—Five Points Capital consultó a Gallo, pero cuando éste vio el invento de mi padre…
—… supo al instante que podía llevarlo al mercado negro y venderlo por su cuenta. En ese momento le hace una propuesta a Duckworth: «¿Por qué dividirlo con el CR cuando podemos quedarnos con todo el negocio?» Charlie se inclina hacia adelante entre ambos asientos.
—Pero si estaban trabajando juntos, ¿por qué iba Gallo a volverse contra él?
—Porque quedarse con todos los beneficios es mejor que dividirlos en dos: «Sí, Marty, por supuesto, te ayudaremos a construir el prototipo… Sí, Marty, será mucho mejor si trabajas directamente con nosotros… Gracias por tu ayuda, Marty, ahora nos quedaremos con tu idea, meteremos toda nuestra pasta en una cuenta a tu nombre y tú serás el cabeza de turco.» En el momento en que Duckworth comprendió lo que estaba pasando fue cuando se deshicieron de él. Sólo que, para entonces, ya habían puesto sus manos sobre su criatura.
Gillian mira por la ventanilla sin decir nada.
—Sabes lo que quiero decir'—añado.
Ella no contesta.
—¿Qué pasa con el dinero? —pregunta Charlie—. Aun cuando la teoría sea correcta, no nos dice cómo lo hicieron para esconderlo en el banco.
—Por eso creo que tenían a alguien dentro del banco —digo.
—Tal vez es allí donde entran las fotografías —dice Gillian, reaccionando.
Bajo ligeramente el espejo retrovisor justo a tiempo para ver la mueca en la cara de Charlie.
—Tal vez esa persona está en las fotos, quien ayudó a Gallo a esconder el dinero en el banco —añade Gillian.
—No lo sé —digo, sacando nuevamente la tira de fotografías del bolsillo—. Yo tampoco les he visto en mi vida.
—¿Podrían ser de otra oficina? ¿El banco no tiene sucursales en todo el país?
—Algunas… pero todos los socios están en Nueva York. Y la forma en que esa cuenta fue ocultada… se necesita la intervención de un pez gordo para hacerlo —Charlie inclina la cabeza abriéndose paso nuevamente hacia el espejo retrovisor. El piensa que estoy ocultando algo. Tiene razón.
—¿Estás pensando en alguien en particular? —pregunta, leyendo la expresión de Lapidus en mi rostro. Como siempre, Charlie lo ha descubierto. Gallo no apareció sólo para investigar, vino a buscar su dinero. Y por lo que pudimos ver en el banco, Lapidus y Quincy eran los únicos con quienes estaba trabajando.
—De modo que Duckworth lo inventó, Gallo y DeSanctis se apoderaron del invento y, en algún lugar del camino, encontraron a un cómplice en el banco que les ayudó a esconder allí el dinero —añade Charlie—. Es tu turno, Oliver, ¿quién es el mayor desgraciado hijo de perra, Lapidus o Quincy?
Sacudo la cabeza y revivo mis dos segundos en el despacho de Lapidus. Había otra persona allí.
—Tiene sentido, pero… ¿Cómo sabes que no fue Shep? Quiero decir, él fue miembro del servicio sec…
—No fue Shep —me interrumpe Charlie—. Confía en mí, él no haría eso.
—Pero si él…
—¡No fue Shep! —insiste Charlie.
Miro fijamente a Charlie en el asiento trasero. Gillian mira a través de su espejo. Es mejor no discutir. Aun así, Duckworth tuvo que haber tenido alguien que le ayudara.
—Quizá sea ésa la explicación de las fotografías —continúo—. Tal vez eran las otras personas que estaban en el asunto… gente del mercado negro… u otros agentes corruptos del servicio secreto. Tal vez Duckworth conservaba sus fotografías como una póliza de seguro.
—¿Entonces por qué no tenía fotografías de Gallo y DeSanctis? —pregunta Gillian.
