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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (14 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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Misión, sin embargo, era bastante más perezoso. No es que fuera indolente, pero muchas de las tareas de la granja eran tediosas y repetitivas. Apilar leña no era una de sus actividades favoritas, quitar las malezas del jardín le parecía inútil, ya que pronto volverían a brotar, y consideraba que secar los platos era una absoluta estupidez, porque si los dejaban solos acabarían secándose sin ayuda. El pequeño se esforzaba por hacerle comprender a Polgara su punto de vista. En una ocasión, mientras hacía uso de toda su elocuencia para convencerla de que no era necesario secar los platos, ella escuchó con seriedad los razonamientos perfectamente lógicos y asintió con un gesto. Sin embargo, en cuanto el niño terminó de exponer todos sus argumentos en un verdadero alarde de inteligencia, la hechicera sonrió y le dijo:

—Sí, cariño. —Y le pasó un paño de cocina con un gesto implacable.

No obstante, Misión no vivía abrumado por el trabajo. De hecho, no había día que no pasara varias horas montado sobre el caballo zaino, recorriendo los prados que rodeaban la cabaña, libre como el viento.

Más allá de la eterna tranquilidad del valle, el mundo seguía su curso. A pesar de que la cabaña estaba alejada, no faltaban las visitas. Hettar, por supuesto, iba a verlos a menudo, a veces acompañado por su hermosa esposa, Adara, y el hijo de ambos. Al igual que su esposo, Adara era algaria de la cabeza a los pies y se encontraba tan a gusto montada en su caballo como andando. Misión la quería mucho. Aunque siempre tenía una expresión seria, incluso grave, detrás de aquel aspecto sereno se ocultaba una actitud irónica e ingeniosa que el niño adoraba. Pero aún había algo más; la joven alta y morena, con rasgos perfectos y piel de alabastro, despedía una delicada fragancia que lo turbaba. Había algo enigmático y a la vez extrañamente seductor en aquel aroma. En una ocasión, mientras Polgara jugaba con el bebé, cabalgó con Misión hasta una colina cercana y le habló del origen del perfume.

—¿Sabías que Garion es mi primo? —le preguntó.

—Sí.

—Una vez salimos a cabalgar por los alrededores del fuerte en pleno invierno, cuando todo estaba cubierto de escarcha. La hierba estaba marrón y marchita, y todas las hojas se había caído de los árboles. Entonces le pedí que me hablara de la hechicería, que me explicara qué era y qué se podía hacer con ella. Yo no acababa de creer en esas cosas, aunque deseaba hacerlo. Entonces Garion cogió una ramita, la envolvió en hierba seca y la convirtió en una flor ante mis propios ojos.

—Sí —asintió Misión—, es el tipo de cosas que haría Belgarion. ¿Y eso te ayudó a creer?

—Enseguida no —sonrió ella—, al menos no del todo. Yo quería que hiciera algo más por mí, pero él dijo que no podía.

—¿Qué era?

—Quería que usara su poder para que Hettar se enamorara de mí.

—Pero no tuvo que hacerlo, ¿verdad? —dijo el pequeño—. Hettar ya te amaba.

—Bueno, necesitó algo de ayuda para darse cuenta. Aquel día, yo estaba muy triste. Cuando volvimos al fuerte, olvidé la flor sobre la cuesta de la colina. Un año después, esa parte de la colina estaba cubierta de arbustos con pequeñas flores color lavanda. Ce'Nedra las llama «rosas de Adara» y Ariana pensó que podrían tener algún valor medicinal, aunque nunca comprobamos que curara nada. A mí me gusta la fragancia de la flor y, como en cierta forma es mía, pongo pétalos en donde guardo la ropa. —Rió con una expresión astuta—. Ello hace que Hettar se muestre muy cariñoso —añadió.

—No creo que eso se deba sólo a la flor —dijo Misión.

—Tal vez, pero no pienso correr riesgos innecesarios. Si la flor ayuda, voy a seguir usándola.

—Supongo que tienes razón.

