Mala ciencia (27 page)

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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: Mala ciencia
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Ése es el mayor logro de la industria de los fabricantes de pastillas, de toda índole y naturaleza. Cierto es que yo mismo prefiero las cápsulas de aceite de pescado a la ritalina —un fármaco indicado para la hiperactividad—, pero no es menos verdad que esas píldoras se comercializan para vendérselas a todos los niños y niñas del país, y que no hay duda de que sus fabricantes han ganado esa batalla. Algunos amigos me han contado que, en algunas escuelas, está considerado casi como una negligencia el no comprar a los pequeños y las pequeñas esas cápsulas, y su impacto sobre esta generación de escolares, criados a base de pastillas, continuará rindiendo jugosos frutos para todas las industrias relacionadas mucho después, incluso, de que las cápsulas de aceite de pescado hayan caído en el olvido.

Calmémonos un poco: el complejo industrial farmacéutico

La generación de cobertura informativa como modo de incrementar el conocimiento de un producto comercial es un procedimiento bastante manido (que está detrás también de esos artículos sin contenido encabezados por la fórmula «unos científicos han descubierto la fórmula de…» de los que hablaré en un capítulo posterior). Las compañías de publicidad calculan incluso el denominado «equivalente publicitario» para medir la exposición gratuita que llega a obtener una marca, y en una época como la actual, precisamente, en la que los periodistas (por el hecho de ser menos numerosos que antes) están obligados a generar más volumen de información impresa por cabeza, es inevitable que muchos reporteros acepten y aprovechen de buen grado esos atajos para la elaboración de artículos de gran colorido. Las noticias y los reportajes especiales sobre un producto también pesan más en la imaginación del público que un anuncio pagado, y tienen mayor probabilidad de ser leídos o vistos.

Pero existe aún otro beneficio más sutil que el fabricante de un producto pseudomédico puede obtener de la cobertura que éste reciba en la prensa, la radio y la televisión: lo que se diga o se escriba en la publicidad o en los envases de los suplementos alimenticios y los preparados médicos «fronterizos» entre la medicina y otros territorios está estrictamente regulado, pero esas regulaciones no son aplicables a lo que digan o escriban los periodistas a propósito de tales productos.

Esta inteligente división del trabajo es una de las características más interesantes de la industria de las terapias alternativas. Deténganse un momento a pensar en todas las cosas que han llegado a creer que eran verdad (o que, como mínimo, han oído afirmar con frecuencia) a propósito de diversos suplementos: la glucosamina puede tratar la artritis; los antioxidantes previenen el cáncer y las cardiopatías; los aceites omega-3 originarios del pescado mejoran la inteligencia. Estas afirmaciones son hoy moneda de uso corriente, una parte de nuestra cultura, como puede serlo que «las hojas de acedera calman las picaduras de ortiga», pero rara vez las verán ustedes explicitadas en los envases o en la publicidad que acompaña a esos productos.

Si reparamos en esto último, los suplementos a todo color que acompañan a los diarios se convierten en una lectura un poco más interesante: el columnista que escribe sobre terapias alternativas dice algo espectacular e insostenible desde el punto de vista científico sobre las propiedades de la glucosamina, asegurando, por ejemplo, que mejorará el dolor articular de un lector que le ha remitido una carta sobre su situación. La empresa fabricante de las píldoras, mientras tanto, pagará la publicación de un anuncio a toda página de la glucosamina, en el que sólo indicará la dosis recomendada y en el que, tal vez, llegue a incluir alguna afirmación poco comprometida (a nivel de biología básica) sobre sus propiedades, pero no sobre su eficacia clínica: «La glucosamina es un conocido constituyente químico del cartílago».

En ocasiones, el solapamiento es tal que resulta incluso gracioso. Algunos ejemplos son bastante previsibles. El magnate de las píldoras vitamínicas Patrick Holford, por citar un caso, formula afirmaciones generales y espectaculares sobre las propiedades de toda clase de suplementos alimenticios en sus libros de la serie Optimum Nutrition, y, sin embargo, ninguno de esos pretendidos efectos se encuentra en las etiquetas de su propia gama de píldoras vitamínicas Optimum Nutrition (que, no obstante, sí incluyen una fotografía con su rostro).