Es una buena pregunta. Girando el volante hacia una salida, Gillian deja la autopista atrás y se dirige hacia Alton Road. Vuelvo a echar un vistazo a las fotografías. No son brillantes como una foto original; son opacas como una fotocopia en color.
—¿Alguna idea? —pregunta Gillian.
—En realidad, no. Pero cuando uno las examina cuidadosamente… las poses rígidas… ¿no parecen fotografías para algún documento de identidad?
—¿Quieres decir como un permiso de conducir? —pregunta Gillian.
—O un pasaporte —dice Charlie.
—O quizá una tarjeta de identificación de una compañía… —añado.
—Al menos pudimos ver la reacción de Katkin —dice Gillian—. Sabemos que esos tíos no pertenecían a la compañía.
—Sigo pensando que eran personas en las que tu padre confiaba —dice Charlie—. Es como ese acuerdo de no divulgación. Tú no guardas cosas que pueden meterte en problemas, sino aquello que quieres proteger.
El coche se detiene ante un semáforo en rojo y Gillian asiente mirando a Charlie a través del retrovisor. Ella reconoce una buena teoría cuando la oye.
—¿Y si se trata de personas que le ayudaron con la idea original?
—O personas en quienes confiaba —dice Charlie.
—¿Cómo se llama esa compañía de videojuegos en la que trabajó cuando se marchó de Disney? —pregunto, sintiendo de pronto el bombeo de la adrenalina.
—Neowerks. Creo que están en Broward…
—Vi la dirección en un antiguo recibo —dice Charlie—. En el archivador.
Se produce una pausa importante. Los tres intercambiamos miradas y saboreamos la adrenalina en el aire.
Gillian gira bruscamente a la derecha hacia la calle 10 y frena delante de su casa.
—¿A qué distancia estamos de Broward? —pregunta Charlie.
—Unos cuarenta minutos como máximo —contesta Gillian.
—Haré algunas llamadas… concertaré una cita. —Abro la puerta y ayudo a Charlie a salir del asiento trasero. Gillian no se mueve.
—Debería presentarme en mi trabajo y asegurarme de que aún lo tengo. Regresaré en diez minutos.
Me lanza las llaves de la casa y, con un rápido gesto de despedida, desaparece.
—Vaya, ya la echo de menos —dice Charlie.
Me coge las llaves, avanza por el sendero de cemento y abre la puerta principal. Una vez dentro busca los archivos; yo cierro la puerta con fuerza y me dirijo hacia el teléfono. Pero cuando oímos el ruido de la cerradura detrás de nosotros, seguimos la dirección del sonido y nos damos la vuelta. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que todas las persianas están cerradas. Toda la casa está a oscuras. Y entonces… en una esquina… oímos un click. Una lámpara se enciende en la sala de estar. Mi pecho se queda súbitamente sin una gota de aire.
—Me alegra volver a verte, Oliver —dice Gallo desde el sofá—. Ahora viene la parte que duele…
Junto a la puerta, una sombra se arquea y arremete contra nosotros. Charlie se vuelve y trata de huir, pero es demasiado tarde. Un brazo corta el aire en su dirección. Detrás de mí, Gallo me coge por el cuello. Y lo último que puedo ver es el puño de DeSanctis cuando golpea contra el rostro de mi hermano.
—Bien venida al aeropuerto de Miami. ¿En qué puedo ayudarla?
—Hola, he venido a recoger un coche —le dijo Joey a la pequeña mujer rubia que estaba en el mostrador de alquiler de coches National—. Debería estar a nombre de Gallo.
—Gallo… —repitió la mujer mientras introducía el nombre en el ordenador—. No hay nada con ese nombre…
—En realidad, es probable que lo reservase a nombre de DeSanctis —añadió Joey, forzando el engaño. Los mostradores de formica de las otras compañías de alquiler de coches se extendían a lo largo de la terminal, pero cuando Joey salió de la escalera mecánica se dirigió directamente al mostrador de National. Después de todo, cuando se trataba de descuentos para el gobierno, sólo había tres compañías que la oficina de viajes del servicio secreto tenía incluidas como «proveedores oficiales». National era la número uno.
