Read Los refugios de piedra Online
Authors: Jean M. Auel
–El lenguaje de los niños pequeños.
–¿Quieres decir que cuando hablaba con Guban, le hablaba como un niño pequeño? –preguntó Jondalar, horrorizado.
–Ni siquiera eso, para serte sincera, pero él te entendía –contestó Ayla–. No obstante, el mero hecho de que supieras algo, de que intentaras usar correctamente su lenguaje, lo impresionó.
–¿Correctamente? –dijo Jondalar–. ¿Pensaba Guban que su manera de hablar era la correcta?
–Por supuesto. ¿Acaso no lo piensas tú de la tuya?
–Supongo –convino él, y sonrió–. ¿Cuál crees tú que es la manera correcta?
–La manera correcta es siempre aquella a la que uno está acostumbrado –respondió Ayla–. Para mí, ahora, el lenguaje del clan, el mamutoi y el zelandonii son todos igual de válidos, pero a la larga, cuando lleve mucho tiempo hablando sólo en zelandonii, sin duda pensaré que ésta es la manera correcta de hablar, aunque probablemente nunca llegue a dominar tu lengua por completo. Sólo conoceré a la perfección el lenguaje del clan, más aún, sólo concretamente el del clan con el que crecí, que no es del todo igual al que se usa por aquí.
Cuando llegaron al riachuelo, Ayla notó que el sol ya se ponía y una vez más quedó fascinada por el magnífico despliegue de colores del cielo. Los dos se detuvieron a contemplarlo.
–La Zelandoni me ha preguntado si quería ser elegido para los Primeros Ritos mañana, probablemente por Janida –comentó Jondalar.
–¿Eso te ha dicho? Según Marthona, nunca se informa a los hombres de quién será la muchacha, y en teoría ellos no deben decirlo.
–No me lo ha dicho exactamente. Me ha dicho que quería alguien que no sólo fuera discreto, sino también cuidadoso. Estaba enterada de tu embarazo, y ha pensado que yo sabría cómo tratar a alguien que podría requerir la misma clase de cautela. ¿Quién podría ser, si no Janida?
–¿Vas a aceptar? –preguntó Ayla.
–He estado pensándolo –respondió Jondalar–. En otro tiempo habría estado más que dispuesto, incluso deseoso, pero he dicho que probablemente no.
–¿Por qué?
–Por ti.
–¿Por mí? –dijo Ayla–. ¿Pensabas que me opondría?
–¿Te opondrías?
–Sé que es una costumbre de tu gente, y otros hombres emparejados lo hacen.
–Y tú accederías te gustara o no, ¿verdad? –dijo Jondalar.
–Supongo.
–La razón por la que he rehusado el ofrecimiento no era porque temiera que pudieses oponerte, aunque probablemente no me gustaría si tú decidieras convertirte en mujer-donii durante una temporada. Es porque no creo que pueda concederle a esa joven toda la atención que merece. Estaría pensando en ti, comparándola contigo, y eso no sería justo para ella. Estoy más dotado que otros hombres, y me contendría y trataría de ser tierno y afectuoso para no hacerle daño, pero estaría deseando estar contigo todo el tiempo. No me importa mostrarme tierno y afectuoso, pero contigo no he de preocuparme por si te hago daño, al menos por el momento. Cuando estés más avanzada en el embarazo, no sé; pero entonces ya encontraremos una solución.
Ayla no había imaginado lo mucho que la alegraría que él se negara a participar en los Primeros Ritos. Había llegado a sus oídos que aquellas jovencitas ejercían una gran atracción en la mayoría de los hombres, y se había preguntado si empezaba a sentir celos. No era su deseo; había oído hablar a la Zelandoni en la reunión de mujeres de lo perjudiciales que resultaban los celos, y no se habría opuesto si Jondalar hubiera aceptado la proposición de la donier, pero se alegraba mucho de que no lo hubiera hecho. Ayla no pudo contener una sonrisa, una sonrisa amplia y radiante, comparable casi a la puesta de sol, que llenó de cariño a Jondalar.
