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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (37 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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La llanura parecía terminar en una muralla impenetrable de niebla de color marrón dorado que se elevaba, en pináculos fantasmas, para disolverse en un cielo de ámbar líquido en el que no había sol.

En primer plano de esta escena sorprendente, a no más de dos o tres millas de distancia, se alzaba una ciudad, cuyas enormes torres y rampantes montañosos eran tales como los que los habitantes de mundos por descubrir podrían edificar. Muralla tras muralla colgante, espira tras espira gigante, se alzaba para hacer frente a los cielos, manteniendo por todas partes las líneas, severas y solemnes, de una arquitectura por completo rectilínea. Parecía abrumar y aplastar a quien la contemplaba con su recia inminencia parecida a la de una montaña.

Mientras contemplaba la ciudad, me olvidé de mi sensación inicial de pérdida sorprendente y alienación, en un pasmo con el cual había mezclado algo de auténtico terror; y, al mismo tiempo, sentí una oscura, pero profunda, atracción, la emanación críptica de algún hechizo esclavizante. Pero, después de que hube mirado durante un rato, la extrañeza cósmica y lo sorprendente de mi impensable situación volvieron a mí; y sólo sentí un deseo salvaje de escapar de la rareza, locamente opresiva, de esta región y de recuperar mí propio mundo. En un esfuerzo para controlar mi agitación, intenté descubrir, si era posible, qué era lo que realmente había sucedido.

He leído cierto número de cuentos transdimensionales..., de hecho, yo mismo he escrito uno o dos; y, a menudo, había considerado la posibilidad de otros mundos, o planos materiales, los cuales podrían coexistir en el mismo espacio que el nuestro, invisibles e impalpables para los sentidos humanos.

Por supuesto, me di cuenta inmediatamente de que había caído en una dimensión semejante. Sin duda, cuando di aquel paso adelante entre los pedrejones, me había visto precipitado en alguna falla o fisura del espacio, para emerger en el fondo de este planeta extraño..., una clase de espacio completamente diferente. Parecía, en cierto sentido, bastante simple..., pero no lo bastante simple como para que su modus operandi fuese otra cosa que un quebradero de cabeza.

En un nuevo esfuerzo para controlarme, estudié mis contornos inmediatos con concienzuda atención. Esta vez, me quedé impresionado por la colocación de las piedras monolíticas de las que he hablado, muchas de las cuales estaban colocadas en dos líneas paralelas en intervalos bastante regulares, como para señalar el curso de una antigua carretera borrada por la hierba púrpura.

Volviéndome para seguir su ascenso, vi, justo detrás de mí, dos columnas, levantándose precisamente con la misma separación que habían tenido los dos extraños pedrejones de la Colina del Cráter ¡y hechos de la misma piedra jabonosa gris verdosa! Los pilares tenían, quizá, unos nueve pies de altura, y habían sido más altos en otro momento, ya que sus partes superiores estaban rotas y astilladas. A no mucha distancia de ellos, la cuesta ascendente desaparecía de la vista en un gran banco de la niebla marrón dorada que envolvía la llanura más remota. Pero no había más monolitos... y parecía como si la carretera terminase en aquellos pilares.

Inevitablemente, comencé a hacer especulaciones en torno a la relación entre las columnas en esta nueva dimensión y los pedrejones de mi propio mundo. Seguramente, el parecido no podía ser fruto de la simple casualidad. Si pasaba a través de las columnas, ¿podría regresar a la esfera humana mediante una inversión de mi caída de aquélla? Y, si así fuese, ¿por qué seres inconcebibles, de un tiempo y un espacio extraños, habían sido colocadas las columnas y los pedrejones, como los portales de un paso entre los dos mundos? ¿Quién podría haber usado aquel paso, y para qué propósito? Mi cerebro daba vueltas ante las infinitas perspectivas de especulación que quedaban abiertas por cuestiones semejantes.

Sin embargo, lo que más me preocupaba era el problema de regresar a la Colina del Cráter. Lo raro de todo esto, los monstruosos muros de la cercana ciudad, los colores y las formas antinaturales de la exótica escena, eran demasiado para los nervios humanos; y sentía que me volvería loco si me veía obligado a permanecer durante mucho tiempo en medio de semejante escenario.

Además, no había manera de predecir qué poderes o entidades hostiles podría encontrar si me quedaba. La cuesta y la llanura estaban privadas de vida animada, hasta el punto que yo podía ver; pero la gran ciudad era una prueba de su presumible existencia. Al contrario de los héroes de mis propias historias, quienes acostumbraban a visitar las quintas dimensiones, o los mundos de Algol, con perfecta sang-froid, yo no me sentía en lo más mínimo con ganas de aventuras; y me eché atrás con el retroceso instintivo del hombre frente a lo desconocido. Con un vistazo, cargado de miedo, a la descollante ciudad y a la amplia llanura, con levantada y vistosa vegetación, me di la vuelta y retrocedí entre las columnas.

