Read Los Cinco en el cerro del contrabandista Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Es muy amable por parte de usted tenernos a todos aquí. Me imagino que usted ya sabe que un árbol se cayó sobre el tejado de nuestra casa y lo destrozó.
El señor Lenoir se rió de nuevo. Hizo una especie de gesto burlón y todos sonrieron muy cortésmente.
—Bueno, espero que paséis aquí unos días agradables —dijo—. Pedro y Maribel os enseñarán la vieja ciudad y, si me prometéis ser prudentes, podréis ir por la carretera hasta tierra firme para ir al cine.
—Gracias —respondieron todos a la vez, y el señor Lenoir volvió a reír de nuevo con su extraña risita.
—Vuestro padre es un hombre muy sabio —exclamó de pronto volviéndose hacia Julián, que comprendió que lo había confundido con Jorgina—. Espero que venga a recogeros para llevaros a casa cuando regreséis, y entonces me complacerá mucho hablar con él. Él y yo hemos estado trabajando en la misma clase de experimentos, pero él ha avanzado más que yo.
—¡Oh! —exclamó Julián educadamente. Entonces habló la señora Lenoir con una voz muy suave.
—Block servirá vuestras comidas en el cuarto de estudio de Maribel. Así no estorbaréis a mi esposo. A él no le gusta oír hablar durante las comidas y me parece que esto sería muy duro para seis niños.
El señor Lenoir volvió a reírse. Sus fríos ojos azules miraron detenidamente a los niños.
—Por cierto, Pedro —dijo de repente—. Os prohíbo que vagabundeéis por las catacumbas de la colina, tal como ya te lo había prohibido a ti antes. Te prohíbo también que ensayes tus demoníacos ejercicios de trepador y tampoco quiero que andes sobre la muralla de la ciudad ahora que tienes a otros contigo. No quiero que ellos se pongan en peligro. ¿Me lo prometes?
—Yo no ando sobre la muralla de la ciudad —protestó
Hollín
—, ni tampoco me pongo en peligro.
—Siempre juegas a lo loco y no haces más que jugar —dijo el señor Lenoir, y la punta de su nariz se puso blanca.
Ana lo miraba con interés. Ella no sabía que siempre ocurría aquello cuando el señor Lenoir se enfadaba.
—¡Oh!, señor, fui el primero de mi clase el trimestre pasado —respondió
Hollín
en tono ofendido. Los otros pensaron que estaba intentando distraer al señor Lenoir de su demanda. No quería prometerle nada.
Ahora intervino la señora Lenoir:
—Es verdad que trabajó muy bien el trimestre pasado —dijo—, debes recordar…
—¡Ya basta! —gritó el señor Lenoir, y las sonrisas que antes había otorgado tan liberalmente a todos se desvanecieron por completo—. ¡Marchaos todos!
Muy asustados, Julián, Dick, Ana y Jorgina se apresuraron a salir de la habitación, seguidos por Maribel y
Hollín
. Éste sonreía mientras cerraba la puerta.
—¡No se lo he prometido! —dijo satisfecho—. Quería quitarnos todas las posibilidades de diversión. Este sitio es muy aburrido si no se pueden hacer exploraciones. Os puedo enseñar montones de sitios raros.
—¿Qué son catacumbas? —preguntó Ana, mientras por su cabeza rondaban imágenes fantásticas.
—Son túneles secretos y llenos de encrucijadas que horadan la colina —explicó
Hollín
—. Nadie las conoce por completo. Puedes perderte por ellas fácilmente y jamás volver a salir. A muchos les ha ocurrido así.
—¿Por qué hay tantos pasos secretos y tantas cosas raras aquí? —preguntó Jorgina con admiración.
—¡Es fácil de explicar! —respondió Julian—. Este lugar era un refugio de contrabandistas y seguramente más de una vez se vieron obligados a esconder no sólo sus bienes, sino también a sí mismos. Y si creemos al viejo
Hollín
, todavía queda un contrabandista por aquí. ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Barling?
—Sí —confirmó
Hollín
—. Subid y os enseñaré vuestras habitaciones. Desde ellas hay una buena vista sobre la ciudad.
Los llevó a dos habitaciones situadas una junto a la otra, en el lado opuesto a la gran escalinata que conducía a su propia habitación y a la de Maribel. Eran habitaciones pequeñas, pero bien amuebladas, y se divisaba desde ellas, tal como
Hollín
había anunciado, una vista maravillosa sobre los viejos tejados y los torreones de la colina de Castaway. También tenían muy a la vista la casa del señor Barling.
Jorgina y Ana dormirían en uno de los cuartos; Julián y Dick en el otro. Era evidente que la señora Lenoir se había preocupado por recordar que se trataba de dos chicas y dos chicos y no de una niña y tres chicos, como había imaginado el señor Lenoir.
—Son habitaciones bonitas y agradables —dijo Ana—. Me gustan mucho estos oscuros paneles de roble. ¿Hay también pasadizos secretos en nuestras habitaciones,
Hollín
?