—Oh, Misión —rió ella—, eres un niño absolutamente encantador.

Sin embargo, las visitas de Hettar y Adara no eran un simple formalismo social. Hettar era hijo de Cho-Hag, jefe supremo de los clanes de Algaria, y éste consideraba que, como era el monarca alorn más cercano, tenía la responsabilidad de mantener informada a Polgara sobre lo que ocurría en el mundo, más allá de las fronteras del valle. De vez en cuando, Cho-Hag enviaba mensajes sobre la sangrienta e interminable lucha que tenía lugar en el sur de Cthol Murgos, pues Kal Zakath, emperador de Mallorea, continuaba su marcha implacable a través de las llanuras de Hagga y del enorme bosque de Gorut. Los reyes del Oeste no alcanzaban a comprender el odio aparentemente irracional que Zakath sentía hacia sus hermanos murgos. Corrían rumores sobre una afrenta personal de Taur Urgas en el pasado, aunque este último había muerto en la batalla de Thull Mardu. La hostilidad de Zakath hacia los murgos, sin embargo, no había muerto con el lunático que los gobernaba, y ahora el emperador guiaba a los malloreanos en una campaña salvaje con el fin de exterminar a todos los murgos y borrar de la memoria humana cualquier vestigio de su existencia.

Mientras tanto, en Tolnedra, el emperador Ran Borune XXIII, padre de la reina Ce'Nedra de Riva, estaba muy enfermo. Como el emperador no tenía un hijo que lo sucediera en el trono imperial de Tol Honeth, las grandes familias del imperio se enfrentaban en una cruenta lucha por la sucesión. Grandes sobornos cambiaban de manos y los asesinos rondaban las calles de Tol Honeth por las noches, con cuchillos o botellitas de mortíferos venenos que habían comprado a los hombres serpiente de Nyissa. El astuto Ran Borune, sin embargo, había nombrado regidor al general Varana, duque de Anadile, pese a la furiosa oposición de los Honeth, los Vordue y los Horbit. Varana, que tenía un control absoluto de las legiones, tomó medidas drásticas para acabar con los excesos de las familias poderosas en la lucha por el trono.

Sin embargo, los reyes alorns no prestaban demasiada atención a las brutales batallas de los angaraks ni a las apenas menos salvajes luchas de los grandes duques del imperio tolnedrano. Los monarcas del norte estaban mucho más preocupados por el molesto resurgimiento del culto del Oso y por la triste pero innegable decadencia del rey Rhodar. Durante la campaña que había culminado con la batalla de Thull Mardu, Rhodar había demostrado un sorprendente talento para las cuestiones militares; pero el rey Cho-Hag les comunicó la penosa noticia de que, en los últimos años, el corpulento monarca se había vuelto olvidadizo e incluso infantil. A causa de su obesidad, Rhodar ya no podía ponerse en pie sin ayuda y se quedaba dormido a menudo, incluso durante los actos oficiales. La joven y hermosa reina Porenn hacía todo lo posible para aliviarle la tremenda carga de obligaciones de la corona, pero era obvio que el rey no podría gobernar durante mucho tiempo más.

A finales de uno de los inviernos más fríos de la historia, durante el cual todo el territorio del norte se había cubierto de hielo y nieve, la reina Porenn envió un mensajero al valle para rogarle a Polgara que acudiera a Boktor e intentara curar al rey de Drasnia. El mensajero llegó a última hora de una tarde fría, cuando el lánguido sol se hundía, fatigado, en un lecho de grandes nubes púrpuras sobre las montañas de Ulgo. El hombre estaba envuelto en pieles de martas, pero la nariz larga y puntiaguda que sobresalía de la abrigada capucha lo identificaba.

—¡Seda! —exclamó Durnik mientras el pequeño drasniano desmontaba junto al patio cubierto de nieve de la entrada—. ¿Qué haces tan lejos de casa?

—Congelarme —respondió aquél—. Espero que tengáis un buen fuego encendido.