Hubo el mismo chapuzón instantáneo en espacios ciegos y glaciales, la misma caída indeterminada y retorcimiento que habían señalado mi descenso a esta nueva dimensión. Al final, me encontré de pie, muy mareado y agitado, en el mismo lugar desde el cual había dado mi paso al frente entre los pedrejones grises verdosos. La Colina del Cráter estaba dando vueltas y retorciéndose en torno a mí, como en medio de los temblores de un terremoto, y tuve que sentarme durante un minuto o dos hasta que pude recobrar el equilibrio.

Regresé a mi cabaña como un hombre en un sueño. La experiencia me parecía, y todavía me parece, increíble e irreal; y, sin embargo, ha eclipsado todo lo demás y ha coloreado y dominado mis pensamientos. Quizá escribiéndola pueda apartarla un poco. Me ha inquietado más que ninguna experiencia previa en toda mi vida, y el mundo que me rodea parece apenas menos improbable y de pesadilla que aquel en que he penetrado de una manera tan fortuita.

2 de agosto. He pensado mucho durante los últimos días..., y, cuanto más considero el enigma, más misterioso se vuelve todo.

Aceptando la falla en el espacio, que tiene que ser un vacío absoluto, impenetrable al aire, al éter, a la luz y a la materia, ¿cómo fue posible para mí caer en él? Y, habiendo caído, ¿cómo pude salir..., particularmente en una esfera que no tiene una relación comprobable con la nuestra?...

Pero, después de todo, un proceso debería ser tan fácil como el otro en teoría. La principal objeción es ¿cómo puede uno moverse en el vacío, arriba o abajo, adelante o atrás? Todo el asunto confundiría la inteligencia de un Einstein; y no puedo creer que ni siquiera me haya aproximado a una solución correcta.

Además, he estado luchando con la tentación de volver, aunque sólo sea para convencerme a mí mismo de que la cosa realmente ocurrió. Pero, después de todo, ¿por qué no debería volver? Una oportunidad me ha sido concedida como a ningún hombre antes; y las maravillas que veré y los secretos que aprenderé quedan más allá de la imaginación. Mi ansiedad nerviosa resulta, en estas circunstancias, inexcusablemente infantil.

3 de agosto. Regresé esta mañana, armado con un revólver. De alguna manera, sin pensar que esto podría representar una diferencia, no avancé justo en el medio del espacio entre los pedrejones. Sin duda como resultado de esto, mi descenso fue más prolongado e impetuoso que antes, y parecía consistir principalmente en una serie de volteretas en espiral. Debo haber tardado varios minutos en recuperarme del vértigo que siguió; y, cuando me recuperé, estaba tumbado sobre la hierba violeta.

Esta vez, descendía audazmente por la cuesta; y, manteniéndome lo más que pude bajo el refugio de la extraña vegetación púrpura y amarilla, avancé hacia la descollante ciudad. Todo estaba muy tranquilo; no había un soplo de viento entre estos árboles exóticos, que parecían imitar, con sus troncos elevados y su follaje horizontal, las severas líneas de la arquitectura de los edificios ciclópeos.

No había avanzado mucho cuando encontré una carretera en el bosque..., una carretera pavimentada con enormes losas de piedra de por lo menos veinte pies cuadrados. Corría hacia la ciudad. Pensé, durante un rato, que estaba completamente desierta..., quizá en desuso; y hasta me atreví a andar sobre ella hasta que escuché un ruido detrás de mí, y, volviéndome, vi acercarse a varias entidades singulares. Aterrorizado, salté y me escondí entre los arbustos, desde donde observé el paso de estas criaturas, preguntándome con miedo si me habrían visto. Aparentemente, mis miedos resultaron infundados, ya que ni siquiera echaron un vistazo en dirección a mi escondite.

Me resulta difícil describirlos, y hasta visualizarlo ahora, porque eran completamente diferentes de cualquier cosa en que estemos acostumbrados a pensar como humanos o animales. Tendrían unos diez pies de altura, y avanzaban con zancadas colosales que les apartaron de mi vista en unos pocos instantes; sus cuerpos eran lustrosos y brillantes, como si fuesen dentro de una especie de armadura, y sus cabezas estaban equipadas con altos apéndices curvados de colores opalescentes que se inclinaban sobre ellos como si fuesen fantásticas plumas, pero podrían haber sido antenas o un órgano sensorial de un tipo nuevo.

Temblando, a causa del nerviosismo y del asombro, continué mi progreso por medio de la maleza tan vivamente coloreada. Mientras avanzaba, noté por primera vez que no había sombras por ningún lado. La luz venía de todas las partes del cielo ámbar sin sol, cubriéndolo todo con una luminosidad suave y uniforme. Todo estaba inmóvil y silencioso, como he dicho antes; y no había señales, en todo el paisaje sobrenatural, de pájaros, insectos o de vida animal.

