—Pero… ¡Si tiene más de cuarenta y cinco años! ¿Porqué esas alucinaciones han aparecido tan tarde? ¿Están relacionadas con la desaparición de su esposa y su hija?
—Entre otras cosas. Sin olvidar los factores del día a día. Estrés, tensiones, presiones, encierro en uno mismo y soledad. Además, esta investigación lo ha afectado profundamente, supongo…
—Sí…
—Además de todos estos factores, también se sospecha el factor genético. Pero todo eso es aún muy incipiente y vago. Sea como sea, su mente se ha ido fracturando de forma progresiva, incapacitándoles para disociar lo ficticio de lo real. Empezó de forma muy anodina, con las locomotoras, donde se recreó un universo que le era familiar, una especie de capullo protector, de vivero de recuerdos. Esos trenecitos debían de recordarle a su hija, los momentos agradables que pasó con ella. Inconscientemente, quería traerla de vuelta con él.
—Es evidente, sí…
—Entonces aparecieron los personajes ficticios y, poco a poco, se inmiscuyeron en su vida. Es probable que al principio sólo se manifestasen de forma puntual. Al girar un pasillo, por la calle, en la cocina, el dormitorio. Sólo la impresión de una presencia. Luego su influencia creció. Lo distraen, le hablan, empiezan a acompañarlo en sus salidas antes de desaparecer cuando menos lo espera. Al poco tiempo, ya no lo dejarán, lo trastornarán, acapararán toda su atención.
—Y… ¿ese cuchillazo, en el brazo? ¿Y el accidente de coche? ¿Es también fruto de la enfermedad?
—Aparentemente, uno de los personajes, la niña, es peligroso, y eso es lo que más me preocupa. Puede desembocar en mutilaciones o tendencias suicidas. La niña es la proyección de lo que tiene en el fondo de él, en su inconsciente. Esa voluntad, quizá, de reunirse con su familia. Mediante el suicidio.
—Madre de Dios… ¿Vamos a recuperar al Franck Sharko de antaño?
—Para superarlo, deberá entender que esos seres son ficticios, que son fruto de su imaginación. Lo conseguirá dándose cuenta de sus errores, de las situaciones imposibles en las que se encontrará. Por ejemplo, los ficticios que acompañan a los esquizofrénicos nunca envejecen, raramente se cambian de ropa, fuman cigarrillos que no se consumen nunca. Si va a la piscina, ¿serán capaces de nadar? Les planteará esas preguntas, deberán contestarle y quizá caerán en su trampa… Es una dura lucha contra él mismo, lo que le espera.
—¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo durará este infierno?
—Desgraciadamente, la mente no puede curarse sola. Deberá seguir un tratamiento psicosocial, con apoyo psicoterapéutico y medicación adecuada, a base de antipsicóticos que atenuarán y quizás acabarán con las alucinaciones. De media, necesitará de cuatro a seis semanas para que mejore su estado. Luego necesitará además un período de tres meses como mínimo para ajustar la posología y eventualmente modificarla, con los mínimos efectos secundarios. Según los casos, el tratamiento puede extenderse a varios años. A veces, incluso toda la vida…
—Mierda… No puede ser… No puede ser…
De repente sentí el calor de una mano, sobre el hombro. Leclerc se sentó en el borde de la cama, mientras Willy seguía haciendo el payaso, agitando su cabello de espaguetis como si fuese un rockero duro desfasado.
—Aún no te lo he dicho, pero has hecho un trabajo de primera con Jérémy Crooke —me confió el comisario de división con una voz un poco febril—. No conozco a nadie que hubiese dado la talla como tú.
Asentí, lentamente, sin separar la nuca de la almohada.
—Y su padre, Vincent, ¿quién era realmente?
—Tuvo a Jérémy siendo muy joven —dijo Leclerc—, a los dieciséis, con una mujer de la que no se separaría nunca más. Era una persona muy sencilla, que se ganaba el sustento en una fábrica textil… Pero con grandes problemas afectivos. Depresiones reiteradas, tristeza permanente. Según cuenta su esposa, llevaba muy a menudo máscaras alegres, para darse una ilusión de bienestar… En el fondo de sí mismo, sin ni siquiera saberlo, seguramente no quería imponer a sus allegados lo que había padecido en su infancia.
Tuve una mirada vaga.
—Me hubiese gustado tanto conocer a ese Vincent… Es una historia muy triste… Tan triste como la mía…
Miré a Leclerc intensamente, con los labios prietos, llenos de mi dolor. Finalmente espeté:
—Supongo que si me levantara ahora, y regresara a la central para ejercer mi oficio, no me sería posible, ¿eh?
Leclerc apretó las mandíbulas.
—Se van a hacer cargo de ti personas competentes, Franck. Y además, podrás ayudarnos, incluso lejos del terreno. ¡No faltan las escenas del crimen por analizar! ¡Necesitamos tanto buenos cerebros!
—¿Como un viejo amigo a quien de vez en cuando pedirán un favor? —Le cogí la mano y sonreí—. Encantado de haber trabajado con usted, comisario… Ha sido un muy gran honor…
Me envolvió la mano con las suyas, las llevó a su corazón y se alejó lentamente, concediéndome esa última mirada de los que sienten compasión.
