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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Los ingenieros de Mundo Anillo (45 page)

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—Sí, ya se me había ocurrido. ¡Nej! ¡Cuánto me gustaría tener un poco más de tiempo!

Saltaron sobre los discos teleportadores entorpecidos por sus arreos.

Harkabeeparolyn estaba deforme bajo tantas capas de tela como la recubrían. Su cara, dentro del casco, tenía una expresión decidida. Traje presurizado, cinturón de vuelo, láser…, sería mucho que recordase cómo usar todo lo que llevaba, por no hablar de combatir con ello. De lejos podía asemejarse a Luis Wu por el bulto. A lo mejor serviría para que Teela titubease un instante. Cualquier detalle podía tener su importancia.

Desapareció. Luis la siguió, al tiempo que ponía en marcha su cinturón de vuelo.

Chmeee, Harkabeeparolyn, Luis Wu flotaban como bolas de papel negro sobre la parda ladera de Mons Olympus. La sonda no flotaba ya; sin duda debió navegar hasta que se le acabó el propelente y luego cayó y rodó montaña abajo. Estaba hecha añicos, pero la plataforma teleportadora se había salvado.

Los instrumentos que llevaba Luis debajo de la barbilla le dijeron que el aire era muy tenue, muy seco, y rico en dióxido de carbono buena imitación de Marte, pero la gravedad era prácticamente similar a la de la Tierra. ¿Cómo habrían sobrevivido los marcianos? Sin duda se habrían adaptado, sustentados por el mar de polvo en que vivían. Más fuertes quizá que sus primos extintos… Pero ¡al grano!

El borde del cráter estaba a sesenta kilómetros de recorrido en pendiente. Les llevó quince minutos. Harkabeeparolyn se retrasaba, luchando constantemente con los mandos.

En el fondo del cráter, la compuerta era color piedra y herrumbre, de superficie áspera. Había estallado hacia dentro, hacia abajo.

Se dejaron caer en la oscuridad.

Los cinturones de vuelo les daban sustentación. No deberían de haber funcionado, ya que las unidades repulsoras repelían placa de scrith tanto encima como debajo de ellos. Pero el techo de scrith no soportaba ningún esfuerzo y era mucho más delgado que la base del Mundo Anillo.

Luis conmutó al infrarrojo (y confió en que Harkabeeparolyn recordase las instrucciones, ya que de lo contrario tendría que seguirles a ciegas). El calor irradiado que venía de abajo aparecía como un pequeño círculo brillante. El medio que les rodeaba era vasto, indiferenciado.

Columnas de discos, provistas de escalerillas, flanqueaban tres de los muros. Y en medio del inmenso espacio, una torre inclinada hecha de formas toroidales, junto a la cual iba descendiendo, anillo tras anillo. Un acelerador lineal, tal vez orientado para pasar a través de Mons Olympus. Aquellos discos podían ser plataformas de combate para un protector, en espera de ser lanzadas al cielo.

En el suelo se veía un agujero reciente. Se dejaron caer a través de él. Harkabeeparolyn se había reunido con ellos al fin. El punto caliente seguía abajo, cada vez más ancho.

Así cruzaron doce pisos, uno tras otro, todos con el agujero coincidente. La «Aguja» había atravesado muchas capas de pastel. Incluso la última ruptura era enorme…, y salía de ella un gran resplandor infrarrojo. Debajo, la cámara estaba todavía cerca del rojo vivo. Chmeee entró en ella adelantándose a Luis. Durante un momento se mantuvo en suspensión y luego bajó decididamente hasta posarse en el suelo.

Mantenían el silencio por radio. Luis imitó a Chmeee: al pasar por el último agujero se halló envuelto en una niebla de infrarrojo. Allí se había desprendido una enorme cantidad de calor. Y un túnel que se desviaba hacia un lado brillaba más todavía.

