Los refugios de piedra (88 page)

Read Los refugios de piedra Online

Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

En el punto donde circundaba la columna, la superficie del suelo descendía un metro, pero era un espacio amplio y uniforme que se extendía tres metros más allá, uno de los pocos sitios realmente cómodos para sentarse o detenerse a observar tranquilamente. Ayla aprovechó la ocasión para descansar sentada en el suelo y comprobar qué efecto producía el espacio desde aquella posición. Notó que sería fácil colocar algo debajo del eje de piedra, sin que molestara. Advirtió asimismo un agujero a poca altura en la pared situada frente a la columna, donde podían ponerse objetos pequeños para volverlos a encontrar con facilidad. Pensó que cuando volviera llevaría algo para sentarse, aunque sólo fuera un haz de hierba, a fin de aislarse del frío del suelo.

Salieron de la galería y se asomaron a la entrada del otro pasadizo, que se hallaba a la derecha del primero. Era un túnel aún más pequeño, por el cual había que entrar a cuatro patas, y había agua acumulada en el suelo. Decidieron dejar la exploración de ese pasadizo para otro momento.

Cuando salieron de la cueva, Lobo se adelantó con Jondalar y los dos jefes, Joharran y Tormaden. Jonokol se quedó atrás con Ayla y le hizo una pregunta:

–¿Le has pedido a la Zelandoni que me hiciera venir?

–Después de ver lo que hiciste en Roca de la Fuente me ha parecido que tenías que ver esta cueva –contestó Ayla–, ¿o debería llamarla profundidad?

–Da igual. Cuando le pongan un nombre será una profundidad, pero igualmente es una cueva. Gracias por traerme, Ayla. No había visto nunca tanta belleza en una cueva. Estoy impresionado –declaró Jonokol.

–Sí, yo también. Pero tengo una curiosidad. ¿Cómo le pondrán nombre a esta cueva? ¿Quién se lo pondrá?

–Ella misma se bautizará. La gente empezará a hacer referencia a esta cueva de la manera que mejor la describa o que se considere más adecuada. ¿Cómo aludirías a ella si quisieras describírsela a alguien? –preguntó Jonokol.

–No lo sé –contestó Ayla–, quizá la cueva de las paredes blancas.

–Tengo la impresión de que el nombre final se acercará mucho al que tú le has dado, o al menos uno de los nombres, pero aún no sabemos apenas nada de esta cueva. Además, la zelandonia le dará un nombre.

Ayla y Jonokol fueron los últimos en salir de la cueva. El sol les pareció especialmente radiante cuando llegaron a la entrada, tras permanecer tanto rato inmersos en la oscuridad de la cueva iluminada sólo con una cuantas antorchas. Cuando se acostumbraron a la luz, Ayla vio con sorpresa que Marthona los había esperado, y que estaba con Jondalar y Lobo.

–Tormaden nos ha invitado a comer –anunció la mujer–. Se ha adelantado para avisar a los de su campamento. De hecho, te ha invitado a ti, pero después me ha pedido que fuéramos yo y los que se habían quedado en la cueva contigo, incluido Jonokol. Los demás tienen cosas que hacer. La gente anda muy ajetreada en las Reuniones de Verano.

–Joharran tiene una reunión en nuestro campamento con personas de otras cavernas para planificar la cacería –dijo Jondalar–. De hecho, Tormaden también irá, después de presentarte a su campamento. Yo también quería asistir, pero como todavía estarán después de la comida, me uniré a ellos más tarde. Normalmente no me incluirían en la planificación de una de estas cacerías, pero, desde que he vuelto, Joharran quiere que participe.

–¿Por qué no vamos todos a nuestro campamento? –propuso Ayla–. Todavía tenemos que preparar la comida de mañana y apenas he ayudado.

–Por una sencilla razón: cuando el jefe de la caverna anfitriona de una Reunión de Verano te invita a comer es muestra de cortesía aceptar si se puede.

–¿Por qué me ha invitado a mí?

–No se encuentra una cueva como ésta todos los días, Ayla. Estamos todos entusiasmados –explicó Marthona–. Además, esta cueva está cerca de la Decimonovena Caverna, en su territorio. A partir de ahora seguramente será una caverna más importante.

