Authors: Carlos Ardohain
No, ninguna otra novedad, tu amiga bien, creo que pensaba que hoy venías vos porque estaba muy arreglada. Yo sé lo que te digo. Vas a ver. Bueno, te espero mañana, nos organizamos y salimos de acá para el centro. Es en Córdoba y Uruguay, sí, la zona de Tribunales. Mejor, con toda la gente que hay por ahí es más fácil pasar inadvertidos. Dale, nos vemos mañana. Un abrazo.
Tengo necesidad de escribir y debo hacerlo desnudo, quiero contar esta historia, me resulta inevitable y no puedo soslayar lo que se mueve dentro de mí, ni lo que tiende a permanecer quieto. Hoy no soy el narrador, soy la víctima de una tensión entre el texto inminente y mi propia encrucijada. No soy omnisciente, soy un ciego en el desierto, pero doy un paso y después otro, ¿acaso debería borrar mis huellas, como un fugitivo? Aturdido, confundido por encontrarme en medio de una bifurcación, atrapado entre el horizonte del amor posible y la pared de mis imposibilidades, tentado de recurrir a lugares comunes, a refranes de ocasión para engañar al alma, que por supuesto es bastante más exigente que eso. Parece un esparcimiento caprichoso abandonarse a las inefables búsquedas del arte cuando la mente está llena de preguntas sin respuesta, de ansias que no sabe ni puede satisfacer. Necesito un incentivo, una zanahoria en el extremo del palo, sin que eso signifique avanzar hacia un espejismo, que es uno de los riesgos a los que más temo. Fingiré que este relato es necesario, que estará logrado, que habrá entre la maraña de palabras, en medio de las frases que arman las relaciones de sentido, algunas claves que hablarán de mí. Que será leído y terminará importándole, sirviéndole a alguien. Que eso será nada más que todo lo que yo pueda dar.
Tipo raro este Fausto, y también muy caballero. Me impresionó un poco lo que dijo del éxito, y lo que me contó del camino que está intentando seguir, esa búsqueda. Yo también tuve esa necesidad y la dejé de lado, por cobarde, estaba asfixiada por mi matrimonio y me daba mucho miedo que algo viniera a ponérmelo en evidencia. Cuando hice ese curso de yoga y meditación sentí eso, el comienzo de algo, pensaba que podía encontrar algo verdadero, pero me asusté y lo dejé. Y estaba además ese compañero que me gustaba, charlamos algunas veces, tomamos un café, era tan dulce. Me dio el teléfono pero no lo llamé nunca, todavía lo debo tener en la agenda de ese año. Tal vez debiera llamarlo a ver si se acuerda de mí, o volver al curso, a lo mejor sigue. Pero me parece que estoy mezclando las cosas. Es mucho panorama de golpe, es extraño que un hombre que vive encerrado le haga abrir las puertas de sí mismo a otra persona. Aunque yo creo que Fausto me aceptó porque no le represento peligro, nunca hubiera dejado entrar a su búnker a alguien que pudiera llevar consigo el mundo, yo soy un poco parecida a él, otra isla solitaria. Voy a buscar esa agenda.
Ahora me pregunto si hicimos bien, si no será una especie de locura o un juego peligroso esto de la agencia. También me pregunto si estas dudas no serán parte de mis acostumbrados cuestionamientos antes de hacer algo. Fue todo tan rápido, se nos ocurrió la idea, nos entusiasmamos y acá estamos, jugando a los detectives. No sé, capaz que tiene razón la mujer de Equis, que siempre estamos buscando lo torcido, lo oblicuo. O tal vez todo sea una excusa para escribir esta historia, el relato de dos náufragos aferrados a una balsa podrida. No sé por qué no le conté a Equis que empecé a escribir esto, pero por ahora lo prefiero así. Quién sabe si él no perdería autenticidad o frescura en su comportamiento, como cuando alguien sabe que está siendo filmado, aunque no sea el caso.
También es probable que todas estas dudas sean simplemente miedo, mañana comienza la acción, tenemos que seguir a un tipo, no me lo imagino mucho, pero es así. Esta noche necesito una mujer.
—¿Tienen que seguir a un hombre? ¿No será peligroso? Tengan cuidado, además vos no sos muy de pasar desapercibido. Me da miedo.