—¡Ahora veréis! —sonrió
Hollín
—. Fijaos, aquí están vuestras cosas ya desempaquetadas. Seguramente lo habrá hecho Sara. Sara os gustará, ya lo veréis. Es de buena pasta, gorda y redonda y agradable. ¡No se parece en nada a Block!
Hollín
parecía haber olvidado a
Tim
, pero Jorgina se lo recordó.
—¿Y qué hay de
Tim
? Tiene que estar cerca de mí, ¿sabes?, y debemos arreglárnoslas para alimentarlo y para que pasee. ¡Oh!, espero que podamos tratarlo bien,
Hollín
. Preferiría irme inmediatamente, a pensar que
Tim
puede sentirse desgraciado.
—¡Estará muy bien! —respondió
Hollín
—. Tendrá mucho sitio libre para correr en el estrecho pasadizo por donde hemos subido a nuestra habitación y le daremos de comer cada vez que tengamos oportunidad para hacerlo. Lo sacaremos de contrabando por un túnel secreto que tiene la salida a medio camino de la colina y, así, cada mañana podrá hacer todo el ejercicio que quiera. ¡Oh, cuánto nos divertiremos con
Tim
!
Pero Jorgina no se sentía muy tranquila.
—¿No podría dormir conmigo por la noche? —preguntó—. Ladrará si se encuentra solo.
—Bien, bien, intentaremos solucionarlo —contestó
Hollín
, que no parecía muy convencido—. Pero tendrás que tener mucho cuidado, ¿sabes? No queremos meternos en un lío serio. Tú no te imaginas cómo se puede llegar a poner mi padrastro.
Ellos creían que sí lo podían adivinar. Julián miró a
Hollín
con curiosidad.
—Tú te apellidas Lenoir. ¿Es que tu verdadero padre se llamaba también Lenoir? —preguntó.
Hollín
asintió.
—Sí. Era primo de mi padrastro y tan negro como suelen serlo todos los Lenoir. Mi padrastro es una excepción. Es rubio, y la gente dice que los Lenoir rubios no son nada buenos, ¡pero no se os ocurra decirle esto a mi padrastro!
—¡Vaya, eso íbamos a hacer! —dijo Jorgina—. Sería gracioso. ¡Nos haría cortar la cabeza o algo por el estilo! Bueno, vayamos a ver a
Tim
.
Un nuevo pasadizo secreto
Los niños se sentían muy contentos al saber que comerían solos en la sala de estudios. Ninguno de ellos deseaba tener muchos tratos con el señor Lenoir y les daba pena de que Maribel tuviese un padre tan raro.
Pronto se adaptaron al estilo de vida del «Cerro del Contrabandista». Incluso Jorgina, tan pronto como se convenció de que
Tim
estaba en lugar seguro y se sentía feliz, también se tranquilizó. La única dificultad consistía en poder llevar a
Tim
a su habitación por las noches. Esto debía hacerse en la oscuridad. Block tenía la mala costumbre de aparecer repentinamente y en silencio, y Jorgina se sentía aterrada al pensar que podría llegar a atrapar al gran perro en su cuarto.
Durante los días siguientes,
Tim
llevó un tipo de vida muy extraño. Mientras los niños permanecían dentro de la casa, él tenía que quedarse en aquel pasadizo secreto, tan estrecho, por donde paseaba tristemente, asustado y solitario, siempre con las orejas tiesas, intentando captar el silbido que significaba que podía salir del armario para ir un rato de paseo.
Lo alimentaban muy bien, porque
Hollín
hacía fructíferas incursiones a la despensa cada noche. Sara, la cocinera, estaba aterrada al ver de qué manera desaparecían ciertas cosas, como, por ejemplo, los huesos del caldo. No podía comprenderlo. Pero
Tim
devoraba todo lo que le daban.
Cada mañana, los chicos lo sacaban de paseo para que hiciera ejercicio. El primer día, esto les había parecido muy emocionante.
Jorgina había recordado a
Hollín
su promesa de sacar cada día de paseo a
Tim
.
—Tiene que hacer ejercicio o, si no, se sentirá muy desgraciado —dijo—, ¿pero cómo vamos a arreglarlo? Es seguro que no podemos hacerle atravesar la casa para salir por el portal. Nos encontraríamos con tu padre.
—Ya te dije que conocía un pasadizo que salía a medio camino de la colina, so tonta —contestó
Hollín
—. Ya te lo enseñaré. Estaremos a salvo en cuanto lleguemos allí, porque, aunque encontráramos a Block o a alguna otra persona que nos conozca, no podrán saber que este perro es nuestro. Creerán, sin duda, que es un perro vagabundo que hemos recogido.
—Está bien, enséñanos ese dichoso camino —dijo Jorgina con impaciencia.
Estaban reunidos en el dormitorio de
Hollín
, y
Tim
yacía sobre la alfombra, al lado de Jorgina. Se sentían muy tranquilos en la habitación de
Hollín
a causa de la bocina que les advertía si alguien abría la puerta del otro extremo del pasillo.
—Tendremos que pasar primero a la habitación de Maribel —dijo
Hollín
—. Os vais a asustar cuando veáis el camino que conduce colina abajo, ¡os lo aseguro!
Miró por la entreabierta puerta de su cuarto. La del final del pasillo estaba bien cerrada.