Luis subió para reunirse con Chmeee, le hizo un gesto a Harkabeeparolyn. Ella aterrizó a su lado con cierta brusquedad.

Sí. La «Aguja» había sido remolcada por aquel túnel, al tiempo que se le inyectaba calor suficiente para mantener el campo de estasis alrededor de la nave. Un rastro fácil de seguir…, aunque no sin correr el riesgo de escaldarse. ¿Y ahora qué?

Seguir a Chmeee, que se alejaba flotando a toda velocidad. ¿Qué estaría tramando? ¡Si al menos pudieran hablar!

El espacio que cruzaban ahora era un conjunto de habitáculos, excesivamente estrecho para quien tratase de recorrerle volando a toda velocidad. Cuchitriles sin puertas, o puertas como las de una cámara acorazada, como si no hubiese bastado una simple cortina para estar al abrigo de curiosos. ¿Cómo vivían los protectores de Pak? Las ojeadas fugaces a los cubículos permitían descubrir una austeridad espartana. En el suelo de una de las cámaras, un esqueleto con las articulaciones hinchadas y el cráneo deformado. Una gran estancia llena de lo que parecían ser aparatos de gimnasia, incluyendo cuerdas para trepar que a simple vista tendrían un kilómetro de longitud.

Volaron durante horas. A veces el corredor seguía en línea recta durante kilómetros y más kilómetros. Entonces aceleraban al máximo. Otras veces se veían obligados a ir despacio para orientarse.

En ocasiones encontraban compuertas que les cerraban el paso. Chmeee se encargaba de ellas, y las convertía en polvillo monoatómico mediante el rayo del desintegrador.

Hasta que llegaron a una compuerta grande que se negó a desaparecer, aun después de haber soltado mucho polvo. Un rectángulo liso. Aquello debía de ser de scrith, pensó Luis.

Chmeee les hizo dar un rodeo por la izquierda, evitando lo que aquella puerta guardaba, fuera lo que fuese. Luis cerraba la marcha después de Harkabeeparolyn, y volaba de espaldas en espera de que apareciese por allí Teela Brown. Pero la gran compuerta continuó cerrada. Si Teela Brown hubiera estado detrás, tampoco les habría detectado a través del scrith. Hasta los protectores tenían sus limitaciones.

Podían continuar por el corredor hasta llegar a la «Aguja», pero no lo hicieron. Una vez tomada su referencia, por la situación de la «Aguja» Chmeee les llevaba doce grados de antigiro de estribor…, hacia un gran domo periférico dentro del cual giraba una fuente de neutrinos. No era mala idea.

Tan pronto como pudieron, torcieron a la derecha. Pasaron frente a otra compuerta de scrith, aunque ésta no les obstaculizaba el camino.

Lo que habían rodeado era desde luego muy grande. ¿Tal vez una sala de control de emergencia? Quizá necesitasen recordar luego dónde estaba.

Pasaron catorce horas, y recorrieron más de un millar de kilómetros antes de hacer alto para descansar. Durmieron dentro de una especie de rosquilla metálica que cubría hasta la cintura, situada en medio de una gran extensión desierta: de utilidad desconocida, pero al menos impediría que nadie se acercase furtivamente. Luis empezaba a desear algo más apetitoso que el concentrado de glucosa. Se preguntó si después de comer y ocuparse de sus asuntos, Teela habría tenido tiempo de volver a notar el hambre. Continuaron volando, hasta salir de la zona de viviendas. Aunque aun aparecían algunos cubículos por aquí y por allá, casi todo eran almacenes vacíos, tuberías y reservados diversos; otros recintos cerrados eran grandes cámaras que podían contener muchas cosas o nada.

Volaron alrededor del perímetro de lo que pudo haber sido una bomba gigantesca, a juzgar por el estrépito que siguió martilleando sus oídos hasta mucho después de haberla dejado atrás. Chmeee les condujo hacia la izquierda, desintegró una pared y se vieron en una sala de mapas tan enorme, que Luis se sintió encogido. Cuando Chmeee destruyó la pared del fondo, el gran holograma estalló en un destello y se desvaneció; ellos continuaron su camino.