Todas las parejas que iban a estar presentes en la ceremonia matrimonial se reunieron con la zelandonia al día siguiente de celebrarse los Ritos de los Primeros Placeres. En su mayoría, eran jóvenes, pero había algunas cuyos componentes eran de mediana edad e incluso había otros que tenían más de cincuenta años. Independientemente de su edad, todos estaban emocionados y aguardaban el acontecimiento con ilusión. Además, se percibía gran cordialidad entre las diferentes parejas; era fácil que se creara un vínculo especial entre todas ellas al celebrar su unión en la misma ceremonia matrimonial. Muchas amistades duraderas se creaban en esa ocasión.
Ayla dejó a Lobo con Marthona, que dijo que no tenía inconveniente en quedarse con él; aun así tuvo que atarlo para evitar que la siguiera. Antes de irse, advirtió que en efecto Marthona ejercía una influencia tranquilizadora, y el animal parecía más relajado cuando estaba con ella.
Al llegar al alojamiento de la zelandonia, Ayla vio a Levela y a un hombre a quien no conocía. Levela les hizo una seña para que se acercaran y presentó a todos a Jondecam, un hombre de estatura media con barba roja, una amable sonrisa y mirada pícara.
–Así que eres del Hogar del Patriarca –dijo Jondalar–. Kimeran y yo somos viejos amigos. Recibimos juntos los cinturones de la virilidad. Lo vi durante la cacería de bisontes. No sabía que era ya el jefe de la Segunda Caverna.
–Es mi tío, el hermano menor de mi madre –explicó Jondecam.
–¿Tu tío? –repitió Ayla–. Parecéis de la misma edad
–Sólo tiene unos pocos años más que yo; es más como un hermano mayor –aclaró Jondecam–. Mi madre rondaba la edad de los Primeros Ritos cuando nació su hermano. Incluso entonces fue siempre para él como una segunda madre. Cuando su madre, mi abuela, murió, mi madre se ocupó de él. Era bastante joven cuando se emparejó, pero su compañero murió prematuramente. Yo soy su primogénito, y tengo una hermana menor, pero apenas recuerdo al hombre de mi hogar. Luego mi madre sintió la llamada de la zelandonia y no volvió a emparejarse.
–Yo recuerdo una situación embarazosa –admitió Jondalar–. Una vez vi a la madre de Kimeran e hice el típico comentario sobre la mujer joven y atractiva que estaba allí con las madres, y me pregunté quién sería el hijo que completaba sus ritos de la virilidad –sonrió–. No os imagináis el chasco que me llevé cuando Kimeran me dijo que estaba allí por él, que era tan grande como yo. Luego me explicó que, en realidad, era su hermana.
Cuando llevaban allí un rato y los zelandonia parecían preparados para empezar, llegaron otras dos personas, los jóvenes Janida y Peridal. Se quedaron a la entrada, al parecer nerviosos y un poco asustados, y por un momento dio la impresión de que se darían media vuelta y echarían a correr. De pronto Levela dejó el grupo y se dirigió apresuradamente hacia la pareja.
–Saludos, soy Levela de la Heredad Oeste de la Vigésimo novena Caverna. Vosotros sois Janida y Peridal, ¿no? Creo que ya nos conocíamos, Janida, de una vez que viniste a Campamento de Verano para la recolección del piñón hace un par de años. Estoy con Ayla y Jondalar. Ella es la de los animales, y él, el hermano del compañero de mi hermana. Venid a conocerlos –dijo, y empezó a guiarlos hacia el fondo.
Ellos no parecían saber qué decir.
–Digna hermana de Proleva, ¿no? –susurró Joplaya.
–Sí, imagino perfectamente a Proleva saliendo a dar la bienvenida a alguien así –coincidió Ayla.
Mientras la joven pareja y Levela se acercaban, ésta decía:
–Joplaya y Echozar también están aquí; son los lanzadonii que han venido a emparejarse con nosotros. Y éste es mi prometido. Jondecam de la Segunda Caverna de los zelandonii, te presento a Janida y Peridal, ambos de la Heredad Sur de la Vigésimo novena Caverna –se volvió hacia la joven pareja y preguntó–: ¿Es así, no?