La columnista sobre salud alternativa Susan Clark (que ha argumentado, entre otras cosas, que el agua tiene calorías) es otro ejemplo luminoso de esa fina línea de separación que los periodistas pueden traspasar a veces. Durante años, ella escribió una columna en el
The Sunday Times
, en el
Grazia
y en el
The Observer
. En esos artículos, recomendaba con notable frecuencia (de hecho, una vez al mes, con la regularidad de un reloj, según mis cálculos) los productos de una compañía, Victoria Health. Las tres publicaciones niegan que hubiera impropiedad alguna en su comportamiento (como ella misma niega también), y yo no tengo razones para dudar de ello. Pero lo cierto es que ella había trabajado a sueldo de esa empresa en el pasado y que, en la actualidad, se ha retirado de sus tareas periodísticas para ocupar un empleo a tiempo completo en Victoria Health, escribiendo en la revista corporativa de la compañía. (Ésta es una escena que nos trae inquietantes reminiscencias de las conocidas idas y venidas de empleados entre el organismo regulador de la industria farmacéutica en Estados Unidos y los consejos de administración de diversas de esas compañías que operan en aquel país. En el fondo, y aun a riesgo de ser un poco machacón a la hora de recalcar este tema, ustedes ya habrán notado que la historia que cuento aquí, usando ejemplos extraídos de medios de comunicación de gran circulación y audiencia, es la de todas las industrias de fabricación de pastillas y píldoras, y que resulta muy difícil separar los casos de unas de los de las otras.)

Ya en 1991, la Real Sociedad Farmacéutica británica (RPS, por sus siglas en inglés) expresó su preocupación ante estas estrategias de marketing encubierto por parte de la industria farmacéutica convencional: «Ante la prohibición de etiquetar sus productos con alegaciones detalladas sobre sus propiedades medicinales si no les ha sido otorgada la licencia como medicamento —explicaba entonces la RPS—, los fabricantes y las compañías comercializadoras están recurriendo a métodos como el uso de la imagen de personas famosas como reclamo, la publicación de bibliografía pseudomédica gratuita sobre tales productos y las campañas de prensa que acaban desencadenando artículos y reportajes promocionales acríticos en diarios y revistas de gran tirada». Ese acceso no controlado al mundo de los medios de comunicación es una reconocida e importante ventaja comercial para Equazen, una ventaja que la empresa se esfuerza por exprimir al máximo. En la nota de prensa que anunciaba la adquisición de la compañía por parte de la empresa farmacéutica Galenica, Equazen declaró: «En las cadenas nacionales de televisión y radio han aparecido en numerosas ocasiones informaciones sobre estudios que han mostrado los beneficios de nuestro Eye Q. […] Dicho impacto ha desempeñado un papel decisivo (y ampliamente reconocido) en el significativo crecimiento experimentado por el sector de suplementos de omega-3 en el Reino Unido desde 2003». Para serles sincero, yo preferiría que todos los envases y los anuncios de los dispensadores de terapias alternativas contuvieran una especie de «recuadro de insensateces» en el que éstos pudieran incluir libremente cualesquiera afirmaciones que quisieran hacer sobre las propiedades de sus productos, en vez de soportar esta cobertura informativa engañosa, porque, como mínimo, los anuncios están claramente definidos como tales.

Las ruedas del tiempo

Evidentemente, esos ensayos de Durham no han sido la primera vez que el mundo ha visto tan extraordinario esfuerzo por promocionar los «poderes» de un suplemento alimenticio a través de informaciones en los medios sobre estudios e investigaciones inaccesibles. En la década de 1980, David Horrobin era un multimillonario farmacéutico (uno de los hombres más ricos de Gran Bretaña) y su imperio de suplementos alimenticios Efamol (erigido, como el de Equazen, sobre los «ácidos grasos esenciales») llegó a tener un volumen de negocio de 550 millones de libras anuales. El denodado afán de su compañía, sin embargo, fue mucho más lejos que el empeño demostrado años después por Equazen y el consejo del condado de Durham.

En 1984, varios distribuidores estadounidenses de Horrobin fueron llevados a juicio y hallados culpables de etiquetar engañosamente su suplemento alimenticio denominándolo «medicamento»; habían tratado de eludir las regulaciones de la Administración Federal de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) que les prohibían publicitar propiedades y efectos infundados de sus píldoras manipulando la cobertura informativa de los medios para que las mostraran como si tuvieran beneficios médicos demostrados. En el juicio, se presentaron pruebas documentales en las que Horrobin figuraba diciendo explícitamente cosas como: «Es obvio que no se puede hacer publicidad [del aceite de onagra] como si fuera indicado para esos fines, pero también es obvio que existen formas paralelas de transmitir esa misma información». En diversos memorandos de la compañía aparecieron descritos intrincados ardides promocionales, consistentes, por ejemplo, en colocar en los medios artículos sobre sus investigaciones, movilizar a investigadores para que hablaran de las propiedades del producto en vez de que lo hiciera directamente la empresa, o recurrir a llamadas telefónicas en directo a programas de radio.

