—Shoglig me dijo… que mi destino sería revelado… por un hombre que se ahogaría con un hueso —su voz resonó entre las piedras, de tal modo que parecía provenir de todas partes a la vez. A Whirrun le gustaba ser melodramático. Todo héroe de verdad que se precie tiene esa tendencia—. Y Shoglig es tan vieja como estas piedras. Algunos dicen que el infierno nunca se la llevará. Que el filo de ningún arma puede cortarla. Algunos dicen que vio nacer al mundo y lo verá morir. Ésa es una mujer a la que un hombre debe escuchar, ¿verdad? O eso dicen algunos.
Whirrun atravesó el agujero que había dejado uno de los Héroes que faltaban y se adentró en la zona iluminada por el fuego; era alto y esbelto, su rostro estaba cubierto por una capucha y era paciente como el invierno. Llevaba al Padre de las Espadas sobre los hombros, como el yugo de una lechera, el gris apagado del metal de la empuñadora refulgía intensamente, sus brazos pendían inertes junto a la hoja envainada y sus largas manos colgaban ociosas.
Shoglig predijo el momento, el lugar y la forma en que moriré. Me lo susurró y me obligó a guardar el secreto, ya que la magia, si se comparte, deja de ser magia. Así que no puedo deciros dónde ni cuándo moriré, pero no será aquí ni ahora —entonces, se detuvo a unos pocos pasos del fuego—. Pero, por otro lado, tus muchachos… —Whirrun ladeó hacia un lado su encapuchada cabeza, de modo que sólo se podía atisbar la punta de su nariz afilada, el contorno de su marcada mandíbula y su fina boca—. Shoglig no me dijo cuándo moriréis.
No se movió. No tenía por qué. Wonderful miró a Craw y alzó la mirada hacia el cielo estrellado. Pero los hombres de Hardbread no habían oído esas palabras cien veces como ellos.
—¿Whirrun? —masculló uno de ellos al compañero que tenía al lado—. ¿Whirrun el Tarado? ¿Es él?
Su compañero no dijo nada; simplemente, se limitó a tragar saliva, lo cual provocó que su nuez se desplazara de arriba abajo notablemente.
—Bueno, estoy demasiado viejo como para poder salir de este lío combatiendo —dijo Hardbread, con vivacidad—. ¿Cabe la posibilidad de que nos dejéis marchar sin más?
—En mi opinión, sí —contestó Craw.
—¿Podemos llevarnos nuestras cosas?
—No pretendo dejaros en mal lugar. Sólo quiero esta colina.
—O, más bien, la quiere Dow el Negro.
—Lo mismo da.
—Entonces, adelante, es toda vuestra —Hardbread se puso lentamente en pie, hizo un gesto de dolor al estirar las piernas, seguramente también tenía las articulaciones agarrotadas—. Hace un viento terrible aquí arriba. Prefiero estar abajo, en Osrung, con los pies cerca de un fuego —Craw tenía que admitir que en eso tenía razón, lo cual le llevó a preguntarse quién sacaba más provecho del acuerdo. Hardbread envainó su espada, pensativo, mientras sus hombres recogían sus cosas—. Actúas de un modo muy decente, Craw. Eres un hombre de honor, como se suele decir. Es bueno que los partidarios de diferentes bandos aún puedan hablar las cosas, en medio de todo este caos. La gente… ya no actúa decentemente.
—Es el signo de los tiempos —aseveró Craw, quien hizo un gesto con la cabeza dirigido a Scorry, el cual apartó el cuchillo de la garganta de Antojo, hizo una leve reverencia y alzó una mano en dirección hacia el fuego.
Antojo se echó hacia atrás, frotándose la zona recién afeitada que ahora tenía en su velludo cuello, y se dispuso a enrollar una manta. Craw metió ambos pulgares en el cinturón del que llevaba colgada la espada y no apartó la mirada de los hombres de Hardbread mientras se preparaban para marcharse, por si a alguno le daba por hacerse el héroe.
