Los Caballeros de Takhisis (29 page)

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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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Tanis salió de viaje hacia la Torre del Sumo Sacerdote para decirles a los caballeros, una vez más, lo que venía diciéndoles desde hacía cinco años: que las fuerzas de la Reina Oscura se habían puesto de nuevo en marcha.

Acostado en la cuna, envuelto en ropas de bebé humanas demasiado grandes para él, el recién nacido elfo parpadeó y miró a su alrededor con asombro a este extraño y nuevo mundo en el que se encontraba.

20

Steel jura vengarse.

Palin oye la voz familiar.

El viaje a Palanthas

Palin y Steel se reunieron con la hembra de dragón azul a cinco leguas al norte de Solace. Llamarada había pasado la noche en las ruinas de la ciudad de Xak Tsaroth. Como se rumoreaba que la frecuentaban espectros, la ciudad permanecía deshabitada, a excepción de enanos gullys y bandas errabundas de goblins y draconianos. Llamarada todavía se limpiaba los dientes de trocitos de carne de goblin cuando se reunieron con ella. Nunca, le dijo a su amo con desprecio, se comería un enano gully.

Bien alimentada y de nuevo en compañía de Steel, Llamarada estaba de buen humor. Mientras el caballero negro estudiaba en un mapa su ruta hacia el norte, Llamarada se divirtió tratando de intimidar a Palin, que ya estaba afectado por el miedo al dragón. Desplegó sus enormes alas y las batió suavemente para refrescarse a sí misma y a su amo. Cuando Steel protestó porque la brisa agitaba el mapa y le resultaba difícil leer, Llamarada se permitió tener un acceso de furia, hincó las garras en el suelo, lo desgajó e hizo que saltaran grandes pedazos de tierra y hierba parda; agitó la cola de lado a lado maliciosamente y sacudió la cresta. Y, mientras hacía todo esto, observaba a Palin con sus rojizos ojos de reptil, a través de los párpados entrecerrados, para ver su reacción. El joven aguantó bien el tipo, plantado cerca del dragón con actitud decidida, aunque el esfuerzo que le costaba hacerlo resultaba patente en su mandíbula apretada y los nudillos blancos de la mano con la que sostenía el Bastón de Mago.

—Si has acabado ya con tus alardes —le dijo Steel a la hembra de dragón—, me gustaría indicarte nuestra ruta.

Llamarada bramó, enseñando los dientes y simulando estar ofendida. Steel le dio palmaditas en el cuello, desenrolló el mapa sobre un peñasco y señaló lo que consideraba era el mejor camino. Palin se enjugó el sudor de la frente, apretó el bastón con fuerza, y se acercó aún más al dragón para participar en la conversación.

—Esto también me afecta a mí —dijo, en respuesta a la mirada funesta que le lanzó Steel—. Sobrevolar Solamnia va a resultar mucho más peligroso que viajar sobre Abanasinia.

Desde el tiempo de la Guerra de la Lanza, los Caballeros de Solamnia habían recobrado el favor del pueblo llano. Ahora se consideraba de buen tono que una familia de importancia y buena cuna —por no mencionar unas buenas arcas— tuviera al menos un hijo en la caballería. En consecuencia, las filas de los caballeros habían aumentado considerablemente, y sus cofres estaban llenos. Habían reconstruido muchos de los ruinosos alcázares repartidos por Solamnia, destacando tropas para guarnecerlos. Sus aliados, los dragones plateados, montaban vigilancia en el cielo.

En otros tiempos injuriados, ahora los Caballeros de Solamnia estaban considerados como protectores de los débiles, defensores de los inocentes. Oficiales más sensatos habían ascendido a rangos importantes y las leyes instauradas por Vinas Solamnus miles de años antes —leyes que se habían seguido en la era moderna de forma religiosa, estricta y, según algunos, obtusa— se estaban revisando y modificando, actualizándolas.

Los Caballeros de Solamnia, en lugar de ser apedreados cuando entraban cabalgando en un pueblo —como había sido el caso en los viejos tiempos—, eran tratados como huéspedes distinguidos, y se buscaba su ayuda y su consejo con verdadero afán y se recompensaban con generosas aportaciones.

Tanto la hembra de dragón como su amo eran muy conscientes de la creciente influencia de los caballeros. Lord Ariakan había sido su prisionero durante varios años después de la guerra, y no había estado ocioso el tiempo que pasó entre ellos. No sólo había aprendido sus modos y costumbres, que admiraba y había adoptado haciendo los cambios precisos, sino que también había aprendido sus tácticas, sus estrategias, la localización de sus plazas fuertes. Había descubierto dónde radicaba su fuerza y, lo más importante, cuáles eran sus puntos débiles.

Cuando Tanis supo por primera vez de la existencia de los Caballeros de Takhisis, y de ello hacía casi cinco años, había ido de inmediato a los Caballeros de Solamnia para prevenirlos del peligro que corrían.

