Los griegos (15 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Los griegos
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Según una encantadora historia (que quizá no sea verdadera), después de Salamina los felices comandantes griegos se reunieron para determinar mediante una votación quién de ellos tenía mayor mérito por la victoria.

Cada uno de los comandantes, dice dicha historia, votó por sí mismo en primer término, pero por Temístocles en segundo lugar.

La batalla de Himera

En el ínterin, ¿qué ocurría con el peligro cartaginés en Sicilia?

El general cartaginés, Amílcar, fue muerto por un audaz cuerpo expedicionario mientras se hallaba ante el altar haciendo un sacrificio a los dioses para pedir la victoria en la batalla futura. Después de morir Amílcar, los ejércitos rivales se encontraron, en 480 a. C., en Himera, sobre la costa septentrional de Sicilia. Allí el ejército griego obtuvo una aplastante victoria y la amenaza cartaginesa desapareció durante casi un siglo.

Según la tradición, la batalla de Himera se libró y ganó el mismo día que la batalla de Salamina, de modo que en un día los griegos, del Este y del Oeste, se salvaron de la destrucción. Pero esto suena demasiado casual para ser cierto.

Gelón, más famoso y poderoso que nunca como resultado de esta victoria, murió dos años más tarde, en 478 a. C. Su hermano menor, Hierón I, que había luchado valerosamente en Himera, le sucedió en la tiranía, y bajo él Siracusa siguió prosperando y aumentando en poder.

Hierón se enfrentó con otro peligroso enemigo, los etruscos. Cincuenta años antes, los etruscos, en alianza con los cartagineses, habían derrotado a una flota focense frente a la isla de Córcega, derrota que puso fin a la era de la colonización griega. Desde entonces, los etruscos habían avanzado hacia el Sur, en un intento de apoderarse de las colonias griegas del sur de Italia.

La ciudad de Cumas, la más septentrional de las ciudades-Estado griegas en Italia, aguantó lo más recio de la presión etrusca. Mientras se hallaba sitiada, pidió ayuda a Hierón. Una flota siracusana navegó hacia el Norte y derrotó a los etruscos en la batalla de Cumas, el 474 a. C. A los etruscos les fue peor que a los cartagineses o a los persas, pues, a diferencia de unos y otros, nunca se recuperaron de esa derrota. Sufrieron una constante decadencia y, lentamente, desaparecieron de la historia.

Sicilia e Italia, por aquellos años, constituían uno de los centros de la ciencia griega. Jonia, bajo la acumulación de desastres —primero, la conquista persa, y luego, el desastroso fracaso de su revuelta— había perdido el liderazgo científico del mundo griego. Sus pensadores emigraron a otras regiones (el ejemplo más conocido es el de Pitágoras), llevando consigo el conocimiento y el estímulo intelectual.

Además de Pitágoras, por ejemplo, estaba el emigrante Jenófanes. Había nacido en Colofón, una de las ciudades jónicas, por el 570 a. C. Se alejó de los persas y emigró primero a Sicilia y luego al sur de Italia. Se le recuerda sobre todo por su idea de que la existencia de conchas marinas en cumbres montañosas es un indicio de que ciertas regiones de la Tierra que ahora están en la superficie estuvieron alguna vez sumergidas bajo el mar.

Jenófanes fundó la «Escuela Eleática», que tuvo otros dos importantes representantes en el siglo siguiente. Parménides, nacido en Elea, ciudad de la costa italiana del sudoeste, por el 539 a. C., fue un pitagórico que elaboró una compleja teoría sobre la naturaleza del Universo, pero sólo nos han llegado algunos fragmentos de sus escritos. Tuvo un discípulo importante, Zenón, nacido en Elea alrededor del 488 a. C., quien desarrolló la idea de Parménides de que los sentidos no son un método fiable para alcanzar la verdad. Sostenía que, para este fin, sólo podía usarse la razón.

Zenón trató de demostrarlo presentando a los pensadores griegos cuatro famosas maneras de poner de manifiesto que lo que creemos ver puede no ocurrir. (Una verdad aparente que no es una verdad es una «paradoja».) La más conocida de las paradojas de Zenón es la llamada de «Aquiles y la tortuga».

Supongamos que Aquiles corre diez veces más rápidamente que una tortuga y que se le da a ésta una ventaja de diez metros en una carrera. Se sigue, entonces, que Aquiles nunca puede alcanzar a la tortuga, pues mientras recorre los diez metros que lo separan de ella, la tortuga habrá avanzado un metro. Cuando Aquiles haya recorrido un metro más, la tortuga se habrá desplazado en una décima parte de un metro, y así sucesivamente. Pero, puesto que nuestros sentidos nos muestran claramente que un corredor veloz alcanza y pasa a un corredor lento, nuestros sentidos deben estar equivocados (o debe estarlo el razonamiento).

Estas paradojas han sido extraordinariamente útiles para la ciencia. Han sido refutadas, pero su refutación hizo necesario investigar minuciosamente los procesos mismos de razonamiento. Zenón es considerado el fundador de la «dialéctica», el arte de razonar para descubrir la verdad, y no sólo para ganar una discusión.

