hembra —a la que ha de cortejar y gustar—; la de los rivales —a los que ha de vencer en luchas mortales—; la del útero —químicamente selectivo con los espermatozoides rivales—; la del azar —a pesar de parecer el vencedor, puede no ser el auténtico padre de la cría—; y, de ocurrir esto, la del pardillo —invirtiendo energía en la crianza y cuidado de un genoma que no es el suyo—.
Es muy probable que los dos últimos
detalles
condicionaran la tendencia de los hombres a imponer la monogamia femenina: para garantizar su paternidad, los primeros machos del
Homo Sapiens
habrían apartado a sus hembras fértiles de la promiscuidad grupal, vigilándolas celosamente y dedicándose a una sola compañera. En una sociedad cazadora, es verosímil que la distribución desigual de carne haya conducido a la aparición de «consorcios», una primitiva modalidad de relación conyugal en la que las hembras aceptaron el aporte de alimento a cambio de
una relativa
fidelidad sexual.
La monogamia es una contraestrategia para evitar la competencia entre espermas, es decir, para eliminar la competencia sexual entre los machos. Aunque esta innovación puede haber fortalecido socialmente a los
Sapiens
de la sabana, también puede haber ido acompañada, en sus inicios, de un aumento de la agresividad masculina, de las acciones violentas y del espíritu de venganza; y en sus finales... también: entre el «¿Serás sólo mía?» y el «¡Serás sólo mía!» únicamente media un tono distinto, el contenido es el mismo.
El hecho de que el adulterio y la infidelidad femenina se hayan interpretado como ofensa o insulto al padre, indica que la monogamia favorece el patriarcado, la falocracia y una
sociedad
para la violencia organizada: los celos, la territorialidad, la competitividad entre machos, el sentimiento de superioridad, el sentido de la posesión y de la propiedad son emociones masculinas que, además de evitar la competencia espermática, cimentan El Orden de la sociedad patriarcal moderna. Y sabemos de qué mal café se pone quien se empeña en mantener no ya «un orden», sino un orden artificial.
Aun así, la evolución de los monos antropomorfos en humanos ha sido tan reciente que ese pasado todavía alienta comportamientos promiscuos en la gran, gran mayoría... y nos aporta pruebas: ¿Quién no ha sentido ganas de ponerle un cuernito a su pareja incluso —o sobre todo— cuando la relación es formidable? Aviso a monógamas: chicas, miren a ver, que las restricciones sexuales siempre van en contra de los intereses femeninos; y aviso a monógamos: la ausencia de competencia espermática hace innecesarios los penes grandes. Ustedes verán.
En un edificio de jaulas, a modo de apartamentos, decenas de ratones chillan, gimen y se retuercen de placer. ¿Es un estudio sobre apareamientos múltiples? No, ninguno disfruta de compañía sexual. ¿Es una convención de roedores onanistas? Bueno, poco apetecible un laboratorio para ese tipo de complacencias. ¿Es una muestra de demencia animal? Ni mucho menos. En realidad es una fiesta química ¡y las copas corren a cuenta de los investigadores!
Cuando se suministra feniletilamina a ratones, macacos y otros mamíferos, se observa que experimentan altos niveles de placer, que muestran conductas de cortejo a pesar de no tener pareja próxima y que, de manera «inteligente», encuentran y presionan las palancas que les proporcionan más droga.
Las drogas, compuestos químicos con efectos altamente específicos y predecibles, han influenciado profundamente en la sexualidad desde los tiempos arcaicos en que las bacterias dominaban la Tierra. Se ha documentado, por ejemplo, que cuando se añade el antibiótico tetraciclina a un cultivo de bacterias, la actividad sexual de éstas se incrementa hasta mil veces.
Ni la alquimia ni la química han logrado poner al alcance humano un chollo semejante. Aún andan detrás del
verdadero
afrodisíaco, pero algunas drogas naturales son tan poderosas que seguramente se prohibirían si no fueran parte heredada de nuestra percepción natural y de la bioquímica que modula nuestras emociones. Aunque no hay que bajar la guardia: el puritanismo prohibicionista no tiene límites.
Las drogas de procedencia interna y externa que alteran el estado de ánimo abundan, y están profundamente fundidas con nuestra propia sustancia. Por lo que se sabe, la feniletilamina no sólo «mediatiza» la pasión amorosa, sino también la sensación de peligro: un desequilibrio o carencia de feniletilamina parece inducir en ciertas personas la búsqueda de situaciones peligrosas, por lo que no es de extrañar que haya quien encuentre en el enamoramiento gozosos factores de riesgo. O viceversa: que haya quien encuentre, en situaciones arriesgadas, ganas de enamorarse.
Una de las drogas que podríamos calificar de «femenina» es la oxitocina, un compuesto que estimula la contracción de la musculatura lisa e induce la secreción de leche en las madres. La oxitocina en sangre aumenta espectacularmente durante el orgasmo y tras el amamantamiento. Durante éste, descienden los niveles de cortisol y de presión arterial, dilatándose los vasos sanguíneos del pecho para dar calor al bebé. Cuando se administra un compuesto bloqueante de la oxitocina a ratas hembras recién paridas, éstas pierden interés por las crías.
En los guerreros masculinos los niveles de oxitocina en sangre se multiplican sólo por cinco durante el orgasmo. Y a diferencia de las mujeres, en ellos se elevan los niveles de cortisol y adrenalina, hormonas que incrementan la concentración de glucosa y la presión sanguínea. La diferencia entre unas y otros es notoria: el macho testosterónico tiene un comportamiento habitualmente amenazante y agresivo —excepto tras el acto sexual—, mientras que la madre lactante experimenta y transmite una sensación de calma y bienestar que ya quisiera para sí Confucio.
Se revela evidente, pues, que esta droga «de la afectividad» —y otras— han tenido un papel más que importante en la evolución sexual de los humanos. Puede, incluso, que el ascenso de los niveles de oxitocina fuera la «culpable» de que nuestros ancestros masculinos y femeninos empezaran a disfrutar de la compañía mutua tras una relación sexual. Y no es baladí en nuestra trayectoria: a medida que nuestros antepasados descubrían y reforzaban esta modalidad de alianza, se fueron haciendo más inteligentes, amorosos y sociables.
Lo que no comprendo es cómo teniendo conocimiento de los efectos de tan noble sustancia aún no se venda embotellada.