—Lord Ariakan sabe todo acerca de vosotros, desde el color de vuestra ropa interior hasta las habituales formaciones para la batalla —advirtió el semielfo—. Sabe cuáles fortalezas están fortificadas y cuáles están vacías. Sus caballeros son hombres y mujeres muy capacitados e inteligentes, reclutados y entrenados por él mismo, y se les otorga la Visión por su Oscura Majestad. No traicionarán a sus superiores por su propio beneficio, como vimos que ocurría en la última guerra. Estas personas son leales a la Reina Oscura y los unos con los otros. Sacrificarán cualquier cosa por su causa. Tenéis que establecer cambios ya, señores, o creo que el tal lord Ariakan y sus caballeros negros harán esos cambios en vuestro lugar.

Los caballeros habían escuchado a Tanis cortésmente, se habían mostrado de acuerdo con él educadamente mientras estuvo entre ellos, y habían hablado con mofa y desprecio de él cuando se marchó.

Todo el mundo sabía que los que se aliaban con la Reina de la Oscuridad eran egoístas, codiciosos, crueles y que carecían por completo del sentido del honor. La historia lo había demostrado una y otra vez. Los caballeros no podían concebir que se hubieran producido unos cambios tan drásticos entre las fuerzas de la oscuridad en tan sólo un período de veintiséis años.

Y, así, las fuerzas de la luz hicieron pocos cambios propios.

—Cruzaremos el estrecho de Schallsea aquí, evitando Caergoth, ya que los caballeros tienen establecida una fortaleza allí. —Steel estaba señalando en el mapa—. Nos mantendremos al este, viajando sobre el mar, con Coastlund a nuestra derecha. Así evitaremos el alcázar de Thelgaard. Al norte de esa plaza, continuaremos a lo largo de la costa, poniendo las montañas Vingaard entre nosotros y la Torre del Sumo Sacerdote. Entraremos a Palanthas por el norte.

Al oír esto último, Palin se aventuró a sugerir.

—No podrás entrar en la ciudad a menos que vayas disfrazado. Había pensado en esto —añadió con cierto orgullo—, y he traído algunas ropas de mi padre...

—No estoy dispuesto a recorrer las calles de Palanthas vestido como un posadero —dijo Steel severamente—. Llevo esta armadura por la gloria de mi soberana. No pienso ocultar quién soy.

—Entonces, tanto da si nos dirigimos directamente a la Torre del Sumo Sacerdote o nos encerramos en una celda —replicó Palin—. Porque ahí es donde acabaremos.

—No sería tu caso, Túnica Blanca —observó Steel, con un esbozo de sonrisa.

—Oh, ya lo creo que sí. Me arrestarían en el mismo momento que descubrieran que voy contigo. Los caballeros no sienten mucho aprecio por los hechiceros.

—Y sin embargo combates en sus filas.

—A causa de mis hermanos —aclaró Palin en voz baja, y no dijo nada más.

—No te preocupes, Majere. —La sonrisa de Steel asomaba ahora a sus ojos—. Entraremos en Palanthas sin problemas.

—En el supuesto de que consigamos entrar en la ciudad, todavía nos queda atravesar el Robledal de Shoikan —argumentó el mago.

—¿La arboleda maldita? La he visto... a distancia. ¿No te lo contó tu padre? Crecí en Palanthas. Viví allí con Sara, la mujer que me crió y me quiso como a un hijo, hasta que cumplí los doce años, cuando lord Ariakan vino a reclutarme en la caballería. Como podrás suponer, el Robledal de Shoikan es una tentación para todos los chiquillos traviesos de la ciudad. He olvidado cuántas veces nos retábamos unos a otros a acercarnos a la arboleda. Por supuesto, en el momento en que teníamos a la vista incluso las ramas más altas de los enormes árboles, dábamos media vuelta y huíamos. Todavía hoy recuerdo las sensaciones, el temor...

Se detuvo, frunció el entrecejo, y después apartó los recuerdos con una brusca sacudida, como cuando un perro se sacude el agua.

—Se dice que esa arboleda —continuó con voz más enérgica—, resulta mortal para cualquier persona que intente entrar en ella, sin importar a qué dioses es leal. Pero sin duda

dispondrás de un acceso seguro, señor mago.

—No me llames así —replicó Palin, irritado—. No es correcto. Estoy en el nivel más bajo de mi arte. En términos militares, soy un soldado de infantería.

No pudo evitar decirlo con un tono de amargura.

—Todos empezamos por abajo, Majere —dijo Steel seriamente—. No hay por qué avergonzarse de eso. Trabajé diez años para alcanzar mi rango y estoy muy lejos del nivel superior.

—Hablas como mi hermano Tanin. Todo ese metal que lleváis encima los caballeros debe de atorar vuestros cerebros. Es lo que solía decirle. Y en cuanto a lo del acceso seguro a través del Robledal de Shoikan, no lo tengo. Podría pedirlo, supongo. Dalamar tiene buena opinión de mí...

Al oír ese nombre, la expresión de Steel cambió. Sus ojos se oscurecieron y la sonrisa que había en ellos desapareció, consumida por un repentino e intenso fuego.

Palin no se dio cuenta. Estaba abstraído, tentado de ponerse en contacto con Dalamar y rogarle que le proporcionara los medios para pasar por el robledal a salvo.