Pero, cuando hube avanzado a una milla de la ciudad..., hasta el punto que pude juzgar las distancias en un reino en que las mismas proporciones de los objetos eran desconocidas..., me di cuenta de algo de lo que, en principio, concebí como una vibración antes de como un sonido. Hubo un extraño cosquilleo en mis nervios, la inquietante sensación de una fuerza desconocida o emanación que fluía por mi cuerpo. Esto fue perceptible por algún tiempo antes de que escuchase la música; pero, habiéndola escuchado, mis nervios auditivos la identificaron inmediatamente con la vibración.

Era débil y distante, y parecía emanar del propio centro de la ciudad titánica. Resultaba muy melodiosa y se parecía, a ratos, al canto de una voz femenina voluptuosa.

Sin embargo, ninguna voz humana podría haber poseído ese tono ultraterreno ni las agudas notas, perpetuamente sostenidas, que, de alguna manera, sugerían la luz de estrellas y mundos remotos traducida al sonido.

Ordinariamente, no soy muy sensible a la música; incluso me ha sido reprochado el no reaccionar con más fuerza ante ella. Pero no había avanzado mucho más, cuando me di cuenta del peculiar hechizo, emocional y mental, que el lejano sonido estaba comenzando a ejercer sobre mí. Había una atracción como de sirena que me hacía avanzar, olvidándome de la extrañeza y de los peligros potenciales de la situación; y sentí una lenta intoxicación, parecida a la de una droga, de mi cerebro y de mis sentidos. De una manera insidiosa, no sé el cómo ni el porqué, la música transmitía la idea de un espacio vasto pero alcanzable y de altitud, de libertad y alegría sobrehumanas; y parecía prometer los esplendores imposibles con los que mi imaginación había soñado con vaguedad.

El bosque continuaba hasta la ciudad. Mirando desde el final del mismo, vi sus abrumadoras murallas en el cielo sobre mí, y noté la unión sin tacha de sus bloques colosales. Estaba cerca de la gran carretera que entraba por una puerta abierta que era lo bastante grande como para admitir el paso de enormes monstruos. No había guardias al alcance de la vista, y varias de las entidades altas y brillantes se acercaron y entraron dando zancadas mientras miraba. Desde donde yo estaba de pie, era incapaz de ver el interior de la puerta, dado que el muro era tremendamente ancho. La música se derramaba desde la misteriosa entrada en una inundación siempre creciente, e intentaba atraerme con su extraña seducción, ansioso de cosas inimaginables.

Era difícil resistir, difícil reunir mi fuerza de voluntad y dar la vuelta. Intenté concentrarme en la idea de peligro..., pero el pensamiento era tenuemente irreal. Por fin, me arranqué de allí y retrocedí sobre mis pasos muy lentamente, lleno de anhelos, hasta que estuve más allá del alcance de la música. Incluso entonces, el hechizo continuaba, como los efectos de una droga; y, durante todo el camino a casa, estuve tentado de volver y seguir a esos gigantes brillantes al interior de la ciudad.

5 de agosto. He visitado la nueva dimensión una vez más. Pensé que podría resistir la música que me llamaba; e incluso me llevé unos tapones de algodón que podría ponerme en los oídos en caso de que me afectase demasiado fuertemente. Comencé a escuchar la melodía sobrenatural a la misma distancia que antes, y fui atraído adelante de la misma manera, ¡pero esta vez atravesé la puerta abierta!

Me pregunto si puedo describir la ciudad. Me sentí como una hormiga que se arrastra sobre sus enormes calles, entre la babel inconmensurable de sus edificios y paseos. Por todas partes, había columnas, obeliscos y los pilones de estructuras parecidas a abanicos que habrían empequeñecido a Tebas y Heliópolis.

¡Y la gente de la ciudad! ¿Cómo podría uno describirlos o darles un nombre? Creo que las entidades brillantes que vi primero no son sus verdaderos habitantes, sino tan sólo visitantes..., quizá procedentes de otro mundo o de otra dimensión, igual que yo mismo. La gente real también son gigantes, pero se mueven más despacio, con pasos solemnes e hieráticos. Sus cuerpos estaban desnudos y eran oscuros, y sus miembros eran los de cariátides..., quizá lo suficientemente grandes como para sostener los techos y dinteles de sus edificios. Temo describirlos con detalle, porque las palabras humanas darían la idea de algo monstruoso y grotesco, y estos seres no son monstruosos, sino que, simplemente, se han desarrollado obedeciendo las leyes de otra evolución que no es la nuestra, las condiciones y las fuerzas ambientales de un mundo diferente.

Por algún motivo, no me asusté al verlos por primera vez..., quizá la música me había drogado hasta el punto de que me encontraba más allá del miedo. Había un grupo de ellos justo en el interior de la puerta, y, al pasar a su lado, no parecieron prestarme atención alguna. Las órbitas, opacas como el carbón, de sus ojos enormes, eran tan impasibles como los ojos tallados de las esfinges, y no emitieron ningún sonido con sus labios pesados, rectos y sin expresión. Quizá carecían del sentido del oído, porque en sus extrañas cabezas semirrectangulares no había nada que indicase un oído externo.

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