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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

Mala ciencia (21 page)

BOOK: Mala ciencia
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Cuando uno ve el programa de televisión de McKeith con el ojo clínico de un médico, resulta inmediatamente evidente (y aterrador) que ni siquiera allí parece saber de lo que habla. Explora los abdómenes de los pacientes sobre una camilla de examen médico como si ella fuera doctora en medicina y proclama sin titubear que puede palpar cuáles son los órganos inflamados. Sin embargo, el examen clínico es un arte muy sutil incluso cuando se realiza en las mejores condiciones, y esa habilidad de la que ella se declara poseedora equivale a afirmar que es capaz de detectar qué juguete de peluche hay escondido bajo un colchón palpando éste por encima (si quieren, pueden intentarlo en casa).

Ella asegura que es capaz de detectar un linfedema (la inflamación de los tobillos debida a una retención de fluido) y casi hace lo correcto para detectarlo. Como mínimo, coloca los dedos más o menos sobre el lugar correcto, pero sólo se detiene ahí medio segundo antes de anunciar triunfalmente su diagnóstico. Si les interesara tomar prestado mi ejemplar de la segunda edición del manual
Clinical Examination
, de Epstein y De Bono (y no creo que haya muchas personas de mi promoción en la Facultad de Medicina que no compraran uno) para echarle una ojeada, verían que para examinar una zona del cuerpo en busca de un linfedema, hay que presionar firmemente sobre ella durante unos treinta segundos, para comprimir con suavidad el fluido exudado por los tejidos, e, inmediatamente después, retirar los dedos y comprobar si éstos quedan allí marcados.

Por si acaso piensan que estoy siendo selectivo y me estoy limitando a citar los momentos más ridículos de McKeith, sepan que hay más: la lengua es «una ventana a los órganos; su lado derecho muestra cómo está la vesícula biliar y su lado izquierdo, cómo anda el hígado». Las marcas cutáneas vasculares en el rostro son un síntoma de «insuficiencia de enzimas digestivas: su cuerpo le pide a gritos enzimas alimenticias». Gracias a Dios, Gillian puede venderles algunas de esas enzimas alimenticias en su propio sitio web. «Las manchas de excrementos en la ropa interior» (es una obsesa de las heces y las lavativas) son «un síntoma de exceso de humedad en el interior del cuerpo, un problema muy común en Gran Bretaña». Si sus heces huelen mal, entonces ustedes «necesitan desesperadamente enzimas digestivas». Otra vez. Su tratamiento para los granos de la frente (no para cualquier otro grano, cuidado: sólo para los de la frente) consiste en un enema corriente. La orina turbia es «síntoma de que el cuerpo tiene demasiada humedad y un exceso de acidez debido a la ingestión de alimentos poco apropiados». El bazo es nuestra «batería de energía».

Así pues, hemos visto una serie de hechos científicos —muy básicos, por cierto— sobre los que la doctora McKeith parece andar errada. ¿Y en materia de procedimientos científicos? Ella ha declarado (de forma reiterada y a quien quiera oírla) que participa en investigaciones clínicas científicas. Volvamos por un momento sobre nuestros pasos, porque, por lo que he dicho hasta aquí, sería razonable suponer que McKeith ha sido claramente catalogada por todos como una especie de terapeuta alternativa heterodoxa. Pero no, nada más lejos de la realidad. En Channel 4, en el sitio web de McKeith, en la empresa que administra sus actividades y en los libros de esta autora se nos presenta sistemáticamente y desde el primer momento a esta «doctora» como una autoridad científica en materia de nutrición.

Muchos espectadores de su programa de televisión supusieron, como era natural, que era una doctora en medicina. ¿Y por qué no iba a serlo? Allí estaba, examinando a pacientes, realizando e interpretando análisis de sangre, ataviada con una bata blanca, rodeada de tubos de ensayo: «la doctora McKeith», «la doctora de la dieta», con sus diagnósticos, sus terminantes comentarios sobre tratamientos, su uso de compleja terminología científica pronunciada con toda la autoridad de que podía hacer acopio, y su manía de introducir en el recto de la gente (de forma tan amable como invasiva) material de irrigación diverso.

Eso sí, para ser justos, debería mencionar algo a propósito de su título, aunque también debo ser muy claro en este punto: no creo que ésta sea la parte más importante de esta historia. Es el aspecto más divertido y memorable de la misma, sí, pero la acción de verdad se desarrolla en el terreno de si McKeith es realmente capaz de comportarse como la académica en ciencia nutricional que afirma ser.