En 2003, el doctor Goran Jamal, investigador de Horrobin, fue declarado culpable por el Consejo Médico General de Gran Bretaña de amañar fraudulentamente datos obtenidos a partir de ensayos que había realizado para la empresa. Se le había prometido un 0,5 % de los beneficios totales del producto si éste salía al mercado (Horrobin no fue hallada responsable del hecho, pero ése no deja de ser un acuerdo de remuneración bastante inusual que, sin duda, resultaría tentador para cualquiera).

Como en el caso de las píldoras con aceite de pescado, los productos de Horrobin estaban permanentemente en las noticias, pero costaba mucho hacerse con los datos de sus investigaciones. En 1989, el propio Horrobin publicó un famoso metaanálisis de ensayos en una revista de dermatología, en el que se concluía que su producto estrella, el aceite de onagra, era eficaz en el tratamiento del eczema. Ese metaanálisis excluyó, sin embargo, el único gran ensayo publicado disponible (que había arrojado resultados negativos), al tiempo que incluyó los dos estudios más antiguos y otros siete más reducidos (y positivos) que habían sido patrocinados por su propia empresa (y que seguían sin estar disponibles para el resto de la comunidad académica en la última revisión que pude encontrar sobre el tema, fechada en 2003).

En 1990, dos académicos vieron cómo su propia revisión de los datos iba a parar a la papelera de aquella misma revista después de que intervinieran los abogados de Horrobin. En 1995, el Ministerio de Sanidad británico encargó un metaanálisis a un renombrado epidemiólogo. En él se incluyeron diez estudios no publicados de la propia compañía comercializadora del aceite de onagra. De lo que siguió no se tuvo plena noticia hasta que el propio profesor Hywel Williams lo contó una década después en un editorial para el
British Medical Journal
:
[5]
la compañía montó en cólera por culpa de una filtración, y el Ministerio de Sanidad obligó a todos los autores y evaluadores del artículo a firmar declaraciones por escrito para tranquilizarla. Finalmente, a los académicos no se les permitió publicar su informe. ¡Y luego dicen que la terapia alternativa es la medicina del pueblo!

Desde entonces se ha demostrado, sobre la base de una revisión más extensa pero no revelada, que el aceite de onagra
no
es eficaz contra el eczema; por lo tanto, ha perdido su licencia como medicamento. Ese caso sigue siendo citado por destacadas figuras de la medicina basada en la evidencia empírica, como sir Iain Chalmers, fundador de la Cochrane Collaboration, como ejemplo claro de negativa de una compañía farmacéutica a revelar información sobre sus ensayos clínicos a los académicos que desean examinar las pretendidas propiedades de sus productos.

David Horrobin, el deber me obliga a decirlo, es padre de la directora y fundadora de Equazen, Cathra Kelliher (cuyo apellido de soltera era, precisamente, Horrobin), y el esposo de ésta (y codirector de la compañía), Adam Kelliher, lo ha citado expresamente en varias entrevistas como una influencia muy importante en sus prácticas empresariales. No estoy sugiriendo aquí que las prácticas empresariales de ambos sean las mismas, pero, a mi juicio, los paralelismos (los datos inaccesibles, los resultados de investigaciones que se saltan todos los controles y acaban siendo presentados directamente en los medios) son llamativos.

En 2007, llegaron por fin los resultados de los exámenes del GCSE obtenidos por los niños que ingirieron aceite de pescado en Durham. Aquel condado era una zona de escuelas con problemas que estaba recibiendo una gran cantidad de esfuerzos y recursos adicionales de toda clase. El año anterior, sin aceite de pescado, los resultados (es decir, el número de alumnos que habían obtenido un mínimo de cinco notas del GCSE situadas entre la A —la máxima posible— y la C) habían mejorado en un 5,5 %. Tras la intervención del aceite de pescado, el índice de mejora se deterioró notablemente y sólo fue del 3,5 %. Y tengamos en cuenta que la mejora de fondo con la que había que comparar esos resultados (la apreciada en el conjunto de las notas del GCSE en todo el país) fue del 2 %. Habría sido de esperar, dado que la región acumulaba crecientes niveles de fracaso escolar y sus escuelas se habían convertido en receptoras de grandes inversiones y ayudas adicionales (y dado, recordemos, que los resultados del GCSE mejoran en el ámbito nacional año tras año), que se hubiera producido una mejora mayor. Si acaso, las píldoras parecen tener relación más bien con cierta ralentización de las mejoras.

Los aceites de pescado se han convertido, entre tanto, en el suplemento alimenticio más popular en el Reino Unido, con un volumen de ventas anuales superior a los 110 millones de libras.
[6]
Y los Kelliher han vendido recientemente Equazen a una gran compañía farmacéutica por una suma no revelada. Si piensan que he sido excesivamente crítico, les invito a que reparen en el hecho de que son ellos los que han salido ganando.

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