—Pol, mira quién está aquí —llamó Durnik, y Polgara se asomó a la puerta para mirar al visitante.

—Bueno, príncipe Kheldar —le dijo sonriente al hombrecillo con cara de rata— ¿ya has terminado de saquear Gar og Nadrak y vienes a buscar un nuevo escenario para tus depredaciones?

—No —respondió Seda, dando golpes contra el suelo con los pies helados—, cometí el error de pasar por Boktor de camino a Val Alorn y Porenn me convenció de que hiciera este viaje.

—Pasa—lo invitó Durnik—, yo me ocuparé de tu caballo.

Seda se quitó la capa de piel de marta, se acercó, tembloroso, a la chimenea en forma de arco y extendió las manos hacia las llamas.

—He pasado frío toda la semana —gruñó—. ¿Dónde está Belgarath?

—Él y Beldin se encuentran en algún lugar del este —respondió Polgara mientras preparaba una taza de vino caliente con especias para el helado hombrecillo.

—Bueno, en realidad no tiene importancia, porque he venido a verte a ti. ¿Sabes que mi tío no está bien?

Ella asintió con un gesto mientras cogía un atizador incandescente y lo ponía dentro de la taza de vino; éste produjo un silbido burbujeante.

—Hettar nos trajo la noticia el otoño pasado. ¿Los médicos ya saben de qué se trata?

—Vejez —dijo Seda encogiéndose de hombros mientras tomaba la taza de vino con expresión de agradecimiento.

—Rhodar no es tan viejo.

—Pero arrastra un montón de peso extra y, después de un tiempo, eso agota a un hombre. Porenn está desesperada. Me ha enviado a pedirte, mejor dicho a rogarte, que vinieras a Boktor. Me ha encargado que te diga que, si no vienes, Rhodar no verá la migración de los patos al norte.

—¿Tan mal está?

—Yo no soy médico —respondió el drasniano—, pero no tiene buen aspecto y sus facultades mentales parecen trastornadas. Incluso ha empezado a perder el apetito y eso es grave en un hombre que solía tomar siete grandes comidas al día.

—Claro que iré —se apresuró a responder Polgara.

—Dame un poco de tiempo para calentarme —dijo Seda, quejumbroso.

Una feroz nevisca que azotaba las montañas de Sendaria y las grandes llanuras del norte de Algaria los retrasó varios días. Por fortuna se encontraron con un campamento de pastores nómadas justo cuando comenzaba la tormenta y pasaron aquellos días de vientos furiosos y nieve incesante en los acogedores carros de los hospitalarios algarios. Cuando por fin mejoró el tiempo, se dirigieron a toda prisa hacia Aldurford, cruzaron el río y llegaron a la ancha calzada elevada que cruzaba los pantanos helados en dirección a Boktor.

La reina Porenn, todavía hermosa a pesar de las ojeras que indicaban con claridad su preocupación y su falta de sueño, los recibió a la entrada del palacio de Rhodar.

—¡Oh, Polgara! —exclamó, llena de gratitud y alivio, mientras abrazaba a la hechicera.

—Querida Porenn —respondió Pol, y estrechó con fuerza entre sus brazos a la agobiada reina—. Si no hubiéramos encontrado tan mal tiempo, habríamos llegado antes. ¿Cómo está Rhodar?

—Un poco más débil cada día —respondió aquélla con un deje de impotencia en la voz—. Incluso Kheva lo agota.

—¿Tu hijo?

—El próximo rey de Drasnia —asintió Porenn—. Sólo tiene seis años. Demasiado joven para ascender al trono.

—Bueno, veremos qué podemos hacer para retrasar ese momento.

Sin embargo, el aspecto del rey Rhodar era peor de lo que Seda había dado a entender. Misión recordaba al rey de Drasnia como un hombre gordo, alegre, ingenioso y lleno de una energía aparentemente inagotable. Ahora estaba desganado y su piel cenicienta caía en fláccidos pliegues. No podía levantarse, pero lo más grave de todo era que respiraba con dolorosos y ahogados jadeos. Su voz, que en el pasado tenía la potencia suficiente para despertar a un ejército entero, ahora se había convertido en un gemido débil y quejumbroso. Cuando ellos entraron, los recibió con una pequeña sonrisa de bienvenida, pero después de unos minutos de conversación, volvió a dormirse.