–Sí –respondió Janida, con una sonrisa nerviosa y cara de preocupación al mismo tiempo.
Jondecam tendió las manos a Peridal.
–Saludos –dijo con una amplia sonrisa.
–Saludos –contestó Peridal cogiendo sus manos tímidamente y, aparentemente, sin saber qué más decir.
–Saludos, Peridal –dijo Jondalar a su vez, y le tendió también las manos–. ¿No te vi en la cacería?
–Estaba allí –confirmó el muchacho–. Te vi… sobre el lomo de un caballo.
–Sí, y a Ayla también, imagino.
Peridal parecía incómodo.
–¿Tuviste suerte? –preguntó Jondecam.
–Sí –contestó Peridal.
–Mató a dos hembras –dijo Janida por él–, y una llevaba dentro una cría.
–¿Sabes que con la piel de esa cría puede hacerse una excelente ropa para bebé? –comentó Levela–. Es muy suave y delicada.
–Eso mismo dijo mi madre –contestó Janida.
–No nos conocíamos –dijo Ayla, y le tendió las manos–. Soy Ayla, antes del Campamento del León de los mamutoi, ahora de la Novena Caverna de los zelandonii. En nombre de la Gran Madre Tierra, Mut, también conocida como Doni, te saludo.
Janida quedó un tanto asombrada. Nunca había oído a nadie hablar con un acento tan raro. Por un momento se produjo un embarazoso silencio. De pronto, como si acabara de recordar su buena educación, respondió:
–Yo soy Janida de la Heredad Sur de la Vigésimo novena Caverna de los zelandonii. En nombre de Doni, te saludo, Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii.
Entonces Joplaya dio un paso al frente y ofreció las dos manos a la muchacha.
–Soy Joplaya de la Primera Caverna de los lanzadonii, hija del hogar de Dalanar, fundador y jefe de los lanzadonii. En nombre de la Gran Madre, te saludo, Janida. Éste es mi prometido, Echozar de la Primera Caverna de los lanzadonii.
Mirando a la pareja, Janida quedó literalmente boquiabierta. No era la primera en mostrar sorpresa, pero ella parecía menos capaz de controlarla que la mayoría. Al instante, como si súbitamente se hubiera dado cuenta de lo que hacía, cerró la boca y se ruborizó.
–Lo… lo siento. Mi madre se enfadaría mucho si se enterara de lo descortés que he sido, pero no he podido evitarlo. Se os ve tan distintos, pero tú eres hermosa, y él… no –dijo, y volvió a sonrojarse–. Lo siento. Quería decir… no quería decir eso… Yo sólo…
–Lo que quieres decir es que ella es muy hermosa, y él muy feo –terció Jondecam con un destello en la mirada. Los contempló a los dos y, sonriendo, añadió–: Es la verdad, ¿no?
Se produjo un incómodo silencio, y finalmente habló Echozar.
–Tienes toda la razón, Jondecam. Soy feo. No entiendo cómo ha podido elegirme esta hermosa mujer, pero no pongo en duda mi suerte –declaró, y de inmediato una sonrisa iluminó sus ojos.
Ver una sonrisa en unas facciones propias del clan siempre sorprendía a Ayla. La gente del clan no sonreía. Para ellos, una expresión que enseñara los dientes se interpretaba como amenaza, o como demostración nerviosa de servilismo. Pero de algún modo la sonrisa alteró la configuración del rostro de Echozar, suavizando los rasgos del clan y dándole una aire mucho más accesible.
–En realidad, me alegro de que estés aquí, Echozar –dijo Jondecam, y señaló a Jondalar–. Al lado de este gigante, todos quedamos mal; contigo, en cambio, incluso este muchacho y yo tenemos un aspecto aceptable. Sin embargo, las mujeres son todas preciosas.
Jondecam era tan ingenioso que hizo sonreír, y todos se relajaron. Levela lo miró con amor.