Y el carácter académico de su trabajo es digno de admiración, aunque por los motivos equivocados. Acostumbra a producir largos documentos con supuestas referencias eruditas, con bonitos números en superíndice, y en los que se habla de ensayos, estudios, investigaciones y artículos… Pero cuando tratamos de seguir esos números para comprobar las referencias, nos sorprendemos de la frecuencia con la que no resultan ser lo que ella afirmaba que eran en el cuerpo de texto de su libro o de su artículo, o de lo habitual que resulta que nos remitan a pequeñas revistas y libros raros, con títulos como
Delicious
[Delicioso],
Creative Living
[Vida creativa],
Healthy Eating
[Comida saludable], o mi favorito de todos ellos,
Spiritual Nutrition and the Rainbow Diet
[La nutrición espiritual y la dieta del arco iris], en vez de a revistas académicas propiamente dichas.

Esto es algo que ella hace incluso en el libro titulado
Miracle Superfood
, que, según nos explica el editor, es la versión publicada de su tesis doctoral. «En experimentos de laboratorio realizados con animales anémicos, se ha observado que el recuento de glóbulos rojos en la sangre ha vuelto a niveles normales en cuestión de cuatro o cinco días tras habérseles administrado clorofila», escribió allí. La referencia que cita para tales datos experimentales es una revista titulada
Health Store News
[Noticias de tiendas de salud]. «En el corazón —continúa explicándonos ella—, la clorofila ayuda en la transmisión de los impulsos nerviosos que controlan la contracción.» Una afirmación, ésta, para la que se cita como referencia el segundo número de una revista llamada
Earthletter
[Carta de la Tierra]. A mí me parece bien si eso es lo que ustedes quieren leer (ya ven que soy de lo más razonable), pero es evidente que no constituye una fuente apropiada como referencia para semejante afirmación. Y ésta era su tesis doctoral, recuerden.

Esto, para mí, es una ciencia del tipo que el profesor Richard Feynman describió hace más de treinta años, refiriéndose a las similitudes entre los pseudocientíficos y las actividades religiosas que se habían observado en algunos islotes melanesios en la década de 1950:

Durante la guerra, [los habitantes autóctonos] vieron llegar aviones repletos de buenas mercancías y ahora quieren que vuelva a suceder lo mismo. Así que se las han arreglado para construir algo parecido a pistas de aterrizaje, han colocado antorchas a ambos lados de dichas pistas, han fabricado un barracón de madera para alojar en él a un hombre, a quien han colocado dos piezas de madera a ambos lados de la cabeza a modo de auriculares (con cañas de bambú que sobresalen en forma de antena) y le han asignado la misión de ser el controlador, y ahora esperan que vuelvan a aterrizar los aviones. Lo están haciendo todo correcto. La forma es perfecta. Parece tener exactamente el mismo aspecto que tenía lo de antes. Pero no funciona. No aterriza ningún avión.
[2]

Como los rituales que acabamos de ver, la forma del trabajo pseudoacadémico de McKeith es superficialmente correcta: ahí están los superíndices numéricos, los vocablos técnicos dispersos, los comentarios sobre investigaciones, ensayos y resultados… pero falta la sustancia. La verdad es que yo no le encuentro la gracia. Me deprime bastante pensar en ella, allí sentada, tal vez sola, mecanografiando con aplicación y entrega todas esas tonterías.

¿Deberíamos tenerle lástima? Una buena ventana abierta a la comprensión de su mundo es la manera en que ha respondido a las críticas: con afirmaciones que parecen ser… cómo decirlo… incorrectas. Es prudente suponer que hará lo mismo con todo lo que yo escriba aquí, así que, como preparación para las refutaciones que estén por venir, analicemos algunas de las que ya han llegado en el pasado reciente.

En 2007, como ya he apuntado, recibió una reprobación de la Agencia Reguladora de los Medicamentos y los Productos Sanitarios (MHRA, por sus siglas en inglés; un organismo gubernamental británico) por vender toda una gama de píldoras herbales sexuales, de bastante dudoso gusto, llamada Fast Formula Horny Goat Weed Complex [Complejo de Hierbas de Fórmula Rápida de la Cabra en Celo], que se anunciaban como favorecedoras de la satisfacción sexual (según los resultados de un «estudio controlado») y que se vendían atribuyéndoseles propiedades medicinales explícitas. Su venta fue ilegalizada en el Reino Unido. A McKeith se le ordenó que retirara los productos a la venta de inmediato. Ella obedeció la orden —se enfrentaba, si no, a un proceso penal— pero su sitio web anunció que las píldoras sexuales habían sido retiradas en cumplimiento de «las nuevas leyes sobre licencias de la UE respecto a los productos herbales». Ella misma participó en un anuncio de tono jocoso y eurófobo del diario escocés
Herald
: «A los euroburócratas les preocupa sin duda que los británicos estén practicando demasiado buen sexo», explicaba.

Mentira. Me puse en contacto con la MHRA y me dijeron: «Eso no ha tenido nada que ver con ninguna nueva regulación de la UE. La información publicada en el sitio web de McKeith es incorrecta». ¿Se trató de un error? «La organización de la señora McKeith ya había sido informada en años anteriores de los requisitos exigidos conforme a la legislación sobre medicamentos; no había motivo alguno para que no hubiera uno solo de sus productos que no se ajustara a la ley». Y añadieron: «Los productos The Wild Pink Yam (Ñame Rosa Salvaje) y Horny Goat Weed (Hierbas de la Cabra en Celo), comercializados por McKeith Research Ltd., nunca llegaron a ser de venta legal en el Reino Unido».