—No pasa nada, mi amor. Solamente lo vamos a vigilar, el primer día será de corroborar sus movimientos, me imagino. A menos que se encuentre con alguien sospechoso.
—No entiendo a algunas mujeres, si piensa que la engaña debería seguirlo ella misma, es lo que yo haría. O hacerlo pisar el palito. Quiere pruebas, ¿hay mucha plata de por medio?
—No sé, puede ser, la casa, el auto, esas cosas, pero no tengo idea, tenemos que averiguar eso.
—¿Por qué? Si ya le pasaron precio por el trabajo.
—No es por eso, por curiosidad, y para ver también cuánto arriesga el tipo, quién sabe si no estará medio alerta, capaz que se cuida bien.
—¿Vos decís que él sospeche de que ella sospecha?
—Y, si es como ella dice que hace rato que no tienen relaciones..., eso algo indica, ¿no?
—Ella debe ser una mujer fría, es muy racional todo esto. Yo, si me entero de que me engañás, te mato.
—¡Epa! ¿Y yo, qué tengo que ver?
—Nada, pero te aviso, para que lo sepas nomás. Los hombres son todos iguales.
—Y las mujeres son todas distintas, ¿no? ¿Vamos a comer, mejor? Tengo hambre.
—Bueno, ahora preparo, vos andá poniendo la mesa.
—Sí, mi amor.
—Así me gusta.
Esa noche, después del gimnasio y el baño, Fausto estuvo mirando el trabajo que había hecho Margarita, vio que era prolija, le gustó su letra manuscrita, firme y decidida. Además le pareció que había trabajado mucho, pasó en limpio muchas cosas atrasadas que estaban en un desorden caótico. Y era bonita, tenía una belleza simple, fuera de modas. Había hecho bien en contratarla, parecía discreta. Mañana le iba a encargar que le buscara un técnico para evitar que todos los teléfonos sonaran juntos. Por ahí ella lo podía ayudar en lo que él estaba buscando, cuando tuviera oportunidad se lo iba a plantear, a ver qué reacción tenía. Ahora se tomaría su whisky para escuchar lo que había grabado a la tarde. Se sirvió una copa generosa, puso el disco en el equipo y se tiró en el sillón a escuchar. Sonaba raro, era algo diferente a lo que venía haciendo, había como una armonía más dominante. Lo escuchó con atención y tomó nota de las partes que le interesaban más, en papeles sueltos que guardaba en los bolsillos de la bata, como siempre. Cuando terminó de pasarlo por segunda vez se dio cuenta de que tenía hambre y fue a la cocina a comer algo. Le dieron ganas de escuchar a los Beatles y puso el álbum blanco:
Happiness is a warm gun
.
Se encontraron temprano en la oficina de la galería, pidieron dos cafés y empezaron a organizar el día. Al rato vino Tamara y les trajo un regalo: una planta para la oficina; los dos quedaron sorprendidos, cuando Equis había dicho lo de la planta ella no estaba, ¿cómo sabía? Cosas de mujeres, pero a los dos les gustó el regalo, le dieron las gracias muy efusivamente y ella se fue a abrir su local.
—¿Vos le dijiste que querías una planta? —le preguntó Igriega.
—Para nada, lo debe haber adivinado, pero igual viste que se acostumbra en una inauguración regalar plantas.
—No, no sabía.
—Estuvo bien, ¿eh?
—Sí, claro, muy bien.
Siguieron con los planes, acordaron quedarse juntos esperando y vigilando y a media tarde uno volvería a la oficina y el otro permanecería para hacer el seguimiento después de que Benavídez saliera del trabajo. En caso de necesitarlo se comunicarían por celular para juntarse de nuevo, lo seguirían hasta la hora en que volviera a su casa.
Equis estuvo mirando muy bien las fotos, le parecía cara conocida, pero no sería improbable que lo hubiera visto por el barrio, en cuyo caso él también podría reconocerlos a ellos, aunque esto era más difícil. Dejaron las tarjetas en el escritorio, por si la policía los interrogaba por estar tanto tiempo en el mismo lugar, aunque pensaban pasar buena parte del tiempo en un bar que había en la esquina, vigilando la salida del edificio donde Benavídez tenía la oficina. Celulares, cámara, grabador, lapicera, una libreta y un libro a medio leer. Anteojos oscuros por las dudas y listo, el equipo completo, a eso de las once salieron para el centro. Tamara los vio y les preguntó:
—Cómo, ¿se van los dos?