—No —decidió por último—. No puedo pedírselo a Dalamar. Tendría que explicarle por qué quiero entrar en la torre. Y si lo supiera por anticipado, impediría que... —El joven mago se fijó entonces en la expresión de Steel y miró en derredor rápidamente, creyendo que estaban a punto de ser atacados. Al no ver nada fuera de lo normal, preguntó:— ¿Qué te sucede?

—Dalamar el Oscuro, ¿es a ése al que te refieres?

—Sí, el Amo de la Torre. Él... —De pronto Palin recordó la historia y gimió para sus adentros.

—Es el hombre que mató a mi madre. —La mano de Steel fue hacia su espada—. Estoy deseando conocer al tal Dalamar.

El elfo oscuro había matado a su anterior amante en defensa propia, ya que Kitiara lo había atacado primero. Pero tal argumento no haría mella en el hijo de la guerrera.

—Supongo que no sirve de nada que te recuerde que Dalamar es el hechicero más poderoso de Ansalon —dijo Palin malhumorado—. Que podría volverte del revés con un simple gesto de la mano.

—¿Y eso qué importa? —replicó el caballero, colérico—. ¿Crees que sólo voy a atacar a los que sean más débiles que yo? Juré que vengaría la muerte de mi madre.

»Por Paladine bendito, ¿por qué no se me ocurrió esto antes?», se preguntó el joven mago con desesperación. «Steel acabará muerto. Dalamar creerá que
yo
intentaba que lo asesinara. Cabría la posibilidad de que acabara también conmigo...»

Confía en mí, jovencito,
sonó la voz.
Deja a Dalamar de mi cuenta.

Palin se estremeció, emocionado, exultante. Ahora sabía que la voz era real, no imaginada. Le hablaba a él, lo guiaba, lo dirigía,
¡lo quería!

Sus temores desaparecieron y se relajó.

—Todavía no hemos entrado en la torre. Primero tenemos que llegar a Palanthas a salvo y cruzar el Robledal de Shoikan. Nos ocuparemos de Dalamar y lo que quiera que encontremos en la torre cuando estemos allí,
si
lo conseguimos.

—Lo conseguiremos —predijo Steel con gesto hosco—. Me has dado un nuevo incentivo.

Los dos montaron en el dragón y, bañados en la luz de Lunitari, roja como la sangre, volaron rumbo norte, hacia Palanthas.

Viajaron durante toda la noche, sin encontrarse con nadie, pero con la llegada del alba la hembra de dragón empezó a ponerse nerviosa.

—Huelo plateados —informó.

Tras consultarlo brevemente con Steel, Llamarada aterrizó en las estribaciones de las montañas Vingaard.

—De todos modos, no nos interesa entrar en Palanthas de día —le dijo el caballero a Palin—. Es mejor que descansemos hoy y continuemos cuando esté oscuro.

A Palin lo impacientaba este retraso. Tenía la absoluta convicción de que su tío estaba vivo, y que sólo necesitaba que lo liberaran de la pavorosa prisión que era el Abismo. El joven mago se encontraba bien y descansado. Gracias al emplasto de Steel, la herida apenas lo molestaba. Estaba ansioso por seguir adelante, pero no era mucho lo que podía hacer contra la decisión de una hembra de dragón azul y de su amo.

—¿Uno de nosotros no debería montar guardia? —preguntó, al ver que Steel desataba dos petates de la silla de montar.

—Los dos necesitamos descansar. Llamarada velará nuestro sueño.

Tras una corta búsqueda, encontraron una oquedad poco profunda en la cara de un risco que les ofrecía resguardo aunque no mucha cobertura si por casualidad alguien pasaba por allí. Palin extendió su manta y comió algo del gran montón de comida que Tika había encontrado tiempo para prepararles. Steel comió, se tumbó y, con la disciplina del soldado que sabe que tiene que aprovechar para descansar cuando y donde le es posible, se quedó dormido en un santiamén. Palin se tumbó sobre el frío suelo, dispuesto a pasar el día en vela esperando con ansiedad la noche.

* * *

Se despertó casi al anochecer.

Steel ya se encontraba levantado, ensillando al dragón. Llamarada estaba descansada y, por lo visto, bien alimentada. En las cercanías había esparcidos los esqueletos de varios ciervos.

Palin se puso de pie, moviéndose despacio, entumecido y agarrotado por haber dormido en el suelo. Por lo general, su descanso era intranquilo, alterado por sueños extraños recordados a medias. Esta vez, no. No recordaba haber dormido tan profundamente en toda su vida.

—Te estás convirtiendo en todo un viejo veterano —gruñó Steel mientras levantaba sin esfuerzo la pesada silla y la ponía sobre el lomo de la hembra de dragón—. Incluso roncas como uno de ellos.

Palin masculló alguna disculpa. Sabía por qué había dormido bien y se sentía avergonzado en cierto modo. Parecía una traición a su familia, a su hogar, a su educación. Por primera vez en su vida desde que había sentido la vocación, desde que había sido lo bastante mayor para arrojar imaginario polvo mágico a la cara de sus compañeros de juegos, estaba en paz consigo mismo.

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