Estaban cerca ya. Durmieron cuatro horas sobre un reactor de fusión que no funcionaba, antes de reanudar la correría.

De una galería que clareaba al fondo recibieron viento en las caras, hasta que acabaron por salir a la luz.

El sol acababa de pasar el cenit, en un cielo prácticamente sin nubes. Un inmenso paisaje diurno se extendía frente a ellos: estanques, masas de arbolado, campos de cereales e hileras de unas plantas color verde oscuro. Luis se sintió como un muñeco de tiro al blanco. Llevaba un carrete de hilo negro cosido a la ropa, sobre el hombro; lo desprendió y lo arrojó lejos de sí. El final del cabo también estaba cosido a su traje. Serviría para irradiar el calor si ella disparase.

¿Dónde estaría Teela Brown?

Allí no, al parecer.

Chmeee, en funciones de guía, hizo que pasaran unas lomas bajas y se encaminó hacia una charca. Luis le siguió y detrás de él, Harkabeeparolyn. El kzin empezó a desabrocharse el traje espacial. Cuando Luis se posó en el suelo, Chmeee hizo un ademán con las palmas de las dos manos hacia arriba, y luego les hizo señas de que no abriesen los trajes.

«No os abráis los trajes.» Se refería a Harkabeeparolyn. Estaba advertida, pero de todos modos, Luis permanecía atento para asegurarse de que no lo hiciera.

¿Qué más hacer?

El paisaje era demasiado llano. No había por allí muchos lugares en donde esconderse: los árboles, las lomas de detrás, todo demasiado obvio. ¿Y debajo del agua? Cabía la posibilidad. Luis empezó a recoger el hilo superconductor que antes había largado. Seguramente dispondrían de muchas horas para prepararse, pero cuando llegase Teela, caería sobre ellos como el rayo.

Chmeee se había desnudado por completo, y luego se puso el traje de tela superconductora, se acercó a Harkabeeparolyn y la ayudó a quitarse la armadura de impacto, para ponérsela él mismo. Aunque ella quedaba así bastante indefensa, Luis no intervino.

¿Ocultarse detrás del sol? Aquel sol pequeño, funcionando por fusión y emisor de neutrinos, al menos no sería un escondrijo demasiado obvio. ¿Era factible? Si se dejaba colgar un hilo superconductor hasta un lago, la temperatura no podría pasar del punto de ebullición del agua.

¡Nej! ¡Era una idea astuta! Mejor habría funcionado en la superficie marciana, en donde el agua herviría a una temperatura más razonable. Pero allí estaban demasiado cerca del fondo del Anillo y la presión atmosférica era casi la del nivel del mar.

La espera podía durar días. La provisión de agua de los trajes alcanzaría, lo mismo que el concentrado de glucosa, y quizá también la paciencia de Luis Wu. Chmeee ya se había quitado el traje; tal vez encontraría incluso algo que cazar.

Pero, ¿qué sería de Harkabeeparolyn? No podía abrirse el traje, porque olfatearía inmediatamente el árbol de la Vida.

Chmeee volvió a inflar su traje presurizado y le ciñó el cinturón volador por fuera. Luego lastró los dos pies con pedruscos y ajustó el cinturón de manera que hiciese tracción hacia arriba. Aquello sí era una buena astucia de guerra. Bastaba con apartar las piedras de un puntapié para que el traje vacío echase a volar hacia arriba, a fin de distraer la atención de la atacante.

A Luis no se le había ocurrido nada comparable.

Era posible que Teela no se acercase por allí sino de tarde en tarde, sobre todo si guardaba reservas de árbol de la Vida en otro lugar.