Otro científico griego de Italia fue Filolao, nacido en Tarento o Crotona por el 480 a. C. Fue discípulo de Pitágoras y el primero en especular que quizá la Tierra no estuviera fija en el espacio, sino que se moviese. Sostuvo que giraba alrededor de un «fuego central», del que el sol visible sólo es un reflejo.

En cuanto a Sicilia, el mayor filósofo del período fue Empédocles. Nació aproximadamente en 490 a. C., en Acragas, en la costa meridional de Sicilia. Contribuyó a derrocar una oligarquía de su ciudad natal, pero se negó a convertirse en su tirano. Su mayor aporte a la ciencia fue su idea de que el Universo está formado por cuatro substancias fundamentales (o «elementos», como luego se las llamó): la tierra, el agua, el aire y el fuego. Esta idea de los «cuatro elementos» se mantuvo durante más de dos mil años después, de modo que fue ciertamente una teoría de éxito, aunque ahora sabemos que es totalmente errónea.

Empédocles fue un pitagórico con una serie de ideas místicas. No objetaba en absoluto que se le considerase un profeta y un hacedor de milagros. Según cierta tradición, hizo saber que un día determinado sería llevado al cielo y convertido en un dios. Se dice que ese día se arrojó al cráter del Etna para que, al desaparecer misteriosamente, se pensase que su predicción se había cumplido. Fue, sobre poco más o menos, en 430 a. C.

Hierón I murió en 466 a. C., y en Siracusa la tiranía llegó a su fin, al menos temporariamente. Siguió medio siglo de relativa calma. Esta fue rota por levantamientos de los pueblos nativos de Sicilia, que obtuvieron varios éxitos contra los griegos, pero finalmente fueron sometidos.

La victoria

Mientras que la sola batalla de Himera libró a los griegos occidentales de la amenaza de Cartago, la de Salamina no tuvo el mismo resultado para Grecia.

La flota persa había sido destruida, pero el ejército persa seguía existiendo. Se retiró hacia el Norte, pero, después del invierno, avanzó sobre Beocia. Era un ejército más pequeño, pero más fácil de dirigir y, por ende, más peligroso. Estaba conducido por Mardonio, un general capaz que había instado vigorosamente a marcharse al no muy brillante Jerjes, lo cual era mucho peor para los griegos.

La primera jugada de Mardonio fue enviar al rey Alejandro I de Macedonia a Atenas (ya nuevamente ocupada por los atenienses), en un intento de persuadirlos a que abandonasen la causa griega, ya que habían recuperado su ciudad. Los atenienses se negaron y, a su vez, trataron de convencer a los espartanos, siempre lentos, a que emprendieran una rápida acción.

Cuando los espartanos terminaron de reunir su ejército, Mardonio había realizado una incursión por el Ática e incendiado Atenas nuevamente.

Sin embargo, ahora los espartanos actuaron en serio. Al morir Leónidas en las Termópilas, su hijo pequeño había heredado el trono, pero, por carecer de la edad necesaria para conducir un ejército, Pausanias, primo del rey, actuó como regente y general. Bajo su mando, un ejército de 20.000 peloponenses se dirigió al Norte, 5.000 de los cuales eran espartanos. Este fue probablemente, el mayor contingente de espartanos que tomó parte en una campaña en toda la historia de Grecia.

Se les unieron contingentes de otras ciudades griegas, entre otros, 8.000 atenienses conducidos por Arístides, y el total de las fuerzas griegas quizá ascendiera a cien mil hombres. Contra éstos, Mardonio disponía, quizá, de 150.000 persas y sus aliados.

Los dos ejércitos se encontraron en Platea en agosto de 479 a. C., y la batalla que se entabló fue dura y difícil. Más de una vez, los griegos (cuyas maniobras antes y durante la batalla fueron más bien torpes) parecieron a punto de ceder. Pero los espartanos y los atenienses resistieron firmemente y, como en Maratón, su armamento más pesado les dio la superioridad sobre los persas. En el punto culminante de la batalla, Mardonio realizó una carga al frente de 1.000 hombres, pero fue alcanzado por una lanza y muerto, con lo cual los persas se desalentaron totalmente. Huyeron, y los que sobrevivieron se marcharon al Asia.

Ahora la Grecia continental estaba segura tanto en tierra como en el mar. Desde ese momento en adelante, durante 1.000 años, cuando los griegos lucharon con los persas, lo hicieron siempre en Asia y nunca en Europa.

Los griegos victoriosos avanzaron sobre Tebas, que a lo largo de toda la guerra con Persia se mostró siempre dispuesta a alinearse con los persas. Como resultado de esto, se había salvado de la destrucción, pero ahora fue incendiada por los mismos griegos. Los oligarcas tebanos fueron exiliados y se estableció una democracia.