—¿Ha habido suerte? —preguntó Joey.
Examinando la pantalla iluminada delante de ella, la agente de la compañía de alquiler mostró una expresión desconcertada.
—Lo siento… pero según mis datos alguien ya ha recogido el coche.
—Esos ansiosos cabrones —exclamó Joey echándose a reír—. Sabía que cogerían el primer vuelo… cualquier recurso es bueno para atrapar a un delincuente. —Abrió la billetera y susurró: «Servicio Secreto de Estados Unidos», exhibiendo una placa dorada. Por supuesto cubrió las palabras «Policía del Condado de Fairfax» con las puntas de los dedos, pero como Joey había aprendido a lo largo de los años, una placa era más que una placa. Especialmente cuando era la de su padre—. Se suponía que debíamos encontrarnos en Miami y… ¿Puedo usar su teléfono? —preguntó—. Intentaré localizarle en su móvil.
Estirando el cable por encima del mostrador, la mujer marcó el número que Joey le dictaba. A través del auricular, Joey oyó el mensaje de su propio contestador automático. Con el rostro súbitamente serio, alzó la vista hacia la mujer—. Sólo me responde su buzón de voz…
—¿Es… es eso malo?
—¿Tiene idea de dónde han ido? —preguntó Joey con voz nerviosa.
—Bueno, en realidad no podemos dar…
—Son mis compañeros —insistió Joey—. Si algo les pasara…
La mujer estuvo a punto de decir algo pero dudó.
—Es una emergencia —le rogó Joey—. Por favor…
La mujer cogió un plano de la ciudad de la pila que tenía en el mostrador y lo deslizó ansiosamente delante de Joey.
—Ellos querían direcciones del área de South Beach… Esa fue la información que les di.
—¿Algún lugar en particular?
—La calle 10. No me dieron ninguna dirección, pero es un área muy pequeña…
—La encontraré —dijo Joey cogiendo el plano—. ¿Cuánto tardará en conseguirme un coche?
El tercer golpe me alcanza en la barbilla y siento el sabor agridulce de la sangre en la lengua.
—¡Déjale en paz…! —grita Charlie, aunque apenas consigue que las palabras salgan de su boca. Lanzando el brazo hacia adelante, DeSanctis golpea la mandíbula de Charlie con la culata de la pistola.
—¿Dónde está? —ruge Gallo en mi cara, alzando el puño para descargar otro golpe. Me coge de la corbata y me arroja sobre el sofá—. ¡Dinos dónde está, Oliver! ¡Sólo tienes que decirlo y desapareceremos de tu vida!
Es una sencilla promesa y una absoluta mentira. La única razón por la que Charlie y yo seguimos respirando es porque tenemos lo que ellos quieren.
—¡No les digas una mierda! —grita Charlie con un hilo de sangre en la mandíbula. DeSanctis lleva el arma hacia atrás y esta vez golpea a Charlie en la oreja. Charlie cae de rodillas, lanza un gemido y se lleva la mano al costado de la cabeza.
—¡Charlie!
—¡No te muevas! —me advierte Gallo, cogiéndome de la nuca y lanzándome nuevamente contra el sofá.
—¡Vuelve a pegarle y no conseguiréis nada! —grito.
—¿Acaso crees que estamos negociando? —vocifera Gallo, sin soltar mi corbata. Me golpea contra la estantería, haciendo que una docena de manuales de ingeniería caigan al suelo. Sin permitir que recobre el aliento, me coge por las solapas y me lanza con violencia contra la pequeña mesa que hay junto al sofá. La lámpara salta en pedazos y las fotografías enmarcadas vuelan por la habitación. Me tambaleo tratando de recuperar el equilibrio y mantenerme en pie… y coger la pistola que llevo en el bolsillo trasero, pero no lo consigo—. ¿Sabes cuánto tiempo me has hecho perder? —continúa rugiendo—. ¿Tienes la menor idea de lo que me cuesta todo esto?