Cuervorojo era el que más probabilidades tenía. Se había colocado el arco sobre el hombro y ahora permanecía de pie, con gesto sombrío, mientras agarraba un hacha en una mano con tanta fuerza que los nudillos se le habían vuelto blancos y sostenía un escudo, en el que había un pájaro rojo pintado, con el otro brazo. Si antes había tenido intención de asesinar a Craw, no parecía que los últimos minutos le hubieran hecho cambiar de opinión.
—Sólo son un puñado de viejos y una puta —rezongó—. ¿Nos vamos a retirar ante gente como ésta sin pelear?
—No, no —contestó Hardbread, al mismo tiempo que se colgaba su abollado escudo a la espalda—. Yo me retiro, y el resto de tus compañeros. Pero tú te vas a quedar y vas a luchar solo contra Whirrun de Bligh.
—¿Que qué? —Cuervorojo miró extrañado y nervioso a Whirrun y éste le devolvió la mirada; por lo que se podía atisbar de su cara, ésta era tan pétrea como los propios Héroes.
—Pues eso —respondió Hardbread—, como deseas tanto un buen combate, ahí tienes. Después, me llevaré en un carro tu cadáver despedazado para dárselo a tu madre y decirle que no se preocupe, que moriste haciendo lo que querías. Le diré que querías tanto esta maldita colina que tenías que morir aquí.
Cuervorojo jugueteó nervioso con el mango de su hacha.
—¿Eh?
—O quizá prefieras bajar con los demás, mientras bendices el nombre de Guinden Craw por habernos advertido con buenas maneras de que debíamos irnos y dejarnos marchar sin una flecha clavada en el culo.
—Vale —dijo Cuervorojo, y, acto seguido, se volvió, cariacontecido.
Hardbread hinchó los carrillos y resopló ante Craw.
—Cómo son los jóvenes hoy en día, ¿eh? ¿Acaso éramos nosotros tan estúpidos?
Craw se encogió de hombros.
—Es muy probable que sí.
—Aunque yo no diría que tenía la misma sed de sangre que ellos.
Craw volvió a encogerse de hombros.
—Es el signo de los tiempos.
—Cierto, cierto y tres veces cierto. Os dejamos el fuego, ¿de acuerdo? Bueno, vámonos, muchachos.
Se dirigieron a la ladera sur de la colina, mientras todavía guardaban sus últimas cosas, y, a continuación, uno a uno se fueron desvaneciendo entre las piedras para perderse en la noche.
El sobrino de Hardbread se volvió cuando estaba en el hueco que quedaba entre las piedras y le enseñó el dedo anular a Craw.
—¡Volveremos, cabrones de mierda! —entonces, su tío le propinó un buen golpe en la parte superior de su desaliñada cabeza—. ¡Ay! ¿Qué pasa?
—Muestra un poco de respeto.
—¿No estamos librando una guerra?
Hardbread volvió a golpearlo de nuevo, lo cual le hizo chillar.
—Eso no es una razón para ser maleducado, idiota.
Craw permaneció inmóvil mientras las quejas del muchacho se esfumaban, arrastradas por el viento, más allá de las piedras; después, tragó saliva, con cierta amargura, y apartó los pulgares del cinturón. Fingió que tenía frío y se frotó las manos, para disimular que le estaban temblando. No obstante, el peligro había pasado y todos seguían respirando, así que supuso que las cosas habían salido lo mejor posible. Pero el Jovial Yon no estaba de acuerdo. Se acercó a Craw y se colocó junto a él, con el ceño muy fruncido y escupió al fuego.
—Puede que en algún momento nos arrepintamos de no haber matado a esos tipos.
—Prefiero cargar con el ligero peso sobre mi conciencia de no haberlos matado que con la pesada losa de haberlo hecho.