—Sí, tenemos que hacer un trámite, pero yo vuelvo a la tarde —le dijo Equis.
—Ah, bueno, hasta lueguito entonces.
—Hasta luego.
Y enfilaron hacia la capital, hacia su primer caso.
Estuvieron un rato parados en la esquina y después se metieron en el bar, hacia el mediodía aguzaron los sentidos, se levantaron y esperaron en la vereda, era la hora en que Benavídez salía a almorzar al restaurante de mitad de cuadra. Comieron ellos también en una mesa cercana, él estaba con un compañero de trabajo. Volvieron a la calle y fueron a otro café, para no ser identificados por el mozo. A eso de las cuatro y media Equis se fue a la galería y quedaron en hablar a las siete, que era cuando Benavídez salía de trabajar. Igriega se quedó con la cámara y le pidió a Equis que se llevara el grabador, era mucho bulto.
Cuando Equis volvía a la oficina se le ocurrió pensar que habían hecho todo al revés: la guardia de día debía haberla hecho uno solo, y a la tarde juntarse por las dudas de que los movimientos fueran muy inesperados o algo así.
Le comentaría después su razonamiento a Igriega.
Cuando llegó, Tamara le dijo:
—Decime, y no me engañes, ¿están con un caso, no?
—Sí —le dijo él. Más que nada porque estaba cansado y no tenía ganas de inventar una mentira.
Entró y se dejó caer en la silla.
—Pero no te puedo contar, disculpame.
—No, está bien —dijo ella—, ya me parecía.
Se puso detrás de él y le empezó a hacer masajes en los hombros muy suavemente. Él murmuró:
—Ah... qué bueno... —y cerró los ojos.
A los dos minutos se quedó dormido.
Lo despertó el sonido del celular, se sobresaltó y miró la pantalla, era su mujer, quería saber si todo estaba bien. Le dijo que sí, que tenía que llamar a Igriega que había quedado en el centro, después le contaba, un beso.
Buscó a Tamara con la vista, estaba atendiendo a una clienta en su local. Encendió la lámpara y prendió la computadora. Se puso a escribir un rato.
Cuando Tamara terminó, vino a verlo:
—¿Descansaste?
—Sí, gracias por los masajes, me vinieron bien.
—De nada, cuando quieras, ya sabés.
—Gracias, tenemos que hacer la tirada de cartas.
—Si querés la hacemos mañana.
—Bueno, pero tiene que ser a la mañana, porque a la tarde, con esto del caso, se complica.
—No hay problema, si te parece vengo un poco más temprano.
—Dale, ¿ocho y media?
—Ocho y media, quedamos así, chau.
—Chau.
Al rato, otra vez el celular, Igriega:
—Recién salió, va caminando para Corrientes, lo sigo.
—Dale, manteneme al tanto, o mandame un mensaje de texto.
—Ok, chau.
—Acá estoy.
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—Entró en La ópera, voy a sentarme cerca.
—Ok.
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—Mira la hora seguido, espera a alguien.
—No lo mires fijo, boludo.
—No, estoy leyendo, de vez en cuando lo miro.
—Ok.
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—Cayó una mina, piquito en la boca.
—¡A la mierda!
—Voy a ver si puedo hacer una foto desde acá.
—Guarda, eh...
—Todo bien.
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—¡Tengo un par de fotos!
—¡Vamos!
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—Se van, los sigo.
—Ojo, ¿eh?
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—La dejó en un taxi, vuelve solo para el lado de la oficina.
—A la mierda.
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—Se metió en la cochera, me parece que va a buscar el auto, voy a parar un taxi para estar listo.
—Chofer, siga a ese auto.
—Usted lo ha dicho.
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—Encaró para el lado del sur, me parece que va para la casa.
—Capaz que la mina hoy no podía, le dolería la cabeza.
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—Confirmado, está cruzando el puente.
—Y bueno, te espero acá entonces.
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—En un rato estoy.
—Ok.
A los diez minutos llegó, eran las nueve, cerraron la oficina y fueron al bar a tomar una cerveza. Vieron las fotos, podía ser una amante o no, aunque parecía que sí, era joven y linda y en una de las fotos él tenía la mano de ella en la suya.