–Tú también llamarás más la atención –dijo Jondalar.

–Yo tengo la sensación de que ya llamo demasiado la atención –se quejó Ayla–, y no me gusta en absoluto. Sólo quiero emparejarme contigo, tener mi hijo y ser como todo el mundo.

Jondalar le sonrió y le rodeó los hombros con un brazo.

–Tómatelo con calma. Aún eres nueva aquí. Cuando se acostumbren a verte, ya no te harán tanto caso.

–Jondalar tiene razón, es cuestión de tiempo. Pero aun así debes ser consciente de que nunca serás como los demás. Para empezar, los otros no tienen ni caballos ni un lobo –dijo Marthona mirando al gran carnívoro con una sonrisa irónica.

–¿Seguro que saben que vamos, Mardena? –preguntó la mujer de mayor edad cruzando con cuidado el riachuelo que iba a desembocar al Río.

–Nos invitó ella, madre. Dijo que fuéramos a compartir una comida con ellos, ¿verdad que sí, Lanidar?

–Sí, abuela, es verdad –confirmó el niño.

–¿Por qué acamparon tan lejos? –preguntó la abuela.

–No lo sé, madre –contestó Mardena–. ¿Por qué no se lo preguntas tú misma?

–Debe de ser porque es la caverna más grande y necesita mucho espacio –dedujo la mujer–. Las demás ya debían de haber levantado sus campamentos.

–Yo creo que lo han hecho por los caballos –dijo Lanidar–. Los tienen en un sitio especial para que nadie piense que son caballos normales y decida cazarlos. Sería fácil cazarlos. No se escapan.

–Todo el mundo habla de eso, pero nosotros no estábamos cuando llegaron. ¿Es verdad que los caballos dejan que la gente monte sobre sus lomos? –preguntó la mujer de mayor edad–. ¿Qué interés podría tener nadie en sentarse sobre el lomo de un caballo?

–Yo aún no lo he visto, pero no lo dudo –declaró Lanidar–. Los caballos me dejaron tocarlos, yo estaba acariciando al caballo joven y enseguida vino la yegua para que también la tocara. Comieron de mi mano, los dos. La mujer me dijo que tenía que darles de comer a los dos al mismo tiempo para que no tuvieran celos. Me explicó que la yegua era la madre del corcel, y le dice lo que ha de hacer.

A medida que se acercaban al campamento, Mardena aminoraba el paso e iba poniéndose cada vez más nerviosa. La intimidaba la gente que charlaba y reía en torno a la hoguera en forma de zanja. Había mucha gente. Quizá se había equivocado y no los esperaban.

–¡Por fin! Os esperamos desde hace rato.

Las dos mujeres y el niño se volvieron al oír la voz y vieron a una joven alta y atractiva.

–No debéis de acordaros de mí. Soy Folara, hija de Marthona.

–Sí, te pareces mucho a tu madre –dijo la abuela.

–Creo que debería ofreceros un saludo formal ya que soy la primera que os ha visto. –Tendió las manos hacia la mujer de mayor edad. Mardena observó a su madre avanzar un paso para coger las manos de la muchacha–. Soy Folara, de la Novena Caverna de los zelandonii, bendecida por Doni, hija de Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna de los zelandonii, hija del Hogar de Willamar, maestro de comercio de los zelandonii, hermana de Joharran, jefe de la Novena Caverna de los zelandonii, hermana de Jondalar, de la Novena Caverna de los zelandonii, maestro tallador de pedernal y viajero, que pronto se unirá a Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii. Ella tiene muchos títulos y lazos, pero el que más me gusta es el de amiga de los caballos y el lobo. En nombre de la Gran Madre Tierra, Doni, os doy la bienvenida al campamento de la Novena Caverna.