Desde el lado contrario, Brack chasqueó la lengua en señal de desaprobación a Craw.
—Un guerrero no debería cargar con mucho peso sobre su conciencia.
—Un guerrero tampoco debería cargar con una pesada barriga —le espetó Whirrun, quien se había quitado al Padre de las Espadas del hombro y la había clavado en el suelo, la empuñadura le llegaba a la altura del cuello, mientras observaba cómo se reflejaba la luz en la cruceta mientras le daba vueltas y vueltas—. Todos tenemos nuestras pesadas cargas que soportar.
—Sólo tengo un poco de barriga, cabrón fibroso —replicó el montañés, a la vez que se daba una palmadita orgulloso en su enorme tripa, como la que un padre le daría a su hijo en la cabecita.
—Jefe —dijo Agrick al acercarse a la zona iluminada por el fuego, con un arco en una mano y una flecha entre dos de sus dedos.
—¿Están ya lejos? —inquirió Craw.
—He visto que dejaban atrás los Niños. Ahora están cruzando el río, se dirigen a Osrung. Aunque Athroc sigue vigilándolos. Si deciden regresar, lo sabremos.
—¿Crees que se darán la vuelta? —preguntó Wonderful—. Hardbread es de la vieja guardia. Puede haberse ido sonriendo, pero esto no le habrá gustado ni un pelo. ¿Confías en ese viejo cabrón?
Craw frunció el ceño mientras tenía la mirada perdida en la noche.
—Tanto como confío en cualquier otro hoy en día.
—¿Tan poco? Entonces, será mejor que apostemos unos guardias.
—Sí —dijo Brack—. Y asegúrate de que los nuestros permanecen despiertos.
Craw le dio un golpe en el brazo.
—Gracias por presentarte voluntario para el primer turno.
—Tu tripa podrá hacerte compañía —apostilló Yon.
A continuación, Craw también dio un golpe en el brazo a este último.
—Me alegro de que estés a favor de la idea, tú harás el segundo turno.
—¡Mierda!
—¡Drofd!
Se veía claramente que el muchacho de pelo rizado era el nuevo de ese grupo, ya que se dio prisa por responder con energía.
—¿Sí, jefe?
—Coge el caballo que está ensillado y dirígete al camino de Yaws. No sé con quién te encontrarás primero… es probable que con Cabeza de Hierro, o quizá con Tenways. Hazles saber que nos hemos encontrado con una de las docenas del Sabueso en los Héroes. Diles que lo más probable es que sólo estuvieran reconociendo el terreno, pero…
—Sólo reconocían el terreno —afirmó Wonderful, mientras mordisqueaba una postilla, que tenía en un nudillo, que luego escupió desde la punta de la lengua—. La Unión está a varios kilómetros de aquí, dividida y desplegada, intentando avanzar en línea recta por un país que no tiene caminos rectos.
—Es bastante probable. Pero, de todos modos, sube al caballo y transmite el mensaje.
—¿Ahora? —la consternación se apoderó del rostro de Drofd—. ¿En plena noche?
—No, el verano que viene mejor —le espetó Wonderful—. Sí, ahora, necio. Además, lo único que tienes que hacer es seguir un camino.
Drofd profirió un suspiro.
—Es una misión para un héroe.
—Toda guerra es una misión para un héroe, muchacho —afirmó Craw, quien preferiría haber mandado a otro, pero entonces habrían estado discutiendo hasta el alba sobre por qué el nuevo no era el elegido para cumplir esa misión. Hay ciertas maneras correctas de hacer las cosas que un hombre no puede obviar sin más.
—Tienes razón, jefe. Nos vemos en unos días, supongo. Y con el culo dolorido, sin duda alguna.
—¿Por qué? —preguntó Wonderful, moviendo las caderas adelante y atrás—. ¿Acaso Tenways es amiguito tuyo?