Como si fuese un luchador en el cuadrilátero, Gallo vuelve a cogerme por el nudo de la corbata, me hace girar violentamente y me lanza nuevamente contra la estantería. Al golpear contra ella, el borde de uno de los estantes impacta en mi nuca y mi cabeza rebota hacia adelante. Durante un segundo no puedo ver absolutamente nada. Todavía cogido de mi corbata, Gallo me atrae hacia él y vuelve a lanzarme hacia atrás. Y otra vez. Y cada vez que choco contra la estantería, una pila de libros se precipita sobre mi cabeza.
—¿Dónde está el dinero, Oliver? ¿Dónde coño lo has escondido?
La saliva sale despedida de sus labios. Tiene una pequeña separación entre sus dientes amarillos. Con cada impacto, el mundo entra y sale de foco. Estoy a punto de desmayarme, pero Gallo no desiste en su empeño. Finalmente, me rodea el cuello con sus garras y me sujeta contra la estantería. No puedo respirar. Cuando aumenta la presión sobre el cuello, lucho desesperadamente por aspirar un poco de aire. Sólo consigo un jadeo vacío.
—Por favor…
Por encima del hombro de Gallo alcanzo a ver que Charlie sigue arrodillado en el suelo con la mano apoyada en la oreja herida. DeSanctis está de pie junto a él con una sonrisa arrogante. Y detrás de todos ellos… lo juro, algo se mueve en la cocina. Antes de que pueda reaccionar, toda la habitación se desvanece y gira hacia un lado. Es como estar debajo del agua, succionado hacia abajo por la marea. Gallo sigue apretando y yo floto hacia la noche anterior. De regreso a Gillian. Ella es lo único que veo, razón por la que, cuando abro los ojos, casi no puedo creer que realmente se encuentre allí.
Gillian irrumpe en la sala de estar blandiendo el vaso de cristal de la batidora y asesta un fuerte golpe a DeSanctis en la parte posterior de la cabeza.
Cuando el cristal choca contra el cráneo se produce un sonido seco y escalofriante. El impacto dibuja una grieta en zigzag en un lado del vaso y lanza a DeSanctis tambaleándose contra Gallo.
Cuando Gallo se da la vuelta buscando el origen del sonido yo consigo coger un libro de la estantería y le golpeo en la cabeza con todas mis fuerzas. El golpe hace que Gallo pierda el equilibrio, que es todo lo que Gillian necesita para acercarse velozmente. Gallo trata de sacar su arma, pero no tiene la menor posibilidad. Ya con el movimiento a mitad de su ejecución, Gillian proyecta el vaso de la batidora hacia adelante y alcanza a Gallo en un lado de la cabeza. Pero justo cuando el cristal impacta con el cráneo, se oye un fuerte estallido… la grieta cede y el cristal se deshace en cientos de trozos diminutos que me golpean el pecho. En la mano de Gillian sólo queda el sólido mango de cristal. En la alfombra, Gallo está aturdido pero no fuera de combate.
—¡Larguémonos de aquí! —grita Gillian mientras me coge la mano. Tosiendo y luchando para recuperar el aliento, salto por encima de Gallo y voy en busca de Charlie, que está levantando la cabeza de la alfombra. Sus ojos se mueven atrás y adelante… primero hacia Gillian, luego hacia mí, luego nuevamente hacia Gillian. Se encuentra en estado de choque. Gillian le coge de un brazo y yo del otro; le levantamos por las axilas hasta ponerle de pie.
—¿Estás bien? —le pregunto—. ¿Puedes oírme?
Charlie asiente; recupera rápidamente el equilibrio.