–En nombre de Doni, la Gran Madre Tierra, yo te saludo, Folara de la Novena Caverna de los zelandonii. Soy Denoda de la Decimonovena Caverna de los zelandonii, madre de Mardena de la Decimonovena Caverna y abuela de Lanidar de la Decimonovena Caverna de los zelandonii, antiguamente emparejada con…

«Folara tiene muchos títulos y lazos importantes, pensó Mardena mientras su madre recitaba los suyos. Aún no está emparejada. ¿Cuál será la marca de su linaje?» Entonces, como si su madre le hubiera adivinado el pensamiento, al acabar de enumerar sus títulos y lazos, preguntó:

–El hombre de tu hogar, Willamar, ¿no era de la Decimonovena Caverna? Me parece que tenemos una marca de linaje en común. Soy del Bisonte.

–Sí, Willamar es del Bisonte. Mi madre es del Caballo, y yo también, claro.

Durante la presentación formal había ido acercándose gente. Ayla se adelantó y saludó a Mardena y Lanidar, y después Willamar saludó a Denoda en nombre de toda la Novena Caverna. Los títulos y lazos podían ocupar todo el día si alguien no atajaba en seco los formalismos, así que el hombre acabó diciendo:

–Me acuerdo de ti, Denoda. Eres amiga de mi hermana mayor, ¿verdad?

–Sí –dijo ella sonriente–. ¿La ves alguna vez? Desde que se fueron a vivir tan lejos, no he vuelto a verla.

–A veces paso por su caverna cuando voy a la costa de las Grandes Aguas, al oeste, para intercambiar sal. Ya es abuela. Su hija tiene tres niños, y la compañera de su hijo tiene un niño.

Un movimiento en torno a las piernas de Ayla llamó la atención de Mardena.

–¡Es el lobo! –exclamó atemorizada.

–No te hará daño, madre –aseguró Lanidar intentando calmarla. No quería que de pronto se marchara.

Ayla se agachó y sujetó a Lobo por el cuello.

–No, no te hará ningún daño. –Vio el miedo en los ojos de la mujer, y añadió–: Te lo prometo.

Marthona saludó a Denoda de una manera mucho más informal y dijo:

–Lobo vive en nuestro alojamiento, y también le gusta que lo saluden. ¿Quieres conocerlo, Denoda? –Había notado que la mujer de mayor edad parecía sentir más curiosidad que temor. La cogió de la mano y la acompañó hacia Ayla y el lobo–. Ayla, ¿por qué no le presentas a nuestros invitados?

–Aunque los lobos tienen buena vista, aprenden a reconocer a las personas por el olor. Si le dejas que te olfatee la mano, se acordará de ti. Para él esto es una presentación formal –explicó la joven–. La mujer tendió la mano y dejó que el lobo se la oliese–. Para saludarlo puedes acariciar su cabeza; a él le gusta mucho.

Lobo, con la boca abierta y la lengua colgando a un lado, miró a Denoda mientras ella le acariciaba. La mujer sonrió.

–Está caliente como un animal vivo –comentó. Se volvió hacia su hija–. Ven, Mardena. Tú también tienes que conocerlo. No son muchas las personas que hayan conocido a un lobo y hayan sobrevivido para contarlo.

–¿Es necesario? –preguntó la madre de Lanidar.

Era evidente que estaba aterrorizada. Como Ayla sabía que Lobo lo notaba, lo sujetó con fuerza, porque no siempre reaccionaba bien ante un miedo tan manifiesto.

–Ya que nos han ofrecido conocerlo, Mardena, lo que debemos hacer es responder educadamente para que el lobo nos conozca. Además, no podrás volver de visita si no lo haces. Tendrás demasiado miedo –dijo Denoda. No has de temer a este lobo. Ya ves que los otros no le tienen miedo, ni siquiera yo. ¿Por qué habrías de tenérselo tú?

Mardena miró alrededor y advirtió que la observaba mucha gente. Le daba la impresión de que estaba allí toda la Novena Caverna y, efectivamente, nadie parecía tener miedo. Le pareció que la juzgaban, convencida de que no se atrevería a volver a mirar a la cara a ninguna de aquellas personas si no se acercaba al lobo. Miró a su hijo, el niño por quien siempre había sentido unas emociones tan conflictivas. Lo quería más que a nada en el mundo y a la vez se avergonzaba por el hecho de haber sido ella quien le había dado la vida.