Y retuve las lágrimas, con ese orgullo de los reyes destronados. Porque no quería que la niña, que acababa de aparecer, me viera llorar. Esa niña de quien ni siquiera conocía aún el nombre…
Cuatro años después
En ese crepúsculo de primavera, la arena cruje tibia bajo mis pies, una suave caricia levantada por una ligera brisa me pesa un poco sobre los párpados. La jornada ha sido bonita, el mar arrastra olas tranquilas, que vienen a morir silenciosas sobre la costa del norte.
Tengo buen paso, la respiración suelta. En la gran semiluna dorada de la playa, acelero la cadencia. Mi cuerpo sigue sin tener un pelo de tonto, responde a la primera. Ah, por supuesto, he engordado un poco, sobre todo en el rostro, pero tengo esperanzas de recuperar ese contorno elegante de hace unos años. Y además, la motivación está ahí, con ese ímpetu que ruge en mi interior, ese ímpetu de vida y de grandes espacios. Cuando corro, ni Willy ni Eugénie encuentran fuerzas para seguirme. Con el pitillo en los labios, el negro vomita sus pulmones al cabo de diez metros, y la niña tiene las piernas demasiado cortas para pretender competir. En esas parcelas de evasión, por fin desaparecen de mi cabeza y no vuelven hasta bien entrada la tarde.
Si pudiese, atravesaría el planeta corriendo, sin pararme nunca, por las montañas majestuosas y los océanos infinitos.
Sólo por esa tranquilidad del alma.
El otro día, viví una situación realmente insólita con Willy, en una pared de escalada.
Es un verdadero mono, se arrima a mi cuerda de rápel detrás de mí y me sigue, subiendo con una mano, fumando con la otra. Incluso en el vacío, habla, más y más, se agita, hace el idiota, como siempre. ¡Si pudiese verle la gente!
Entonces cogí el cuchillo y corté la cuerda. Lo dejé realmente sorprendido, no pudo parar el golpe y los ojos se le hundieron de sorpresa. Al caer gritó:
—¡Me has pillado, tío! ¡Nos vemos luego, abajo!
Estos subterfugios, en su debilidad profunda, me permiten encontrar ese simple descanso que, a mis ojos, vale todas las perlas del mundo. Llevo a cabo un combate continuo, mi mente en pugna con mi mente.
Este anochecer, el sol se pone sobre un lecho de rojos maravillosos. Me siento sobre una roca y me deleito con la respiración tranquila del gran vacío. Las gaviotas vuelan alto, describiendo pequeños ochos impacientes.
Aprecio esta escapada en solitario más que nunca. Yo, solo frente al infinito.
Con rostros sonrientes como telón de fondo. Qué guapas están Suzanne y Éloïse en mi memoria… Ya no hay gritos, ni chillidos. Se acabaron las imágenes violentas. Sólo la pureza de lo que realmente fueron. Diamantes. Mis diamantes…
Hoy sé que «ellos» no existen, que «ellos» son fruto de mi imaginación, pero no puedo impedirles que me acosen. Así que los ignoro, en la medida de lo posible. Los comprimidos, esas decenas y decenas de comprimidos, me ayudan muchísimo en esta delicada empresa, aunque afectan un poco mi atención y me desconectan, a veces, de la realidad.
Existe un equilibrio entre la medicación y la abstinencia que, parece ser, es muy difícil de encontrar, a causa de la amenaza de las recaídas. Pero creo que avanzo por la buena vía. Me siento bien…
Me gusta mi nuevo oficio. Durante mi larga convalecencia, obtuve una diplomatura en Criminología con estudiantes que no tenían la mitad de mi edad. Un regreso hacia atrás necesario para obtener el diploma que actualmente me permite impartir clases en la Escuela de Policía de París. Mis relaciones en la DCPJ, el apoyo de Leclerc y mis colegas me permitieron obtener ese tan codiciado puesto. Ahora, tengo que dar muestras de mi aptitud, pero confío en mí mismo, ya que siempre he dado la talla hasta el final, fuese cual fuese mi misión. Debe de formar parte de mi naturaleza. Además, estoy tan bien en contacto con los jóvenes… De alguna manera, me devuelven a mi hija. En fin, lo que podría haber sido, quiero decir…
Enfrente, el sol enciende las últimas brasas del cielo. El día muere, mientras otro se prepara ya, detrás, más fuerte todavía. La naturaleza nos lo enseña cada día, hay que despedirse de las cosas pasadas, porque lo que apunta delante brilla con una belleza constantemente renovada.
Llevar luto, conservando sobre los labios el sabor de lo que fueron. Luto de miel…
No os olvidaré nunca.
[1]
El Ángel rojo,
Marlow, 2008.
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[2]
En francés,
Meaux
se pronuncia igual que
maux,
«males». (N. de la T.)
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[3]
OCDIP: Oficina Central para la Desaparición Inquietante de Personas.
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[4]
En español en el original.(N. de la T.)
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[5]
Carlos (1943-2008), cantante francés de variedades, siempre vestido al estilo polinesio, con camisas hawaianas y collares de flores.(N. de la T.)
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[6]
Protagonista de la serie de televisión francesa
Commissaire Moulin, police judiciaire.
(N. de la T.)
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