—Necesito quedarme a solas con él —dijo Polgara en tono firme y profesional, pero la rápida mirada que intercambió con Seda no demostraba mucha esperanza por la recuperación del monarca enfermo.

Más tarde, la hechicera salió de la habitación de Rhodar con una expresión grave.

—¿Y bien? —preguntó Porenn con la mirada llena de temor.

—Te hablaré con franqueza —respondió Pol—; nos conocemos desde hace demasiado tiempo para que pretenda ocultarte la verdad. Puedo hacer que respire mejor y aliviarle un poco el dolor. También hay medicinas que lo volverán más lúcido, al menos por breves períodos, aunque tendremos que usarlas con precaución, sólo cuando sea necesario que tome grandes decisiones.

—Pero no puedes curarlo —murmuró la reina, al borde de las lágrimas.

—No es una enfermedad curable, Porenn. Su cuerpo está agotado. Siempre le dije que la comida lo llevaría a la muerte. Pesa lo mismo que tres hombres normales y el corazón del ser humano no ha sido creado para soportar tanto peso. Durante años no ha hecho ejercicio y su dieta ha sido siempre muy poco saludable.

—¿No puedes usar la hechicería? —preguntó la reina de Drasnia, desesperada.

—Porenn, tendría que recomponerlo de pies a cabeza. Ninguno de sus órganos funciona de forma correcta. Lo siento mucho.

—¿Cuánto tiempo? —inquirió la gran dama en un murmullo mientras dos grandes lágrimas se le asomaban a los ojos.

—Unos pocos meses... Como mucho, seis.

Porenn asintió con un gesto y luego, a pesar de sus ojos llenos de lágrimas, alzó la barbilla con entereza.

—Cuando creas que tiene la fuerza suficiente, quiero que le des una de esas medicinas que le devolverán la lucidez. El y yo tenemos que hablar. Debemos arreglar unas cuantas cosas por el bien de Drasnia y de nuestro hijo.

El intenso frío de aquel largo y cruel invierno terminó de repente un par de días después. Durante la noche sopló una brisa cálida desde el golfo de Cherek, trayendo consigo una tempestuosa tormenta que convirtió la nieve que cubría las amplias avenidas de Boktor en una especie de barro líquido. El súbito cambio de clima hizo que Misión y el príncipe Kheva, el heredero al trono drasniano, tuvieran que quedarse encerrados en el palacio. Kheva era un niño corpulento, de cabello oscuro y mirada seria. Como su padre, el rey Rhodar, tenía una marcada preferencia por el color rojo y solía usar una chaqueta de terciopelo y calzas en ese tono. Aunque Misión era unos cinco años mayor que el príncipe, ambos se hicieron amigos casi de inmediato. Juntos descubrieron lo divertido que era arrojar una pelota de madera de vivos colores por las grandes escaleras de piedra; aunque cuando la pelota derribó la bandeja de plata que llevaba el mayordomo principal, ambos recibieron la firme recomendación de que buscaran otras diversiones.

Caminaron durante un largo rato por los resonantes pasillos de mármol del palacio, Kheva vestido de terciopelo rojo y Misión con prácticas ropas de campesino color marrón, hasta llegar al gran salón de baile. Al final del enorme pasillo, una gran escalera de mármol con una no menos grande alfombra roja en el centro conducía a las plantas superiores del palacio; a cada lado de la imponente escalera había una lustrosa barandilla del mismo mineral. Los dos niños dirigieron una mirada especulativa a las barandas y reconocieron de inmediato el enorme potencial del resbaladizo mármol. Luego se volvieron para comprobar que no hubiera ningún guardia o funcionario del palacio junto a las grandes puertas, al fondo de la sala de baile.

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