–Adelante, madre –la animó Lanidar–. Yo ya lo conozco.

Finalmente, Mardena dio un paso hacia la mujer y el lobo, y después otro. Ayla le cogió la mano y, sosteniéndola entre las suyas, la aproximó al hocico del animal. Hasta ella podía oler su miedo, pero la mujer hizo acopio de valor y miró a Lobo. Ayla pensó que el animal seguramente percibía más su propio olor que el de Mardena. Entonces guio la mano de la mujer para que tocase el pelo del animal.

–La piel del lobo es un poco áspera, pero verás como la de la cabeza es muy suave –dijo Ayla soltándole la mano.

Mardena la mantuvo un momento sobre la cabeza del lobo y enseguida la apartó.

–¿Lo ves, mujer, que no es para tanto? –dijo Denoda–. A veces haces una montaña de un grano de arena.

–Venid a tomar una infusión –sugirió Marthona–. Es una combinación muy buena que prepara Ayla. Para celebrar que veníais hemos hecho carne asada en un horno de piedra. Ya casi está lista.

Ayla caminaba junto a Mardena y Lanidar.

–Os habéis tomado muchas molestias para una comida matutina –comentó Mardena, poco acostumbrada a ser tratada con generosidad.

–Ha colaborado todo el mundo –dijo Ayla–. Cuando anuncié que te había invitado y que quería cavar un horno para preparar la comida, se decidió aprovechar la ocasión para hacer uno que fuera lo suficientemente grande para todos; era algo que de todos modos querían hacer y ésta ha sido una buena oportunidad. He preparado unos platos que aprendí de pequeña. Tienes que probar el urogallo; el ave que cacé ayer con el lanzavenablos. Pero si no te gusta, hay otras muchas cosas. Durante el viaje descubrí que hay muchas maneras de guisar los alimentos y que no todo el mundo tiene los mismos gustos.

–Bienvenida a la Novena Caverna, Mardena –saludó una mujer.

¡Era la Primera Entre Quienes Servían a La Madre! Mardena no creía haber hablado nunca con ella, salvo como un miembro más de la comunidad cuando participaban todos en las ceremonias.

–Saludos, Zelandoni Que Es La Primera –dijo Mardena un poco nerviosa por hablar con la corpulenta mujer sentada en un taburete. Era parecido al que utilizaba en el alojamiento de la zelandonia, pero lo dejaba en el campamento para cuando iba a pasar un rato con su caverna.

–Y bienvenido tú también, Lanidar –dijo la Primera. Cuando se dirigió a su hijo, la donier habló con un afecto que Mardena no le había notado jamás–. Pero me han dicho que tú ya viniste ayer.

–Sí, Ayla me enseñó los caballos.

–También me han explicado que silbas muy bien –comentó la Zelandoni.

–Ayla me enseñó a imitar los trinos de algunos pájaros.

–¿Me enseñarás cómo lo haces?

–Si quieres… He practicado el de la alondra –dijo el muchacho, y entonces imitó el hermoso canto del pájaro. Todo el mundo se volvió a mirar, incluso su madre y su abuela.

–Lo has hecho muy bien, jovencito –dijo Jondalar sonriéndole–. Estás a punto de mejorar la imitación de Ayla.

–La comida está lista –anunció Proleva–. ¡Todo el mundo a comer!

Ayla guio primero a los tres invitados a las bandejas de hueso y madera apiladas y les pidió que se sirviesen. Después los demás se pusieron en fila. Normalmente, todos los que vivían en un mismo alojamiento compartían la comida matutina, pero aquélla sería la primera de una serie de comidas en las que participaría no sólo la propia caverna, sino otros amigos y parientes. Habría asimismo ocasiones en las que toda la Reunión de Verano se reuniría para un banquete, pero esa clase de celebraciones exigía mucha organización y planificación. Una de esas ocasiones sería el banquete de la ceremonia matrimonial.

Other books

Strangled Silence by Oisin McGann
Explaining Herself by Yvonne Jocks
Legend by Marie Lu
High Master of Clere by Jane Arbor
A Real Pickle by Jessica Beck