Y bien mirado, ¿cuál sería el árbol de la Vida? ¿Se trataría de aquellos macizos cargados de hojas color verde oscuro? Luis arrancó una de las plantas. Tenía raíces gruesas, bulbosas, un poco como de ñame o de batata. La planta era desconocida para él como todas las demás formas de vida de aquel lugar. Casi todo lo que vivía en el Mundo Anillo, y desde luego todo lo que veían allí, había sido importado desde el núcleo de la galaxia.

La carcajada de Teela resonó en los oídos de Luis.

32. Protector

Luis no se limitó a sobresaltarse, sino que incluso gritó dentro de su casco.

Había risa en la voz de Teela, y un arrastrar las consonantes que no podía evitar, al haberse fundido en un pico rígido sus labios y sus encías.

—¡No me gustaría tener que enfrentarme otra vez a un titerote de Pierson! ¿Te crees peligroso, Chmeee? ¡Ese titerote por poco acaba conmigo!

Se las había arreglado para activar los auriculares de sus enemigos, pese a estar desconectados. Lo que tal vez significaba que les había seguido la pista. Aunque de ser así, estarían ya muertos. Conque más valía suponer que no.

—No se captaban señales procedentes de vuestra nave. Cerradas todas las comunicaciones. Y yo necesitaba saber lo que ocurría ahí dentro. Así que monté un truco para entrar en los discos teleportadores. Y no fue fácil, os lo aseguro, Lo primero fue adivinar que un titerote no dejaría de llevar discos teleportadores de su mundo natal; luego fue preciso deducir cómo funcionaban, y construir uno…, ¡y cuando lo puse en marcha y di el salto, el titerote ya se disponía a conectar el campo de estasis! ¡Había que adivinar dónde estaba el disco transmisor, y pronto! Pero conseguí salir de allí, y ahora vuestra nave debe de hallarse en estasis y no vendrá nadie a ayudaros. Soy yo quien viene a por vosotros —dijo Teela.

Y por el tono de voz, Luis creyó adivinar que lo lamentaba.

No se podía hacer otra cosa sino esperar acontecimientos. El Inferior quedaba fuera de juego, y con él todo el equipo de a bordo de la «Aguja». Tendrían que luchar prácticamente con las manos.

Al parecer se hallaba todavía bastante lejos… si no había mentido. Luis se elevó impulsado por su cinturón volador.

Dos kilómetros, tres, y el techo quedaba todavía muy lejos. Lagos, arroyos, suaves colinas: tres mil kilómetros cuadrados de huerto devuelto a la naturaleza. Unos árboles de copas acampanadas, de hojas como de encaje menudo, formaban un bosquecillo a babor. A estribor y hacia el giro, un matorral amarillo que se extendía sobre cientos de kilómetros cuadrados conservaba todavía la disposición geométrica de los surcos originales.

Halló una entrada grande hacia el giro y por lo menos otras tres más pequeñas, incluyendo la galería a contragiro por donde ellos mismos habían entrado.

Luis se dejó caer más cerca de la superficie. Tendrían que defender las cuatro direcciones. Si se pudiera encontrar algún accidente en forma de cuenco… por ejemplo allá, un arroyo rodeado de lomas. ¿Por qué no habría de servir una corriente de agua? La estudió desde arriba, convencido de que se le escapaba algún punto esencial.

Voló a toda prisa hasta el lugar donde se había puesto a cubierto Chmeee, le tiró del brazo y le hizo una seña.

Chmeee asintió y corrió hacia la boca de la galería por donde habían entrado, arrastrando tras de sí el traje inflado como un globo. Luis se elevó por acción de su cinturón e hizo un gesto con el brazo a Harkabeeparolyn para que le siguiera.

Una hilera de colinas, con un estanque detrás, podía utilizarse para armar una bonita emboscada. Luis se posó en el punto más alto y se tumbó en el suelo, en posición de vigilar una de las entradas. Antes descolgó el rollo de hilo superconductor hasta el agua, asegurándose de que hacía un buen contacto con la masa líquida.

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