Mientras tanto, también en el mar se estaban produciendo acontecimientos. Destruida en Salamina gran parte de la flota persa, era razonable esperar que la flota griega aprovechase la victoria para realizar un vigoroso avance sobre Jonia. Mas para ello era menester inducir a la acción a los lentos espartanos, lo cual siempre llevaba tiempo.

La isla de Samos fue amenazada por el resto de la flota persa, y su súplica de ayuda finalmente movió a los espartanos. La flota griega, bajo Leotíquidas, uno de los reyes espartanos, navegó hacia el Este. Pero los persas no estaban en modo alguno dispuestos a librar otra batalla por mar. Por ello, se retiraron al cabo de Micala, una saliente de la costa jónica inmediatamente al este de Samos. Allí vararon sus barcos y esperaron a los griegos en tierra.

También los griegos desembarcaron y atacaron el campamento de los persas, obligando a éstos a retirarse. Tan pronto como el curso de la batalla pareció favorecer a los griegos, los diversos contingentes jónicos, a los que los persas habían obligado a combatir a su lado, se rebelaron. Volvieron sus armas contra sus antiguos amos, y esto decidió la batalla. Los persas huyeron y, como resultado de la batalla de Micala, las ciudades griegas de la costa de Asia Menor recuperaron la independencia que habían perdido un siglo antes por obra de Aliates, de Lidia.

Según una tradición posterior, la batalla de Micala se libró y ganó el mismo día que la batalla de Platea. Esto es poco verosímil; probablemente la batalla de Micala se libró unos días más tarde.

La flota avanzó bajo conducción ateniense (pues éstos, como siempre, estaban preocupados por su cordón umbilical con las regiones cerealeras del mar Negro), para despejar la zona del Helesponto y el Bósforo, en 478 a. C., y la guerra con Persia llegó a su fin. El resultado final de veinte años de lucha, desde la revuelta jónica, fue la liberación de casi toda la zona agea, y el mar Egeo se convirtió otra vez en un lago griego.

La guerra con Persia adquirió fama eterna, no sólo por su importancia intrínseca, sino también por el hombre que escribió sobre ella. Como la guerra de Troya tuvo su Homero, así también la guerra con Persia tuvo su cronista en Heródoto. Este nació en Halicarnaso, ciudad de la costa del Asia Menor, en el sur de Jonia, en 484 a. C. En sus mocedades viajó por todo el mundo antiguo, observando todo con ojos atentos y escuchando todos los viejos relatos que le contaron los sacerdotes de Egipto y de Babilonia. (A veces daba demasiado crédito a las increíbles historias que ellos contaban al anhelante extranjero griego.)

Alrededor de 430 a. C. escribió una historia de la guerra con Persia. Estaba destinada a un público ateniense y, por tanto, era acentuadamente proateniense. Estos le concedieron un gran premio en dinero, pero no solamente en recompensa por sus elogios. Su obra era tan fascinante que fue copiada repetidamente, por lo que logró sobrevivir entera a los desastres que posteriormente destruyeron la mayor parte de las otras obras de la literatura griega.

Puesto que Heródoto es el más antiguo autor griego cuya obra conservamos entera y puesto que su interés principal era la guerra con Persia, la historia de Grecia anterior al 500 a. C. sólo es conocida sumariamente. Por fortuna, en su intento de explicar los antecedentes de la guerra, Heródoto no sólo expone la historia anterior de Grecia, sino también de las diversas naciones integradas en el Imperio Persa. Pasa un poco rápidamente por esa historia anterior, pero la mayor parte de lo que sabemos de sucesos anteriores al 500 a. C. también proviene de Heródoto, de modo que podemos estarle agradecidos de que se decidiese a referirse a ellos.

La Edad de Oro

Las dificultades de Esparta

La guerra con Persia convirtió a Esparta y Atenas en las dos ciudades más poderosas de Grecia. Cabía esperar que Esparta mirase con recelo el aumento del poder de Atenas e hiciese todo lo posible por frenarlo.

Esparta estaba recelosa, en efecto, pero hubo dos factores que le impidieron oponerse eficazmente a Atenas. Al principio, Atenas aplicó su reciente potencia a conquistas marinas, más que en la misma Grecia. Esparta, que siempre prefería la inacción a la acción y no se hallaba a sus anchas en el mar, estaba dispuesta a admitir esto y a limitarse a mantener su supremacía terrestre.

En segundo término, en los años que siguieron inmediatamente a la guerra persa, Esparta sufrió varios desastres.

Para empezar, Pausanias se comportó impropiamente. Fue el héroe de Grecia después de la batalla de Platea, y marchó luego a la conquista de Bizancio, en 477 a. C.

Pero el triunfo se le subió a la cabeza. Ocurría a menudo que un espartano, cuando estaba lejos de la virtud y la disciplina rígidas de Esparta, caía en el otro extremo. En el exterior, Pausanias se deleitó en el lujo y se hizo ávido de dinero. Así, se aficionó al uso de lujosas vestimentas persas y trató a sus compatriotas griegos con altanería, como si él mismo fuese un monarca oriental.

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