Luego está también el tema de su currículo. El doctorado de la «doctora» McKeith es por el Clayton College de Salud Natural, una universidad no acreditada como tal de cursos por correspondencia, que, cosa muy poco habitual en una institución académica, también vende su propia gama de pastillas de vitaminas a través de su sitio web. El máster de McKeith también es por tan augusta institución. A los precios actuales fijados en Clayton, las tasas y la matrícula del doctorado cuestan unos 6.400 dólares, y las del máster son un poco más baratas, pero si se pagan ambas a la vez, se obtiene un descuento de 300 dólares (y si realmente quiere tirar la casa por la ventana, tienen un paquete de oferta especial para ustedes: dos doctorados y un máster por 12.100 dólares, todo incluido).
[3]

En su currículo vítae, publicado en el sitio web de su compañía administradora, McKeith asegura tener un doctorado (PhD) por el American College of Nutrition (institución de bastante reconocido prestigio). Preguntado al respecto, el representante de la «doctora» explicó que aquello no era más que un error, cometido por un chico español en prácticas que colgó el currículo equivocado en la página. De todos modos, el lector atento tal vez haya reparado en el hecho de que esa misma autoatribución de un doctorado por el American College of Nutrition figuraba ya en uno de los libros que la autora había publicado varios años antes.

En 2007, un habitual de mi sitio web —apenas cabía en mí de orgullo— presentó una queja contra McKeith ante la Autoridad de Estándares Publicitarios británica (ASA, por sus siglas en inglés), por usar el título de «doctora» basándose únicamente en una cualificación obtenida a través de un curso por correspondencia de una universidad estadounidense no acreditada… y ganó. La ASA opinó que la publicidad de McKeith infringía dos disposiciones del código del Comité de Prácticas Publicitarias: la de la «verificación» y la de la «veracidad».

La doctora McKeith eludió en el último momento la publicación de un fallo preliminar condenatorio por parte de la ASA al aceptar —«voluntariamente»— dejar de llamarse a sí misma «doctora» en su publicidad a partir de aquel momento. En sus declaraciones a los medios informativos que cubrieron el tema, McKeith sugirió que el fallo se refería únicamente al hecho de que se presentara a sí misma como doctora en medicina. Tampoco eso es cierto. Una copia de aquel fallo preliminar acabó cayendo en mis manos —¡qué sorpresa!— y en él se dice explícitamente que las personas que vieran los anuncios tendrían la expectativa razonable de creer que McKeith está en posesión de una titulación universitaria del ámbito médico o de un doctorado en otra disciplina relacionada obtenido en una universidad acreditada.

Ella consiguió incluso que se introdujera una puntualización suya en un perfil que le dedicó mi propio periódico, el
The Guardian
: «También se ha puesto en duda el valor de la condición de miembro certificado de la Asociación Estadounidense de Consultores Nutricionales (AANC, por sus siglas en inglés) de la propia McKeith, especialmente, desde que el periodista Ben Goldacre, del
The Guardian
, logró comprar esa misma afiliación en la red para su gata muerta por 60 dólares. Una portavoz de McKeith ha dicho a propósito de la pertenencia de ésta a dicha asociación que: “Gillian tiene la condición de ‘miembro profesional’, reservada a profesionales nutricionales y dietéticos en activo, y diferenciada de la condición de ‘miembro asociado’, que está abierta a cualquier individuo. Para ser ‘miembro profesional’, Gillian tuvo que presentar pruebas de su titulación y tres referencias profesionales”».

Bien. Mi gata muerta,
Hettie
, también es «miembro profesional certificado» de la AANC. Tengo el certificado colgado en mi cuarto de baño. Tal vez a la periodista ni se le pasó por la cabeza que McKeith no estuviera en lo cierto. Pero lo más probable es que, conforme a la más que asentada tradición del periodismo apresurado, viera que se le echaba el plazo límite encima y sintiera que lo correcto era incorporar el «derecho de réplica» de McKeith a la noticia, aunque éste proyectara dudas sobre tan esforzadas revelaciones surgidas de las investigaciones que yo mismo había llevado a cabo (lo admito, estoy un poco quejoso) con mi gata muerta. Lo que quiero decir es que yo no voy por ahí apuntando a mi gata muerta a organizaciones profesionales fantasmas porque eso sea bueno para mi salud, ¿saben? Tal vez parezca desproporcionado sugerir que seguiré señalando estas mixtificaciones mientras sigan cometiéndose, pero es lo que haré, porque reconozco que rastrear su verdadero alcance me produce una extraña fascinación.

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