El comentario provocó algunas carcajadas. Brack se rio atronadoramente, Scorry se rio entre dientes e incluso el ceño fruncido de Yon se suavizó un poco, lo cual quería decir que le había hecho gracia.
—Pero qué simpáticos sois, me cago en todo —replicó Drofd, quien se internó en la noche en busca del caballo para iniciar su viaje.
—¡Tengo entendido que con grasa de pollo entra mejor! —le gritó Wonderful.
Al instante, las carcajadas de Whirrun reverberaron por los Héroes y se perdieron en el vacío de la oscuridad.
Tras tantas emociones, Craw se sentía agotado. Se dejó caer junto al fuego, esbozó una mueca de dolor al doblar las rodillas y pudo sentir que la tierra seguía caliente allá donde había posado su trasero de Hardbread. Scorry se había acomodado en el extremo más alejado a afilar su cuchillo y el ruido del roce del metal marcaba el ritmo de sus suaves y agudos canturreos. Era una canción sobre Skarling el Desencapuchado, el mayor héroe del Norte, quien había logrado reunir a todos los clanes hace mucho para expulsar a la Unión de aquellas tierras. Craw lo escuchó mientras seguía sentado; entretanto, se mordisqueaba la piel que rodea las uñas y pensaba que tenía que dejar de hacer eso de una vez por todas.
Whirrun dejó al Padre de las Espadas en el suelo, se puso en cuclillas y sacó la vieja bolsa en la que guardaba sus runas.
—Será mejor que lea las runas, ¿eh?
—¿Tienes que hacerlo? —masculló Yon.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo a lo que los símbolos puedan revelarte?
—Tengo miedo a que sueltes un montón de bobadas y me pase luego media noche despierto intentando buscarles un sentido.
—Eso ya lo veremos.
Whirrun ahuecó una mano y echó las runas en ella; luego, escupió sobre ellas y las lanzó cerca del fuego. Craw no pudo resistirse a la tentación de estirar el cuello para verlas, a pesar de que habría sido incapaz de saber qué significaban aquellos puñeteros símbolos ni aunque le hubieran dado dinero por ello.
—¿Qué dicen las runas, Tarado?
—Las runas dicen… —Whirrun entornó los ojos como si intentara discernir algo a lo lejos— que se va a derramar sangre.
Wonderful resopló.
—Siempre dicen lo mismo.
—Sí —Whirrun se abrigó, colocó la empuñadura de su espada a la altura de la nariz, como si fuera su amante, y cerró los ojos—. Pero últimamente aciertan más veces de las que se equivocan.
Craw contempló con el ceño fruncido a los Héroes, gigantes olvidados, que vigilaban testarudamente la nada.
—Es el signo de los tiempos —masculló.
Se hallaba junto a la ventana, con una mano apoyada sobre la piedra, mientras tamborileaba una y otra vez con los dedos. Contemplaba Carleon con el ceño fruncido. Recorrió con la mirada el laberinto de calles empedradas, la maraña de empinados tejados de pizarra y esas imponentes murallas que su padre había construido en su día para proteger la ciudad; todo ello había adquirido un color negro brillante gracias a la llovizna. Posó la mirada sobre los campos brumosos que había más allá, dejando atrás la bifurcación del río gris y hacia la silueta desigual de las colinas situadas en la cabeza del valle. Era como si, al observar todo aquello fijamente, fuera capaz de ver más lejos. Una extensión de más de cinco kilómetros cuadrados de terreno irregular que lo separaba del ejército desperdigado de Dow el Negro, del lugar donde se estaba decidiendo el destino del Norte. Sin él.
—Lo único que quiero es que cada uno haga lo que le digo. ¿Acaso es mucho pedir?
Seff se le acercó por detrás y él pudo sentir el roce de su vientre contra su espalda.
—Creo que es lo más juicioso que pueden hacer.
—Yo sé qué es lo mejor para todos, ¿verdad?