–¡Vaya, Jondecam, gracias! –dijo–. Pero tendrás que admitir que Echozar tiene unos ojos tan poco comunes como los de Jondalar y no menos llamativos. Nunca había visto unos ojos oscuros tan fascinantes, y por la forma en que mira a Joplaya, entiendo la razón por la que se emparejan. Si me mirara a mí así, me sería difícil rechazarlo.
–Yo encuentro muy atractivo a Echozar –comentó Ayla–, pero sí estoy de acuerdo en que los ojos son lo mejor de su rostro.
–Puestos a decir lo que pensamos sin tapujos –prosiguió Jondecam–, tú, Ayla, hablas de una manera muy peculiar. Cuesta un poco acostumbrarse, pero me gusta. Lo obliga a uno a fijarse y escuchar con atención. Debes venir de muy lejos.
–Más lejos de lo que imaginas –aseguró Jondalar.
–Y quiero preguntar otra cosa –añadió Jondecam–. ¿Dónde está ese lobo? Otros me han dicho que lo han conocido, y tenía la esperanza de que me lo presentarías a mí también.
Ayla le sonrió. Eran tan franco y directo que inevitablemente sintió simpatía por él, y parecía tan relajado y a gusto consigo mismo que todos los demás se sintieron igual.
–Lobo está con Marthona. Me ha parecido que lo mejor para él y para todo el mundo sería que no viniera. Pero si pasas por el campamento de la Novena Caverna, te lo presentaré encantada, y es más, tengo la impresión de que le caerás bien –dijo Ayla. Mirando a los otros, incluida la joven pareja, que sonría ya más relajada, agregó–: Tú, y todos los demás, claro.
–Sí, desde luego –convino Jondalar. Le caían bien aquellas parejas que acababan de conocer, pero en particular Levela, que era un mujer extrovertida y atenta, y Jondecam, que le recordaba a su hermano Thonolan.
Advirtieron que la Primera ya ocupaba el centro del alojamiento y aguardaba en silencio a que la concurrencia callara. Cuando por fin tuvo la atención de todos, les habló, advirtiéndoles de la seriedad del compromiso que iban a asumir, repitiendo algunas de las cosas que ya había dicho antes a las mujeres, y dándoles instrucciones respecto a lo que se esperaba de ellos en la ceremonia matrimonial. Luego otros zelandonia les explicaron dónde debían colocarse, hacia dónde dirigirse y qué tenían que decir. Procedieron luego a ensayar los pasos y movimientos.
Antes de dejarlos marchar, la Primera volvió a tomar la palabra.
–La mayoría de vosotros ya lo sabéis, pero quiero decirlo ahora para que quede claro. Después de la ceremonia matrimonial, durante un período de medio ciclo lunar, aproximadamente catorce días usando las palabras de contar, las parejas recién unidas no pueden hablar con nadie excepto entre sí. Únicamente en caso de extrema urgencia podéis comunicaros con otras personas, que obligatoriamente serán de la zelandonia y decidirán si las circunstancias justifican o no el incumplimiento de la prohibición. Quiero que comprendáis la razón de esta norma. Es una manera de obligar a los miembros de una pareja a darse cuenta de si realmente pueden vivir juntos. Al final de ese período, si deciden que son incompatibles, tienen la opción de cortar el nudo sin consecuencias. Sería como si nunca se hubieran emparejado.
La Primera sabía que la mayoría de las parejas esperaba con ilusión el período de prohibición, encantadas con la idea de pasar un tiempo en el que ambos miembros estarían totalmente absortos el uno en el otro. Pero al final, como bien sabía, habría casi con toda seguridad una o dos parejas cuyos componentes decidirían discretamente seguir caminos separados. Observó con atención a cada uno de los presentes intentando adivinar qué parejas tenían futuro y cuáles no. Trataba asimismo de evaluar cuáles no durarían siquiera esos primeros catorce días. Luego deseó suerte a todos y anunció que la ceremonia matrimonial se celebraría al día siguiente por la noche.