—Maribel, llégate hasta allá y echa un vistazo por la puerta del pasillo —ordenó
Hollín
a su hermana—. Avísanos si alguien viene por las escaleras. Si no, todos nos deslizaremos rápidamente en tu habitación.
Maribel fue corriendo hasta la puerta del final del pasillo. La abrió y al punto el bocinazo de advertencia sonó en la habitación de
Hollín
, haciendo que
Tim
gruñera. Maribel miró hacia las escaleras. Luego hizo una seña a los demás para advertirles de que nadie subía.
Todos pasaron con rapidez desde la habitación de
Hollín
hasta la de Maribel, y ésta se reunió con ellos. Era una niña que parecía una ratita, tímida y callada. A Ana le resultaba agradable, aunque, de vez en cuando, se burlaba de su timidez. Pero a Maribel no le hacía ninguna gracia que la inquietaran. En seguida sus ojos se llenaban de lágrimas y se volvía de espaldas.
—Ya mejorará cuando vaya al colegio —comentó
Hollín
—. No puede remediar el ser tan tímida, puesto que se pasa encerrada en esta extraña casa la mayor parte del año. Raramente ve a alguien de su edad.
Se metieron todos en la habitación de la niña y cerraron la puerta tras de sí.
Hollín
dio la vuelta a la llave…
—Esto sólo por si a nuestro amigo Block se le ocurriese venir a fisgonear —dijo con una pícara sonrisa.
Después empezó a mover los muebles de la habitación hacia los lados y los fue arrinconando junto a la pared. Los demás lo miraban con sorpresa, hasta que por fin se decidieron a ayudarle.
—¿A qué viene todo este movimiento de muebles? —preguntó Dick, que estaba luchando con un voluminoso cofre.
—Necesito levantar esta pesada alfombra —jadeó
Hollín
—. Está colocada aquí precisamente para esconder la trampa que está debajo. Al menos, eso creo yo.
Cuando los muebles estuvieron arrinconados junto a las paredes, fue fácil apartar la gruesa alfombra. Debajo de ella se encontraba una tela de felpa y también ésta tuvo que ser retirada. Entonces los niños vieron una trampa a ras del suelo, con una empuñadura en forma de anilla para poderla levantar.
Se sintieron emocionados. ¡Otro pasadizo secreto! Parecía que la casa estuviera llena de ellos.
Hollín
tiró de la empuñadura y la pesada trampa cedió con facilidad. Los niños miraron por el agujero, pero no pudieron ver nada. Reinaba una oscuridad absoluta.
—¿Hay escalones para descender? —preguntó Julián reteniendo a Ana por temor a que se cayese.
—No —contestó
Hollín
alcanzando una gran linterna que se había traído consigo—. ¡Mirad!
Iluminó con la linterna, y los niños prorrumpieron en un grito ahogado. La trampa secreta conducía hacia abajo a un profundo pozo, muy, muy hondo.
—¡Oh!, esto debe llegar a una gran profundidad por debajo de los cimientos de la casa —dijo Julián con sorpresa—. Parece un agujero que desciende hacia un pozo profundo. ¿Para qué es?
—Seguramente se usó para esconder personas. ¡O para deshacerse de ellas! —contestó
Hollín
—. Es un hermoso lugar, ¿verdad? Si os cayeseis por aquí, cuando llegaseis abajo os veríais con un buen chichón.
—Pero, ¿cómo va a ser posible que bajemos por aquí a
Tim
? ¡Ni siquiera podremos bajar nosotros mismos! —exclamó Jorgina.
—¡No pienso tirarlo, de eso puedes estar segura! —replicó
Hollín
burlonamente—. Ni tampoco vosotros tendréis que hacerlo —añadió—. ¡Mirad! —Abrió la puerta de un gran armario. Revolvió en su interior y sacó algo que, según los niños pudieron ver, no era más que una cuerda delgada, pero muy fuerte—. ¿Lo veis? Podremos bajar todos por esta escalera de cuerda —dijo.
Pero Jorgina se opuso en seguida.
—¡
Tim
no podrá! No puede subir y bajar por una escalera de cuerda.
—¿De veras no puede? —preguntó asombrado
Hollín
—. ¡Me parecía un perro tan inteligente…! Creí que fácilmente podría hacer cosas como ésta.
—Pues no puede —replicó Jorgina en tono decidido—. Es una idea muy tonta.
—¡Ya sé! —dijo Maribel, y se puso muy colorada por el atrevimiento que había tenido de intervenir en la conversación—. ¡Me parece que ya sé cómo arreglarlo! Podríamos coger el cesto de la colada y meter a
Tim
en él. Luego ataríamos el cesto con cuerdas y lo descenderíamos, haciéndolo subir del mismo modo.
Los demás la miraron.
—Desde luego, esto es una idea luminosa —exclamó Julián con calor—. Está muy bien, Maribel.
Tim
estará seguro en un cesto. Pero tendrá que ser uno grande.
—Hay uno muy grande en la cocina —dijo Maribel—. No se usa nunca, sólo cuando hay mucha gente en la casa, como ahora. Podemos utilizarlo.