—Esta foto está buena, ¿eh? Hay algo acá.
—Sí, me parece que sí, pero está medio oscura.
—Todavía no le digamos nada a la mujer.
—No, esperemos un par de días más.
—Mañana a la tarde me toca a mí.
—Sí.
—¿Estás cansado?
—Sí.
—Bueno, terminamos la cerveza y nos vamos.
—Sí.
Equis llegó a las ocho y media en punto, en la galería no había nadie pero Tamara lo estaba esperando, lo recibió con un beso y lo hizo pasar al local.
Tenía los labios pintados de rojo y un escote pronunciado, Equis no pudo dejar de mirarlo. Ella notó su interés y sonrió, encendió un sahumerio y se sentaron.
Según las cartas que salieron, la experiencia que ellos estaban empezando era transformadora, no serían los mismos después de eso, parecía un cambio radical, una de las cartas que ella mencionó así parecía indicarlo, era La torre. A él lo alarmó un poco el dibujo, el rayo partiendo en dos el edificio, los dos cuerpos cayendo, pero ella le dijo que era positivo, que había que dejar atrás todo lo viejo, que eso provocaba dolor o esfuerzo pero era un nuevo resurgir, una fuerza renovadora, que demolía lo anterior porque eso era un obstáculo para crecer, pero a la vez construía, proyectaba. Estaban sentados frente a frente y muy cerca uno del otro, ella inclinada mirando las cartas, él miraba también pero un poco más arriba. En un momento ella levantó la vista mientras hablaba y le vio la mirada, vio deseo en ella, no dijo nada, volvió a las cartas.
Al rato terminaron, le dijo que era muy buena pitonisa y le agradeció, ella empezó a guardar el mazo, todavía no eran las nueve. Los locales abrían a las nueve y media. Le dijo que estaba linda, ella sonrió y se acercó, entonces él la besó, le acarició las nalgas y subió sus manos por la espalda, ella se arrodilló y le desabrochó el cinturón, le abrió el cierre y le agarró la verga, que ya estaba durísima, con las manos, se la metió en la boca y la acarició con la lengua, él se sentó y estiró las piernas, ella le acariciaba los testículos mientras lo chupaba y a él lo recorría una electricidad cosquilleante mientras jugueteaba con sus tetas. Se incorporó un poco y le acarició el culo desde arriba, sacó la pija de su boca y la besó metiéndole la lengua muy profunda, como si fuera una serpiente, se deslizó de la silla hasta el suelo y la hizo girar hasta dejarla en posición caballito, le levantó la pollera desde atrás, pero ella le dijo: esperá; estiró la mano, abrió un cajón del escritorio, sacó un sobrecito con un forro y se lo dio, mientras él se lo ponía apresurado ella se sacó la bombacha y la tiró en un rincón. Entonces la tomó de la cintura desde atrás y le puso la verga vestida de rosa entre las nalgas enormes y blancas, se las abrió ayudándose con sus manos y empezó a entrar despacio en su caverna húmeda y caliente, reconociendo el terreno, mientras ella abría más las piernas y suspiraba de placer. Se le montó encima y se dio cuenta de que ella lo aguantaba con vigor y delicia y se empezaron a mover juntos como si fuera una coreografía ensayada, él le acariciaba y apretaba los pezones, ella le mordía los dedos de una mano y se los chupaba, él empujaba con ritmo mientras sentía los músculos de su vagina apretándolo y acariciándolo, lo excitaba sentir el cálido aroma a mujer que subía de su sexo, en un momento suspiró hondo y le dijo: ahí voy y ella le dijo vení mi amor, llename toda, él empujó más profundo, más fuerte, y acabó, y la sintió seguirlo, y continuaron moviéndose despacio, acoplados, como si bailaran, después ella se dio vuelta y le tomó la pija, le sacó el forro, se la metió en la boca y se la chupó con dulzura, la lavó con su lengua y él sintió tanto placer que pensó que iba a acabar de nuevo, pero no, era solamente puro gusto, puro contento. Salió de su boca y la levantó y la besó y le metió la lengua y lavó con su lengua la lengua que lo había lavado. Se deslizaron hasta el suelo, y de a poco se fueron aquietando las aguas. Al rato, él le dijo: