Los Pilares de la Tierra (132 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—Sí; pero Jesús dijo a la mujer adúltera: "Ve y no vuelvas a pecar." —Y luego volvióse hacia Remigius—. Si el adulterio cesara, ¿he de suponer que retirarías tu oposición?

—¡Desde luego! —aseguró Remigius.

Pese a sentirse furioso y desgraciado, Jack se dio cuenta de que Philip había ganado por la mano a Remigius. Había convertido el adulterio en la cuestión decisiva, eludiendo de esa manera todo el problema del nuevo proyecto. Pero Jack no estaba dispuesto en modo alguno a aceptar aquello.

—¡No voy a dejarla! —afirmó.

—Es posible que no sea por mucho tiempo.

Jack hizo una pausa. Aquello le había cogido por sorpresa.

—¿Qué queréis decir?

—Podrás casarte con Aliena si obtiene la anulación de su primer matrimonio.

—¿Puede hacerse?

—Sería automático si, como dices, el matrimonio no llegó a consumarse.

—¿Qué he de hacer?

—Hacer una petición a un tribunal eclesiástico. En circunstancias normales, sería el tribunal del obispo Waleran; pero, en este caso, probablemente deberías hacerlo directamente al arzobispo de Canterbury.

—¿Y puedo esperar que el arzobispo dé su consentimiento?

—En justicia sí.

Jack comprendió al punto que aquella respuesta no era totalmente inequívoca.

—Pero entre tanto, ¿tendremos que vivir separados?

—Así es..., si quieres ser designado maestro de obras de la catedral de Kingsbridge.

—Me estáis pidiendo que elija entre las dos cosas que más amo en todo el mundo —dijo Jack.

—No por mucho tiempo —le aseguró Philip.

La inflexión de su voz hizo que Jack lo mirara muy atento. Había en ella auténtica compasión. Philip sentía de veras tener que hacer tal cosa.

—¿Por cuánto tiempo? —le preguntó.

—Podría ser hasta un año.

—¡Un año!

—No tendréis que vivir en ciudades diferentes —dijo Philip—. Puedes seguir viendo a Aliena y al niño.

—¿Sabéis que fue hasta España para buscarme? —preguntó Jack—. ¿Podéis imaginároslo? —Pero los monjes no tenían ni idea de lo que era el amor—. Y ahora tendré que decirle que hemos de vivir separados —murmuró con amargura.

Philip se puso en pie y dejó caer la mano sobre el hombro de Jack.

—Te aseguro que el tiempo pasará más deprisa de lo que tú crees —dijo—. Y estarás ocupado... construyendo la nueva catedral.

2

En ocho años el bosque había crecido y cambiado. Jack pensó que nunca podría perderse en un terreno que un día conoció como la palma de su mano. Pero en eso se había equivocado. Los antiguos rastros habían desaparecido bajo la invasión de la vegetación y otros habían resultado hollados por los venados, los verracos y los ponys salvajes. Los arroyos habían cambiado su curso, muchos árboles viejos habían caído y los jóvenes eran más altos. Todo parecía haberse reducido, las distancias daban la impresión de ser más cortas y las colinas con menos pendiente. Pero lo más asombroso de todo era que allí se sentía como un extraño. Cuando un joven venado se le quedó mirando sobresaltado a través de una cañada, Jack fue incapaz de distinguir a qué familia pertenecía o dónde estaría su madre. Cuando una bandada de patos salió volando, no supo al instante de qué parte de las aguas habían salido y por qué. Y se hallaba nervioso porque no tenía idea de dónde estaban los proscritos.

Había cabalgado durante la mayor parte del camino desde Kingsbridge, pero hubo de desmontar tan pronto como se salió del camino principal, ya que los árboles crecían muy bajos sobre el sendero para que pudiera seguir sobre el caballo. El retorno a los lugares de caza de su adolescencia le había hecho sentirse irracionalmente triste.

Nunca había apreciado, porque jamás se percató de ello, de lo sencilla que entonces había sido la vida. Su gran pasión habían sido las fresas, y sabía que todos los veranos, durante unos días, tendría en el suelo del bosque cuantas fuera capaz de comer. Pero ahora todo era problemático. Su combativa amistad con el prior Philip, su amor frustrado por Aliena, su inmensa ambición por construir la catedral más hermosa del mundo, su vehemente necesidad por descubrir la verdad sobre su padre.

Se preguntaba cuánto habría cambiado su madre en los dos años que él había estado fuera. Ansiaba verla de nuevo. Claro que se las había arreglado bien solo; pero resultaba muy tranquilizador tener en tu vida a alguien siempre dispuesto a luchar por ti, y había echado de menos ese sentimiento reconfortante.

Tardó todo el día en llegar a la parte del bosque donde su madre y él solían vivir. Empezaba a oscurecer deprisa en la corta tarde invernal. Pronto habría de renunciar a la búsqueda de su vieja cueva y dedicarse a encontrar un lugar resguardado para pasar la noche.

Haría frío.
¿Por qué me preocupo?
, se dijo. Solía pasar en el bosque noche tras noche.

Al final, ella lo encontró a él.

Estaba a punto de darse por vencido. Un sendero angosto y casi invisible a través de la vegetación, con toda probabilidad utilizado tan sólo por tejones y zorros, quedó interrumpido por matorrales. No tenía otro remedio que volver sobre sus pasos. Al hacer girar a su caballo se dio de manos a boca con ella.

—Has olvidado moverte con sigilo en el bosque —le reprochó Ellen—. He podido oírte pateando desde una milla.

Jack sonrió. No había cambiado.

—Hola, madre —dijo y la besó en la mejilla.

Luego, en una expresión de cariño la abrazó con fuerza.

Ellen le tocó la cara.

—Estas más flaco que nunca.

Jack se quedó mirándola. Estaba morena y con un aspecto saludable. Conservaba el pelo abundante y oscuro, sin una sola cana. Sus ojos tenían el mismo color dorado y aún parecía ver a través de Jack.

—Sigues siendo la misma —le dijo.

—¿A dónde fuiste? —le preguntó.

—Hice toda la ruta hasta Compostela y todavía llegué más lejos, hasta Toledo.

—Aliena fue en tu busca...

—Y me encontró. Gracias a ti.

—Me alegro. —Cerró los ojos como alzando una plegaria de gracias—. Estoy tan contenta.

Lo condujo a través del bosque hasta la cueva, que estaba a menos de una milla. Jack pensó que, después de todo, su memoria no era tan mala. Ellen había encendido una gran hoguera de troncos y tres velas de juncos. Le dio un pichel de sidra que había hecho con manzanas y miel silvestre y asaron algunas castañas. Jack había recordado los artículos que una moradora de los bosques no podía hacer por sí misma y había llevado a su madre cuchillos, cuerdas, jabón y sal. Ellen empezó a desollar un gazapo para la cazuela.

—¿Cómo te encuentras, madre? —preguntó Jack.

—Bien —repuso ella; luego, al mirarle, comprendió que la pregunta iba en serio—. Echo de menos a Tom Builder —añadió—. Pero ha muerto y no me interesa tener otro marido.

—Aparte de eso, ¿eres feliz aquí?

—Sí y no. Estoy acostumbrada a vivir en el bosque. Me gusta estar sola. Nunca me acostumbré a esos sacerdotes refitoleros que se empeñan en decirme cómo he de comportarme. Pero te echo de menos a ti, y a Martha, y a Aliena. Y me gustaría poder ver más a menudo a mi nieto —sonrió—. Pero nunca podré volver a vivir en Kingsbridge, después de haber maldecido una boda cristiana. El prior Philip jamás me lo perdonará. Sin embargo, todo ha valido la pena si he logrado que al fin estéis juntos Aliena y tú. —Levantó la vista de su trabajo con una sonrisa complicada—. ¿Qué tal te va la vida de casado?

—Bueno —dijo Jack vacilante—. No estamos casados. A los ojos de la Iglesia, Aliena sigue casada con Alfred.

—No seas estúpido. ¿Qué sabe la Iglesia de eso?

—Bueno, saben quiénes están casados y no me dejarían construir la nueva catedral mientras siguiera viviendo con la mujer de otro hombre.

Ellen tenía la mirada ensombrecida por la ira.

—¿De manera que la has dejado?

—Sí, hasta que Aliena obtenga la anulación.

Madre dejó a un lado la piel del gazapo. Manejando un cuchillo afilado con las manos ensangrentadas, empezó a desmembrarle echando los trozos en la olla que hervía en el fuego.

—En cierta ocasión, el prior Philip me hizo también eso, cuando estaba con Tom —dijo mientras cortaba con destreza las tajadas de carne—. Sé por qué se pone tan frenético con las gentes que hacen el amor. Es porque no le está permitido hacerlo a él, y le molesta la libertad que tienen otros para disfrutar de lo que le está vedado. Claro que cuando están casados por la Iglesia no puede hacer nada. Pero, si no lo están, tiene ocasión de fastidiarles y eso le hace sentirse mejor.

Cortó las patas del conejo y las arrojó a un balde de madera con otros desperdicios.

Jack asintió. Había aceptado lo inevitable; pero cada vez que daba buenas noches a Aliena y se alejaba de su puerta se sentía furioso con Philip y comprendía el persistente resentimiento de su madre.

—Sin embargo no es para siempre —dijo.

—¿Cómo lo ha tomado ella?

Jack hizo una mueca.

—No muy bien. Pero se considera la culpable de la situación por haberse casado con Alfred.

—Y así es. Y también culpa tuya por empecinarte en construir iglesias.

Jack sentía mucho que su madre no compartiera su idea.

—No merece la pena construir cualquier otra cosa, madre. Las iglesias son más grandes, más altas y más hermosas y difíciles de edificar y tienen más adornos y grabados que cualquier otro tipo de edificios.

—Y tú no estarías satisfecho con algo menos.

—Así es.

Ellen meneó perpleja la cabeza.

—Jamás entenderé de dónde has sacado la idea de que estás predestinado a algo grande. —Echó en la olla el resto del gazapo y empezó a limpiar la parte interior de la piel—. Ciertamente no la heredaste de tus antepasados.

Aquélla era la ocasión que Jack había estado esperando.

—Cuando estuve en ultramar, madre, supe algo más de mis antepasados.

Ellen cesó de rascar y se quedó contemplándolo.

—¡Por todos los santos! ¿Qué quieres decir?

—Encontré la familia de mi padre.

—¡Buen Dios! —Dejó caer la piel del gazapo—. ¿Cómo lo lograste? ¿De dónde son? ¿Qué aspecto tienen?

—En Normandía hay una ciudad llamada Cherburgo. Era de allí.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Me parezco tanto a él que creyeron que era su fantasma.

Madre se dejó caer pesadamente sobre un taburete. Jack se sentía culpable por haberle ocasionado semejante sobresalto. Pero no había esperado que la noticia le causara tal impresión.

—¿Cómo... cómo es su gente?

—Su padre ha muerto pero su madre vive todavía. Se mostró muy cariñosa cuando al fin se convenció de que yo no era el fantasma de mi padre. Su hermano mayor es carpintero y tiene una mujer y tres hijas. Mis primos —sonrió—. ¿Es estupendo, verdad? Tenemos parientes.

Aquella idea pareció trastornar a Ellen, que se mostró desolada.

—Siento muchísimo no haberte podido criar en condiciones normales, Jack.

—Yo no —contestó él con tono ligero, pues cuando su madre parecía tener remordimiento él se sentía incómodo, ya que no era propio de ella—. Pero estoy contento de haber conocido a mis primos. Incluso si no hubiera de volver a verlos jamás, es bueno saber que están ahí.

Ellen asintió con tristeza.

—Lo comprendo.

Jack respiró hondo.

—Creyeron que mi padre se ahogó en un naufragio hace veinticuatro años. Iba a bordo de un navío llamado el White Ship, que se hundió cerca de la costa de Barfleur. Se pensó que todo el mundo se había ahogado. Pero es evidente que mi padre sobrevivió. Sin embargo, no llegaron a enterarse porque jamás volvió a Cherburgo.

—Fue a Kingsbridge —dijo Ellen.

—Pero, ¿por qué?

Su madre suspiró.

—Se agarró a un barril y fue arrastrado hasta la orilla, cerca de un castillo —explicó Ellen—. Acudió al castillo para comunicar el naufragio. Allí encontró a varios barones poderosos que se mostraron muy consternados al parecer de él. Le cogieron prisionero y le trajeron a Inglaterra. Al cabo de semanas y meses, todo eso lo tenía muy confuso, acabó en Kingsbridge.

—¿Dijo algo más sobre el naufragio?

—Sólo que el barco se hundió con gran rapidez, como si le hubieran hecho un boquete.

—Parece como si hubieran necesitado quitarlo de en medio.

Su madre asintió.

—Y luego, al comprender que no podían mantenerle eternamente prisionero, lo mataron.

Jack se arrodilló frente a ella obligándola a mirarle.

—¿Pero quiénes eran ellos, madre? —preguntó con voz temblorosa por la emoción.

—Ya me preguntaste eso antes.

—Y tú jamás me lo dijiste.

—¡Porque no quiero que pases la vida intentando vengar la muerte de tu padre!

Jack tuvo la sensación de que seguía tratándolo como a un niño, ocultándole información que pudiera no ser buena para él. Trató de mostrarse adulto y conservar la calma.

—Voy a pasarme la vida construyendo la catedral de Kingsbridge y trayendo niños al mundo con Aliena. Pero quiero saber por qué ahorcaron a mi padre. Y los únicos que tienen la respuesta son los hombres que declararon en falso contra él. De manera que he de saber quiénes fueron.

—Por aquel entonces yo no conocía sus nombres.

Jack sabía que estaba intentando evadirse, lo cual le hizo sentirse furioso.

—¡Pero ahora los conoces!

—Sí, los conozco —repuso ella llorosa, y Jack comprendió que todo aquello le resultaba tan penoso a ella como a él—. Y voy a decírtelos porque me doy cuenta de que nunca dejarás de preguntar.

Sorbeteó y se limpió las lágrimas. Jack esperaba ansioso.

—Eran tres. Un monje, un sacerdote y un caballero.

Jack la miró con fijeza.

—Sus nombres.

—¿Vas a preguntarles si mintieron bajo juramento?

—Sí.

—¿Y esperas que te lo digan?

—Tal vez no. Les miraré a los ojos mientras les pregunte y eso tal vez me revele cuanto necesito saber.

—Acaso ni siquiera sea posible tal cosa.

—¡Necesito intentarlo, madre!

Ellen suspiró.

—El monje era el prior de Kingsbridge.

—¡Philip!

—No, no era Philip. Fue antes de él. Era James, su predecesor.

—Pero si ha muerto.

—Te dije que acaso no fuera posible interrogarles.

Jack entornó los ojos.

—¿Quiénes eran los otros?

—El caballero era Percy Hamleigh, el conde de Shiring.

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